HEROINA LOJANA.- Nació el 22 de Enero de 1910 en Celica, provincia de Loja. En 1930 vivía en una casa pobre, de dos pisos, propiedad de sus abuelos Vicente Chiriboga y Fidelia Riofrío, ubicada con frente a la plaza Sucre de reciente creación en el barrio de la Capilla.
En los bajos funcionaba una pequeña tienda de comercio que administraba con sus hermanas Zoila Luz de 24 años y Aurora de l7 con quienes, por vigilar mejor sus mercaderías, acostumbraba dormir en la trastienda, pues sus abuelos y un hermanito menor lo hacían arriba, en el primer piso.
Según el bisemanario “El Tribuno” de Loja era de cuerpo esbelto y graciosa conformación física, estatura mediana, rostro trigueño, boca pequeña, ojos y cabellos negros, cara redonda, pelo rizado, con toda la lozanía y el vigor de la edad florida. Asistía con frecuencia a la iglesia, era piadosa y cumplía con sus deberes religiosos. Por testimonios del vecindario se sabe que era humilde y moderada, usaba trajes muy honestos y bajos, de telas de poco costo y casi siempre negras.
A mediados de 1930 arribó a Celica un piquete de caballería del batallón Yaguachi al mando del Teniente Almeida, oficial culto y caballeroso que pronto se hizo estimar de la población. Los soldados se alojaron en una casa cercana a la plaza Sucre y a la hora meridiana solían jugar fútbol con sus oficiales y como la tienda de las señoritas Chiriboga quedaba al
frente, éstas tenían que soportar los atrevimientos y desmanes de palabras que les dirigían.
El Teniente Gonzalo Rosero, que hacía de Jefe cuando se ausentaba el Teniente Almeida, se fijó en Gloria Vicenta y hasta creyó que podía ser correspondido, pero como todo se sabe en esta vida, ella se enteró que él era casado y terminó cualquier posible relación y desde entonces Rosero empezó a amenazarla. Gloria Vicenta se lo hizo saber al Teniente Almeida, pero este la tranquilizó con buenas palabras y le ofreció hablar a Rosero, asegurándole que todos sus hombres eran buenos e incapaces de una acción dañina a la comunidad; pero estaba equivocado porque habiéndose ausentado de Celica, a eso de las diez de la noche del viernes 17 de Noviembre, en circunstancias en que numerosos vecinos estaban en una fiesta en el anejo de Cruzpamba, aprovechando la oscuridad porque las lámparas de Petromax que hacían el servicio de alumbrado público en la plaza habían sido retiradas, se acercó Rosero con diez de sus hombres a la tienda de las Chiriboga y fingiendo la voz de un muchacho solicitó que abrieran la puerta para comprar kerosén.
Las hermanas, en principio, cayeron en la engañifa y se levantaron a abrir pues ya estaban acostadas, pero al escuchar otras voces se alertaron y contestaron que no abrirían. Entonces los soldados comenzaron a forzar la cerradura de entrada a la tienda y a proferir gritos y amenazas. Gloria Vicenta ordenó a sus hermanas que huyeran mientras ella aseguraba la tranca. La mayor logró salir por detrás y llegó a un domicilio vecino donde solicitó ayuda, la menor solo alcanzó a subir al primer piso donde sus abuelos mientras se tronchaba la tranca a golpe de puntapiés, quebrándose finalmente y dando paso a la soldadesca que se apoderó de Gloria Vicenta.
Primero la ahogaron con las manos y dieron de trompones para que no pudiera gritar ni pedir auxilio y tumbada en el suelo procedió a violarla con todo salvajismo el Teniente Rosero, siendo tenida de pies y brazos por cinco soldados, en tanto otros cuatro hacían guardia en la entrada para impedir todo auxilio. Después de Rosero se sucedieron tres violaciones más mientras los soldados de fuera
hendían sus sables en los pilares y piedras del corredor de la casa para asustar con sus rechinamientos a la gente del vecindario.
A todo esto, la víctima gemía y se agitaba intermitentemente sin poder defenderse pues el ataque duró cosa de media hora. Su vecina Ramona Tomín declararía: La oí gritar varias veces “Niño bendito protégeme.” Manuel Quezada y su esposa Rosa Chiriboga, Isaías Bustamante y un joven que sucesivamente acudieron para ver si podían librarla, fueron repelidos con amenazas y sablazos mientras el soldado César Chalá gritaba “Viva la guerrilla, adentro muchachos.” Finalmente varios vecinos y amigos se armaron de una lámpara Petromax y fueron al lugar a rescatarla como diera lugar, pero ya los soldados huían protegidos por la oscuridad.
Gloria Vicente fue encontrada en el suelo del corredor, arrimada a la pared y al borde de la puerta, toda sudorosa y desnuda, apenas cubierta con un girón de la bata o camisa de dormir pegado a la espalda, respirando con estertor, postrada malamente con golpes de puño sobre todo en el ojo izquierdo y una herida cortante de tres centímetros de largo en la frente. Una pariente logró cubrirla con una colcha mientras la menor de las hermanas Chiriboga, en el colmo del dolor, se golpeaba la cabeza contra una piedra. En esos momentos, algunos soldados del Yaguachi – posiblemente los mismos que intervinieron en la violación – se acercaron haciéndose los inocentes a preguntar qué pasaba, pero fueron recibidos de malos modos por la gente que se arremolinaba en la puerta de calle y el asunto hubiera pasado a mayores pero primó el buen criterio y tanto los soldados como los paisanos se retiraron del lugar.
Entonces, Isaías Bustamante pidió a las dos hermanas Chiriboga que vistieran a Gloria Vicenta y todas ingresaron a la pieza interior, donde Gloria Vicenta se puso una camisa y una combinación y sin darle tiempo a sus hermanas tomó una lata con kerosén y se roció de la cabeza a los pies cerca de una lámpara encendida. Una llamarada de siniestro resplandor rojizo aureoló el cuerpo de la víctima que así se ofrecía en holocausto y defensa de su honor, haciendo que las personas que estaban en la tienda ingresaran rápidamente.
Los testigos declararían en el Sumario que la encontraron “de pie, quietita, sin exhalar una nada y con los brazos cruzados” Modesto Quezada y Francisco Poma se acercaron con una manta y la apagaron pero ella exclamó resueltamente “Déjenme morir, para que vivir, sin honra más vale morir” y salió corriendo a la calle, arrojándose presa de histerismo a una zanja con la intención manifiesta de ahogarse pues no sabía nadar, pero de allí también la rescataron.
Manuel Quezada la condujo a su lecho y ya más calmada, aunque sufriendo horribles dolores por sus quemaduras de segundo grado, se confesó y comulgó con el Párroco al día siguiente y aún tuvo fuerzas para rendir su declaración instructiva ante el Comisario Nacional de Policía de Celica, mientras su hermana menor había enloquecido y corría desalada por la plaza Sucre pidiendo ayuda ante una imaginaria persecución de los soldados, la mayor estaba inerte pero presa de fuertes convulsiones y el hermanito con ataques de nervios que jamás había sufrido. Un hermano de Manuel Quezada, a causa de haberse despertado de improviso y por el frío de esa noche, cayó gravemente enfermo de pulmonía y falleció un día después que Gloria Vicenta.
El Teniente Almeida, recién llegado a Celica e informado de los sucesos, acudió de inmediato al lecho de Gloria Vicenta haciéndose acompañar del Tenienet Rosero, pero este no quizo entrar y se quedó fuera. La víctima reprochó a Almeyda “”Me ha visto ya, ahora soy de la perversidad del Yaguachi y de las llamas. !Moriré, si, moriré, pero cuando se ha perdido el honor ¿No es preferible morir, amigo Almeyda? Y me decía Ud. que sus soldados eran buenos. Dios y la historia los juzgará Yo moriré ¿No es verdad? Moriré” En eso vio a Rosero que, movido de la curiosidad había entrado pero estaba semiescondido y le gritó “ Ud. aquí, infame ¿Y no le da pena verme así? Rosero musitó una excusa, el abuelo de Gloria Vicenta quizo intervenir para vengar la afrenta y el culpable aprovechó el incidente para escapar de la escena.
(1) El 28 de Octubre de 1930 el Dr. Punín había presentado un escrito en la Comisaría indicando que salvaba su responsabilidad como médico, en virtud de la pública oposición de Gloria Vicenta y de su familia desde el principio de “la enfermedad” a aceptar cualquier remedio o tratamiento. “Van tres días que no puedo hacer algo por calmar a la enferma, pues ni siquiera se le daba agua caliente. |
De regreso al Cuartel Almeyda contrató los servicios médicos del Dr. Punin, pero a pesar que éste le prescribió varios remedios y tratamientos. Gloria Vicenta los rechazó (1) ¿Porqué no
se deja curar le decían sus amigas? y ella respondía “Ay, Dios mío, haber luchado tanto, haberme cuidado tanto en medio de mi orfandad y para qué… ¿Para los soldados ? Que Dios me envíe la muerte, no quiero servir de burla ni de deshonor a mi familia…” y cuando el Cura le hablaba, contestaba “ Me he quemado por haber perdido mi honor y mi virginidad que tanto amaba, toda mi herencia, mi castidad virginal…”
Y en medio de suplicios inenarrables duró catorce días, siempre con el crucifijo sobre el pecho, llagada totalmente, los pezones se le habían desgajado y las manos eran unos promontorios de carne amoratada de las que caían trozos de cuero resquebrajado, el rostro con manchas negras y de su cuerpo manaba pus y podredumbre y hasta había que extraerle de ciertas regiones como las axilas los gusanos, con un hedor insoportable. Lo raro es que siempre conservó su lucidez mental, excepto en los últimos días en que por efectos de la altísima fiebre, deliraba a ratos Ya sin fuerzas en la noche del 31 de Octubre, sintiendo la muerte y teniendo a su lado a su hermana mayor que lloraba quedamente, a algunos parientes y al Cura que la asistía en esa hora postrera, oyendo a ratos como débil eco los alaridos que seguía lanzando su hermana loca, se dirigió a Zoila Luz y le dijo “Ya me voy, sigue siempre el camino de la virtud. De mi no te preocupes porque Dios nuestro señor quiere que después de un momento mi alma vuele al cielo, pura y blanca, como lo sabe la Santísima virgen Maria.” Recibió el viático y expiró a las 3 de la mañana del l de Diciembre de 1930.
Las campanas de Celica anunciaron su fin tocando a difuntos, circularon numerosas invitaciones y la población se trasladó en pleno al sepelio. El pueblo estaba triste y solo los soldados jugaban en la plaza Sucre, pero al pasar el cortejo se abrieron y cuadraron saludando con la mano derecha puesta sobre la visera de la gorra y cuando regresaron los dolientes del cementerio, ya no jugaban, pues también estaban tristes. En el Camposanto se practicó la autopsia necesaria para la continuación del Sumario, pusieron el cadáver sobre una tumba y enormes gusanos salieron de sus carnes, notando los presentes que casi no tenía piel.
El Yaguachi abandonó Celica y la provincia de Loja, sus jefes fueron arrestados. El Juicio siguió su curso pero solo fueron llamados al Plenario los cuatro violadores, incluyendo por supuesto al Oficial Rosero. Ignoro cual habrá sido la sentencia.
Mientras tanto, la conciencia pública lojana, consternada por la gravedad de los hechos, exigió justicia al Presidente Isidro Ayora a través de un Comité de Defensa Social formado ad-hoc y como no faltaron malos funcionarios que trataron de encubrir los hechos, dizque para defender el honor de las fuerzas armadas, en Marzo de 1931 apareció una publicación titulada “Gloria Vicenta Chiriboga heroína lojana” en 105 págs. conteniendo los detalles del suceso y varias colaboraciones en prosa y en verso sobre su sacrificio por la irreparable pérdida de la virginidad, fin máximo de una política religiosa y cultural impuesta durante siglos a la mujer y que exalta la castidad como símbolo de honor y virtud dentro de una sociedad permisiva para los hombres.
La publicación revela la forma de sentir y pensar en la sierra ecuatoriana durante los años veinte al treinta que aún fueron de rigidez sexual victoriana, por eso los poetas cantaron emocionadamente la inmolación de esta nueva víctima, comparando a Gloria Vicenta con Lucrecia, Porcia, Thamar y otras heroínas de la antiguedad “El Comercio” y “El Universo” dieron sus páginas al asunto, fue noticia para los literatos de moda como Remigio Crespo Toral y Manuel Moreno Mora. Tampoco faltaron quienes discutieron si su extraño sacrificio había sido suicidio o martirio.
Unos argumentaban que la religión crea ciertos conceptos como el de la virginidad, que se vuelven obsesivos en mujeres sencillas del pueblo llano. Otros manifestaron que su protesta era por el engaño experimentado, por la pérdida del honor familiar, en fin, por su posición ante el barrio y los vecinos y que el asunto de la virginidad era algo secundario.
Sin embargo, espíritus más elevados, como el de Nela Martínez – en carta a Joaquín Gallegos Lara – le dio un nuevo giro al tema, dándole la debida importancia al sacrificio, haciéndole feminista. Joaquín respondió: Al leer tu carta volví a pensar lo que una mujer y una hermana pueden sentir ante la hoguera de un cuerpo violado que se purifica y protesta en un afán supremo de liberación. ¿Qué hizo la autoridad proteccionista con los violadores de la muerta? Les cambió de lugar para que el nuevo crimen cambie de paisaje, de víctima y de pueblo. ¡Si pudiera hacer un solo grito de mujer en el Ecuador estúpidamente corrompido¡ Protestamos contra el machismo y la estúpida cobardía civil y militar. Necesitamos del hombre para con él forjar nuestro destino.
Queremos colaboración no oposición a toda comprensión o reconocimiento ya no animal sino humano. No vamos a reivindicar vamos a crear. Nunca la mujer construyó la institución, la familia o su trabajo como engendradora de su rumbo o su pensamiento. La insuficiencia educacional de cultura le colocó en la dependencia exclusiva del hombre. Degradación femenina que la hizo capítulo de aventura pirata en la conquista sexual La escena fúlgida de la muchacha celicana – Gloria Vicenta – ha dejado su vibración perenne en el presente que nos urge¡ y en mi la llamada insistente de su nombre para la simiente de la nueva mujer altiva que tarda en venir a nosotros en el siglo que formamos.