CHECA Y BARBA JOSE IGNACIO

ARZOBISPO DE QUITO. – Nació en Quito el 4 de Agosto de 1829, hijo legítimo del Coronel Feliciano Checa y Barba, prócer del 10 de Agosto de 1809 y vencedor de la campaña de Pasto, y de su prima hermana Alegría Barba y Borja, quiteños.

Realizó los primeros estudios en la escuela regentada por los padres mercedarios donde fue discípulo del célebre latinista Buenaventura Proaño, pasó a la Universidad y tomó Gramática Latina, cursó Filosofía en el Seminario de San Luis y el 22 de Octubre de 1845 obtuvo el grado de Maestro.

Por esa época recibió la primera tonsura y siguió cursos de Teología Dogmática con el mercedario Mariano Borja, Moral y Derecho Canónigo con el Dr. Agustín Salazar y Civil con el Dr. José Parreño en el mismo Seminario, siendo bedel de sus compañeros de aula. El 46 falleció su padre y su madre decidió vender una propiedad agrícola para sustentar los gastos familiares, especialmente su educación religiosa.

En 1850 estudió con los jesuitas que acababan de arribar al país expulsados de Colombia. El 8 de Septiembre de 1851 obtuvo el doctorado en Teología con cinco “A.” El 1 de Octubre culminó sus estudios en Ciencias Sagradas y siguió Derecho Civil hasta el 5 de Diciembre de 1854 que se graduó de Doctor.

El Arzobispo Garaycoa lo ordenó sacerdote el 4 de Marzo de 1 855 y el 5 de Mayo cantó su primera misa en el Santuario del Quinche. Poco después fue capellán de las monjas del Convento de Santa Clara y profesor suplente de Teología.

En 1859 viajó a Roma enviado por el Arzobispo Garaycoa al colegio Latinoamericano fundado por Pio IX y dirigido por el sacerdote chileno José

Ignacio de Eyzaguirre quien le facilitó el ingreso a la Academia de Nobles que se decían “monseñores”, donde estudió diplomacia eclesiástica y se relacionó con personajes notables. Pronto su casa se convirtió en sitio de reunión de los Obispos sudamericanos. En 1861 pidieron de Roma su nombramiento y la Convención Nacional lo designó Obispo Auxiliar de Cuenca con residencia en Loja, siendo consagrado en la iglesia de Jesús por el Cardenal Altieri, protector de la mencionada Academia Eclesiástica de Nobles.

El 9 de Mayo de 1863 regresó al país, viajó a Loja, tomó posesión de su sede y construyó el Seminario. El Gobernador de Loja, Manuel Eguiguren, con motivo de la posesión canónica, se expresó así: “Sagaz, manso de carácter, de edad temprana”.

Poco después fue electo Diputado al Congreso por Pichincha. En la sesión inaugural obtuvo varios votos para ocupar la vicepresidencia de la Cámara pues era de agradable aspecto, buen carácter, conocía Europa, hablaba idiomas, en otras palabras, caía simpático a primera vista.

En 1865 fue Senador por la Provincia de León. En 1866 los hermanos Teodoro y Manuel Gómez de la Torre, por ser Sacerdote ilustrado y tener amplio y liberal criterio, le apoyaron políticamente para ocupar el obispado en propiedad de la Diócesis en Ibarra derrotando al otro candidato el Dr. Ignacio Ordóñez del bando terrorista, conservador o garciano. Al poco tiempo, en 1868, apoyó la candidatura de Julio Zaldumbide para Diputado por la Provincia de Imbabura y el Congreso lo designó Arzobispo de Quito, por eso abandonó Ibarra meses antes de que ocurriera el terremoto. García Moreno escribió que el sismo era el justo castigo divino por cuanto un Obispo católico había auspiciado la candidatura de un impío al Congreso Nacional.

En Quito su labor fue tesonera. Inauguró dos Seminarios, convocó y presidió dos Concilios y sus siguientes Sínodos, dotando al clero de una imprenta desde la cual realizará una intensa labor de proselitismo. En 1869 se enfrentó por primera vez con el Presidente García Moreno que todo lo quería resolver en materia religiosa, pero siendo Checa de mansísimo temple, evitó un choque directo con el dictador y viajó al Concilio Ecuménico. En París gestionó la venida al Ecuador de las monjas de la Caridad y en España sostuvo conversaciones con el superior de la Compañía de Jesús.

Pasada la guerra franco – prusiana y los disturbios de la Comuna firmó un contrato con la Orden de los padres Lazaristas comprometiendo su venida al país. En 1871 estaba nuevamente en Quito sobrellevando con espíritu cristiano los excesos políticos de la feroz tiranía de García Moreno aunque le correspondió tratarlo en su último periodo, cuando dicho mandatario había disminuido sus pasiones en razón de un segundo matrimonio, esta vez feliz, más no por ello reconocía otra autoridad que su voluntad de mando y esto acarreaba graves inconvenientes a la Iglesia, al país y a sus ciudadanos. Ese año 71 intervino a favor del joven periodista Manuel B. Tama, Redactor del quincenario guayaquileño “El Espejo” en cuyas páginas había aparecido un artículo “El Juramento Político” que a juicio de García Moreno era contrario a la Constitución. Checa y Barba no conocía a Tama pero logró que G.M. le conceda la libertad domiciliaria en el Palacio Arzobispal hasta que amainadas las pasiones obtuvo una entrevista en el Palacio Presidencial, tras la cual Tama recobró su libertad y regresó al puerto. Checa era conocido como “muy tolerante” y hasta por amigo de los liberales, quienes le habían candidatizado para Arzobispo porque era un católico culto y libre de fanatismos, viajado y educado en Europa, en síntesis, un sacerdote modelo, buen pastor de su grey.

El 6 de Agosto de 1875 ocurrió el asesinato de García Moreno en el soportal del Palacio presidencial. El Arzobispo Checa declaró que sus relaciones con el tirano habían sido tan tirantes como por el filo de una navaja. Luego de un corto intervalo ascendió al poder Antonio Borrero, renaciendo la calma por poco tiempo. Checa decidió viajar a Roma y llegó de paso a Guayaquil el día 7 de Septiembre de 1876 y se alojó en el Palacio Episcopal, siendo enterado por su primer por Borja, el Obispo José Antonio Lizarzaburo Borja del movimiento político que se estaba gestando “con cuyo motivo resolvió esperar el desarrollo de los sucesos antes de seguir su viaje a Roma”. Realizada la revolución Veintemilla envió circulares a los Obispos de Guayaquil y Manabí (José Antonio de Lizarzaburo y Luís de Tola y Avilés) preguntando si se había cometido algún acto hostil en contra de la religión y como ambos Prelados contestaron que no, Checa se sumó a la opinión de ellos y ofreció viajar a Quito a interceder para lograr la paz. Así se lo dijo a Veintemilla y éste le agradeció y proporcionó los medios necesarios para que el viaje se realice con las comodidades del caso.

A finales de Septiembre se embarcó junto a Lizarzaburo en un vaporcito con destino a Yaguachi, allí tomaron el ferrocarril hasta Barraganetal y siguieron en mulas a Pallatanga, descansando en una propiedad del hermano de Lizarzaburo dos días. Checa continuó solo a Quito pero le recibieron con frialdad, la prensa llegó a criticarle y hasta los propios sacerdotes se agriaron, de suerte que las diligencias resultaron infructuosas. Mientras tanto Veintemilla contando con el crédito del comercio de Guayaquil lograba adquirir en los Estados Unidos los modernos rifles Remington de repetición, que en los combates de Galte y la Loma de los Molinos le dieron una enorme ventaja sobre el armamento obsoleto de las tropas constitucionales serranas, tras lo cual pudo entrar en Quito, inaugurando su gobierno, mientras Borrero salía de la capital.

Checa y Veintemilla eran amigos de toda confianza y tanta que ambos pasaban mucho tiempo en Palacio “en útiles y patrióticas conferencias”; sin embargo, la tormenta se cernía sobre el prelado. Por una parte el liberalismo ecuatoriano arremetía contra el Concordato, por otra la conducta de malos elementos mezclados en el clero de la Capital era causa de renovados escándalos. El Canónigo de la Catedral Dr. Manuel Andrade Coronel también conocido como el Colorado Andrade por ser pelirrojo, fue reconvenido en privado por el Arzobispo debido a su escandalosa conducta en una de las calles de Quito, cuando cuchillo en mano trató de asesinar al pintor Joaquín Pinto Ortiz, por interferir en sus relaciones amorosas con la joven Eufemia Berrío, con quien el sacerdote tenía un hijo sacrilego. Andrade era hombre culto, ilustrado, pudiente, de buen ver y algo volado y por eso también le decían el “Loco”.

El Viernes Santo 30 de Marzo de 1877 monseñor Checa celebraba en la Catedral los oficios divinos revestido de espléndidos ornamentos y en compañía de los Canónigos Arsenio Andrade Landázuri y Manuel Andrade Coronel. Después de probar el vino del cáliz de consagrar ordenó a este último “diga que guarden este vino, está mezclado con cascarilla, con él no puedo celebrar”. Concluida la ceremonia pasó al Palacio a servirse un frugal almuerzo. Había invitado al Canónigo Daniel Pastor y
antes de ir a la mesa empezaron las náuseas, convulsiones y contracciones tetánicas, dolores muy agudos en músculo y nervios y la agonía más cruel que se pueda imaginar. Entonces exclamó “Me han envenenado” y pidió a Pástor que lo absuelva y afloje el cilicio que llevaba puesto. Se llamó de urgencia a los médicos Miguel Egas y Ascencio Gándara y cuando llegó el primero le dijo: “Estoy envenenado, he tomado en el Cáliz un vino más amargo que la quina y siento que un fuego espantoso me abraza las entrañas” Enseguida gritó “Hijos míos, auxílienme ¡Me ahogo, me ahogo, me muero! Un color lívido le cubrió el semblante y la espuma apareció en sus labios, minutos después era cadáver.

El Presidente de la República, que había sido avisado, se encontraba en la puerta del comedor del Arzobispado impidiendo la entrada a los curiosos, de manera que ordenó la autopsia de ley que dio por resultado ocho gramos de estricnina en las vísceras del difunto. Esa misma tarde circuló una hoja volante pidiendo calma y cordura al populacho.

Iniciado el sumario, se receptaron las declaraciones de numerosas personas, fueron apresados varios jóvenes liberales guayaquileños que ese Jueves Santo habían concurrido a la Catedral, pero con el paso de los días fueron recayendo las mayores sospechas sobre el Canónigo Manuel Andrade Coronel porque días antes había adquirido estricnina en una de las boticas de Quito, dizque para matar ratones. Después se supo que había planeado envenenar a Pinto en una licorería dándole a probar un brebaje de su preparación, en complicidad con un extranjero, pues quería recobrar el cariño de la joven Berrío, una vez que ésta quedara viuda, Los indicios en su contra obligaron a los jueces a disponer su captura y fue a la cárcel de donde salió por su fuero eclesiástico y por cuanto el Dr. Luis Felipe Borja padre, acusador particular y representante de la familia del Arzobispo (representada por Manuel Checa y Barba) sorprendido por el giro de los acontecimientos, se inhibió de continuar con la acusación contra los jóvenes liberales – en su mayoría guayaquileños – de otra parte, la jerarquía eclesiástica no acusó a nadie, todo se sepultó en el misterio y los jóvenes apresados por simples sospechas tuvieron que
ser excarcelados. En Febrero del 78 el Canónigo Andrade también fue liberado, igual el Intendente liberal Jorge Villavicencio, pero en el caso de ambos, para preparar el viaje al exterior.

En el mismo Proceso para descubrir a los autores del envenenamiento del Arzobispo Checa consta que José Vicente Solís Terán, revolucionario de ideas liberales, armado de una bayoneta había entrado a la casa del Dr. Manuel María Bueno, rompió un armario profesional de éste y tomó un frasco de estricnina, otro de ácido fénico, un revólver y un reloj, luego se le ocurrió devolver solo el ácido fénico. En el mismo Proceso consta que fue Manuel Cornejo Cevallos quien – en la noche del movimiento político – fue el que ordenó la ruptura del armario, pero solo para conseguir revólveres. Años más tarde por testimonio de una monja se supo en Quito que había fallecido pobre, solitario y en un hospital de Panamá José Vicente Solís Terán, confesando ser autor del crimen del Arzofispo. Otro misterio, de manera que el delito continúa hasta la presente sin solucionarse.

En la Oración Fúnebre pronunciada en Ibarra el 14 de Abril de 1877, el Dr. Mariano Acoda había expresado: “Austerísimo de costumbres, pero bonisímo en el trato; manso de convicción, bien rígido en los principios y en la vigilancia pastoral; prudente y justiciero, juntaba todas las virtudes eximias requeridas por las altas funciones del pontificado”.

Su retrato lo presenta de mediana estatura, más bien bajo, facciones regulares, boca agradable, nariz bien formada, ojos expresivos, frente espaciosa e inteligente y una temprana calvicie. Sus manos fuertes y su contextura normal. Tal era el Arzobispo asesinado a la edad de cuarenta y siete años.

Pedro Fermín Cevallos en carta del 8 de Abril de 1877 dirigida a su compadre Juan León Mera, refiriéndose al crimen y a la víctima, dice: No pude escribirle la semana anterior porque me sentí oprimido bajo el peso del envenenamiento al Arzobispo, ya plenamente comprobado y todavía oculta la mano que lo propinó. Estamos, pues, ya con la ignominia encima, porque pienso que el suceso
es único en la historia, cuando otros no han reunido el concurso de tantos otros agravantes, como el día, el lugar, el vehículo y la persona del envenenado. Por fortuna para éste, el modo como a muerto vino a descubrir su santidad, pues quien le vio hecho un armiño, cual envaneciéndose con la púrpura y la pompa, no podía adivinar que bajo tales exterioridades, había un cuerpo con cilicios, vestido con telas ordinarias y alguna de ella remendada, y un cuerpo virgen según testimonio de los profesores que lo reconocieron (1)