CHARLES DE LACONDAMINE

CIENTIFICO Y NATURALISTA.- Nació en París el 28 de Enero de 1701 en el seno de una familia de la nobleza media, agraria y rural, y desde los primeros años lo pusieron sus padres a estudiar con los jesuitas la física y las matemáticas hasta que llegó a ser uno de los más consumados geómetras de Francia, por cuya razón siguió la carrera militar y en 1730 lo eligió la Academia Real de Ciencias de París por uno de sus individuos de número, cuando recién frisaba los veintinueve años de edad.

También sabía astronomía, geodesia y geografía y durante un corto tiempo que sirvió en el ejército viajó a las costas del norte del África, visitando las zonas de Berbería y del levante como miembro del escuadrón Duguay -Trouin.

En 1735 la Academia lo designó miembro de la Expedición conformada bajo los auspicios del Rey Luís XV de Francia, para medir la longitud exacta de la hipotenusa de un arco de meridiano terrestre en el Ecuador y averiguar la verdadera figura del planeta pues otra comisión viajaría con iguales motivos a la región boreal porque debía dilucidarse la controversia sobre la forma de la tierra. Newton había manifestado que era achatada hacia los polos mientras Descartes había sostenido que el achatamiento era ecuatorial y aunque el astrónomo Jacques Cassini había concordado con los cálculos de Newton, aún se discutía el asunto, por eso se formaron dos Comisiones: Hacia la Laponia viajó Pierre Louis Moreau de Maupertuis y varios ayudantes y hacia el Ecuador Charles Maria de La Condamine.

Las mediciones debían ser realizadas en el hemisferio austral y bajo la línea ecuatorial que divide imaginariamente a la tierra por la mitad. Habría que medir varios grados de meridiano como lo había hecho en numerosos puntos del territorio francés el astrónomo Cassini y era tema de discusión interminable si el globo terráqueo tenía la figura perfecta o un achatamiento hacia los polos. También se discutía el modo de calcular su magnitud y como las mediciones de Cassini se habían practicado en paralelos muy próximos, no se podía deducir una conclusión satisfactoria y el único modo de llegar al conocimiento de la verdad era ejecutar medidas en diversas latitudes.

La Comisión empezó a gestionar los permisos y solo en 1736 los académicos Luís Godín des Odonnais, Pedro Bouguer y CHarles de la Condamine embarcaron en el puerto francés de La Rochele con el botánico José Jussieu, el Cirujano Juan Seniergues, y los ayudantes llamados Hugo relojero, Vergun ingeniero, Morainville dibujante y Cuplet encargado de asistir a las operaciones, preparar el terreno y disponer los instrumentos. Godín era el Jefe por ser el iniciador del proyecto y tuvo a su cargo las economías de la expedición, que hizo escalas en las Antillas, pasó a Cartagena, allí recogieron a los oficiales españoles Tenientes de Navío Jorge Juan de Santacilia y Antonio de Ulloa, quienes habían sido designados acompañantes por el Rey Felipe V de España, con ellos llegaron a Portovelo, Panamá y finalmente a Manta y Guayaquil, donde desembarcaron en Abril de 1736.

La Condamine y Bouguer iniciaron los trabajos contando con la presencia de Francisco Egas – Venegas, Alguacil Mayor del Cabildo de Quito, designado por el Presidente de la Audiencia Dionisio de Alsedo y Herrera para que actúe de acompañante, aunque en realidad su misión era espiar a los científicos extranjeros.

La Condamine realizó una medición inicial en las rocas del promontorio del Palmar al norte del cabo Pasado en las costas manabitas, allí dejó una lápida tallada en piedra conteniendo una inscripción latina, entonces siguió a Portoviejo donde administró quinina a un sujeto criollo que sufría de tercianas o paludismo, quien no había oído siquiera de ese febrífugo que se producía en Loja, tal el atraso que se vivía durante la colonia.

Prosiguió a la provincia de Esmeraldas y tomando el camino construido por Pedro Vicente Maldonado atravesó con éste las cálidas y lujuriosas selvas donde apreció las chozas de bambú, la gente de color de ébano, los papayos, mangos, plátanos, mezclados en tonos cálidos, acacias, lirios calados sobre los árboles y pasionarias que con otras flores que no se veían, hacían que la respiración se convirtiera en un placer sensual, según sus propias palabras.

A principios de Mayo exploró el río Esmeraldas con los negros como palanquines, hacía excursiones mar adentro en una pequeña embarcación hasta el norte del río Verde y luego ascendía por el río hasta llegar a las casas de los indios Cayapas, colgadas a gran altura a sus orillas, mientras realizaba múltiples observaciones y con Maldonado ensancharon su Hoja Cartográfica, se hundieron en la selva tropical y aprovechaban cada día con la misma intensidad como sí se tratara del último de sus vidas. A finales del primer mes de este recorrido estaba ya tan avezado en la selva que no se sobresaltaba cuando los monos aulladores llenaban los bosques de alaridos. Era una nueva educación. América, la desconocida, bajo la tutela de Maldonado, ya no le causaba sorpresa ni temor. También le atrajo el helé o cauchú que los indígenas le habían llevado y observó como hacían cortes a esos árboles para obtener un líquido lechoso y blanco con el que formaban un tejido impermeable o hule, cuando se solidificaba. Pronto hizo una bolsa de caucho para su cuadrante y envió una muestra a Francia donde en 1747 el químico Fresneu finalizó de identificar.

También reconoció las minas de esmeraldas del río Winchile mientras el resto de la expedición tardaba cinco días en llegar a Puerto Quito, capital de la empresa colonizadora de Maldonado, pueblecito ubicado en las montañas de Nono y Calacalí y cruzando una tortuosa ruta en tres días ascendieron a la serranía y el 20 de Mayo arribaban a Quito.

Godin visitó con sus compañeros al Presidente de la Audiencia y le hizo formal entrega de una Real Cédula promulgada el 20 de Agosto de 1734
disponiendo sobre los auxilios que debía prestarse a los Académicos para el mejor y cabal cumplimiento de su labor (carruajes, caballería, dinero, etc.) El Presidente les consiguió dos casas con dilatadas huertas y cielos muy espaciosos. Recién en Junio pudieron arribar La Condamine y Bouguiers aunque muy cansados pues debieron trepar la cordillera de Angas por San Miguel y Guaranda. Por recomendación expresa de la congregación jesuita de Paris La Condamine se hospedó en el Colegio de ellos en Quito, allí aprovecharía el laboratorio para verificar la purificación del mercurio, instalar en la terraza un reloj de arena y montar un almacén comercial.

Este asunto del hospedaje y el haberse separado de sus compañeros en Manta, hizo que el Presidente de la Audiencia recele de su conducta, creyendo que era un simple espía disfrazado de científico. A esto se sumó que no le fue a visitar sino después de algunos días de su arribo a Quito por no disponer de vestidos decentes que ponerse, pues cuando el superior de la Congregación padre Ignacio de Ormaegui le dio las debidas explicaciones, el Presidente no le creyó.

Superados    estos incidentes         de

protocolos    el Presidente         llegó

a enterarse que La Condamine mantenía correspondencia          con Ramón Maldonado y con el Cura de Nanegal y cuando supo que éste iría a la población de Nono, le envió una comunicación advirtiéndole que debía contenerse en los términos de la disposición de Su Majestad, ignorando que el Virrey del Perú había otorgado a Pedro Vicente Maldonado los plenos poderes para construir el camino de Quito al mar, liberando esa capital del monopolio comercial que ejercían los comerciantes guayaquileños.

Los problemas burocráticos no impidieron a La Condamine trabajar en sus altos proyectos, de manera que en unión de sus compañeros recorrió la llanura de Cayambe con el propósito de medir la base necesaria para la triangulación y prefirieron la de Yaruquí donde no hay río alguno fijando dos puntos extremos, uno en Caraburo al norte y otro en Oyambaro al sur. A La Condamine le tocó medir de sur a norte y el 23 de Noviembre la operación estaba concluida. Lamentablemente en Septiembre había fallecido en

Cayambe el Ayudante Cuplet, a causa de una violentísima enfermedad que sólo duró dos días. Le enterraron en la iglesia del lugar, pero actualmente se desconoce el sitio exacto por haberse perdido la inscripción.

De Quito partió hacía el norte con el fin de inspeccionar la zona del Carchi y prolongó sus mediciones hasta la hacienda Pueblovíejo en Mira. El 37 comenzaron a trabajar hacia el sur, llegando hasta Loja, pero fue en la extensa planicie de la meseta de Tarqui, a cinco leguas de Cuenca, donde fijaron los puntos concluyendo las operaciones trigonométricas y comenzaron las astronómicas que se complicaron a causa de las dificultades atmosféricas y resultaron ser las más difíciles. A veces los cielos no estaban despejados y había que esperar pacientemente días y semanas. En ocasiones aprovechaban estos intervalos para herborizar, observar los eclipses de luna y de sol, calcular la oblicuidad de la elíptica y experimentar repetidamente para medir la velocidad del sonido, tomando notas y apuntes.

Ese año La Condamine viajó a Loja y con la ayuda del vecino criollo Fernando de la Vega quien era comerciante, curandero y le sirvió de gran ayuda (1) realizó la descripción de la quina, que reconoció, dibujó en una Memoria “Sur larbre du quinquina” que envió a la Academia de Ciencias de Paris, está considerado el primer trabajo científico sobre esta planta y sirvió a Linneo para establecer el género Cinchona en 1742 incorporando la quina a la ciencia botánica.

Tras su estadía en Loja La Condamine pasó al Perú en procura de recursos para la expedición. A su regreso recogió mucho material de interés naturalista en el austro.

El 29 de Agosto de 1739 y durante una corrida bufa realizada en Cuenca, el populacho se levantó contra el Cirujano Juan Seniergues, quien resultó herido de gravedad. Tres días después moría. Ese suceso fue cuidadosamente anotado por La Condamine, que lo escribió en una “Carta de Madama…” en París, 1746.

Ese año 39 subió con Pedro Bouguer a la cima del Chimborazo y estudiaron el problema de la atracción newtoniana, luego ascendieron al Pichincha y
estando en el cráter del volcán inspeccionándolo, tomando muestras de rocas, realizando un croquis y notas, vieron por una coincidencia curiosa la erupción del Cotopaxi, que al cabo de siglos de calma entraba nuevamente en actividad.

Mantenía permanentemente una curiosidad invencible, el ingenio vivo, el ánimo esforzado y el carácter emprendedor. Con Luís Godín analizaron las oscilaciones del péndulo y midieron la longitud de ellas. En general los académicos franceses fueron los primeros en trazar la Carta Geográfica de estos territorios a base de los planos de los jesuitas Fritz y Magnin especialmente y al terminar sus trabajos en 1740 se separaron. Bouguer siguió al norte y regresó a Europa por el río Magdalena, pues se embarcó en Cartagena y estuvo en Francia en 1744, tras nueve años de ausencia. Godín aceptó enseñar matemáticas en la Universidad de Lima y allí permaneció con la estimación del Virrey hasta 1748.

La Condamine fue recibido el 25 de Mayo del 42 en la Universidad de San Gregorio en Quito, viajó por segunda ocasión al Perú y narró esas experiencias en su obra descriptiva y científica “Las Colecciones”, que trata de sus hallazgos botánicos y depositó en el Museo de Historia Natural de París. En 1744 pasó por Cuenca y Loja, llegó por el oriente hasta Jaén y Mainas y allí, siguiendo el cauce del gran río Marañón para conocerlo y corregir lo que se había escrito sobre su curso, lo cual verificó personalmente, continuó hasta el famoso Pongo de Manseriche y por él llegó al Amazonas. Más de tres meses vivió en la ciudad de Pará, pasó a Cayena y continuó a Francia. En 1745 arribó a la corte francesa tras diez años de ausencia, donde lo recibieron con gran aplauso, como a uno de los sabios de mayor utilidad en su Patria. Introdujo en Europa el Curare que es un poderoso veneno utilizado por las tribus amazónicas, una especia de cascarilla de quina de donde se extrae la quinina contra la malaria y el paludismo y el árbol del caucho que por entonces no tuvo ninguna utilidad práctica y que hoy sirve a la industria.

(1) Femando de la Vega elaboró una pequeña memoria titulada “Virtudes de la cascarilla de hojas, cogollos, cortezas, polvos y corteza de la raíz” a pedido de Miguel de Santistevan, funcionario administrativo que hizo un viaje por tierra desde Lima hasta Caracas entre 1740 y el 41, estudió a las quinas y popularizó su uso medicinal contra las tercianas en el interior del área andina y cuando en 1752 fue designado Superintendente de la Casa de la Moneda de Bogotá, le comisionaron organizar el envío del específico a la Real Botica de Madrid, para lo cual propuso el establecimiento del Estanco de la quina y asegurar el envío.

De París siguió a Londres, asistió a la Academia y lo condecoraron. El 51 publicó “Relación abreviada de un viaje hecho al interior de la América

Meridional”, en estilo claro y agradable como él era en todo, pues no hubo académico más querido y estimado en Quito.

Retirado en sus experimentos y estudios y gozando de la amistad y aprecio del Rey Luis XV, tuvo en sus últimos años la ocurrencia de enamorarse de una joven sobrina. El pasaba de los sesenta y ocho años y ella no llegaba a los diez y ocho, lo que fue la comidilla de la corte francesa y tanto se empecinó en querer casarse con ella que viajó a Roma para implorar al Papa Benedicto XIV la necesaria dispensa por parentesco. El Pontífice le recibió con mucho afecto y comprendiendo las razones que asistían al anciano, no sólo que le autorizó sino que además le dio la bendición apostólica y hasta obsequió un retrato suyo en prueba de admiración.

De vuelta en París se celebró la boda entre las risas de los concurrentes y enamorado como un chicuelo terminó sus días en París, en 1774, de setenta y tres años de edad, aquejado de parálisis, dejando a la joven viuda consolada con la posesión de un rico patrimonio consistente en valiosas propiedades aunque sin hijos.

Fue de carácter agradable, amigo de las chanzas y las bromas. Su estatura alta, su físico atrayente, blanco el rostro, nariz aguileña y el pelo bermellón. No fue ni tan culto como Godín ni tan terco como Bouguer pero reunía en su persona las cualidades necesarias para tratar a la gente con éxito, logrando todos sus propósitos. Era un as para la adquisición de recursos y el giro de las letras de comercio, pues tenía algo que convencía a los demás. En Quito hizo de agente judicial en los varios pleitos en que se vieron enredados los Académicos. En Cuenca salvó en parte la situación cuando el asunto de Seniergues. Su ánimo sagaz le hizo desbaratar el pleito que le puso el nuevo presidente de la Audiencia José de Araujo y Río, todo ello sin perder su serenidad y buen humor, “siempre alegre y festivo, fecundo en donaires y en saladas y muy oportunas observaciones”.

El juicio trató sobre un supuesto delito de contrabando por parte de La Condamine pues en los dos aposentos que le dieron los jesuitas, uno para el sabio y otro para su criado, sacó un almacén donde vendía paños grana para capas, chupas de raso de seda bordada de oro y de plata, medias de varias clases, géneros de seda para trajes de señora, galones de oro, gorros blancos, lienzos para sábanas, encajes, guantes, pañuelos de Holanda finísimos, pistolas, escopetas, estuches, botones, tijeras, cuchillos, agujas, alfileres, joyas de oro y de plata con piedras preciosas y camisas de Holanda guarnecidas de encajes por una docena de las cuales pedía seiscientos pesos. El mismo presidente Alsedo, los jesuitas y muchos individuos notables de la ciudad compraron cuanto quisieron, lo restante se puso a la venta en la tienda de un comerciante francés llamado monsieur Dablanc que entonces vivía en Quito, y el que fijaba precio a las cosas era Ramón Maldonado, hermano del sabio.

Menos suerte tuvo en el levantamiento de las dos pirámides, una en cada extremo de la base principal, a fin de perpetuar en el terreno las señales de la dimensión de la base medida, que tenían por objeto el provecho científico de la posteridad; pues constando con evidencia cuales habían sido los dos extremos precisos de la base, se podía fácilmente repetir la medida de ella en cualquier tiempo. La Audiencia le dio el permiso para su levantamiento y La Condamine las terminó en un año, siendo de grandes dimensiones y con un remate en una piedra labrada en forma de flor de lis. Mas los problemas comenzaron cuando se quiso poner las piedras esculpidas con las inscripciones y Jorge Juan arguyó que no se le hacía justicia a él y a su compañero, ni tampoco al Rey de España. El asunto pasó a mayores y el litigio duró cosa de dos años hasta que la Audiencia falló a favor del vanidoso Juan el 19 de Julio de 1742. La Condamine depositó el dinero necesario y salió de Quito, para que fuere otro el que haga grabar los nombres de los dos Oficiales españoles en los espacios vacíos de la placa. La Audiencia aprovechó la ocasión para hacer fundir dos coronas de bronce y las remacharon sobre las flores de lis y el 26 de Julio de 1746 el Consejo de Indias ordenó derruirlas completas pues consideraron que no podía permitirse la existencia de un “monumento francés” en tierras españolas.

La Resolución fue sin embargo modificada en el sentido de que solamente se cambiara las inscripciones pero todo se confabuló contra dichos monumentos porque los campesinos se robaron las coronas y el 28 de Octubre un Alguacil hizo destruir con la piqueta las inscripciones, dejando medio derruidas ambas pirámides, pues hasta las flores de lis se cayeron al suelo y se extrajo del interior un botecillo y dentro de él una lámina de plata donde La Condamine había hecho burilar la misma inscripción. La lluvia, el tiempo y la total intemperie consumaron en pocos años las ruinas de los monumentos, que con tanto afán había levantado la ciencia en un país donde la barbarie de un torpe sistema de gobierno, nada respetaba.

I tuvo que ascender a la presidencia de la República un gobernante culto y viajado como Vicente Rocafuerte para que fueran restauradas, aunque sin el brillo y la suntuosidad de quienes las habían levantado casi un siglo antes. El Rey de Francia, Luís Felipe I, agradeció el gesto enviando al magistrado ecuatoriano una valiosa tabaquera de porcelana pintada de azul cobalto, con ambas iniciales del monarca francés formadas con brillantes, que hoy se guarda en una bóveda bancaria de Guayaquil, pues la viuda de Rocafuerte la donó al Cabildo.

La Condamine está considerado entre los grandes viajeros y exploradores europeos del siglo XVIII.