CEVALLOS ZAMBRANO EZEQUIEL

MEDICO Y CIRUJANO.- Nadó en Quito en 1856. Hijo del Dr. Francisco Javier Cevallos Calderón, abogado y Presidente de la Corte Suprema de Justicia, y de Mercedes Zambrano Bedón, naturales de Quito.

El mayor de dos hermanos. A los cinco años de edad entró a la escuela de los Hermanos Cristianos. Estudió la secundaria con aprovechamiento en el Colegio San Gabriel.

Graduado de Bachiller en 1874 se mostró indeciso sobre el giro que debía dar a su vida, pero al ocurrir el asesinato de García Moreno, suceso que le impresionó mucho, optó por la carrera de Medicina en la Universidad Central, el 79 la suspendió por razones económicas, pues se quedó tan pobre que casi no tenía para comer, peor para comprar textos, leer y vestirse.

Entre 1882 y el 83 participó en la campaña de la Restauración como Ayudante de Ambulancia, llegando a la toma de Guayaquil el 9 de Julio. Las experiencias adquiridas en un Hospital de sangre, operando grandes heridas contra reloj y sin anestesia, le dieron la destreza de que haría gala años después y que le hizo célebre en Quito (1)

Reintegrado a la Universidad se graduó de Licenciado en Medicina en Julio de 1884 e incorporó al Cuerpo Médico el 2 de Marzo del 86, tras un exitoso examen oral. Era un joven culto que hablaba francés, alemán y latín, idiomas que había aprendido con
diccionarios. Lector incansable, sobre todo de las obras de Juan Montalvo a quien admiraba con frenesí, sin embargo, en el arreglo personal tenía fama de poco cuidadoso.

Entonces se dedicó a recorrer las provincias de Guayas y Manabí mas bien en son de aventura que por afán profesional. Visitó los campos, se extasió en las frondas y en los ríos, conversaba con numerosos personajes de filiación liberal y se ganaba la vida como médico y cirujano ambulante.

De nuevo en Quito, defendió ardorosamente las doctrinas evolucionistas de Darwin y en 1891 fue designado con el Dr. Dositeo Batallas Flores como médicos de Reconocimientos Judiciales y de Vacunación, pero renunció casi enseguida para aceptar el empleo de Médico de la Hacienda Tenguel, propiedad de la familia Caamaño, en la recientemente creada Provincia de El Oro.

Enfermo de fiebre palúdica volvió a Quito en 1895 y comenzó a dictar la difícil cátedra de Fisiología en la Universidad Central. Fue gran fisiólogo, mantuvo su cátedra por vocación y pasión durante casi veinte años, hasta que sintiéndose debilitado y enfermo renunció a ella en 1912.

El mismo año 95 fue designado Jefe de las Salas San José y San Juan del Hospital San Juan de Dios de Quito, implantando modernas prácticas de Clínica quirúrgica.

Entre 1896 y el 99 fue Cirujano Mayor del Ejército. Era un operador magnífico aunque mantuvo su sitial de apego al pensamiento de la época sin dar paso a las corrientes nuevas, nunca aceptó los principios de asepsia y antisepsia pasteurianos y por eso le calificaban de médico retardatario. Sin embargo era cariñoso y hasta caritativo pues a muchos de sus pacientes no les cobraba y hasta procedía a obsequiar los remedios.

(1) Entre sus pacientes contó al célebre Dr. Manuel Balarezo, a quien tuvo que amputarle una pierna con gangrena. De allí en adelante se le conoció con el sobrenombre del “Cojo Balarezo”.

En Noviembre del 97 publicó en los Anales de la Universidad Central sus “Lecciones Compendiadas de Fisiología General” y en Mayo del 98 “Breves Observaciones sobre el calórico – orgánico.” Ese año, cuando frisaba los cuarenta y dos de edad, contrajo matrimonio con Angela Rodríguez pero siguió siendo el bohemio incorregible de siempre, que gustaba salir de parranda con un amigote inseparable a quien decía “Ayalita” por su apellido.

Al enviudar pasó a segundas nupcias con Felisa Arias.

En cierta ocasión pidió sus instrumentos al Ayudante y éste le contestó que los estaba flambeando. Cevallos tomó el bisturí y lo afiló en el pasamano del corredor diciendo “Mejor sería que se flambee la cabeza”. También acostumbraba mirar burlonamente a los médicos que regresaban de Europa. El General Leonidas Plaza, que lo apreciaba bien, quiso enviarlo al viejo continente en 1901 pero fue respondido “Sabe Ud. señor Presidente, que no me gustan ni los guantes ni los lentes, que es lo único que traen de allá los que retornan.”

Al joven Enrique Gallegos Anda mantuvo en su casa mientras estudiaba medicina y como si fuera su hijo. Cuando se graduó en 1.902 le proporcionó parte de su clientela, que era selecta y muy numerosa.

En Junio de 1906 editó “Breves observaciones al Carbono animal para su genuina apreciación fisiológica y su recta interpretación en Patología”, dictó varias conferencias sobre el determinismo y unidad de los fenómenos de la naturaleza y prosiguió un largo estudio sobre los fermentos, pues era un lector que acostumbraba encerrarse horas enteras en su rica biblioteca. Ese año aplicó por primera vez en Quito la anestesia local a base de cocaína, adelanto que conmocionó a la medicina de entonces.

Al final de sus días vivía en su casa de la Montúfar entre Junín y Espejo y a igual que su hermano era libre pensador y enemigos acérrimos del régimen garciano. Cuando enfermó de disentería amebiana, que posiblemente había contraído en la costa y se le complicó con una infección pulmonar, rechazó como toda alma libre la asistencia de un sacerdote, diciendo: “Yo, al igual que Juan Montalvo, no necesito intermediarios.” Falleció contando los últimos momentos que le quedaban con una serenidad que admiraba a sus parientes, el 28 de Agosto de 1914, de sólo cincuenta y tres años de edad y fue sepultado en el Cementerio de San Diego.

Tenía la apariencia hosca y muchos le creían lleno de misantropía pero en el fondo era bondadoso y siempre se le conoció muy servicial. Sus formas externas guardaban ese aire de frialdad que aleja toda confianza, impidiendo la comunicación, revelando flema, dominio y voluntad. Solía decir cosas muy serias matizadas de anécdotas burlescas que ponían un sello de hilaridad en todo lo suyo. Fue reputado el mejor cirujano del Quito de esos tiempos por su rapidez y ciencia.

Era fama que operaba con un delantal blanco de la cintura para abajo traído de Francia por el boticario Planches y que acostumbraba “atuzarse lentamente los bigotes y seguir hablando y conversando” mientras amputaba limpiamente y sin anestesia algún miembro destrozado o con gangrena ¡Que tiempos aquellos!

De memoria prodigiosa, fácil inventiva, ingenio agudo para el chisme y la sátira, comprensión y afán por el estudio, era considerado todo un personaje. Su severidad y rectitud eran temidas en la cátedra y en los exámenes pues siempre fue terco y exigente. A un alumno preguntó ¿Dónde está el tronco celíaco? I como no pudiera contestarle de inmediato le dijo “A la una, a las dos, a las tres, pegue un golpe y vayasé”.

Dada su originalidad, los viernes a las doce del día prendía una vela de las llamadas Imperiales, por ser las más gruesas, a un Cristo yacente que mantenía dentro de una urna en su dormitorio, como cariñoso recuerdo a su madre. También tenía como devota tradición hacer nacimientos en su casa cada fin de año para alegrar a la gente del barrio, a quienes invitaba con muchas formalidades. Entonces gozaba tocando los chinescos, pitos y tambores, oyendo recitar las loas, los villancicos, tomando mistelas y agua de canela…!

Dejó un libro inédito sobre Fisiología y el recuerdo de sus hechos y anécdotas.