HISTORIADOR. – Nació en Ambato el 7 de Julio de 1812 y fue bautizado el mismo día. Hijo legítimo de Mariano Cevallos, Administrador de Correos de Ambato y propietario de una casa en la Plaza Mayor quien actuó durante la primera independencia con ánimo humanista pues ayudó a realistas e insurgentes por igual (Era hijo natural del Gobernador Pedro Fernández de Cevallos natural de Mariquita en el Nuevo Reino de Granada, de condición noble) Fue su madre Victoria
Villacreces, dueña de la hacienda Chiquilchas en Pelileo, que viuda de Cevallos contrajo segundas nupcias con Pedro Alcántara Darquea y Endara; todos ambateños (1)
Mimado en exceso en su primera niñez y acostumbrado al ocio debió realizar sus estudios primarios en Ambato con algún pedagogo privado, en 1826 viajó a Quito a cursar Latinidad, Humanidades y Filosofía en el Seminario de San Luis y desde 1828 estudió Jurisprudencia. su mayor ambición consistía en que llegaran las vacaciones anuales para volver al pueblo natal y entregarse a sus anchas en compañía de otros mozos alegres, a una existencia del todo libre de ocupación provechosa.
“Di en andar de cotarro en cotarro, chacoteandome en esta casa, jugueteándome en la otra, bebiendo, cantando con la de más allá, dándome un verde por las huertas de Ambato, pavonadas repetidas por los edenes de Guano, por los Chambos y Pallatangas, siempre en movimiento, siempre con amigos y amigas, sino realizándolos, siempre haciendo paraíso” y sin mayores aficiones literarias a no ser la lectura de novelas.
Hernán Rodríguez Castelo se ha preguntado con toda razón si no habrá leído también a biógrafos e historiadores.
Su biógrafo Mera diría después: se entregaba a sus anchas a bailes y paseos báquicos por las huertas, se casó en Ambato con Leonor Vela Baca y siguió tunante, entonces se relacionó con su cuñada Teresa Vela Baca con quien tuvo a Adriana, su hija única, con grave escándalo social pues por esa época ya había contraído matrimonio.
La noche del 10 de Noviembre de 1835, mientras asistía en Riobamba a un baile celebrado en casa del Gobernador Nicolás Vásconez Naranjo, se suscitó un odioso incidente con el General mulato Juan Otamendi; por cuanto al llegar éste último a la fiesta en compañía de su esposa, nadie se había dignado cederle su asiento a ella. Otamendi reclamó como era justo y en un momento dado hizo un ademán de sacar la espada, recibiendo un pistoletazo del Gobernador Vásconez que sin embargo no le causó herida alguna. Entonces Otamendi le alcanzó en el estómago, con tan buena suerte
para el Gobernador, que la lanza chocó contra la gruesa hebilla de su cinturón, sin herirle. Otamendi se retiró airado y como a eso de la una de la mañana, regresó a caballo y en el patio insultó a los presentes, que pasaban de ciento cincuenta. El joven Daniel Salvador disparó cerca de Otamendi y lo enfureció, al punto que él y sus ayudantes empezaron a alancear a la concurrencia, con un saldo de muertos y heridos. Salvador no fue el que llevó la peor parte pues salió con nueve cortes aunque de poca consideración mientras el Dr. Camilo Quiroga recibió un lanzazo en el esternón y murió. Pedro Fermín Cevallos fue herido en un brazo aunque sanó poco después, quedándole únicamente el recuerdo del mal momento.
Parece que esta dura experiencia le hizo meditar en la importancia de la vida y dejando a un lado las fiestas y saraos en que se hallaba, se contrajo a terminar su carrera hasta graduarse de Doctor en Jurisprudencia, incorporándose como abogado ante la Corte Suprema de Justicia.
“Entonces se le notó afición a la lectura, y poco a poco los estudios históricos y literarios llegaron a ser su pasión dominante”.
En 1847 fue electo Diputado por Pichincha en reemplazo del Obispo de Cuenca Pedro Antonio Torres que había perdido la nacionalidad por floreano. Por sus ideas liberales figuró como protector de la sociedad “Amigos de la Ilustración”. Era saludable y amiguero, muy alegre y bailarín y por tanto enamorador del bello sexo, al que dedicaba buena parte de su vida.
En 1849 fue partidario del General Antonio Elizalde Lamar pero tras el Convenio de la Florida que dio al traste con las pretensiones de dicho candidato liberal, el 50 surgió un momentáneo predominio conservador con Diego Noboa Arteta, quien estaba respaldado por el General José María Urbina. Entonces – desengañado de los vaivenes de la política nacional – se trasladó a Guayaquil en busca de nuevos horizontes y hasta puso estudio profesional para ganarse honestamente la vida, consagrandose con bastante aplicación y buen éxito.
El 51 escribió apasionadamente a favor de la revolución de Urbina en el periódico “El Seis de Marzo”, fue designado Ministro de Estado y casi
enseguida se trató en la Asamblea Constituyente la expulsión de los jesuitas que fue aprobada por mayoría de votos. El secretario Javier Espinosa renunció para no firmar el decreto y Cevallos solicitó tal designación para tener la gloria de firmarlo (sic.) y así sucedió, aunque años más tarde cambió de ideas y hasta los defendió en sus obras.
Ese año 51 aparecieron sus artículos de costumbres en la revista trimestral “La Rebusca” calificada como el más interesante del tiempo y lo más completo de todo los que se había publicado hasta entonces.
Para la Asamblea del 52 continuó en dicha secretaría compartiendo funciones con Pedro Bustamante. Cuando la Asamblea culminó sus sesiones a fines de año pasó a Guayaquil designado por el Presidente Urbina para el desempeño de la fiscalía de la Corte Superior de Justicia de ese Distrito. Durante la estadía en el puerto principal había aprovechado el tiempo en hacer amistades, revisar bibliotecas privadas y conocer los contornos, especial interés demostró en la hacienda La Elvira, teatro de los sangrientos combates ocurridos durante los días posteriores a la revolución marcista de 1845.
A fines del 53 volvió a la capital con el objeto de estar junto a los suyos y “dándose cuenta del tiempo perdido, concentró su voluntad al estudio hasta convertirse en fuente de potencia creadora” pues ya frisaba los cuarenta y un años.
(1) Mariano Cevallos fue una persona importante y benévola, en la guerra de la Independencia favoreció a patriotas y realistas. A los primeros, dándoles garantía cuando eran capturados por orden del General Toribio Montes y antes había favorecido al teólogo Dr. Miguel Araujo y al Corregidor Ignacio Arteta, facilitándoles la fuga y poniéndolos a cubierto de la persecución activada contra ellos por los patriotas. |
Por eso el 54 escribió en “El Fígaro” sobre asuntos literarios especialmente del género jocoso y en “El Filántropo” publicó sus famosas “Cartas Tauromáquicas” con críticas de costumbres; pero eso sólo constituyó el principio de su vasta carrera como hombre de letras pues el 55 editó en “La Democracia” un Cuadro sinóptico de la República del Ecuador que contiene en esquemas resumido por cierto, los acontecimientos principales de la nación según el propio Cevallos, pero le salió amigablemente al frente Miguel Riofrío y esto hizo que declarara que había escrito el Cuadro sin examen, por simple informes y con la ligereza que se hace todo lo que es para periódico, de manera que el Cuadro le sirvió para plantearse una labor mucho más completa y profunda y tuvo que dedicarle tiempo a ciertas
lecturas como la Historia del padre Juan de Velasco entre otras. También sacó otra serie titulada Galería de contemporáneos ilustres, traducida del francés. Del 55 fue el comienzo de su Plan >General para una Historia del país, que preparó a conciencia durante los siguientes años hasta verla casi terminada el 61.
Entre el 61 y el 62 apareció con su firma en “El Iris”, publicación literaria, científica y noticiosa fundada en Quito en 1861 por su amigo el pedagogo neogranadino Benjamín Pereira Gamba, cuatro siluetas de ecuatorianos ilustres, conteniendo las biografías de Pedro Vicente Maldonado, Juan de Velasco, Juan Bautista Aguirre y Antonio de Alcedo, trabajos que fueron considerados una halagüeña forma de preparación para escribir su historia del país. Por esta época hizo gran amistad con el naturalista inglés Richard Spruce, quien investigaba en la sierra la posible existencia del tesoro del Inca Atahualpa escondido por orden de Rumiñahuy en las montañas de los Llanganatis, y le comenzó a fallar la vista, mal que se le iría complicando hasta dejarle completamente ciego hacia 1880.
En 1861 la Convención Nacional fundó la Academia Científica del Ecuador pero no la dotó de rentas. Cevallos fue su primer Presidente. El 63 editó un folleto en cuarto titulado “El Almanaque” en 156 págs. Sus miembros fundadores fueron Gabriel García Moreno, Juan José Flores, Mariano Cueva, Carlos Aguirre, Rafael Carvajal, Daniel Salvador, Pablo Herrera, Sebastián Wisse, José Manuel Espinosa, Manuel Angulo, William Jameson, Joaquín Tovar, Manuel Bustamante, Miguel Egas, Francisco Javier Salazar y el propio Cevallos.
En 1862 había sacado su primera obra bajo el título de “Breve Catálogo de errores en orden a la lengua y lenguaje castellanos” en un cuadernito bien chico que fue creciendo con nuevas voces hasta la tercera edición ese mismo año, todas en cuarto. I tal fue su éxito que pronto se realizaron cinco ediciones en total. La última en 270 págs. en cuarto.
El Breve Catálogo está inspirado por “Las Observaciones sobre la lengua castellana” del colombiano Ulpiano González y se divide en siete partes, a saber: 1) Errores de pronunciación o de simple intención, 2) Errores de significación y de construcción, 3) Errores de género, 4) Errores de número, 5) Errores de acentuación, 6) Algo sobre Galicismos, y 7) Breve catálogo de Galicismos. Cevallos era tan preocupado de la corrección del lenguaje que oyendo en la calle a unos muchachos que irían al campo a cazar parajillos con sus bodoqueras, le aclaró: “Cerbatanas han de decir, jóvenes, que ese es el nombre correcto”.
Entre el 62 y el 63 solicitó a Pedro José Cevallos Salvador algunos de esos impresos que el Dr. Moncayo necesitaba para escribir su historia. El 64 publicó como texto unas breves “Nociones de Historia Natural”. El 66 editó en Guayaquil la biografía de su amigo el poeta Juan León Mera en 59 páginas, trabajo que le malquistó con Juan Montalvo, quien dijo: Ha tomado a pecho la ímproba tarea de volver ilustre a un hombrecillo. Desde el 61 venía desempeñando la cátedra de Procedimiento en la Universidad Central, de suerte que cuando en 1867 editó “Instituciones de Derecho Práctico Ecuatoriano” en 349 páginas, en la imprenta de los huérfanos de Valencia en Quito, hizo un gran favor a sus alumnos y colegas en general.
El 67 concurrió al Congreso y se opuso a la política del Ministro del Interior Manuel Bustamante, yerno del presidente Jerónimo Camón, quien, mal aconsejado dispuso la prisión de varios senadores de la República, entre los cuales se encontró Cevallos y su amigo Manuel Angulo, pero como a las pocas horas de tomada esa medida se cayó el gobierno, recobró inmediatamente su libertad.
En Marzo de 1869 se quejó del trato que recibían los ambateños a quienes motejaban despectivamente los quiteños diciendoles chagras sin distingo de clase o de condición, mientras los capitalinos se trataban de marqueses entre ellos. Vaya audacia¡ Ese mes recibió en Quito a su hija Adriana Cevallos Vela que se había criado con su madre doña Leonor Vela Baca en Ambato. Lamentablemente la joven no pudo viajar con su madre pues la “delicadeza y dignidad de la esposa de don Pedro Fermín” lo impidió. Ambas hermanas nunca se volverían a ver ni a tratar.
Ese año demostró una falta de criterio al manifestar que la Historia de César Cantú no podía compararse con la del francés Rollín, al revés de lo expresado por su amigo Pedro Moncayo quien le había enviado de Lima un comentario muy elogioso de la obra de Cantú. Igual falta cometió al darle la razón a su compadre Juan León Mera que le había consultado sobre su proyectada novela Cumandá. Cevallos le contestó: está magnífica la idea de hacer versos a nombre de los antiguos indios y creo que aún así pueden tomar cierto aire propiamente nacional. Creo que todos (los versos) deben ser pastoriles, idílicos y algunos anacreónticos.
Mientras tanto había concluido el “Resumen de la Historia del Ecuador desde sus orígenes hasta 1845”. En el Prólogo explicaba su conducta diciendo; No habiendo hecho yo figura como hombre político, no perteneciendo a ningún partido, mi corazón se halla exento de odios y afectos. El Plan General se dividió en seis tomos. El primero contiene la historia de los aborígenes y la conquista copiado íntegramente de Juan de Velasco. El segundo, el período colonial, está basado en los escritos del célebre autor norteamericano Robert Prescott. El tercero trata sobre la revolución de la independencia aunque debió hacerlo en una mayor extensión porque los hechos se encontraban aún frescos en su tiempo; sin embargo la narración es rica y el anecdotario barroco y por eso se ha dicho que en el mucho detalle Cevallos entorpeció el conjunto. El cuarto, narra el período Colombiano. El quinto, comienza con la época republicana y llega hasta la revolución del 6 de Marzo de 1845 y el sexto contiene la Geografía Política del Ecuador.
Como no tenía fondos para editar el Resumen lo envió a diversas partes dentro y fuera de la República en busca de editor que lo acepte, también había buscado el desesperado medio de las suscripciones y hasta hubo un decreto de protección oficial dictado por la Convención de 1861 que las penurias del estado no permitieron cumplir. Así pues, el autor debió guardar los manuscritos, completamente desalentado, pero en 1868 su amigo el Dr. Julio Castro Bastús ocupó el ministerio de Hacienda en el gobierno del Dr. Javier Espinosa y firmó una orden de pago por todo lo que el tesoro debía a Cevallos por sueldos y pensiones atrasadas, radicando dicho pago, para que fuese más factible, en la tesorería de Manabí, que tenía derechos de Aduana. En Diciembre del mismo año 69 viajó a Lima a fin de que se imprima su Resumen de la Historia del Ecuador. Su amigo Vicente Emilio Molestina Roca le ayudó en la empresa consiguiendo que la imprenta de “El Peruano” cobre únicamente seis mil pesos, a pagarse mediante doscientas veinte suscripciones. Para febrero del 70 ya estaba el primer tomo y pudo enviar algunos ejemplares a
Quito donde se colocaron treinta y tres casi enseguida, creándose un enorme nivel de expectativa por conocer los siguientes volúmenes que fueron saliendo entre voces de reconocimiento, reclamos y quejas, aunque por lo general causaron gratísima impresión al país, sin embargo, para su autor – cuidadoso en extremo con las erratas – los yerros tipográficos y hasta la falta de renglones enteros en ciertos párrafos, le tuvieron con dolor de cabeza por algunos días. Estas faltas se debían a la súbita muerte de Molestina, amablemente encargado de revisar la edición.
Cuando apareció el Resumen su autor recibió una carta de más de setenta páginas del Coronel Francisco Eugenio Tamariz, refutando numerosas afirmaciones sobre el período de las guerras de la independencia. Cevallos tomó debida nota y en la segunda edición de 1886 modificó todos los textos aludidos sin mencionar a Tamariz.
Pronto la obra se convirtió en un clásico de las letras patrias, buscada por alumnos, profesores y público lector en general como el único libro de Historia del Ecuador que se podía adquirir por esos años. La segunda edición de Guayaquil de 1886 salió tan plagada de errores tipográficos como la anterior, al punto que algunos amigos le escribieron desde el exterior para que la edite en Madrid o en París.
Originalmente contenía un séptimo tomo que jamás llegó a publicarse, con documentos importantes, muchos de ellos inéditos, que Cevallos llevó a Lima, dejó en poder del editor y se perdieron a la muerte de éste en 1874, sin que se pudieran recobrar a pesar de los esfuerzos realizados. Mas, como conservaba en su poder el duplicado de algunos de ellos, los distribuyó a guisa de apéndice en la segunda edición, que por esta razón salió corregida y aumentada y extendida hasta ese año en algunas materias de Geografía Política.
I para terminar con el Resumen cabe indicar que había sido iniciado en 1852 cuando su ilustre autor frisaba en los cuarenta años, edad propicia para las grandes empresas del intelecto, de suerte que su elaboración, tomó forma desde 1855, demoró cosa de dieciséis años a través de la paciente revisión de archivos, recolección de documentos y ordenamiento de ellos, búsqueda de informes orales y escritos y testimonios fehacientes. Fue un trabajo por demás arduo, realizado sin descuidar sus labores abogadiles que precisaba para el mantenimiento de su hogar.
La crítica no dejó de opinar acerca de su bondad o defectos. Mera indicó que adolecía de pecadillos contra el idioma. El Arzobispo Pólit, ya en nuestro siglo, dijo que había sido escrito en estilo bastante almidonado y tieso, imitando en eso a los historiadores clásicos, pero Hernán Rodríguez Castelo contradice esta opinión con mucha lógica indicando que Cevallos fue un historiador clásico por el clima de serena objetividad en que se mueve aún en los tramos más agitados de su historia y por los límites que fija a su lenguaje narrativo, que debe ser considerado un historiador de tesis, que tuvo un alto amor a la Patria y escribió con léxico castizo – no caudaloso pero rico en prosa fluyente, armoniosa, organizada en períodos exactos y llenos de información e ideas.
Manuel J. Calle manifestó que el Resumen es sencillo, noble, castizo, a veces profundo y será la base para que escritores más afortunados levanten el monumento de la historia ecuatoriana, pero al mismo tiempo le acusó de ser un mero continuador de Velasco y de adolecer de falta de penetración, por no tener la perspicacia y peor la dignidad, energía e independencia necesarias por el miedo de Cevallos a tratar las cuestiones que se rozan con la persona del General Juan José Flores, pues todos sabían que el Dr. Antonio Flores Jijón era su amigo y hasta se interesó en el Resumen, poniendo a sus órdenes algunas colecciones de documentos para que se sirviera de ellas.
Tobar Donoso, en cambio, ha manifestado que el Resumen fue escrito en estilo limpio y sencillo, siendo su defecto principal la limitación a la historia política, característica que relievó el ex presidente Antonio Borrero cuando calificó a Cevallos de padre de la Historia Política del Ecuador. Celiano Monge elogió su narración ataviada con la sencillez de un estilo fácil y correcto. Sin embargo, a pesar de esos criterios y de otros más que se han vertido, en muchos casos contradictorios, la obra ha perdurado a través de los tiempos no solamente por ser el primer intento serio de historiar al país después del realizado en la colonia por el padre Juan de Velasco, sino también por las condiciones adversas en que fue escrita, cuando no se disponía de suficientes bibliotecas y la mayor parte de los archivos eran de difícil o inaccesible localización. Por eso se ha vuelto a editar numerosas veces en el siglo XX.
A raíz de la inicua revolución de García Moreno contra el presidente Javier Espinosa en Enero del 69, el primero dijo dijo que había en la U. Central de Quito elementos que estaban pervirtiendo a la juventud, elementos dañados, y por bando dio a conocer al público el hecho y se les sacó de la U. Uno de los afectados con tan injusta medida fue el Dr. Pedro Fermín Cevallos, a quien se conocía por su buen carácter e ideas francamente liberales, los otros fueron José Mariano Mestanza, León Espinosa de los Monteros, Antonio Navarrete, Carlos Casares, todos considerados personalidades de prestigio en la capital, que fueron sustituidos por simples adulones (mediocres elementos conservadores adictos al nuevo régimen) Para colmos, la U. Central fue entregada a los jesuitas y fue el padre Enrique Terenziani el encargado de enseñar que no existía la soberanía nacional, que el único poder era el del soberano Pontífice, o sea, una regresión al pasado medioeval.
Desde 1871 en que el escritor neogranadino José María Vergara y Vergara había conversado en Madrid con el Dr. Julio Castro Bastús acerca de la creación de las Academias de la Lengua en América, se veía con buenos ojos tal proyecto, que recién el 4 de Mayo de 1872 pudo llevarse a efecto en casa de Cevallos, quien recibió a los miembros designados en España y con los demás concurrentes nombraron a otros. Cevallos fue electo primer presidente de la Academia ecuatoriana de la Lengua. El 2 de Junio siguiente el presidente García Moreno aprobó la erección, el 13 de Noviembre la legislatura asignó una anualidad de seiscientos pesos para el funcionamiento y exoneró a la Academia del pago de franquicia postal. Las “Memorias” comenzarían a salir a partir de 1876.
Ese año 72 casó su hija Adriana con el Coronel Pablo Elicio Darquea, natural de Ambato, con sucesión. El 74 dio a la prensa “Aclaración comprobada de la política de Vicente Rocafuerte” contestando unas críticas formuladas contra el Resumen (se refería en concreto a las formuladas por el periodista guayaquileño José Gómez Carbo, conocido por su seudónimo de Jecé) y al leer en el periódico “La Nueva Era” de Guayaquil una crítica a la Gramática de Baralt indicó que el lenguaje utilizado por sus redactores Federico Proaño y Miguel Valverde era fluido aunque afrancesado, mas resaltaba la valentía de ellos por haberse atrevido a hacer oposición a la dictadura personalista del Presidente García Moreno, quien no permitía la libertad de imprenta en el Ecuador.
Ese año aparecieron sus principales hechos de vida escritos por su amigo Juan León Mera bajo el título de “El Dr. Dn. Pedro Fermín Cavallos, apuntes biográficos.”
El 75 fue Ministro Juez de la Corte Suprema de Justicia y al año siguiente desempeñó la presidencia de tal organismo.
El 76 actuó como Consejero del presidente Antonio Borrero Cortázar para quien escribió un Informe, oponiéndose a la petición efectuada por el club “Rocafuerte libertad de estudios” cuyos miembros querían la convocatoria a una Convención Nacional para derogar la Carta Negra o constitución garciana de 1869 de manera que su antiguo criterio liberal había sufrido una transformación total.
Su involución ideológica desde un liberalismo romántico inicial hacia un cómodo conservadorismo le impedía actuar de otra manera y a la caída de Borrero se quedó sin ambos empleos: Ministro Juez en la Corte y Consejero presidencial.
El 77 manifestó que el periódico “El Regenerador” de Juan Montalvo era bueno pero como siempre obra de un furioso, aunque discurría bien y con bastante novedad. Entre el 18 y el 19 de Noviembre se dio la batalla campal en las calles de Quito entre las fuerzas del gobierno dirigidas por el General Cornelio Escipión Vernaza Carbo y los invasores que arribaron del norte. Fueron dieciséis horas de incesante baleo que disminuyó cuando los invasores se alejaron derrotados a las ocho de la mañana pero el fuego continuó en forma esporádica hasta las doce del día, todo este trajín le dejó sumamente agotado. También le cayó como balde de agua fría la explicación del Papa León XIII aparecida en el periódico “Los Andes” de Guayaquil, en el sentido de que el liberalismo no se oponía al catolicismo.”
El 78 ejerció la presidencia del Banco de Quito cuyo gerente era Alejandro Guarderas. Dos años más tarde le reemplazó en la gerencia. En Julio del 79 se corrió la noticia en Ambato de que se iba a meter a fraile y protestó airadamente ¡Yo fraile, ni por pienso¡ ¡Yo con escapularios, tampoco¡ y editó un “Compendio de la Historia del Ecuador” para estudiantes, del que se conocen cinco ediciones hasta 1905, en 213 páginas.
A principios de 1881 renunció a la gerencia del Banco de Quito porque un par de accionistas “me dieron a entender que el Banco no merecía la protección del gobierno porque Veintemilla me tenía por su enemigo,” de suerte que interpuso su renuncia indicando que se nombre a Aurelio Cañadas, como muy amigo del Jefe Supremo, y en efecto, éste fue nombrado.
Ese año un anónimo malqueriente se le burló en “Los Andes” de Guayaquil diciendo que en su casa el Dr. Cevallos usaba suecos como los campesinos en Europa. Ese año preconizó la candidatura presidencial de su amigo el ilustre poeta Julio Zaldumbide Gangotena, pero el golpe dictatorial de Veintemilla, a favor de sí mismo, dio al traste con dichos planes. Por entonces ya comenzaba a sentir los achaques propios de la vejez. “Mi salud aunque aparentemente buena se está yendo a menos… por fortuna mi carácter siempre festivo me liberta del hastío que acompaña a otros jóvenes.”
En el período de Veintemilla (187683) permaneció en oposición pasiva, cuando cayó el régimen fue designado Ministro Juez de la Corte Suprema de Justicia y es que necesitaba los trescientos sucres mensuales de sueldo para alimentarse con cierta decencia. En 1886 ocupó por segunda vez la presidencia de tan alto tribunal.
En 1883 renunció al ministerio en la Corte Suprema de Justicia y a la dirección de la Academia ecuatoriana de la lengua, pues casi había dejado de ver y no se sentía capacitado para esas elevadas tareas, pero aún así se hacía conducir a las sesiones de la Academia ecuatoriana de la lengua por su amigo Federico Donoso González a quien tenía por cariñoso lazarillo.
En 1886 su hija Adriana lo llevó a vivir a su casa esquinera en la García Moreno y Manabí al lado de la iglesia de Santa Bárbara donde finalizó sus días el historiador pues estaba casada y con tres hijos. El 87 publicó un texto de Geografía del Ecuador que vio una segunda edición al año siguiente. Y como era un vejete muy sociable, “con motivo de la llegada a Quito de la Compañía Jarques, cuantas veces ha habido funciones en el teatro no he faltado a ninguna y aun tengo el propósito de no faltar”.
Finalmente se operó las cataratas a principios del 89 sin resultados mayores “pues la inflamación que me vino y no desaparece del todo, no permite aún que se haga el ensayo de los anteojos para saber si he recobrado la vista. Veo, si, la luz de las imágenes que se me presentan pero no sus pormenores, pues se interpone entre ella y mi ojo una nubecilla que si bastante diáfana, me causa oscuridad.”
En 1890 dada su pobreza y ceguera casi total algunos compatriotas solicitaron al Senado de la República la concesión de una jubilación con módica pensión económica que pudiere serle de alguna ayuda en sus últimos días pues se avizoraba pronto su final; mas no faltaron espíritus pequeños que alegaron la pobreza del erario y el proyecto terminó negado, lo cual causó sorpresa y pena en la República y hasta motivó un elogioso ensayo de Abelardo Moncayo. “Cuantos tesoros de inteligencia y saber existen en las nutridas páginas de su Resumen, envidiable corrección y casticismo en la palabra y en frase, concisión sin oscuridad, claridad sin difusión elevación nunca desmentida en el pensar, rectitud en el sentir, amenidad en las descripciones, sagacidad suma al penetrar en las causas de los sucesos y en las intenciones de los actores, fuego vividor cuando la materia lo requiere, increíble y sencilla ternura como en la muerte del Libertador por ejemplo, parsimonia en los adornos, elocuencia brotada en la naturaleza misma de los asuntos que toca, todo campea en nuestro Resumen como en su propia casa todo nos manifiesta la riqueza del pincel de tan afortunado artista.
En esos últimos años su hija Adriana Cevallos Vela le serviría de secretaria en la correspondencia y en la lectura de los periódicos.
En 1892 apareció en Danzig, Alemania, la monumental Geografía y Geología del Ecuador del Dr. Teodoro Wolf que en las notas marginales agradeció a Cevallos haber sido por muchos años aficionadísimo a la geografía del país, recogiendo materiales para un Mapa y que con tal objeto había dibujado sobre hojas aisladas los mapas de las provincias de la república con el fundamento del Mapa de Maldonado, corrigiéndolo y completándolo con sus propias observaciones y con las
de los geógrafos modernos, material que tuvo la amabilidad de poner a disposición del sabio alemán y con ello le prestó un gran servicio, pues sus planos le sacaban en ocasiones de las dudas y le servían para completar en muchos puntos los de las provincias del interior.
Siempre sociable y ya de edad provecta “frecuentaba la tertulia de la familia Gómez de la Torre en cuyo seno era querido y tratado como si fuera miembro de ella. Por las noches solía ser su distracción favorita el juego de ajedrez con el Dr. Antonio Gómez de la Torre, respetable cabeza de una de las ramas de la mencionada familia.”
En Marzo del 90 se enterneció al recibir un honrosísimo Acuerdo de la Academia en que sus colegas le llamaban benemérito de las letras patrias, iniciador de las disquisiciones lingüísticas y esclarecido decano de la literatura ecuatoriana.
Este gran ecuatoriano que amó mucho a las mujeres, a la gramática, a la historia y que siempre anduvo de buen carácter, se fue de ese mundo como siempre lo había deseado, en Quito el 21 de Mayo de 1893, a la avanzada edad de ochenta y un años y a consecuencia de múltiples achaques propios de la vejez que no de otra cosa, justamente por eso tranquilamente y sin enfermedad visible.
Su estatura era mediana, amplía la frente y la cabellera hirsuta, negra y algo nativa. La tez blanquísima, nariz pronunciada, boca fina y aristocrática y mentón fuerte que le confería una gran dignidad. Férreo en sus propósitos, disciplinado para el trabajo, buen investigador de casos generales y de cosas particulares, pasaba por curioso y preguntón, aparte de excelente gramático en una época en que esa ciencia no tenía cultores.
Junto a Aguirre Abad, Pedro Moncayo, Juan Murillo Miró y Pedro Carbo forma la primera plana de historiadores del Ecuador del siglo XIX, lamentablemente sufrió el influjo de la época garciana que trastocó el buen gusto liberal del país y por eso terminó siendo casi un reaccionario.
En cuanto a política era de carácter inestable y habiendo comenzado “liberal y divertido” como él mismo decía, terminó beato de misa diaria, rosarios, novenas y todo lo demás, y hasta se hizo llevar el viático con
campanilla para que la gente supiera que el liberalote de Pedro Fermín Cevallos se había convertido pues ya para entonces tenía la voluntad muy disminuida. Entre sus logros personales cabe destacar que con su obra sobre nuestro idioma está considerado con toda razón como el iniciador del estudio concienzudo del idioma castellano en el Ecuador.
La inconstancia de su carácter hizo que siendo amigo de confianza de Montalvo se metiera a biografiar al joven Mera con excesivos elogios lo que molestó a Montalvo quien era enemigo jurado de Mera por cuestiones de familia; todo ello terminó por agriar las relaciones de Cevallos con Montalvo y se perdió esa vieja amistad.