CEVALLOS CALERO JORGE

POETA.- Nació en Portoviejo el 2 de Diciembre de 1898 y fueron sus padres legítimos José Roberto Cevallos Contador, comerciante, Profesor de idiomas en el Colegio Olmedo, dueño de una fábrica de hielo en Portoviejo y hombre de vasta cultura pues era un buen lector y hablaba y escribía correctamente en inglés y francés y Dolores Calero Barreto, naturales de Portoviejo.

El segundo de una familia compuesta de ocho hermanos que crecieron en la casa propia del centro de la población (calles 18 de Octubre y Sucre) donde recibió las primeras letras. Su padre le enseñó inglés y francés hasta los nueve años. Terminada la primaria pasó al Colegio Olmedo dos años y completó su formación como alumno externo en la Academia del Profesor Aníbal San Andrés, con clases de caligrafía y teneduría de libros, por eso poseía una hermosa letra cursiva.

En los años 20 vivió alegres horas de bohemia de tragos y libros con sus amigos del grupo Dad: Vicente Amador Flor, Horacio Hidrovo Velásquez, Verdi Ceballos Balda y Antonio Falconí. Con ellos tomaban una carreta de mula y una damajuana de puro y se iban al caer de las tardes, una vez que pasaban las loras, en permanente jolgorio, camino a Picoaza. Cevallos hacía versos simples con raíz modernista y su interés por la humanidad sufrida y doliente unido a su fino sentido del humor, hizo que en cierta ocasión su amigo Verdi le dijera: El hombre de los tragos blancos y los sueños negros. Con ellos también formó la gloriosa generación literaria de “Argos”, así llamada por el nombre de la revista de cultura aparecida durante un corto tiempo en Portoviejo, con la cual se dieron a conocer en el país.

Poco después se graduó de Contador Hacendario Fiscal, visitó Quito y Guayaquil haciendo amistades literarias, sobre todo en la capital, donde tuvo un grupo extenso de amigos en la Plaza de la Independencia. En 1923 escribió crónicas en “Fray Gerundio”, periodiquillo de la ironía picante y malicioso humorismo, que tuvo tanta aceptación en Portoviejo.

Nuevamente en Manabí contrajo matrimonio con Noemí Murillo Hidrovo, tendrán seis hijos y una unión estable y feliz en una pequeña quinta en las hoy calles Gual y Córdova, colaboró en revistas y periódicos de provincia y trabajó como Contador para varios comerciantes chinos. Mauro Guillén lo llevó a Alajuela y también trabajó en la Casa Azúa de esa población.

En 1935 se trasladó a Manta a vivir de su profesión y construyó una casa pintoresca que llamó “Rancho el Trueno”, de caña cubierta de zinc, situada frente a un arenal que después se transformó en el actual rompeolas. Allí se inspiraba con la visión del mar en una azotea llena de plantas que gustaba cuidar con manifiesto interés, imitando la ancestral belleza de las casas campesinas.

El 38 recibió a Gabriela Mistral de paso hacia el norte y la presentó en una inolvidable velada literaria ante numerosos manabitas que tuvieron el privilegio de conocerla y tratarla. Bebía y fumaba cigarrillos dorados de envolver, leía mucho, sobre todo libros de literatura que hacía traer en cajones de Quito y que sus hijos aún recuerdan porque cuando llegaban tenían que romper las páginas pegadas con un cuchillo, labor en las que a veces pasaban toda una noche.

En 1943 aceptó el desempeño de las funciones de Registrador de la Propiedad del Cantón Portoviejo y alquiló una casa en la calle Chile. Sensible ante la tragedia de la II Guerra Mundial y atento siempre a la temática universal, escribió numerosas poesías que dedicó a los líderes de la contienda. En los años 50 fue miembro del Núcleo de Manabí de la CCE. En los 60 fundó y presidió el Grupo Cultural Manta, que tanta actividad desarrolló en esos años y obtuvo la Flor Natural por su “Canto a Portoviejo”, recordándose aún la alegre fiesta que se brindó con tal motivo en la quinta “El Recreo” de su hermano Miguel Ángel Cevallos Calero.

A principios del 67 comenzó a sentir molestias en los bronquios y tras varios infructuosos tratamientos fue conducido a la Clínica Moderna del Dr. César Serrano en Guayaquil, donde le diagnosticaron hongos, aunque en realidad era un enfisema. Estuvo tres meses asilado, le vino una insuficiencia renal y falleció a las dos y media de la mañana del 20 de Agosto, de 68 años de edad, dejando un cuaderno de poemas manuscritos, algunos de ellos editados en un parvo folleto de 48 págs. conteniendo principalmente su Canto a Iberoamérica – fragmento.- //Cuenta la historia que una reina un día/ gravó sus joyas y empeñó su nombre, / arrebatada a la visión de un hombre/ que un mundo de ultramar le prometía.// Y que al conjuro de su aliento hispano / tres Caravelas empujó en los mares/ y encontró que ese mundo en lo lejano, / como un presagio que guardó al arcano, / lo nimbaban dos círculos polares.// De pronto y en el fondo parecía/ que en el telón de la honda lejanía, / los dos nimbos polares reflejaban, / como una inapagable proyección,/ las dos coronas que en su sien llevaban/ los Reyes de Castilla y Aragón./ / Cuajando auroras y extendiendo el día, /a través del abismo se diría/ que España dilataba su talante / y que como una lente difundiera,/ sobre el haz de la huérfana ribera, /ansioso de exaltarse en su rodel, / demandaba el albergue de la entraña / luminosa y fecunda de Isabel…//

En un artículo suscrito por “Esteban” se dice que cantó a las altas torres de Portoviejo con espiritualidad y en verso, por ello la Municipalidad de su ciudad, cuando fue presidida por el Lic. Horacio Hidrovo Peñaherrera, con justicia le erigió un busto que perenniza su memoria.