CASTRO BASTUS JULIO

POLITICO Y ESCRITOR.- Nació en Tabacundo, Provincia del Pichincha, en 1836. Hijo legítimo del Coronel José Castro y Benavides quien casó con una hija del Oidor de la Audiencia José Bastús, natural de los reinos de España.

Se desconocen los detalles de sus primeros años que debió pasar con sus padres en Guaranguí cerca de su lugar natal. Para 1851 inició sus estudios de leyes en Quito y el 55 su amigo Pedro José Cevallos Salvador le llevó a su casa donde se reunían los miembros de una sociedad secreta llamada “Los amigos de la humanidad”, que logró colocar en la Asamblea electoral del Pichincha a varios de sus miembros bajo la consigna de luchar contra el despotismo militar existente.

El 57 se graduó de Abogado en la Universidad Central. En Junio del 59 figuró con su amigo Pablo Herrera en la fundación del periódico político “El Primero de Mayo” en oposición abierta al régimen del Presidente Francisco Robles. Allí publicó sus primeros ensayos literarios y cuando el 4 de septiembre se formó el triunvirato revolucionario en Quito bajo la presidencia de Gabriel García Moreno, fue nombrado su secretario particular y con el grado de Sargento Mayor realizó la campaña militar contra la Jefatura Suprema del General Guillermo Franco Herrera en Guayaquil.

El 24 de Septiembre de 1860 entró en el puerto principal por las llanuras de la hacienda Mapasingue. El Diario de esta campaña, escrito a vuelo de pájaro durante el trayecto de Quito a Guayaquil y luego en el vivac de ésta última ciudad, quedó inédito a su muerte, pero después ha sido publicado dos veces bajo el título de “Recuerdos de Campaña” Parcialmente por Humberto Toscano Matheus en 1953 y totalmente por Wilfn’do Loor Moreira en 1960 dentro de su obra “La Victoria de Guayaquil”.

Ese año publicó una composición “dedicada a mis amigos” en 6 páginas bajo el título de “Porvenir” y desempeñó conjuntamente con Pablo Herrera la secretaría de la Asamblea Nacional Constituyente que eligió Presidente a García Moreno. Al término de las sesiones pasó al Tribunal de Cuentas. Por ese tiempo acostumbraba concurrir a las tertulias socio-literarias de hombres solamente, realizadas en casa de la noble y rica matrona Emilia España Gabiño, donde conoció a su hija Emilia Guerrero y España, con quien casó, teniendo un matrimonio feliz aunque sin hijos.

Hacia 1863 intervino en la segunda guerra con Colombia como Auditor de Guerra del Estado Mayor y cayó prisionero en la desgraciada batalla de Cuaspud, librada el día 4 de Diciembre de 1863 entre las fuerzas Neogranadinas del General Tomás Cipriano de Mosquera y las ecuatorianas del General Juan José Flores. El colombiano Mosquera había ocupado la población de Cumbal y Flores pasó el rio Blanco y acampó en la colina de Cuaspud a una milla del enemigo. Entonces Mosquera marchó para Carlosama y Flores respondió moviendo hacia el sur, para situarse entre Mosquera y Quito. Finalmente ambos ejército se encontraron en el lomerio de Cuaspud donde los ecuatorianos se entramparon y no pudieron usar la caballería ni desmontar sus piezas de artillería. La batalla comenzó a las diez y media de la mañana y terminó a las once con nuestra total derrota.

(1) Para el sepelio del gran poeta nacional Hugo Mayo, sorprendió a la critica con un poema titulado “Xerolaxis”, de intensa emotividad y al mismo tiempo de protesta visceral contra los convencionalismos de un entierro de primera, tan en disonancia con el estoicismo y rebeldía que fueran propios del ilustre fallecido. “Xerolaxis” se publicó en Expreso y causó sensación.

A poco fue liberado y marchó a buscar trabajo en Guayaquil donde parece que no le fue del todo bien. De nuevo en Quito ocupó la secretaría de la Cámara del Senado hasta 1864 y fue designado por Pablo Herrera miembro de la Academia Nacional Científica y

Literaria que éste acababa de formar. En la incorporación estudió la poesía popular inspirándose en las doctrinas literarias de Trueba. Su discurso de ingreso se publicó mucho después, en 1883, en el No. 3 de los Anales de la Universidad Central.

Entre el 66 y el 68 concurrió como Diputado a los Congresos de la República. El 67 dio a la luz su alegato jurídico “El Pleito de Playa Grande” y fue Diputado por la Provincia del Pichincha.

En 1868 Juan León Mera le menciona en la “Ojeada Histórico Crítica de la Poesía Ecuatoriana” de la siguiente manera: Al recorrer las composiciones del Dr. Julio Castro saltan a la vista, sin buscarlos mucho, una buena cualidad y un grave defecto; la primera consiste en lo natural y fácil de los versos y el segundo en cierta flojedad y vulgaridad en la expresión. El Dr. Castro… no tiene genio para la poesía elevada y el defecto que acabamos de notar confirma nuestro pensamiento: nada desdice tanto de esta clase de obras como la humildad de las palabras y la falta de nervio en el estilo. A veces este pecado se traslada como por contagio de la locución al metro, y en los versos que tenemos delante hay algunos que no lo son.

Sin embargo el mismo Mera le reconoce méritos, aunque solo en la poesía popular, que Castro también cultivaba y dice “su romance Un Matrimonio en mi barrio es una verdadera pintura de costumbres quiteñas o más bien ecuatorianas. Hay trozos fáciles y desenfadados, diestras pinceladas y todo el conjunto es una historieta de esas que se repiten en nuestros pueblos aún en noches que no son de navidad.

Un Matrimonio en mi barrio (Fragmento) // Fueron después a la mesa / Servida con tanto afán / Que el apetito de un muerto / Pudiera resucitar. / Confites de doña Goya / De la Sebastiana pan, / Pasteles de don Augusto, / Chicha dulce de San Blas, / Empanadas de la Tola / Malaya¡ y no sé qué más, / Luego un guapo colombiano / De la escuela liberal, / Político o periodista, / I no sé qué cosas más, / Pronunció veintidós brindis, / Como era muy natural, / Más encumbrados que un globo, / Más hinchados que un guardián, / Tronantes cual triquitraque, / Ruidosos como un timbal: // I tan grandes cosas dijo / Del novio y de su mitad, / Que si todo fuese cierto, / ¡Caramba¡ a la Universal / Exposición les mandara / Cual prodigio singular / Sobre el cual Buffon no tuvo / Noticia alguna jamás.

// Terminada la comida, / Bailaron con sumo afán / Los mozos el amor fino, / Los viejos el costillar, / En tanto que un mozalbete / De los de sombrero atrás, / Con entusiasmo cantaba / De su guitarra al compás…/

Ese año 68 pasó a ocupar el ministerio de Hacienda en la presidencia del Javier Espinosa. Por entonces la casa de su amigo Pedro José Cevallos Salvador se convirtió en centro de reuniones de un grupo de personajes escogidos, tertulia a la que asistían Mariano Mestanza, Alejandro Cárdenas, Manuel Cornejo, Víctor Proaño, Juan Navarro, Santos Cevallos y Julio Castro entre otros.

Producida la revolución garciana de Enero del 69 dichos conertulios fueron perseguidos y apresados. Castro se salvó de la prisión merced a la intervención de Ramón Aguirre pero tuvo que ausentarse con su esposa a Europa. Su lealtad a Espinosa le había acarreado la enemistad mortal del tirano García Moreno.

Tres años permaneció en el exterior, recorrió España y Francia y en 1872, antes de volver a Quito, trabó amistad en Madrid con el notable literato colombiano José María Vergara y Vergara “y de sus cordiales entrevistas nació la feliz idea de la fundación de las Academias de la Lengua correspondientes a la española”.

Ya en el país encontró un mal ambiente en la capital y decidió instalarse a trabajar en Guayaquil, donde se hizo conocer por sus altas dotes de abogado. En 1874 se promovió la empresa financiera “La Previsora” que el 1 de Enero del 75 le eligió Director conjuntamente con José Vélez Rico y con Francisco Javier Aguirre Abad.

En Agosto de ese año fue asesinado García Moreno y el partido liberal auspició la candidatura presidencial del Antonio Borrero, que triunfó y asumió el poder; pero como no convocó a una Asamblea Constituyente que reformara la Constitución garciana, también llamada Carta Negra, Castro se volvió agente revolucionario y trabajó en su contra.

En 1876 fue electo Concejal del Cantón Guayaquil, apoyó el golpe liberal que estalló ese año en el puerto a favor del General Ignacio de Veintemilla.

En 1877 publicó “Benito el toreador” en 38 páginas, considerado un simple cuadro de costumbres nacionales; en 1878 concurrió de Diputado a la Constituyente de Ambato donde ocupó la Vicepresidencia y combatió ardorosamente una disposición que se iba a dictar en favor de la tolerancia religiosa en el Ecuador, manifestando en un discurso que eso equivalía a la descatolización del país “cuyo mas preciado bien era su unidad religiosa puesto que la pluralidad de creencias era admisible en otras naciones, pero solo como un mal necesario”.

Tan absurda doctrina le atrajo las iras del presidente de la Asamblea, General José María Urbina, que no había podido concurrir a dicha sesión por enfermedad, que aprovechó la Ceremonia de los funerales del Papa Pío IX y que se encontraba presente el General Veintemilla, para insultar soezmente a Castro, tratándole de hipócrita y miserable. Ese desagradable episodio motivó que Castro editara su “Discurso en defensa de la unidad católica” para que fuera el público su mejor juez.

Meses después el presidente Veintemilla le designó Ministro del Interior para contentar a los católicos; pero como al poco tiempo suprimió el subsidio de seiscientos pesos anuales a la Academia de la Lengua, formada casi exclusivamente por literatos consevadores, Castro trató de convencerle de dar pié atrás pero tuvo que renunciar ante su inconcebible obstinación..

En 1883 no participó de la Restauración y para el Centenario del nacimiento del Libertador pronunció su discurso “Bolívar considerado como orador” en la sesión solemne que se celebró en el teatro Sucre de Quito. Poco después recibió un banquete de congratulación al que asistieron numerosos amigos.

En 1885 nuevamente fue Diputado por la provincia de Pichincha. El 86 presidió esa Cámara y el Congreso Extraordinario que se reunió poco después. El 88 fundó con un grupo de amigos el Club Pichincha y como era un hombre por demás sociable y simpático, fue electo su primer Presidente. La idea del Club salió de casa de su suegra, que era culta y hasta liberada para su época y no temía la compañía de los hombres como sucedía con las demás damas capitalinas de entonces. El primer directorio fue formado por los caballeros que concurrían a sus tertulias, tal es así que otro de sus yernos, el poeta Leonidas Pallares Arteta, ocupó la Vicepresidencia. El 89 pasó a la Corte Superior de Justicia.

El 91 volvió a presidir la Corte Suprema y a la renuncia del Dr. Pedro Fermín Cevallos por su ceguera y avanzada edad, le sucedió en la dirección de la Academia de la Lengua. El 92 dio el Discurso de Orden con que la Academia conmemoró el IV Centenario del Descubrimiento de América, que se publicó en 7 páginas. Ese año también editó la “Biografía del Dr. Pedro J. Cevallos Salvador” en 15 páginas y el 93 el “Elogio Fúnebre del Dr. Pedro Fermín Cevallos” que leyó en la misma Academia, en 21 páginas.

Declarado insubsistente el tratado Herrera – García por la legislatura ecuatoriana del 94, le correspondió el honor de ser enviado a Lima por el gobierno del presidente Luis Cordero a buscar una nueva solución al delicadísimo problema fronterizo que amenazaba estallar.

En Lima encontró que los plenipotenciarios    colombianos

Aníbal Galindo y Luis Tanco habían manifestado en Agosto que su país deseaba suscribir un Convenio tripartito con Perú y Ecuador a fin de resolver las diferencias existentes.

Aceptada esa intervención, concurrió a las Conferencias de Diciembre y suscribió una Convención adicional de Arbitraje que conocida por el Congreso ecuatoriano no fue aprobada. Entonces Luis Felipe Borja le acusó de debilidad y parte de la opinión nacional le fue adversa a Castro aunque otros le apoyaron y en estos últimos estuvo el propio Presidente de la República Dr. Luis Cordero.

Con la no ratificación de este Convenio por parte de Ecuador, ha escrito mi tío Jorge Pérez Concha, pese a las gestiones realizadas en este sentido, y habiendo retirado posteriormente el Congreso Nacional del Perú la ratificación que le dio poco después de suscrito, la situación entre las respectivas Cancillerías continuó regida por el Convenio de Arbitraje de 1887, cuya tramitación había quedado en suspenso a causa de la intervención de Colombia.

Perdida nuevamente la posibilidad de llegar a un acuerda directo para la solución definitiva de un problema que ya se iba haciendo secular, en esta ocasión debido a la conducta impropia de los delegados colombianos, especialmente de Galindo, que tuvo para el Ecuador una actitud inconveniente que bien pudo calificarse de hostil, nuestro problema limítrofe continuó su sinuosa ruta sin solución posible.

Mientras tanto, en su calidad de Ministro del Ecuador, con fecha 4 de Noviembre se había dirigido al gobierno de Chile, ratificando todo lo acordado en el negocio de la Compraventa del buque de guerra “Esmeraldas”, contrato suscrito por el Cónsul del Ecuador en Valparaíso, Luis A. Noguera. Con dicha ratificación del gabinete del presidente Luis Cordero, se finiquitó el negocio del mencionado buque y éste salió hacia las Islas Galápagos, donde se produjo el cambio de la bandera chilena por la ecuatoriana y así partió a Yokohama, donde fue entregado a las autoridades japonesas. Castro regresó a la capital ecuatoriana abatido por su fracaso diplomático, pero con su conciencia tranquila por haber hecha todo lo posible a favor de los altos intereses de su Patria, encontrando con gran sorpresa que la situación política se había agudizado pues ya se conocía el asunto de la venta del vapor Esmeraldas, calificado de sucio negociado que afectaba la honra nacional, al ponerse en venta nuestra bandera y a tal punto llegó la repulsa ciudadana que amenazaba la terminación del gobierno y por eso, tratando de poner en orden las ideas y con la loable intención de apaciguar los ánimos, dio a la luz pública un alegato histórico – político sobre “La Compraventa del crucero Esmeraldas” en 58 páginas, en defensa del gobierno pero solo consiguió avivar más el fuego de las polémicas sobre tan controvertido asunto, transformado en un escándalo nacional.

Producida la revolución liberal en Guayaquil el 5 de Junio de 1895 y habiendo entrado triunfador el General Eloy Alfaro en Quito, Castro se retiró de toda actividad pública y pocos meses después, en plena vorágine, falleció en esa ciudad, el 10 de Noviembre de 1896, de sesenta años de edad.

Si figuró mucho en su tiempo, en cambio, ahora se le considera un poeta menor y hasta poco feliz, aunque cultivó con mayor talento la prosa popular, hizo necrologías, ganó dinero con sus alegatos profesionales como abogado en ejercicio y anotó en su cartera los recuerdos de sus viajes que constituyen quizá lo mejor de su prosa.

Como político se mantuvo siempre en posiciones dignas, sin transigir ni doblegar la frente ante el poderoso. Fue secretario y amigo de toda confianza de García Moreno, pero cuando éste destituyó a Espinosa prefirió viajar al exterior antes que soportar sus injustas iras en Quito.

Luego fue borrerista hasta que se produjo el impase sobre la Constitución garciana, y como liberal apoyó a Veintemilla, de quien se distanció por sus abusos de poder. Finalmente se alejó de todos los partidos, aunque por su calidad de Académico, colaboró con los gobiernos de sus amigos personales los presidentes Flores Jijón y Cordero, miembros de tan docta corporación.

Su estatura mediana, contextura algo gruesa, nariz amplia y roma, ojos cafés claros, barba partida, bigote y pelo café. Carácter jovial, expansivo y parsimonioso, muy dado a la conversación sabrosa, a la anécdota menuda y solazante, que no hunde el aguijón del dicterio sino que aviva el espíritu. Fue un personaje agradable, no mordaz ni amargo, que pasó por la vida deleitando y sin ocasionar perjuicios.

Sus obras aparecieron en la Antología de Poetas y en la Nueva Lira Ecuatoriana en el siglo XIX, pero después se han ido olvidando.