CASTILLO TORRES MARIANO

PROCER DE LA INDEPENDENCIA. Nació y fue bautizado en Ambato el 17 de marzo de 1782. Hijo legítimo de Francisco Xavier Castillo y de Juana Torres, ambateños. Se ignora sus primeros años. En 1809 vivía en Quito y concurrió a las dos reuniones realizadas el 9 de agosto, una en casa de Francisco Xavier de Ascázubi y otra en las piezas que Manuela Cañizares alquilaba en la casa de propiedad de la Cofradía del Sagrario al lado de Sagrario de la Catedral y frente al Cuartel.

En la madrugada del 10 de agosto acompañó al Dr. Antonio Ante a forzar la Guardia del Palacio de Gobierno para comunicar al Presidente Manuel Urries, Conde Ruiz de Castilla, que había sido depuesto. Los sucesos posteriores hicieron que la revolución fracasara y habiendo vuelto el mando a los realistas, se dio cuenta que su libertad corría peligro y se escondió en una casa del barrio de San Roque, donde comenzó a planear la fuga de los presos, hasta que  la mañana del 9 de Julio de 1810, al salir de la casa de María de la Vega, esposa del Capitán Juan Salinas, fue apresado y llevado al Cuartel Real de Lima.

El Coronel Manuel Arredondo y Mioño al verlo gritó “Que le echen un par de grillos a ese ganapán y al Calabozo No. 3”, situado en el primer piso alto, donde tenían fuertemente custodiados a los presos de mayor peligrosidad y jerarquía.

Castillo tenía una novia llamada Manuela Valdés de García, hija de Guayaquil según lo asevera el escritor Castillo Jácome a quien seguiremos, y pudo escribirle unos cuantos renglones avisándole que le iban a conducir al Cuartel en calidad de detenido. Ella vivía en Quito con una tía, a la que engañó diciéndole que iba a confesarse, vistió de hombre, se cortó el pelo, trató de imitar al sexo masculino y así disfrazada se presentó a Arredondo, a quien convenció para que “lo tomara como soldado”. Pronto ganó su simpatía y pasó a ser su escribiente y ayudante, haciendo vida de cuartel y sobrellevando los peligros que tal estratagema encerraba.

De allí en adelante trató de ponerse en contacto con su novio y empezó a estudiar la forma de liberarle, pero en eso se produjo el levantamiento popular del 2 de agosto y Manuela corrió a la celda de Castillo, mientras los soldados del Cuartel Real de Lima barrían una pared de un cañonazo para entrar a masacrar a los presos, fue herida por un ladrillo en la cabeza y perdió momentáneamente el conocimiento. Recuperada a los pocos minutos, toda ensangrentada, subió al primer piso alto, donde halló a varios soldados y a un sargento, en la innoble tarea de asesinar a los indefensos presos. Manuela les imprecó y hasta disparó, matando de contado al oficial;  el resto de la tropa la atacó y obligada a arrodillarse le dispararon en la cabeza.

En ese momento su cadáver fue desnudado por los morbosos soldados, quienes comprobaron asombrados que se trataba de una mujer blanca y muy hermosa.

Al día siguiente viernes 3 de agosto a las nueve de la mañana, fue amortajada en el interior de la Iglesia de San Agustín; su triste historia corrió de boca en boca y se supo que era huérfana de padre, había arribado a Quito tres años antes y con su tía Mariana Valdés, por dictamen médico, habiéndose conocida con Castillo en el camino que hicieron casualmente juntos, simpatizando enseguida y jurándose amor eterno arribaron a Quito. Se desconoce su tumba.

Volviendo a Castillo, prisionero en el primer piso alto del Cuartel al momento de la masacre, parece que alcanzó a ser herido superficialmente en la espalda mientras la tropa iba asesinando a los demás detenidos y aprovechando un momento de confusión se desgarró las ropas, revolcó en su sangre y cayó de bruces al suelo fingiéndose muerto. Entonces ocurrió el incidente de su novia Manuela, que posiblemente oyó pero no pudo observar por haber sucedido fuera de su celda, soportó culatazos, fue repasado a bayoneta – de diez puntazos habla el Resumen de la Historia del Ecuador – y en medio de las imprecaciones del momento perdió el conocimiento a causa de los dolores de sus heridas y de la hemorragia.

Esa noche, mientras los padres de San Agustín amontonaban los cadáveres de los próceres en el interior de su iglesia, recobró el conocimiento, trató de pararse y dar unos pasos, ante el horror de los religiosos que quisieron huir; pero al darse cuenta que no era una aparición sobrenatural, lo auxiliaron y condujeron en camilla a la enfermería, lo llevaron con entusiasmo a una celda muy segura dice Pedro Fermín Cevallos, donde le mantuvieron oculto por varias semanas hasta que se repuso totalmente de sus heridas y pudo salir, a tiempo que arribaba a Quito el Comisionado Regio Carlos Montúfar, sumándose a sus campañas militares.

De allí en adelante sembró la inquietud revolucionaria en Ambato y Guayaquil. Para 1818 entró al servicio militar como Cadete del batallón Numancia que pasó a Lima y desplegó la bandera de la independencia merced a las patrióticas gestiones de Rosita Campuzano, la Protectora amante de San Martín, cambiando su nombre por el de “Voltígeros”; pero debió estar muy poco tiempo porque en Noviembre de 1820 figuró entre los patriotas que atacaron el cuartel de Latacunga, donde es tradición que el Comandante Feliciano Checa y Barba le ofreció el grado de Capitán, que Castillo rechazó con orgullo.

Posteriormente realizó la campaña libertadora del Sur hasta triunfar en Pichincha y nada más se conoce de su suerte hasta que el 26 de enero de 1827, hallándose en Lima y retirado del servicio, se sumó a la revolución del Teniente General José Bustamante, Jefe del Estado Mayor colombiano acantonado en el Perú, quien entró en comunicaciones con el Jefe del Consejo de Gobierno Andrés de Santa Cruz y declaró que la Tercera División a su cargo estaba resuelta a regresar a Colombia.

El gobierno peruano se apresuró a proporcionar a los sublevados los transportes después de pagarles una gran parte de sus haberes militares. Bustamante, con el batallón Rifles, dos compañías del Caracas y un escuadrón de caballería se dirigió a Cuenca al tiempo que el Comandante Juan Francisco de Elizalde con la primera División desembarcó en las costas de Manabí y desconoció a las autoridades existentes en el sur.

En Guayaquil se sublevó la población y el Cabildo encargó el gobierno al General José de Lamar, tío carnal de Elizalde, con quien se avino enseguida. Mientras tanto Bustamante había sido tomado prisionero en Cuenca y despachado a Guayaquil con el fin de llegar a un acuerdo, lo que no fue posible. Mas, un golpe de suerte salvó la unidad de Colombia. Flores se aprestó a la guerra y logró atraer al Comandante Guevara, que se le pasó con cuatro compañías de la Tercera División llegada a Manabí. Desde ese momento la situación militar cambió y Lamar tuvo que designar comisionados a la hacienda La Florida donde se celebró un Convenio y el General Ignacio Torres se encargó de la Intendencia del Departamento de Guayaquil, en tanto el 18 de abril el General Gamarra había provocado una insurrección general en Chuquisaca y pasando con sus fuerzas el río Desaguadero invadió Bolivia. Para contenerle salió al paso el General Urdinima y suscribieron un tratado en Piquirá, estipulando la salida de
las tropas colombianas en quince días lo que efectivamente se realizó de manera que la gran obra unificadora de Bolívar parecía terminada, quizá por eso, el día 13 de Junio Bolívar proclamaba su dictadura en Bogotá y empezaba a caer en el descrédito.

La situación diplomática entre Colombia y Perú se había agudizado por motivo de la negativa peruana a reconocer el pago de la deuda de la independencia y de los agravios de la Tercera División comandada por Bustamante. El Ministro peruano José Villa trataba en Bogotá de llegar a un acuerdo a base de falsedades. En efecto, comenzó por afirmar que no tenía instrucciones de su gobierno para negociar sobre la deuda, luego declaró sin ningún valor el Tratado de 1822 de Guayaquil celebrado entre los Generales Portocarrero y Paz del Castillo a nombre del Perú y Colombia respectivamente. Dicho desconocimiento ocasionó la ruptura de relaciones por parte de Colombia y quedó declarada la guerra.

Bolívar dio el mando de las tropas a Sucre que estaba de vuelta en Quito para enfrentar a Lamar, que con ocho mil soldados peruanos había invadido el sur. Mariano Castillo se encontraba entre ellos y poco después se produjo la célebre batalla de Tarqui que favoreció a Colombia debido a la traición de los principales jefes peruanos dirigidos por el mariscal Gamarra, que abandonaron en mitad del combate a Lamar.

Retirado Castillo a Piura y viéndose derrotado y decepcionado por el devenir de los acontecimientos, en un momento de profunda depresión tomó la fatal resolución de suicidarse de un tiro de revólver en las sienes, lejos de su Patria, solo y en la mayor pobreza. Era de estatura regular, audaz, marcial y de mirada altiva. En su semblante no se transparentaba la menor sombra de temor. Sin estar insolente su expresión era digna y serena. Sus ojos negros le relampagueaban. De gallardo parecer, valiente hasta la temeridad y de lúcido entendimiento.

Agitador por naturaleza, vivía en un perpetuo estado de exaltación de los sentidos debido a sus ideas extremistas y fanáticas. Amó la libertad como
quizá ningún otro prócer de nuestra Independencia y sufrió mucho por ella. Admiró a Bolívar y luego le llegó a odiar. Sus huesos fueron arrojados a una fosa común y sólo queda de él su nombre y el imborrable recuerdo de su gesta y su heroísmo (1)