CASAS BARTOLOME

DEFENSOR DE LOS INDIGENAS.-Nació en 1474 en el barrio de Triana, Sevilla, España. Fue su padre Pedro de Cassaus o de las Casas, que es lo mismo, quien acompañó al Almirante Cristóbal Colón en su segundo viaje y fue Encomendero agrícola en la Isla Española. Se desconoce el nombre de su madre, tuvo una hermana llamada Inés de Sosa mujer del carpintero Cristóbal Fernández y un tío paterno Francisco de Peñalosa fue Capitán, criado de la reina Isabel la Católica, muerto gloriosamente con otros veinte compañeros en guerra contra los moros en el Cabo de Aguer y Azamor.

Se conoce que realizó estudios de Gramática en Sevilla según el método introducido por Antonio de Nebrija y Filosofía y Cánones en Salamanca, graduándose en Jurisprudencia y luego se ordenó de Sacerdote.

En 1502 de 26 años de edad pasó con el Gobernador de la Isla Española fray Nicolás de Ovando. Dijo su primera misa en el poblado de Santiago de la Vega y se hizo cargo de la Encomienda dejada por su padre, que consistía en una gran extensión de terreno dedicado a la agricultura y con indios para su trabajo, pero dándose cuenta de las injusticias que se cometía con ellos y del trabajo esclavista a que eran sometidos, pronto se desilusionó prefiriendo alistarse en la expedición de Diego Velásquez a Cuba y después acompañó a Pánfilo de Narváez en la expedición a la provincia del Camaguey, tratando siempre de amparar a “esas pobres criaturas, los indígenas”.

Al fundar Velásquez la villa de la Trinidad le cedió un terreno con indios de repartimiento pero sufrió una profunda crisis espiritual y considerando indigna de sus actividades esos menesteres, le devolvió la tierra y los indígenas y a fines de 1515 regresó a España a conseguir algún tipo de legislación que les protegiera.

En la península quiso entrevistarse con el rey Fernando V el Católico que murió ese año. Entonces tuvo que recurrir con un Memorial al Cardenal Benito Cisneros de Mendoza, Regente del Reino, quien le puso en contacto con el sabio jurisconsulto Juan López de Palacios Rubio y entre ambos redactaron las nuevas Ordenanzas de Indias para reemplazar a las primeras que se conocieron y habían sido promulgadas en Burgos el 27 de Diciembre de 1512 por orden del Rey Católico para su aplicación por Antonio de Ovando en la isla Española. Se componían de treinta y cinco artículos. El origen de esta primitiva legislación hay que encontrarlo en los reclamos de fray Antón Montesino, O. P. contra los excesos de los Encomenderos en la mencionada isla.

En 1516 volvió a la isla Española acompañando a los padres Jerónimos que iban a examinar la situación y trató a fray Domingo de Mendoza, O. P. quien le pidió que ingresara a la Orden dominicana, pues hasta entonces Las Casas era un simple sacerdote suelto; siguió predicando contra los repartimientos, se ganó el odio y la oposición de los conquistadores y pobladores españoles y tuvo que volver a España en 1517 con una Carta de Recomendación de los franciscanos en la que se le califica de “sujeto bueno y religioso”, entonces propuso a la Corte varios recursos para armonizar los intereses espirituales y materiales, entre otros, el de enviar labradores de España a poblar y a cultivar la tierra, el permitir el comercio esclavista de individuos de raza negra provenientes de Africa para explotar las minas y los campos sembrados de caña de azúcar, trabajos que por su dureza creía “nuestro santo y sabio sacerdote” que no era posible que realizaran manos españolas. Esta última proposición le desprestigiaría eternamente, pues se fundamentó en la desigualdad racial entre blancos y negros y fue el origen de la esclavitud de esta raza en América; sin embargo, vale la pena indicar que pronto comprendió su error y rectificó criterios, aunque ya era tarde. Por ese tiempo gozó de la protección del Canciller Jean Le Sauvage, que había sucedido a la muerte de Cisneros en la confianza del Rey y concibió un plan de colonización únicamente a base de labradores y religiosos en la costa de Tierra Firme (Panamá) y en Cumaná (Venezuela) pero fracasó. Ahora, con el conocimiento de la historia de la conquista en América, vemos que hubiera sido imposible que gente campesina y sin armas penetrara en imperios tan desarrollados como el de los Incas, o domado la fiereza de tantas tribus salvajes, algunas de ellas caníbales, del resto del continente, especialmente en el Caribe donde había antropófagos.

Es de interés relievar que al mismo tiempo que defendía a los indígenas del maltrato de las Encomiendas, servía de agente de los intereses del Almirante Cristóbal Colón, especialmente de su hijo Diego Colón, con quien estaba estrechamente ligado por vínculos de amistad y viajes. Por eso se opuso con éxito al nombramiento de Diego Velásquez entre otras cosas. También es bueno indicar que entre 1517 y 1522 el padre Las Casas se convirtió en una de las figuras más comentadas de la Corte Española, conocida su posición contraria a la explotación inmisericorde de los habitantes naturales de las Indias.

Decepcionado por la inutilidad de sus esfuerzos y por cuanto comprendió finalmente que el problema de la conquista solo podía resolverse a sangre y fuego merced a la acción militar y destructiva de las armas y que su secuela, es decir, la colonización, era un acto de injusticia originado en la fuerza bruta y mantenido a base de la esclavitud de los indígenas a la tierra merced al sistema de las Encomiendas, entró en la Orden dominicana, se retiró a la vida contemplativa en 1522 en un monasterio de España, donde permaneció siete años escribiendo y orando, fruto de lo cual fue el comienzo de su “Historia de las Indias”, inspirada en la lectura del Sumario de la natural historia de las Indias publicado en Toledo en 1526 por Gonzalo Fernández de Oviedo.

La obra del padre Las Casas está considerada un Tratado mas bien teórico pues establece a través de numerosas citas de los Padres y Filósofos de la Iglesia, que la guerra no es un modo o método equitativo para la difusión de la fe. A través de su lectura el padre Las Casas deja entrever su erudición con transcripciones de textos escritos contra la guerra.

En 1530 viajó a Nicaragua y Guatemala como misionero. El 31 ocupó el priorato de la villa de Puerto Plata donde construyó un convento dominicano y entró en pugna con los Encomenderos, quienes consiguieron una Cédula en su Contra. Las Casas tuvo que movilizarse a la isla Española para defenderse ante el Consejo de Castilla y escribió un tratado bajo el título de “De Único Vocationis Modo”.

Lamentablemente asuntos al parecer tan nimios le atraerían enemistades y violencias en la propia Corte. En 1555 Fray Toribio de Benavente, franciscano apodado por sí mismo como “Motolinía”, autor de una ramplona “Historia de los Indios de la Nueva España”, le endilgo desde Tlaxcala, una virulenta carta al Emperador Carlos

V, acusando a Las Casas de ser un mal cristiano y como ejemplo aseguraba que en solo cinco días que estuvo en el monasterio de Quecholac con otro sacerdote cuyo nombre no indicó, bautizaron a catorce mil doscientos cuatro indígenas, poniéndoles a todos óleo y crisma. Hoy se sabe que la causa real del enojo era la pugna existente entre franciscanos y dominicanos en el nuevo mundo, especialmente agudizada en México y Guatemala.

El 34 fue ordenado Obispo del Darién fray Tomás de Berlanga, O.P. Superior de esa Orden, quien pasó por la isla Española y habló con Las Casas para que le acompañara en su misión, que había sido ampliada con el objeto de visitar las nuevas regiones conquistadas en el Perú. Las Casas tuvo la intención de hacerlo, como se infiere de algunas comunicaciones suyas dirigidas a varios sacerdotes de su Orden, pero el viaje jamás se concretó. En cambio, en 1539, estuvo de visita en México con su compañero fray Rodrigo de Ladrada, O. P. a fin de conseguir una expedición pacificadora de los indios del norte.

Para ese entonces el Emperador Carlos V se había ausentado a Flandes dejando la presidencia del Consejo de Indias en manos del Cardenal Francisco García de Loayza, O.P. hombre progresista, ex General de su Orden, que trataba de reducir a la Inquisición a los cauces que originalmente había tenido antes del reinado de los reyes Católicos. Ante él se presentó Las Casas en 1540, prevalido de su condición de dominicano, para obtener Cédulas relacionadas con la pacificación de las provincias de Guatemala, Chiapa y Honduras y habiéndolas conseguido, las envió a Indias con el padre Luis Cáncer, permaneciendo en la Corte por algún tiempo más a fin de continuar con su proyecto de pacificación integral de los indígenas.

Por esa época se puso en contacto epistolar con fray Diego Vitoria a quien averiguó su opinión sobre diversos aspectos del bautismo, pues los franciscanos querían el rito por simple aspersión y los agustinos y dominicanos con todas las formalidades de la iglesia. Vitoria contestó que lo importante del bautismo era ilustrar suficientemente a los neófitos, no solo en la fe sino también en las costumbres cristianas antes de administrársele el sacramento. Respuesta que nos parece la más lógica a la luz de la razón; mas, lo que no dijo Vitoria, es que el bautismo no debía ser impuesto a la fuerza como sucedió en casi todas las Indias. Cosas de esos tiempos simplistas en que se pensaba que bautizar era la más grande maravilla del mundo y encima gratis.

Su permanencia en la Corte era de sumo interés para lograr el triunfo de sus ideas, encaminadas a reformar los múltiples excesos que se venían cometiendo en las Indias. Por eso redactó dos escritos titulados “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” y una segunda parte “Los dieciséis remedios a la destrucción” que sirvieron como Informes a consejeros y oficiales encargados de la redacción de una nueva legislación, que finalmente se promulgó en Barcelona el 20 de Noviembre de 1542. Cuando las casas frisaba en los 68 años.

Para entonces los asuntos peruanos habían adquirido una importancia tal que opacaban al resto de las Indias, dada la cantidad de riqueza que se producía en esa región; sin embargo. el Emperador Carlos V estaba preocupado por el todo sin desconocer la prioridad peruana y empezó a hacerse asesorar por Las Casas, quien le hizo llegar un Memorial anónimo (sin firma) en el que entre otras cosas llegó a aconsejarle que devolviera esas tierras a los “Incas tiranos”, como medida de menos dañina”.

Carlos V quiso dividir espiritualmente los nuevos territorios del Perú y preconizó para los Obispados de Quito, Lima y Cusco a García Díaz Arias, Jerónimo de Loayza y a fray Bartolomé de Las Casas, que andaba ya por los sesenta y ocho años, de los cuales había empleado veinticinco en defender la causa de los indígenas con absoluto desinterés.

Un Obispado a esas alturas le parecía una quiebra a su habitual desprendimiento, pues llevaba aparejada la suma de quinientos mil maravedíes anuales de renta, así pues, alegó que debía consultar con el General de la Orden dominicana antes de aceptar, aunque bien sabía que su designación había sido fruto de las influencias de su amigo el ex General de la Orden dominicana, que también era Canciller del Emperador. Con todo, logró zafarse del cargo pero meses después le instaron a aceptar el Obispado de Chiapas en Guatemala, donde estaba todo por hacerse, pues se encuentra ubicada en la audiencia de los Confines, es decir, en la zona más alejada de los conquistadores, donde aún los indígenas vivían en estado de salvajismo. Así pues, se consagró en la catedral de Sevilla en 1544, día domingo de Ramos, que fue de gran alegría, y con muchos misioneros e indios que había liberado, pasó a las Isla de Santo Domingo, donde encontró un pésimo recibimiento. De allí siguió al continente y tuvo nuevos desagrados, pues por todas partes le antecedía “su mala fama” de defensor de los indígenas, de manera que los españoles le hacían agrios desplantes.

Finalmente en 1545 pudo entrar a su Diócesis y fiel a su conducta, “empeñado a sufrir por la causa de Dios que era la de los indígenas”, toleró con paciencia todos los agravios que recibía, pero afligido por los padecimientos de los indígenas cuyos males se agravaban día a día, decidió regresar a la Corte a denunciar al Gobernador de Chiapa, Gonzalo de Ovalle, de haber privado a don Pedro, indio de Chiapa , del dicho Cacicazgo, por ser amigo de los religiosos dominicanos y por acudir a ellos para oír la doctrina.

Por entonces sucedió que su amigo el Padre Luis Cáncer, que le había acompañado a España, deseoso de misionar en la Florida viajó a esa región acompañado únicamente de varios evangelizadores, pero al arribar a las costas recibió cruel muerte. Este caso sirvió de argumento para probar la necesidad del uso de la fuerza en la conquista y evangelización de los indígenas, contra la teoría de Las Casas.

Desalentado por todos los obstáculos encontrados en Indias y deprimido por la muerte del padre Cáncer, renunció su Obispado y tras esperar el regreso del Emperador de Flandes, le habló con tanta vehemencia que consiguió que éste formara una Junta de Teólogos y Juristas en Valladolid para que le oyesen, a la que también concurrieron los hombres más doctos de España.

En el interim, el Presidente del Consejo de Indias, Cardenal Francisco García de Loayza, había escuchado el parecer del jurista Juan Ginés de Sepúlveda, humanista eminente y cronista del Emperador, “quien tenía por justa y santa la guerra de conquista, haciéndose como se debía y como suelen hacerse esa clase de guerras justas”, para lo cual portaba un tratado ampuloso “Democritus alter, sive de justis belli causis apud indios” que circuló en copias en la Corte con general aprobación porque no llegó a imprimirse debido a que le fueron rechazadas las autorizaciones. Las Casas, consciente del daño que ocasionaría el libro de Sepúlveda, también se opuso a su publicación y algo por él estilo realizó el célebre Maestro Melchor Cano, profesor de Salamanca, que lo criticó acervamente; pero Ginés de Sepúlveda terminó saliéndose con la suya, obtuvo autorización papal para imprimirlo en Roma y llegaron a circular algunos cientos de ejemplares en España, sin embargo, en su mayoría, parece que fueron recogidos.

Así las cosas, se cumplieron los deseos del Emperador y fueron escuchados ambos pareceres – el de Las Casas y el de Sepúlveda – quien fundamentó el derecho de conquista en las siguientes razones: 1) Por la idolatría de “esa gente y por los pecados que cometen contra natura, 2) Por la rudeza de sus ingenios pues son serviles y bárbaros y por ende obligaba a conquistarlos a los de ingenio más elegantes como son los españoles, 3) Por el fin de la fe, porque conquistándoles se hace más cómoda y expediente su predicación y persuasión, y 4) Por las injurias que se hacen entre ellos mismos, matando hombres para sacrificarlos y algunos para comerlos.

Tamañas razones fueron probadas con textos del Deuteronomio bíblico, donde aparece el Dios de los judíos llamado Yahvé autorizando matanzas y otra clase de gravísimas injusticias y tomando parte de guerras intestinas entre pueblos vecinos como si fuere parte interesada. Las Casas replicó con doctrinas de San Agustín y Santo Tomás. Sepúlveda contraatacó con pensamientos de Aristóteles, obligando a Las Casas a definir cuantas clases de bárbaros había en el mundo, a saber: 1) Los que tenían opiniones y costumbres extrañas pero sin estar faltos de una manera de vivir ni de prudencia suficiente para gobernarse, 2) los que carecían de lenguaje escrito como los ingleses en tiempos antiguos, y 3) Los de costumbres perversas y la rudeza de su entendimiento, al punto que eran como bestias de los bosques, existiendo sin leyes y robando a placer, como los Godos los Vándalos y los Árabes (cabe aclarar que éstos últimos habían sido clasificados como esclavos por naturaleza por el propio Aristóteles).

Las Casas, indudablemente tenía, sobre Sepúlveda, la autoridad de haber vivido tantos años en las Indias entre los indígenas, cuando Sepúlveda jamás había viajado al nuevo continente, pero como éste era ducho en argumentaciones y en sofismas, utilizó el episodio de la muerte del padre Cáncer como principal argumento y la defensa de los indígenas más débiles víctimas del canibalismo y de los sacrificios humanos en sus ceremonias religiosas, como argumento secundario.

De todo lo discutido se sacó copias que fueron distribuidas entre los miembros de esa Junta, quienes declararon un receso que demoró casi tres meses y que le fue útil a Las Casas para escribir una Refutación, concretándose a la interpretación de las Bulas del Papa Alejandro VI Borgia y el verdadero y estricto sentido que debía dárseles.

Reinstalada la Junta, sus miembros tomaron varias resoluciones, que por el carácter político que encerraban, fueron secretas. Ambos contendientes – Las Casas y Sepúlveda – se atribuyeron en parte la victoria; pero lo cierto fue que en una época tan fanática donde se dudaba de la salvación de los indígenas a quienes ni siquiera se les reconocía alma, Las Casas “alzó su voz en su favor y ejerció todo su santo celo de convertir almas a Jesucristo sacándolas del poder de las tinieblas paganas” y exclamaba como lo había hecho fray Antonio Montesinos cuarenta años antes en la Isla Española “¿No son estos indios hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No están uds. obligados a amarlos como os amáis a vosotros mismos?”

Vista así la contienda de Valladolid, se destaca claramente no como la discusión de un Fraile y un erudito, ni como una argumentación para aprobar o desaprobar el Tratado de Sepúlveda, sino como el testimonio apasionado de un hecho importantísimo en la historia de la humanidad. Fue pues, un paso decisivo en la conquista de la igualdad de las razas, porque Las Casas probó que todos los pueblos del mundo están compuestos de seres iguales y no de hombrecillos o medios hombres que deben hacer lo que otros les manden.

A continuación, en 1552, se estableció en el Colegio de San Gregorio de Valladolid con su fiel compañero el padre Rodrigo de Ladrada y un criado, gozando de doscientos mil maravedíes anuales de renta, del derecho de movilizarse libremente, del primer sitio en el Coro y del derecho de entierro en él.

Ese año dio a la imprenta de Sebastián Trujillo en Sevilla, la mayor parte de sus tratados, a saber: 1) “Brevísima Relación de la destrucción de las Indias” que escribiera en 1542 y aumentara el 46 para presentarla al

Emperador. Se conoce una segunda edición en Barcelona en 1553, 2) Su disputa o controversia con el Dr. Ginés de Sepúlveda, 3) Sus réplicas a Sepúlveda, 4) Sus treinta Proposiciones muy jurídicas que tocan muchas cosas pertenecientes al derecho de la Iglesia y de los Príncipes Cristianos…, 5) Entre los remedios que don fray Bartolomé de Las Casas, Obispo de la ciudad Real de Chiapa, por mandato del Emperador Rey Nuestro Señor en el Ayuntamiento que mandó a hacer Su Majestad, 6) Avisos y Reglas para los Confesores que oyen confesiones a los españoles, que son o han sido encargo a los indios de las Indias del Mar Océano, 7) Tratado Comprobatorio del Imperio Soberano y Principado Universal que los Reyes de Castilla y León tienen sobre las Indias”.

Por entonces también se ocupó de despachar misioneros a las Indias, claro está, con la consigna de que se portaran bien con los indígenas y de que los defendieran a como diera lugar. Igualmente tuvo en mente escribir una Historia General de las Indias, proyecto que había iniciado en 1527 en Puerto Plata y proseguido hasta 1530, para reanudarlo dos años después en Santo Domingo.

Para el efecto tenía a su haber los recuerdos de su padre compañero de Cristóbal Colón en su segundo viaje, su amistad con los hijos de Colón, Diego y Hernando y con sus numerosos hermanos. Tuvo oportunidad así mismo de tener en sus manos y leer los diarios del citado Almirante y como desde su viaje en 1502 a la isla Española había sido testigo presencial de los principales sucesos, estaban en su mente frescos los recuerdos e acontecimientos y de hombres. Con todo ello se aplicó a la obra que le resultó “una obra de difícil lectura a causa de su enorme extensión y del desorden con que está escrita…” “Su estilo es indudablemente intrincado y con frecuencia escabroso, pero después de estudiarlo y de acostumbrarse a él, tiene un sabor clásico que no carece de atractivo”. Profundo conocedor del latín que supo manejar con gran facilidad y hasta con elegancia, hizo acopio de lecturas paganas y cristianas con la finalidad de robustecer sus argumentos. Finalmente pudo terminarla en 1559 y la donó al Colegio de San Gregorio de Valladolid en tres volúmenes encuadernados en pergamino.

Tiempo después en Diciembre de 1560, Felipe II dictó una Cédula disponiendo que Las Casas se trasladara a la Corte en Madrid, para estar cercano a sus asesores, pues eran requeridos sus consejos. Reconocimiento y deferencia que debieron ser muy gratos al anciano Obispo, que para entonces contaba la respetable edad de ochenta y seis años. Durante su estadía en el Colegio de San Gregorio, había gozado de la buena fama de su vida. “Tenía la modestia como de un novicio, ojos bajos y las manos recogidas, retirado en la celda, guardando en ella puntual silencio, gastaba muchos ratos en fervorosísima oración, confesábase, celebraba misa con mucha devoción, comía con su compañero el padre Rodrigo Ladrada en mesa segunda por dejar la primera al gobierno del Colegio y en acabando se iban los dos rezando el salmo “Miserere mei Deus” a dar gracias a la capilla y si la hallaban cerrada hacían oración a la puerta. Sirvió mucho a Dios resolviendo gravísimos casos y consultas que los padres Regentes le remitían como a varón doctísimo y que por serlo experimentado no se dejaba engañar. Gozaba de una renta anual como ya se dijo, suficiente para contentar a un potentado, pero toda la distribuía entre los pobres y estaba bastante sordo”.

Antes de partir a Madrid hizo testamento y encargó sus papeles. En la Corte aconsejó a cuantos pudo con serenidad y prudencia pero sin perder sus arrestos juveniles en lo tocante a los indígenas del nuevo mundo. Habitó el convento de Atocha y falleció en Junio de 1566 de noventa y dos años de edad.

Por su lucha en favor de los indígenas ha sido calificado de “El Apóstol de las Indias”, aunque no han faltado hispanófilos que lo han acusado de ser el iniciador de la leyenda negra contra España que aún hoy circula por el mundo y se fundamenta en los crímenes, sadismos y tormentos aplicados por la Inquisición durante más de tres siglos. Las Casas nunca se refirió a la Inquisición, por lo tanto, nada tiene que hacer con la Leyenda. De su pluma quedaron inéditos los siguientes originales: 1) Un libro de mano en latín y cubierta de pergamino en 73 hojas titulado “De Cura regibus Hispaniarum habenda circa orbem Indiarum et de único vocationis modo omnium gentium ad veram religionem”, 2) Un libro de mano en romance castellano “Sumario del libro que el Dr. Sepúlveda compuso contra los indios y parte de una apología que contra él hizo el Obispo de Chiapa” en 94 hojas, 4) Doce cuadernos en castellano que pasan de 184 hojas de las proposiciones y réplicas a Sepúlveda, 4) Un legajo de papeles sueltos en cubierta de pergamino en que hay las minutas de cuatro Tratados, otra Minuta en latín y en limpio en 61 páginas titulada “De Jurídico et Christiano ingressu et progressu Regum nostrorum in regna Indiarum”, otro Tratado de 32 hojas sobre un Confesionario que el dicho Obispo hizo; un Diálogo en latín, parte en borrador y parte en limpio en 115 páginas, otras Cuestiones Teológicas y otros dos o tres Tratadillos en 37 ó 38 páginas en borrador o minuta.

Todos esos papeles fueron aprovechados por Juan de Ovando y Juan López de Velasco, cosmógrafos mayores del reino, que los tuvieron en su poder largo tiempo hasta que en 1597 los entregaron a Juan de Ibarra y éste a su vez al Cronista Antonio de Herrera, que también se sirvió de ellos y de otras fuentes no menos importantes para escribir sus célebres décadas o “Historia General de los Hechos de los Castellanos en las islas y tierra Firme del mar Océano”.

Las Casas ha sido calificado del más admirable de los sevillanos de todos los tiempos, sin cuyas cualidades excelsas (desinterés, tesón, actividad y sobre todo valor para decir la verdad) subrayadas por sus defectos (facundia, irritabilidad, desmedido entusiasmo) nuestra colonización en Indias quiza no hubiera diferido de la exploración holandesa en Malasia y de la alemana en Sudáfrica.