CARLUCI DE SANTIANA MARIA ANGELICA

ANTROPOLOGA. – Nació en San Nicolás, Provincia de Buenos Aires, Argentina, el 14 de Agosto de 1926. Hija legítima de Pascual Carluci Falcone, farmacéutico de Salerno, Napoles, Italia, que pasó a la Argentina y puso la botica “El Mercado” en San Nicolás, donde contrajo nupcias con Rosa Luisa Lazarini Caro, de esa localidad. El 36 se establecieron en Rosario donde también tuvo botica. Ella murió de ictericia el 42 y él casó y tuvo nueva familia. Al poco tiempo la familia viajó a Buenos Aires con todos los suyos.

Con su hermano mayor estudió las primeras letras en la escuelita de San Nicolás y fueron alumnos de la señorita Elena Massi. En Rosario terminó la primaria y en el Colegio de monjas de Nuestra Señora de la Misericordia comenzó la Secundaria en cuya filial de Buenos Aires se graduó de Bachiller.

En 1944 inició sus estudios de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. “Me gustaba mucho la anatomía y durante el segundo curso mi profesor José Imbelloni, conocido por sus libros e investigaciones antropológicas como el patriarca de ese género de estudios en América, me llevó a trabajar de clasificadora de las piezas y colecciones de América, Asia, África y Oceanía del Museo etnográfico de la Universidad Nacional de Buenos Aires que él dirigía y allí estuve desde el 45 hasta el 56 y por eso me especialicé en antropología cuando estaba en los últimos cursos”.

“El 50 realicé un viaje de investigaciones arqueológicas al Pucará de Tiltara en Jujuy y al egresar el 52 hice un año de postgrado en anatomía e histología para probarme a mi mismo que podía seguir. Entonces comencé a escribir mi primer artículo, fue sobre un motivo decorativo de la palma indiana, acogido con beneplácito en la revista “Runa” de Buenos Aires. También comencé a colaborar en América Indígena y en el Boletín Bibliográfico de México. Entre el 55 y el 56 realicé un estudio sobre la organización de Museos en Buenos Aires y dicté clases. El 56 publiqué un trabajo sobre la costumbre de los aucas del Ecuador de acostarse con simulaciones de dolores de parto cuando sus esposas están dando a luz. Dicho trabajo salió con el título francés de La Couvade y causó sorpresa e interés en el Ecuador por la extensa bibliografía que lo respaldaba. El antropólogo ecuatoriano Dr. Antonio Santiana Barriga me escribió desde Quito felicitándome y comentando su contenido y así nació una hermosa amistad epistolar entre nosotros. Mi maestro Imbelloni me dijo en cierta ocasión en broma: Santiana es el Imbelloni del Ecuador, pues lo estimaba por sus conocimientos científicos. Una tarde recibí una carta donde me decía que iría a visitarme a Buenos Aires, lo que cumplió pocas semanas después. Paseamos mucho y creo que simpatizamos por la identidad de nuestras especialidades. ¡Teníamos tantos asuntos que conversar! Después él regresó al Ecuador ofreciéndome matrimonio y a los seis meses nos casamos en Buenos Aires un 21 de Septiembre de 1957. Todo fue como en una película romántica. El me ganaba justamente con veinte años, pero se le veía joven, lleno de vida y musculado, debido a su costumbre de
practicar toda clase de deportes, pero en la partida de matrimonio él declaró menos edad por pura coquetería”.

“En Quito dedicamos los primeros tiempos a pasear por los alrededores, que Antonio me enseñó con gran paciencia, pues era un exquisito y delicado cicerone. Fuimos muy felices, escalábamos las montañas dejando nuestro jeep muy lejos, para poder caminar largos trechos hasta las mismas faldas de esos colosos. Llevábamos fiambre y golosinas y en algunas ocasiones tuve qué comer dulces para evitar la fatiga de la altura.

También hicimos excursiones a la costa para visitar a los indios Cayapas y a los Colorados. En el oriente entrevistamos a los Aucas, siempre en plan de investigación, yo era la encargada de las fotos y los equipos y él tomaba apuntes e impresiones y así comenzaron varios estudios sobre el hombre ecuatoriano, unos etnográficos y otros arqueológicos, relacionados con la época del paleoindio (industria lítica o de piedra) en el cerro de Ilaló y en las faldas del sitio el Inga. Comencé pues, como simple recogedora de piezas, pero bajo su ayuda llegué a la etapa de descripción de los especímenes existentes en los museos de Jijón Caamaño, Etnográfico de la Universidad Central de Quito, de la colección particular de Carlos Manuel Larrea y de las de Vásquez Fuller y del Canónigo Madera en Otavalo”.

“El 58 fuimos invitados a presenciar las excavaciones arqueológicas de Carlos Zevallos Menéndez en el sitio San Pablo y conocimos el Museo de Emilio Estrada en Guayaquil. El 60 ayudé a mi esposo en la fundación de la Sociedad Amigos de la Arqueología. Las sesiones se realizaban en el local del Museo Etnográfico de la Universidad Central que él había reestructurado a base de las piezas salvadas del incendio de 1929 y funcionaba en una sala junto al hall del teatro Universitario en la García Moreno merced al apoyo y a la buena voluntad que brindaba el rector Alfredo Pérez Guerrero. Una vez al mes nos reuníamos a las cinco y media de la tarde, servíamos café y pastas, una persona cualquiera tomaba la palabra sobre alguna investigación practicada recientemente. Normalmente asistían treinta aficionados, pronto el número creció e hicimos hermosas amistades”.

“Ese año trabajé dos meses ad-honorem
de campo en las dos expediciones realizadas por los investigadores Robert Bell y Mayr Oakes. La primera fue a la quebrada del Inga y dio por resultado el descubrimiento de la industria precerámica lítica mas antigua del Ecuador y la segunda se movilizó al sitio San José y localizamos artefactos con una tipología propia de ese lugar, antes no detectada”(1)

“El 62 realicé una prospección en Alangasí pero soto hallé muy poca obsidiana, más eran los artefactos de basalto. El 63 asistí con mi esposo al Congreso de Americanistas en Madrid, Barcelona y Sevilla y desde el 64 comencé a dictar ciases por contrato en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Al principio me dieron las cátedras de Antropología Física y Cultural. También viajamos a las costas de Manabí y hasta visitamos la isla de la Plata para estudiar las culturas Bahía, Manta y Guangala. El 65 concurrimos al Congreso de Americanistas en Mar del Plata pero la salud de mi esposo comenzó a resentirse al año siguiente y en Diciembre viajamos a Miami, donde fue operado de un cáncer y falleció pocos días después. Su cadáver fue traído por mi, arribamos a Quito el 31 y se le enterró ese mismo día”.

“La superioridad de la Universidad Central me dio nuevas cátedras el 67, también me designaron directora ad-honorem del Museo Etnográfico, que fue trasladado a un local mayor, cedido en al edificio de la Facultad de Filosofía y Letras por el decano Dr. Salguero. Ahí instalamos, pero resultó que había mucha humedad que se filtraba por las paredes y tuvimos serios tropiezos técnicos para la conservación de los cráneos y demás muestras”.

Después ha seguido dictando clases, incluso en las facultades de Odontología y Artes y este año 1988 se jubilará al cumplir veinticinco de cátedra. Habla y escribe perfectamente bien en inglés, portugués, francés e italiano, ha iniciado un estudio sobre las tzanzas que desea completar en la Argentina con abundante bibliografía en francés. Vive sola, en la villa de su propiedad en Quito, en el barrio del Tennis Club.

(1) Sus estudios dieron como resultado la existencia de diferentes sitios en donde se han hallado puntas de proyectil fabricadas generalmente de obsidiana y basalto casi siempre con retoque bifacial en asociación con cuchillas, navajas, raspadores.

Alta, blanca, rubia y ojos azules, contextura media, habla con dulzura y sinceridad pues es una mujer profundamente femenina. Recuerda

a su esposo y venera su memoria, fue un compañero afectuoso y tuvieron un matrimonio feliz aunque sin hijos.