CARCELEN Y LARREA MARIANA

MARQUESA DE SOLANDA.- Nació en Quito el 27 de Julio de 1805. Hija legítima de Felipe de Carcelén y Sánchez de Orellana, Marqués de Solanda y de Villarocha, Teniente de la Cancillería de la Audiencia en 1793, Alcalde Ordinario de primer voto del Cabildo de Quito en 1804, Tesorero de la Santa Cruzada, Capitán de Milicias, Miembro de la Escuela de la Concordia y representante del barrio de la Catedral ante la Junta Soberana de

Gobierno del 10 de Agosto de 1809, y de Teresa de Larrea y Jijón, naturales de Quito.

Debió ser educada en manualidades en alguno de los conventos quiteños pues nunca descolló en ciencias o en artes. El 24 de Mayo de 1822 Mariana se acogió con su madre y hermanas en la celda del Prior de Santo Domingo para evitar cualquier desmán de las fuerzas combatientes en el Pichincha y después de la batalla, al oír el ruido de las tropas de Sucre que se alineaban frente al convento, pidió prestada una capucha y movida por la curiosidad, se asomó a verle. Sucre miraba en ese instante y vio cómo los padres le cedían el puesto a otro religioso y preguntó ¿Quién es ese fraile tan apuesto? y le respondieron: No es fraile, Mariscal, es la hija de la Marquesa de Solanda que se ha refugiado en el convento. Acto seguido, dio un salto del caballo y entró, pidiendo hablar con la Marquesa. Ella se hizo presente con sus hijas y Sucre se presentó muy cortésmente y les ofreció toda clase de garantías para que pudieran volver tranquilas a su casa. Entonces fue cuando los grandes ojos negros, alargados y dominantes de Mariana, cautivaron al vencedor de Pichincha, en el mismo día en que llegó a Quito a celebrar su victoria.

Mariana ni siquiera cumplía diecisiete años pero se presentaba bella por la blancura de su rostro, larga cabellera negra, nariz recta, rostro triangular y boca pequeña. Esa noche el viejo Marqués llevó a su hija a la fiesta del héroe, vestida de blanco y luciendo en el cinturón una enorme hebilla de brillantes.

Sucre fue luego a visitar al Marqués, mas ¿Cuál no sería su sorpresa? al volver a encontrar a aquella señorita, que le esperaba en la sala, contrariando las costumbres de ese tiempo, que no les permitía a las jóvenes solteras recibir visitas.

El Marqués fue también a visitarle y en todo el tiempo que Sucre estuvo en Quito, lo hizo sin duda, varias veces. En una de ellas le manifestó que como no tenía hijos, Mariana era la heredera del mayorazgo y de sus títulos, que requería para ella un apoyo, y acabó, finalmente, ofreciéndole a su hija en matrimonio pues el muy cazurro sabía que en Quito le hubiera sido muy difícil encontrarle novio, ya que la historia del hijo de ella se corría aunque como simple conseja pues había sido bien tapada para evitar que se conozca. No existía el documento del bautizo y el niño crecía en el anonimato y lejos de la ciudad. Lo que tampoco le dijo es que el famoso mayorazgo estaba muy disminuido y ya no producía las pingues rentas de antaño, claro está que aún existían las joyas de familia, las obras de arte y una que otra propiedad urbana.

Sucre le contestó: “Sí la suerte no me es adversa, haré todo lo posible por complacerle” y comenzó a enamorarla oficialmente; sin embargo, las peripecias propias de toda guerra hicieron que antes del año abandonara Quito, en Marzo de 1823 viajó con destino a Pasto y de allí enrumbó a Guayaquil y Lima donde la guerra seguía contra España.

Salía de Quito herido de amor y quizá dejaba una jovencita más enamorada de las glorias de su heroico don Juan que de él mismo, pues parece que el amor verdadero jamás prendió en el corazón de ella por Sucre.

Cinco largos años duró la ausencia de Sucre y en ese lapso Mariana no le escribió ni contestó sus cartas por largos períodos, mientras él se desvivía, en la ingenuidad de creerse bien correspondido, aunque a veces hasta llegó a dudarlo: “Por fin he tenido contestación de Mañanita, su silencio es siempre sospechoso, pero repito siempre, que prefiero a todo, su absoluta libertad.”

El 8 de Agosto de 1823 murió el Marqués don Felipe y su viuda presionó a Sucre para que regresara a Quito, éste le contestó que estaba cumpliendo órdenes del Libertador Bolívar y no podía acceder a caprichos, pero siempre, caballeroso, agregó: “Que Marianita elija lo que le guste, después que examine nuestras circunstancias respectivas”.

Sucre hubiera querido librarse de sus obligaciones pero simplemente no podía, pues cada día se complicaba más y temía que tan prolongada ausencia terminara con su romántico compromiso. Consiente de ello, hasta quiso concluirlo. “El silencio que (ella) ha guardado, me hace creer que desea terminar toda relación, en fin, estoy en la mas grande indecisión”.

Luego pidió que le enviaran el retrato de Mariana “mujer que yo quiero de veras”. “Sea cual sea nuestra suerte, celebraré mucho tener el retrato de esta mujer que yo quiero de veras. Y si es posible, sin que ella sepa”; mas, viendo que la novia no le contestaba en casi dos años, aceptó la sugerencia del Libertador, de permanecer mas tiempo en Bolivia: “Si Mañanita misma no hubiera guardado un silencio profundo por dos años, en que no me contestó ninguna de mis cartas, yo no habría hecho este compromiso con el Libertador”.

En 1826 cambió de parecer al darse cuenta que la nación boliviana aborrecía a las tropas libertadoras, considerándolas extranjeras, y escribió “Estoy cansado. Quiero irme a mi vida privada. La vida pública me ha hecho salir canas infinitas y avejentarme tanto, que teniendo treinta y un años, parezco de cuarenta” y como la madre de su prometida siguiera insistiendo en su vuelta a Quito porque las haciendas se estaban perdiendo, aclaró a su amigo y confidente Vicente Aguirre: “He dicho a Ud. que si yo contara con reposo y estabilidad, nadie sino ella sería la escogida de mi corazón, pues es la que me parece convine mejor a mi genio y carácter”, recomendándole que tomara de su dinero y lo invirtiera en el arreglo de las haciendas pero sin que ellas lo supieran. Luego proyectó el viaje de su prometida a Bolivia, con dos empleadas y hasta con su hermana menor Mariquita, a fin de que la distrajese de la separación de su familia. Incluso hasta pensó en fletar un buque en Guayaquil, el más velero y cómodo; Bolívar se opuso al proyecto, por descabellado, siendo la novia tan joven y el trayecto tan largo, difícil y lleno de peligros.

Sucre no podía en cambio abandonar Bolivia sin permiso del Congreso de ese país, donde ejercía mando. Quizá podría mandar a un hombre de su confianza para que se la llevasen. “Ella se va poniendo vieja y yo mucho más”. Después de eso le ordenó a Aguirre que invirtiera hasta cincuenta mil pesos en las haciendas de Mariana pues deseaba retirarse a la vida tranquila del campo, tener muchos hijos y criarlos en paz.

Sentía el escapismo psicológico de todos los que, encontrándose lejos de su hogar, se hallan en medio de graves problemas y tribulaciones. “Ya no es ansia, sino desesperación de irme a Quito. Dice la gente por aquí que soy un loco enamorado de su mujer. ¿Qué dice mi buena Mariana de esto?”

Mas, a pesar de todas esas expresiones gratas al oído y posiblemente muy sinceras, nacidas de un corazón generoso y enamorado, Mariana le escribía poco. Unos han opinado que por la corta edad propia de una señorita educada en un ambiente severo y otros menos sutiles, piensan que ella simplemente nunca lo había querido y si le seguía el son, era por obedecer a sus padres, autores de tan ambicioso proyecto matrimonial.

A comienzos de 1828 Sucre declaró que por fin, cuando se reuniera el Congreso boliviano, podría viajar a Quito a verla. Se sentía cansado, decaído; “Cada día aborresco más esta carrera pública”, “Mucho deseo el reposo y la vida privada”, “Estoy ya cansado y ya deseo pertenecer a mi mujer”.

Por eso envió un poder para casarse en Quito y el 20 de Abril se realizó el contrato de esponsales, justamente a los dos días de haber sido herido en el complot de Chuquisaca. “Por poco te casas con un muerto”. Meses más tarde adquirió en Quito la antigua casa del Marqués de Villarocha, que había pasado a manos de terceros, poniendo 1 1.1 80 pesos propios y los 5.230 restantes del dinero de su mujer, y mandó a comprar los muebles a Europa, pero llegarían después de su muerte.

El 2 de Agosto salió de Chuquisaca y el 30 de Septiembre estuvo en Quito, donde seguramente no se sintió muy seguro, pues escribió a Bolívar a quien tenía por padre, las siguientes palabras: “Entretanto adelanto esta carta para decirle que llegué aquí y que estoy reunido con mi familia. No sé cómo me irá en mi nuevo estado; una vida extraña a la que he tenido hace quince años; lazos que cambian y ocupaciones que me son desconocidas, van a emplear mi tiempo. He sido recibido por las autoridades y los habitantes desde Guayaquil, aquí, y por supuesto que mi familia ha hecho cuanto es posible para mostrarme su contento”.

Llegado a Quito la casa señorial de los Marqueses de Solanda y Villarocha pareció cobrar nueva vida.

Igualmente defendió los intereses de su esposa protestando por las contribuciones forzosas de guerra que la Intendencia de Quito ponía en las haciendas de Mariana y su familia. Al respecto, aclaró a Flores, que sólo tenía un poco de dinero pues desde los quince años se había consagrado al servicio de la Patria y quedado medio inválido por ello, refiriéndose al defecto de su brazo izquierdo.

Flores veía en la presencia de Sucre un peligro a su omnímoda voluntad e intrigó ante Bolívar para indisponerlos, so pretexto que daba mal ejemplo a los ciudadanos y que no quería contribuir a la guerra contra el Perú. No sabemos qué le habrá contestado el Libertador. En eso estalló la guerra con el Perú.

En 1829 se abrieron las operaciones en el sur y Sucre tomó el mando del ejército, lo que debió disgustar sobremanera a Flores, quien recibió orden de atacar a los peruanos en Saraguro y desalojarlos de ese sitio. Poco después se medían las armas en Tarqui y ante el desbande de las dos alas del ejército peruano que dejaron al Mariscar Lamar a merced de los colombianos, se produjo la desmoralización del invasor, que capituló, ofreciendo la devolución de los territorios ocupados. La guerra había durado treinta días y Sucre pudo regresar victorioso a su hogar el 10 de Marzo y estar presente el 10 de Junio, en que su esposa dio a luz una niña bautizada con el nombre de Teresa, siendo madrina Mercedes Jijón y Vivanco, esposa de Flores, con quien compadreó Sucre por conveniencia.

El parto resultó un fiasco pues todos esperaban un varón. Para colmos, una mastitis presentada en el seno requirió largos meses de curaciones y hasta le tuvieron que rajar en repetidas ocasiones el pecho. Sucre estaba pendiente de la enferma, fue atacado de disentería y guardó cama. Las dificultades económicas le hacían pasar sin dinero para nada, por eso escribió a Bolívar: “Las enfermedades propias, de familia y amigos; las pesadumbres, en fin, todo es un infierno en que algunas veces se dulcifican las penas con ráfagas de alegría. A mi me ha tocado todo; pero como a todos, mucha mayor suma de pesares y disgustos.

Bolívar sintió no haber sido nombrado padrino de la niña y así le hizo llegar su queja al Mariscal, quien tuvo que disculparse, indicándole que en el mismo campo de batalla de Tarqui le había ofrecido a Flores hacerlo.El 10 de Noviembre de 1829 Sucre, siguiendo las costumbres de esas épocas, hizo su testamento. No era que temiera por su vida, como se podría pensar, sino que los múltiples viajes que debía realizar, así se lo exigía. En Noviembre tuvo que viajar a Pasto, en Diciembre estaba en Popayán para dar gusto al Libertador que requería su presencia en Cúcuta, donde se estaba realizando el Congreso de la Gran Colombia. A su esposa le escribió: “Adiós Mariana mía, quiéreme como te quiero” y deseoso de llevarle de vuelta un obsequio, le remitió a su hermano Jerónimo la cantidad de mil pesos

para que le comprase perlas de la isla de Margarita, junto a unos brillantes encargados a Europa.

De regreso a Quito ocurrió su asesinato en Berruecos, que la historia ya ha esclarecido, pues que fue un complot urdido por los liberales de Bogotá, contando con la mano negra del General José Marta Obando, que pagó a Apolinar Morillo para que contratara gente en las montañas y le tendieron una celada. Flores, mientras tanto, habíale enviado a Obando una comunicación, pidiéndole lo mismo. Quien portó tal misiva fue su concuñado Pedro José Arteta, asunto que ha sido largamente debatido por diversos autores en el siglo pasado y en el presente, y las cartas publicadas sin reserva, de suerte que nada nuevo se agrega con mencionarlo.

Mariana Carcelén se enteró de la noticia en Quito y debió de impactarla, porque después de todo, se trataba de su marido y del padre de su hijita, que quedaba en el mayor desamparo.

Por un testimonio de una sobrina bisnieta de ella se sabe que “La Marquesa, amaba mucho o mejor dicho, respetaba la memoria de su esposo. Como creía que el General Flores era el asesino de Sucre, escondió primero sus restos en la hacienda El Deán, con ayuda del mayordomo, pues la ambición de Flores hubiera sido lavarse las manos rindiéndole a Sucre honores oficiales, los más pomposos. El General Flores quiso varias veces conocer a la Marquesa pero ella se negaba a recibir. A la final, decidió ir a conocerla disfrazado, sin que se percatase doña Mariana. Así, cierto día, se presentó en la Casa Azul disfrazado de mayordomo, llevando un supuesto recado del dueño de una hacienda”.

El luto, las lágrimas y la desesperación de la joven viuda de sólo veinte y cuatro años debieron ser sinceros, pero pronto se le pasaron, pues el 16 de Julio de 1831 contrajo nuevo matrimonio, a los trece meses y doce días de viudez, con el apuesto General Isidoro Barriga y López de Castro. Después diría: “Con Sucre me casaron, con Barriga me casé”, frase que ha conservado la tradición quiteña desde esos días como prueba de que no hay forma de mandar en el corazón ajeno.

¿I qué de Arteta? Por supuesto nada pues parece que ello solo fue un mal momento juvenil, nada más.

Barriga era un prócer de la independencia amigo de la casa, durante los luctuosos días posteriores al asesinato se apersonó cerca de la viuda y actuó con gran diligencia y esmero para dirigir el rescate de los restos del infortunado Sucre, que trajo a la hacienda “El Deán.” Años después Mariana los hizo llevar a la iglesia de San Francisco y finalmente al monasterio del Carmen Moderno.

El matrimonio segundo fue contraído con el beneplácito de toda su familia. Ella tenía veinte y seis años y él treinta. Barriga había sido el más constante visitante de ella en los últimos meses, comportándose como un caballero, pero, después del matrimonio, empezó a mostrarse como realmente era, jugador de cartas, parrandero, enamorador y traguista.

El 15 de Noviembre de 1831, a pocos meses de casado, se puso a jugar con la niña Teresita en brazos y de pronto se le cayó al patio, muriendo instantáneamente. Hay quienes han querido ver en esto un crimen, cuando fue únicamente un accidente desgraciado, un trágico descuido. Barriga jamás fue un hombre sanguinario ni mucho menos, pues siempre pasó por bondadoso y blando. Los historiadores que han estudiado este asunto están de acuerdo en asegurar que la muerte de la niña fue accidental. Esta infortunada criatura apenas vivió dos años y fue enterrada en la cripta de la familia Carcelén en la iglesia de San Francisco.

Mariana siguió escribiéndose con la familia de su primer esposo. Muchos años después, en 1843, aún enviaba cartas y Jerónimo Sucre la trataba de hermana, a quien apreciaba por muchos título y porque era lo único que le quedaba de su hermano Antonio. Igualmente se escribió cariñosamente con el Libertador hasta su muerte. El 21 de Junio de 1832 nació su último hijo llamado Manuel Felipe Barriga Carcelén, aunque posteriormente gustó de ser conocido como Luis Felipe.

En 1835 Barriga capitaneó las fuerzas nacionalistas en las llanuras de

Miñarica, cerca de Ambato, contra los ejércitos combinados de Flores y Rocafuerte y perdió. Fue toda una carnicería. De allí en adelante las relaciones con Flores se hicieron aún más tirantes y al conocerse en Quito la revolución del 6 de Marzo de 1845, ayudó decisivamente a la organización de las guerrillas antifloreanas, según testimonio irrefutable de Juan León Mera.

El 29 de Mayo de 1850 murió Barriga en Quito y fue enterrado en la iglesia de La Merced. Mariana se hizo más devota de San Francisco y empezó a llorar desconsoladamente su “mala suerte”. (1)

La madre Jameson, relata: La señora Mañanita solía venir acá, y aquí lloraba en silencio por Sucre, acordándose de él y de cómo lo mataron: mandaba celebrar misas y hacer sufragios por su alma. La hijita de Sucre estaba también enterrada aquí. La última vez que vino la señora estuvo en mi celda, y lloró más que en otras veces”.

La conducta irregular de su hijo, debió molestarla El joven Manuel Felipe gustaba de las bromas pesadas, de las chanzas burdas, del jolgorio, de las bebezonas en las haciendas y en fin, de andar en picos pardos con las jovencitas de medio pelo. Para colmos, se casó con Josefina Flores Jijón, la hija del mal visto General Flores, lo que debió darle un soberano disgusto a su madre y así por el estilo.

Finalmente el 15 de Diciembre de 1861 y de sólo cincuenta y seis años de edad, falleció la Marquesa Mariana Carcelén Larrea a consecuencia de fiebres, es decir, de alguna infección generalizada, y fue enterrada en la iglesia del Tejar, donde todavía se puede contemplar bajo el vidrio del ataúd sus delicadas facciones disecadas. Murió joven y todavía muy bella, adornada de virtudes, especialmente de la caridad para con los pobres; sentida y llorada casi por todo el lugar, después de haber vivido una vida nada ostentosa y casi siempre retraída (2)

(1) En 1974 yo formaba parte del Departamento de Historia Militar del Estado Mayor y había la costumbre de reunirse en Quito para discutir planes de investigación, trabajos y otras menudencias. Jorge A. Garcés comandaba el grupo y en alguna ocasión indicó que el corazón del General Barriga estaba encerrado en el interior de una urna de cristal, colocada sobre una mesa de nogal antigua, en la catacumba central del templo de San Francisco. Que él lo había visto y observado con detenimiento hacía algunos años y suponía que aún seguiría allí. Al mes siguiente, fuimos todos a dichas catacumbas, que se abren mediante una loza en la nave central de la iglesia, bajamos y pudimos comprobarlo.

Fue una mujer simple que vivió dentro de una sociedad de hombres; teniendo que soportar esa dictadura. Sufrió mucho porque sus padres le impusieron renunciar a su primer hijo y contraer

un matrimonio sin amor, la muerte de Sucre su hijita también le impactó terriblemente. La mala vida que le tocó sobrellevar con su segundo esposo y luego con su hijo Manuel Felipe la condujo hacia la desesperación, por eso lloraba sin atinar qué hacer, porque jamás despuntó como persona culta debido a la pobre educación que le habían proporcionado.

Pieza, valiosa a veces, en el tablero de la historia de su Patria. Tímida, asustadiza, temerosa, necesitando siempre alguien en quien apoyarse, rodeada de los peligros de la política y el crimen, al final de sus días soportó once años de viudez y a su desastrado hijo y entonces sólo le quedó refugiarse, más que en la religión, en un llorar constante que no la llevó a ninguna parte.

Mariana de Carcelén y Larrea es el prototipo de la mujer buena, sufrida, víctima de las circunstancias. Quizá, si no hubieran asesinado a Sucre, su vida habría sido más normal.

(2) En 1955 el ilustre historiador venezolano Ángel Grisanti publicó en Caracas “El Gran Mariscal de Ayacucho y su esposa la Marquesa de Solanda” en 255 páginas con interesantísima documentación, parcialmente inédita. En uno de sus Capítulos Grisanti menciona el nacimiento de un supuesto hijo de la Marquesa, bautizado en el Sagrario de Quito el 22 de Octubre de 1819 como expósito a las puertas de Dn. Felipe Carcelén Sánchez y que fue enviado a educarse en Riobamba, donde adquirid bienes y contrajo matrimonio con Ignacia Orozco y González, con numerosa descendencia, contándose entre sus nietos al entonces Obispo de Ibarra César Antonio Mosquera Corral: quien, años después, habiendo sido promovido al Arzobispado de Guayaquil, un día, conversando animadamente con mi padre, con quien se veía casi a diarío porque éste era tesorero de la junta de construcción de la catedral, le dijo: “Mi abuelo era hijo natural de la Marquesa de Solanda pero no sé exactamente con quien, luego fue entregado a doña Leonor Mosquera para que lo críe”. Por esta declaración se sabe que en su familia existían noticias sobre esa filiación. Mariana Carcelén y Larrea, en 1819, fecha del nacimiento del expósito, solo contaba catorce años de edad. En Quito de 1950 se decía publicamente que este hijo lo tuvo “la marquesa” con José María Arteta Calisto, niño “que muy tierno” fue entregado a la señora Josefa Mosquera, quien lo crió en Riobamba. Este niño fue el bisabuelo de monseñor César Antonio Mosquera Corral, Arzobispo de Guayaquil.(1)-EL ABUELO DON JUAN CAYCHI.- La ascendencia conocida de los actuales Carchi de Daule y Guayaquil arranca de Don Juan Caychi dueño de extensas propiedades en la zona denominada Magro (Daule) quien casó dos veces, la segunda con Regina Suárez, nativa de Daule, que murió joven al dar a luz a su único hijo bautizado como Juan Doroteo Caychi Suárez.