309. Las Bromas De Carlos Concha

Del Coronel Carlos Concha Torres, jefe de la revolución de Esmeraldas de 1.913, aún se comentan sus bromas. Referiré dos de ellas:

Una mañana de 1.885 anunció a sus hermanas menores que debían acicalarse para recibir en el portal de la casa de hacienda nada menos que al Gobernador de los indios Cayapas, quien había anunciado visita.Les explicó que debían hacerle una reverencia y enseñarle la dentadura, que así era el saludoentre los indios en la selva profunda. Las chicas se emperifollaron para tan elegante recepción y tal como lo anunciara, se presentóConcha acompañado del señor Gobernador que estabadescalzo y era un anciano desdentado, quien muy ceremoniosamente saludó a las señoritas presentes (María, Esther, Teresa, Delfina) en su idioma chachi. Las chicas, para no quedarse atrás le hicieron la reverencia y quedó roto el protocolo. Lo que no sabían es que el bromista de su hermano le había prometido al Gobernador entregarle en matrimonio a la chica que más le agradara, de manera que el visitante sintiéndose con toda confianza se acercó y les fue abriendo las bocas para examinar detenidamente las dentaduras. Finalmente indicó a una de ellas (nunca se me quiso decir cual fue la elegida, si María, Esther, Teresa o Delfina) y la tomó del brazo para llevarla a su tribu. La elegida al principio no sabía de qué se trataba, pero viendo que el asunto se volvía serio, comenzó a tratar de zafarse. Intervino Carlos y explicó al Gobernador que la elegida estaba muy agradecida de la deferencia pero aún era pequeña para comprender el honor recibidoy le propuso a cambio entregarle un traje nuevoy hasta lo bajó de la casa y se lo puso, de suerte que el Gobernador se fue muy satisfecho, vestido de casimir, sombrero de copa y bastónpero sin zapatos, mientras las chicas lo observaban entre asustadas y entretenidas desde el primer piso, donde habían tomado distancia.    

Cuando Luís Tello Ripalda asumió la gobernación, su hermano paterno llamado Gregorio que era retrasado mental, había tomado la costumbre de irse a parar por las tardes frente al balcón al que se asomaba la delicada y simpática María Viteri Weir, a la cual su madre, la orgullosa Isolina Weir de Arroyo, no le permitía alternar en las reuniones sociales porque según opinaba, no existía alguien con los méritos suficientes para cortejarla. La intransigencia materna la condenó a la soltería eterna. Concha se enteró de las ilusiones de Tello y aprovechando una ausencia de su hermano le hizo llegar una falsa misiva en la cual la joven le correspondía. De inmediato se ofreció para ayudarle en la primera entrevista. Vistieron elegantemente con un frac al pretendiente, le colocaron un sombrero tipo hongo y le dieron un bastón. Lo montaron sobre una carreta tirada por dos caballos debidamente adornada y guiada por un chiquillo vestido con traje de payaso. Atrás venían bailarines negros semidesnudos y un grupo disfrazados de soldados conservadores. El original cortejo motivó la chacota general. Las gentes se sumaron y todos se dirigieron hacia la casa de los Arroyo Weir, en donde los esperaba la fuerza pública que había sido alertada y que sin dificultad dispersó al grupo, el cual siguió riéndose de la cruel burla. Cuando el gobernador se enteró de la broma mandó a citar a su enemigo y como éste no se dio por informado, lo desafió a batirse en duelo a muerte con el arma que tuviera a bien escoger. Carlos Concha le contestó que esos retos eran prohibidos en el país y que si quería enfrentarse con él tendría que hacerlo en las riberas del río Mataje en los límites con Colombia a dos días de camino terrestre y uno en canoa. Tello aceptó, se fijó el lugar, el día y la hora. Acompañado por sus padrinos Donato Yannuzelli, Rafael Palacios y Alejandro Montaño (Concha había designado a dos facinerosos colombianos) emprendió Tello el largo viaje a la frontera provistos de alimentos, botellas de agua hervida, y llevando los consabidos trajes oscuros y formales en sus maletas, cual lo dispone el famoso Código de don Julio Ceballos y Escalera, Marqués de Cabriñana. Allí esperaron inútilmente al adversario pasando calores infernales, hambre y sed, pero el  contrincante jamás se movió de la ciudad. Al retornar el Gobernador y sus amigos, todos maltrechos, tras una semana de constantes molestias y fatigas. Concha siguió burlándose con una carta en la que le preguntaba cómo le había ido y posteriormente se dirigió a Guayaquil, en donde permaneció por largos meses hasta que se le fue pasando lentamente el coraje a su contrincante. Carlos Concha, bromista contumaz, jamás dejó de hacer chanzas sin importarle la dignidad de las víctimas.

Por eso se ha dicho que las décimas “Yo no conozco barreras” que aún se recitan en Esmeraldas, las compusieron en su honor. // Glosa. // Señores, soy de Esmeraldas, diga el mundo lo que quiera, yo pongo en juego mi pecho, yo no conozco barreras. // I.- // Soy quien domina los bosques, / internándose en la selva, / camino de día y de noche / sin temor a la culebra. / Si quieren saber mi nombre, yo les digo mi apellido: / Remberto Escobar Quiñónez / sin jactancia se los digo, / aunque no tenga importancia, señores, soy de Esmeraldas. // II.- Soy quien conoce los cantos / del grillo y de la chicharra, / el canto de la guacharaca / a las tres de la mañana / y el cloquear de las ranas, / nada de eso me acobarda, / ni frente a una pantera, / de eso no tengo temor, / yo no he conocido el miedo, / diga el mundo lo que quiera. // III.-  Se oye el silbido del viento, / allí donde ruge el mar, / el canto de la marimba, / con música tropical. / Ahí me voy a bailar / con negras, blancas, morenas, / de cuerpos como sirenas / y con bustos tan perfectos / que no tienen ni un defecto / y huelen a hierba buena. //

Marcel Pérez Estupiñan en el primer volumen de su Historia General de Esmeraldas ha descrito a Carlos Concha de la siguiente manera: Hombre de amplísima cultura adquirida en sus días de estudiante en Francia y mejorada cuando se graduó de odontólogo en los Estados Unidos. Leía permanentemente a los clásicos y a los más famosos literatos y filósofos. Era capaz de concitar la atención de un auditorio por horas gracias a su verbo fluido y elegante, el magnetismo que irradiaba mantenía en un estado de semi hipnosis a los escuchas. Su generosidad le permitía favorecer a los necesitados y se esforzaba por brindar a los negros seguridad en su futuro. Los trataba de igual, sin distingos: comía con ellos, se acostaba con ellos, concurría a sus fiestas y se complacía en poderles regalar adornos, pañolones y prendas de vestir. Competía con los peones en la doma de potros salvajes, en las prácticas de tiro y a veces en fingidos combates a machete. Les gastaba toda clase de bromas y en una ocasión quiso aparecer como fantasma cubierto con una sábana en “La Propicia.” Inicialmente causó pánico pero una noche un moreno salió en su persecución y estuvo a punto de matarlo. El fantasma no volvió a aparecer. Para los negros, que seguían siendo conciertos en las propiedades familiares Carlos Concha era un ser superior, casi una divinidad. I a la misma conclusión habían llegado sus parientes Gaztelú y sus amigos Martínez, Otoya, Cortés, Lemos, Villacrés, Franco y Villacís. Pero, así como un numeroso grupo lo veneraba, comenzaron a aparecer sus detractores, los que criticaban su descuido en exigir al gobierno atención a los problemas de la comunidad, la educación y la salud. A ellos se sumaron los que habían sido víctimas de graves ofensas. No se puede desconocer que por su influencia la Municipalidad presidida por Carlos Díaz dictó las Ordenanzas por medio de las cuales se crearon dos escuelas, una de varones y en 1.898 la primera de niñas, que funcionó en una bodega situada en la parte posterior del Palacio Municipal.