CAMPUSANO CORNEJO ROSA

HEROINA DE LA INDEPENDENCIA. –

Nació en Guayaquil el 13 de Abril de 1796 y fue bautizada por fray Manuel Páez en la Iglesia Matriz el 31 de Mayo con los nombres de María Rosa, siendo sus padrinos Fernando Arrue y Luisa Trejo y Avilés. Hija de Francisco Herrera – Campusano y Gutiérrez, a) el Mozo, rico e importante productor de cacao, Teniente de Corregidor de Samborondón en 1794, Justicia

Mayor de Daule, Regidor Perpetuo del Cabildo de Guayaquil en 1817, propietario del estero de Lagartos y del de Jerguetón, así como de las grandes haciendas “Ñausa” donde se levanta la actual población de Jújan y “Convento” que después pasó a poder de Martín de Ycaza Silva.- Casado con Ignacia Iturralde y Larrabeitia. Fue su madre Felipa Cornejo (Hija del Capitán Nicolás Gómez – Cornejo y Flor del señorío guayaquileño, en una de sus esclavas mulatas, cuyo nombre no ha recogido la historia chica)

El tradicionalista peruano Ricardo Palma es el autor que más detalles ha dado sobre la vida de nuestra paisana, seguido de la escritora argentina Silvia Puente autora de la novela histórica titulada “La mujer de San Martin en Lima” con documentos inéditos y los valiosos aportes de varios escritores y genealogistas entre ellos, figurando en primera línea, Fernando Jurado Noboa, del Ecuador.

Rosita recibió una buena educación para su tiempo (pero no donde las monjas como se ha dicho pues en Guayaquil no existieron conventos de monjas durante el coloniaje) y debió tener la mente despierta pues bailaba, tocaba el clavecín y la vihuela, sabía leer, escribir y discurría con lógica.

En 1817, de veinte y un años escasos, fue querida de un español acaudalado y cincuentón que la llevó a Lima y la trataba con generosidad pues era un comerciante que intercambiaba productos entre Guayaquil, Lima y Valparaíso. “En breves años los elegantes salones de la Campusano, quien había alquilado una casa grande en la calle de San Marcelo, fueron el centro de la juventud dorada: los Condes de la Vega del Ren y de San Juan de Lurigancho, el Marqués de Villafuerte, el Vizconde de San Donás y otros títulos partidarios de la insurgencia; Boqui el caraqueño, Cortines, Sánchez – Carrión, Mariátegui y muchos caracterizados conspiradores formaban la tertulia de Rosita, que con el entusiasmo febril con que las mujeres se apasionan de toda idea grandiosa, se hizo ardiente partidaria de la Patria”, llegando a ocultar a varios oficiales desertores, a quienes ayudaba subrepticiamente a pasar al campamento patriota y solo tenía veinte y un años de edad.

En 1818 fue denunciada a la Inquisición por tener libros prohibidos, lo que habla muy en alto de su personalidad, pues claramente se aprecia que era del gremio de las mujeres liberadas que leían y pensaban en aquellos tiempos de obscuridad y tinieblas coloniales y figuró en el Registro Secreto por lectora de las cartas de Abelardo y Eloísa y de unos libritos pornográficos. Palma no indica qué clase de libritos pornográficos eran los que leía Rosita, pero es casi seguro que habrá sido una que otra novelina rosa y quizá hasta algún relato picante, sin entrar en el detalle de asuntos escabrosos o sexo explícito, pero en el expediente inquisitorial solo se menciona que el Marqués de Montemira le había dado en préstamo el “Epítome de la prodigiosa vida y milagros de San Francisco de Asís” del padre Bozal, considerado obra herética e injuriosa a los demás santos del cielo ¡Atiza!

Cuando San Martín desembarcó en Pisco, Rosita se había desembarazado del español y entabló una activa correspondencia con el campamento militar argentino a donde enviaba noticias de Lima pues servía como espía. Por esos días era amante del General realista Pio Domingo Tristán y Moscoso de quien debió obtener información de importancia para el bando patriota y más de una noche cruzó las calles de Lima en calidad de dama tapada, llevando proclamas subversivas para ser pegadas en las paredes.

El General José Domingo de Lamar era su paisano y amigo y también se encontraba entre los que perseguían sus favores y como aún servía bajo las banderas del rey, acaso mantuvo con Tristán en presencia de la joven, expansiones políticas que ella explotaría en provecho de la causa de sus simpatías. También se decía que el Virrey José de la Serna la galanteaba y que no pocos secretos de los realistas pasaron desde la casa de Rosita hasta el campamento de los patriotas en Huaura.

Dos sacerdotes amigos del General Tomás de Heres, Capitán del Batallón Numancia, le instaban a afiliarse a la buena causa, pero él se mostraba irresoluto; sin embargo, los encantos de Rosita, la influencia de su gran amiga Manuelita Sáenz sobre su amado hermano José María, Oficial en el Numancia y la labor de la humilde mulata cocinera Carmen Guzmán, dueña de la fonda de la calle de la Guadalupe, a la que asistían a comer los cabos, sargentos y soldados de dicho batallón, terminaron por decidir a Heres y el Numancia y sus novecientas plazas se incorporaron a las tropas republicanas en Diciembre de 1820, con lo cual, la causa de España en el

Perú y especialmente en Lima, quedó herida de muerte. Poco después Rosita se confabuló con Juan Santalla, Comandante del batallón Cantabria en la fortaleza del Callao, para que también se pase a los patriotas, pero a última hora éste se arrepintió y rompió con sus amigos.

A las pocas semanas San Martín ocupó Lima y proclamó la independencia del Perú, Rosita vio cumplidos sus más fervientes deseos. El 15 de Julio de 1821 se celebró una fiesta en la llamada casa de Osambela y Rosita vio por primera ocasión al Libertador.

La noche del sábado 28 el Cabildo ofreció un baile en su honor en los salones del Ayuntamiento. El General paseaba por los diversos ambientes cuando quedó muy impresionado por la belleza de una dama de rostro claro, fina de cuerpo, ojos azules, boca pequeña, manos delicadas, vestida elegantemente de terciopelo bordó y generoso escote. Preguntó a su asistente limeño de quien se trataba y este le respondió: “Es Rosa Campuzano, una mujer que ha colaborado inteligentemente con el bando patriota.”

El General se acercó a la dama, la saludó con mucho interés y le hizo saber que conocía sus méritos a favor del movimiento insurgente y separatista. Rosita le respondió: “Si lo hubiera conocido antes a Ud. señor General, mis afanes hubieran sido aún mayores.” El flechazo ya se había producido, intercambiaron algunas palabras más y el protector quedó atrapado por la personalidad de tan bella como inteligente mujer de veinte y cinco años de edad.

Al día siguiente domingo 29 de Julio San Martín devolvió la atención del Cabildo con otro baile, ahora en los salones del palacio de los Virreyes, donde volvió a verla vestida de organdí blanco y peinado alto a la griega. Al poco rato se acercó a ella y luego de saludarla galantemente la invitó a bailar una contradanza. Rosita le obsequió una sonrisa radiante y le tendió sus brazos con mucha gracia y aunque los ojos del público estaban sin duda sobre ellos, danzaron y charlaron abstraídos, como si se hubieran conocido desde mucho tiempo atrás. Ella era joven y para la época pasaba por instruida pues conocía a los autores españoles, había leído algunas novelas de Rousseau y se manejaba en sociedad con una conversación atrayente, de modo que cambiaron ideas sobre muchos asuntos, incluyendo el teatro y la literatura. Casi al finalizar la fiesta San

Martín le susurró que lo espere para salir juntos y cuando la mayor parte de la gente se había retirado, tomaron rumbo a la hacienda de Mirones, propiedad del Marqués de Montemira, quien la había cedido a San Martín para que allí descanse. Esa madrugada pasaron juntos y por la mañana San Martín partió hacia su campamento situado en el sitio La Legua, como a quince cuadras de distancia.

Todos los testimonios coinciden en que San Martín perdió la cabeza por Rosita, mujer sensual y apasionada, quien llegó a ejercer una notable influencia sobre él durante largos meses, hasta convencerlo de adoptar la pompa vana sobre su natural austeridad. Por eso se le veía vistiendo un suntuoso uniforme recamado de palmas de oro y transitar por las calles de Lima en carroza de gala tirada por seis caballos.

Rosita le acompañaba de continuo en la quinta de la Magdalena (donde hoy se levanta la barriada de Pueblo Libre) que por esos días se encontraba alejada del centro de la ciudad, pero esto lo hacía para no escandalizar. Allí solía el General atender el despacho diario que uno de sus ministros le llevaba desde la capital. Rosita cuidaba de las plantas y las flores. Los sábados de noche partían en carroza a las fiestas. Ella con vestido y zapatos de seda y él con sus nuevos uniformes pero todo de tapadita, pues estos amores jamás dieron motivo de escándalo; mas, como nada hay oculto bajo el sol, algo debió traslucirse y la querida quedó bautizada con el sobrenombre de La Protectora, en homenaje a quien gozaba de sus favores y había adoptado el título de Protector del Perú.

EI 11 de Enero de 1822 San Martín creó por decreto a ciento doce damas seglares y a treinta y dos monjas, Caballeresas de la orden del Sol del Perú, estas últimas fueron seleccionadas entre las más notables de los trece monasterios de Lima y entre las primeras se encontraron las Condesas de San Isidro y de la Vega y las Marquesas de Torre-Tagle, Casa Boza, Castellón y Casa Muñoz, así como Manuelita Sáenz y Rosita Campusano. Todas fueron investidas en solemnísima ceremonia celebrada el día 23 de Enero celebrada en el palacio virreinal y recibieron el distintivo de las Caballeresas, esto es, una banda bicolor con los colores blanco y rojo y la siguiente inscripción en letras de oro “Al patriotismo de las más sensibles”, pero la cerrada y tradicional sociedad limeña compuesta de señoras de mentalidad ultra conservadora, consideró la inclusión de Rosita como una verdadera afrenta.

I cuando San Martín se alejó a Valparaíso después de su entrevista con Bolívar celebrada en Julio de 1822 en Guayaquil, apenas tuvo tiempo para despedirse de Rosita, quien abandonó el palacio de la Magdalena, dejó de figurar en primeros planos y hasta tuvo que esconderse en casa de sus primos los García de Guayaquil, pues a las pocas semanas la ciudad fue ocupada por los realistas y la situación se volvió asaz peligrosa.

En Junio de 1823 una patrulla la fue a buscar a su domicilio en la calle de San Marcelo y al no encontrarla incendiaron sus muebles e incautaron sus libros y papeles. Esa noche allanaron la casa de sus primos los García. La guardia golpeó la puerta, entraron y vejaron a los ocupantes. Para entonces ya se conocía con el barón de Graver, quien la auxilió en tan difícil situación.

Todavía no se ha examinado a profundidad el papel protagónico de Rosita Campuzano Cornejo en el juego de la política sudamericana de entonces ni tampoco su influencia sobre Manuelita Sáenz, pero es indudable que debió haberle servido de modelo, dada la admiración que Manuelita le profesaba. En todo caso, de no haber sido por nuestra paisana, quizá la independencia del Perú habría tomado más tiempo, dado que al pasarse el batallón Numancia al campo insurgente, se aceleró considerablemente la independencia mientras tanto, su amiga de toda intimidad – Manuelita Sáenz – iniciaba en Quito su romance con Bolívar (1)

Un tiempo vivió Rosita en casa de sus primos los García, en amistosa compañías con el ciudadano de nacionalidad suiza Juan Adolfo de Gravert y Blomberg, barón de Gravert, quien había servido en las campañas de Chile, Colombia y Perú. Este militar francés, nacido en la ciudad de Neuchatel, enclave ubicado en la suiza alemana, era hijo del matrimonio de un General y de la Condesa Whilermina de Blomberg, inició su aventura juvenil a los ecos de la revolución francesa como simple comerciante de géneros en la ciudad de Cádiz, desde donde emigró a América. Republicano pero tradicionista, su vida era una constante paradoja en estas lejanas tierras.

Primero fue un acercamiento por simpatía, después advino el romance que duró varios meses, tras lo cual casaron el 27 de Noviembre de 1823, pero el matrimonio sufrió las penalidades propias de los últimos tiempos de guerra y a la llegada del realista General Monet tuvo Rosita que volver a esconderse en el sótano de la casa y el Barón se marchó a Europa dejándola abandonada, en pobreza y sin hijos. El matrimonio había durado menos de un año.

En 1824 con la entrada de Bolívar en Lima la situación cambió ostensiblemente. Rosita y su amiga Manuel Sáenz debieron verse de nuevo ¿Cuantas cosas se contarían?

En 1832, ya liberado el Perú y casi toda Sudamérica, inició relaciones con el comerciante alemán Juan Wenniger, vecino de la calle de los Plateros de San Agustín y propietario de dos valiosos almacenes de calzado y en 1835 fue madre de Alejandro Wenniger Campusano aunque a los pocos meses de este nacimiento debió ocurrir la separación.

El 22 de Diciembre de 1836 solicitó una pensión al gobierno republicano por sus servicios a la causa libertadora pero no la consiguió. Después de este fracaso y sin esperanza de poder sustentar a su hijo ni darle una buena educación, permitió que el padre se lo lleve para que continúe asistiendo a la escuela del profesor Antonio Arango, éste fue un durísimo golpe moral y desde entones su vida ya no tuvo aliciente alguno pues padeció el abandono de sus antiguas amistades, la miseria y hasta sufrió una caída con rotura de hueso en una pierna.

Hacia 1840 vivía en los altos del edificio de la Biblioteca Nacional. El edificio había sido sede de los claustros de la Compañía de Jesús y luego de los padres Filipenses, quienes cedieron la parte norte del edificio a la Biblioteca. Solo tenía dos cuartitos que ocupaba de caridad por la buena voluntad que le tenía su director, el célebre sacerdote Francisco de Paula Vigil, pero estaba casi sin muebles, únicamente con lo mínimo para subsistir.

Hizo su testamento en Lima el 21 de Noviembre de 1843 ante el Escribano Baltasar Núñez del Prado, donde consta el nombre de sus padres, ya que éste
la había reconocida por testamento. Palma cuenta que aún vivía en 1846. “Era una señora que frisaba en los cincuenta años, de muy simpática fisonomía, delgada, de mediana estatura, color casi alabastrino, ojos azules y expresivos, boca pequeña y mano delicada. Veinte años atrás debió hacer sido mujer seductora por su belleza y gracia y trabucado el seso a muchos varones en ejercicio de su varonía. Se apoyaba para andar en una muleta con pretensiones de bastón. Renqueaba ligeramente. Su conversación era entretenida, si bien a veces me parecía presuntuosa por lo de rebuscar palabras cultas”.

Eso del color alabastrino (blanco mate) nos hace pensar que la abuela de Rosita, esclava como dice la partida, debió ser mulata y no negra, pues hubiera sido muy raro que su nieta naciera blanca y ojos azules. En fin, es un misterio de la genética que no cabe ni siquiera tratar, pues no existen las fuentes documentales debido a que esos pequeños detalles no se escribían. Con todo, es necesario aclarar que en el Guayaquil del siglo XVIII los esclavos no eran solamente negros sino también mulatos y algunos de ellos tan blancos que hubieran podido pasar por españoles.

Falleció en Lima el lunes 8 de Septiembre de 1851 a consecuencia de una hernia diafragmática y sangrando por la boca, Junto a ella estuvo su amigo Vigil y alguna otra persona. Sus honras fúnebres fueron pagadas por Vigil quien continuaba en la dirección de la Biblioteca y fue sepultada en el cuartel San Juan No. 2 del Cementerio presbítero Matías Maestre el día miércoles 10 y no al pié de la iglesia de San Juan Bautista de Lima como erróneamente se ha afirmado. Tenía solamente cincuenta y cinco años de edad y había vivido una existencia plena de situaciones de peligro, con altibajos económicos y mucha tristeza y amor.

Su hijo había encontrado la muerte años antes que su madre con el grado de Capitán en una de las guerras civiles de las muchas que se sucedieron en el Perú durante el siglo XIX.

(1) Manuelita Sáenz había llegado a Lima casada con el Dr. James Thome, médico de nacionalidad inglesa y habitaba una casa cercana a la de Rosita en la misma calle de San Marcelo, pronto se separó de su esposo y volvió a Quito, donde conoció al Libertador Bolívar y comenzó a vivir abiertamente con él. Después lo haría en el palacio de La Magdalena en Lima y después en el de San Carlos en Bogotá.

Rosita, al decir de Palma “fue una mujer con toda la delicadeza de sentimientos y debilidades propias de su sexo. En su corazón había un depósito de lágrimas y de afectos tiernos y Dios le concedió hasta el goce de la maternidad.

Devota y creyente, amaba el hogar y la vida muelle de la ciudad, nunca paseó sino en calesa, enorgulleciéndose de ser mujer, preocupándose de la moda en sus vestidos y deslumbrando por la profusión de pedrería fina. Sabía desmayarse, perfumaba sus pañuelos con los más exquisitos   extractos

ingleses. El galante Arriaza y el dulcísimo Menéndez eran sus poetas. Era el prototipo de mujer-mujer.”

El Ecuador aún no le rinde el homenaje de admiración que se merece por su talento, belleza y patriotismo.

Palma, quien fue amigo y condiscípulo de estudios de su hijo Alejandro Wenniger, relata que           en una

oportunidad otro compañero de curso le llamó Protector y Alejandro le contestó con un puñetazo.