CAÑIZARES Y ALVAREZ MANUELA

HEROÍNA DE LA INDEPENDENCIA.- Al cumplirse el centenario del primer Grito de Independencia Zoila Ugarte de Landívar escribió ¿Quién es aquella mujer que se hombrea con los Próceres de Agosto? Su estatura es también procerosa, noble su continente, su rostro irradia los fulgores de la inmortalidad, ciñe la corona inmarcesible de los héroes. ¿Quién es? Manuela Cañizares, el alma de la insurrección de 1809, la mártir de sus convicciones republicanas. ¡Echad laureles a sus pies!

Nació en Quito el 24 de Diciembre de 1775, en una casa propiedad de su madre en el barrio de Santa Clara. Hija natural de Isabel Alvarez Cañizares, propietaria de una pequeña hacienda en Cotocollao y conviviente de su primo hermano Miguel Cañizares Bermúdez natural de Popayán y Licenciado en Derecho, que se graduó de Abogado en 1775 en Quito. Ambos de raza blanca, de posición social medía alta y de economía escasa. Tuvo tres hermanos: Mariano, José y María la menor pero su padre nunca veló por ellos, que fueron pobres y vivían en una casa alquilada en el barrio de la Cruz de Piedra.

Debió recibir la educación normal de las mujeres de su época, leer y escribir, las cuatro reglas, algunas artesanías, costura y cocina. De su padre casi nada se conoce y de su madre, que debió fallecer relativamente joven, pues en la década de 1790 su hija Manuela aparece vendiendo buena parte de la hacienda en unión de sus hermanos.

Desde entonces llevó una vida independiente, en que la lucha por la supervivencia era su primera necesidad. En 1804 arrendó en 38 pesos anuales unas piezas bajas en la casa parroquial del Sagrario, vecina a la Catedral y al Cuartel, en el centro de Quito. Vivía con su hermana María que la acompañaba y con dos domésticas indígenas.

Hacia 1805 cerando frisada en los treinta años de edad, entabló relaciones amorosas con el Doctor Manuel Rodríguez de Quiroga, abogado natural de la Audiencia de Charcas quien ejercía su profesión en Quito y era un año menor que ella.

Su estado civil de soltería no le impedía llevar vida marital con Rodríguez de Quiroga quien había enviudado de Baltazara Coello con tres hijos menores (un hombre y dos mujeres) que frisaban entre los 10 y 15 años de edad; posiblemente con Manuela Cañizares estaría no más de cinco o seis años pero no tenían hijos. Por este motivo ella conocía los detalles de la conspiración que se estaba tramando en contra de las autoridades españolas.

En la tarde del 9 de Agosto los comprometidos en el golpe político se habían reunido en casa de Francisco Xavier de Ascázubi y extendieron el texto del Acta de Pronunciamiento a suscribirse por parte de los Diputados barriales; mas, para evitar cualquier género de suspicacias y por estar vecinos del cuartel de la tropa veterana, decidieron citarse a las nueve de esa noche en las habitaciones de la señora Cañizares, donde no despertarían sospechas “porque era usual que allí se realicen tertulias” y porque en dichas piezas existía una pieza escondida en la que podían entrar cómodamente once personas.

El pretexto para la reunión fue que su primo segundo Ramón Egas Alvarez organizaba una fiesta para celebrar el santo del joven Lorenzo Romero. A esta cita concurrieron treinta y ocho personas: Juan de Dios Morales, Juan Salinas, Manuel Rodríguez de Quiroga, Juan Pablo Arenas, Pedro Montúfar, José Luis Riofrío, Antonio y Juan Ante, Francisco Xavier de Ascázubi, Manuel Angulo, Antonio Bustamante, Nicolás Jiménez, Nicolás Vélez, Ramón Egas, Juan Coello, Antonio Sierra, Mariano Villalobos, Vicente Paredes, Joaquín Barrera, Manuel Cevallos, Luis de Saá, Luis Vargas, Francisco Romero, Gregorio Flor de las Banderas, José Padilla, Antonio Pineda, Carlos Larrea, Feliciano Checa, Francisco Villalobos, el presbítero José Correa y el igualmente clérigo Antonio Castelo que moraba en la misma casa. Velaban los alrededores porque habían sido previamente convocados numerosos sujetos pertenecientes al pueblo llano, conducidos y capitaneados por Francisco Guamán, de origen indígena y más conocido como Pacho el organista, el estanquero Pedro Vintimilla y un Jaramillo cuyo nombre no pudo anotar ni enaltecer la historia. Doña Manuela los recibió con el entusiasmo de su sensibilidad patriótica y sin arredrarse, más bien les confortaba con su ejemplo.

A las diez de la noche Juan de Dios Morales tomó la palabra, les hizo ver la abatida y desconcertante situación de España y de los dominios españoles pues el pueblo madrileño se había alzado el día 2 de Mayo de 1808 contra las tropas francesas que resguardaban a José I Bonaparte, introducido al trono español por obra de la renuncia de los reyes Carlos IV y Maria Luisa así como de su hijo el Príncipe heredero Fernando y por el influjo y la ambición de su hermano el Emperador Napoleón.

Habló sobre la instalación de Cortes en Sevilla, formadas por Diputados de España y las provincias de ultramar. Pintó los peligros que se cernían sobre la presidencia de Quito y sus connacionales; en fin, dejó ver los más altos y puros sentimientos de amor a la Patria, a la libertad y a la religión; dio vigor, energía y entusiasmo; amonestó para el cumplimiento de los deberes para con la nación en la que iban a vivir ellos y sus descendientes; excitó para la lucha; conjuró para la gloria y la inmortalidad. Les dio a conocer el plan revolucionario, leyó las actas de las delegaciones de los vecinos barriales y el borrador del acta de pronunciamiento. Los concurrentes, entusiasmados y resueltos unos se aprontaron, pero otros quizá por falta de un conocimiento cabal y completo de la situación política que se vivía en España se sintieron amedrentados. De todas maneras se envió al Capitán Juan Salinas para que diera el golpe y pasó a reducir a la tropa, haciendo apresar a los jefes Joaquín Villaespesa y Bruno Rezua que descansaban en sus casas. pero siendo más de las doce y como no regresaba algunos se quisieron retirar o por lo menos dejar la toma del poder para otra ocasión más propicia.

Manuela Cañizares, poniendo en la puerta de salida a un hombre de confianza con un puñal en la mano, según tradición, les apostrofó con duras palabras, diciendo “Hombres cobardes, nacidos para la servidumbre ¿De qué tenéis miedo? y causó un profundo efecto psicológico en los timoratos, que decidieron quedarse y pasaron entonces a la designación de la Junta Suprema de Gobierno. Morales dictó el Acta, Arenas la escribió de su puño y letra y como para el acto de la firma faltara tinta y plumeros, el presbítero Castelo los ofreció de su escritorio, de suerte que sin la actitud viril y resuelta de Doña Manuela, nada se hubiera logrado. Fue, pues, la heroína de esa histórica reunión. Enseguida se procedió a sacar una copia

Amanecía el 10 de Agosto de 1809 y los demás conjurados pasaron al cuartel donde la tropa había plegado y abierto las puertas del parque para que se arme el pueblo, mientras los dirigentes formaban escoltas para realizar algunos arrestos. El Dr. Antonio Ante y una escolta de soldados habían pasado al Palacio de Gobierno y notificado al presidente de la Audiencia, Manuel Urríes, Conde Ruiz de Castilla, el cese en sus funciones. Varias postas fueron despachadas fuera de la urbe, una llegó a la casa del Marqués de Selva Alegre en el valle de los Chillos, otras fueron a donde los Marqueses de Miraflores y de Villa Orellana, Manuel Larrea y Manuel Zambrano, designados miembros de la Junta de Gobierno.

La Junta Suprema quedó conformada de la siguiente manera: Presidente el Marqués de Selva Alegre, Vicepresidente el Obispo José Cuero y Caicedo, Vocales Miembros: los Marqueses de Miraflores, Solanda, Villa Orellana y Maenza, Manuel Larrea, Manuel Zambrano, Melchor Benavides y Loma, Juan José Guerrero y por los Ministros siguientes: De Relaciones Exteriores y Guerra Juan de Dios Morales, de Gracia y Justicia Manuel Rodríguez de Quiroga, de Hacienda Juan Larrea, Secretario Particular Vicente Alvarez.

En Quito las campanas se habían echado al vuelo y anunciaban la buena nueva sin que hubiera sido necesario regar una sola gota de sangre. Las autoridades españolas depuestas fueron arrestadas, entre ellas el Regente de la Audiencia José González Bustillos, el Oidor José Merchante de Ayala, el Asesor General Francisco Javier Manzanos, el Colector de Rentas Simón Sáenz de Vergara, el Administrador de Correos José Vergara Gabina, etc. No hubo tumultos ni algazaras. Eso vendría en Octubre, dos meses después, con la traición de algunos de los comprometidos. Entonces se alzaron voces agrias contra

Manuela Cañizares, provenientes de enemigos contumaces e iracundos adversarios de la Junta de Gobierno y de la buena fama de la señora, señaladamente entre los vecinos realistas, que se ensañaron sin cesar en lo más vivo de su honra y corrieron entre la población absurdas historias, algunas de las cuales se repiten hasta la actualidad. Se dijo sin ningún fundamento que la Cañizares era una mesalina, que sus habitaciones servían de sitio de reunión de caballeros con mujeres públicas y otras mentiras.

El 21 de Abril de 1810 Aréchaga llegó al extremo de solicitar en su Vista Fiscal que Manuela Cañizares figure entre los culpables, lo que equivalía a llevarla prisionera al Cuartel Real de Lima y quizá hasta lo hubiera obtenido, de no haber mediado el buen sentido entre las autoridades y el hecho que ser protegida de una de las Marquesas, que la sacó de la ciudad y llevó a una casa de campo situada en las cercanías de Latacunga pues hasta su servidumbre indígena era perseguida.

Entre 1811 y el 12 fueron años difíciles, para sobrevivir tuvo que empeñar algunas de sus joyas y hasta debió permanecer largas temporadas en la hacienda Tanilagua cercana a Pelileo, en cuya Capilla daba misas su tío el Dr. Félix Cañizares Alvarez, Párroco de Perucho.

Recién en 1813 pudo regresar a Quito aunque con su salud muy decaída, ya no vivió en las casas de la Cofradía del Sagrario cuyas piezas habían sido alquiladas a terceras personas. Al principio se recluyó entre las monjas del Convento de Santa Clara, enferma y taciturna a causa de las penas morales, la pobreza y el total abandono social pues sus amistades habían sido asesinadas el 2 de Agosto de 1809 en el interior del Cuartel Real de Lima o estaban fuera de Quito perseguidas y expatriadas, y lo que es peor, sin esperanzas de algún cambio político. Más tarde se refugió en casa de sus amigos Miguel Silva y Antonia Luna quienes vivían en el barrio de San Roque, le bajaron las defensas orgánicas, enfermó gravemente y testó el 27 de Agosto de 1814.

Falleció en 1815 de sólo treinta y nueve años, dejando lo poco que tenía a su hermana María, fiel compañera que la había asistido y quedaba huérfana y sin auxilio alguno en lo humano, como rezan viejos documentos.

Por su testamento, encontrado por el notable investigador Alfredo Flores y

Caamaño en la Escribanía de Antonio de la Portilla, sabemos que dejó por albacea a Antonia Luna mujer de Miguel Silva. Declaró ser soltera y sin hijos, tenía por hermanos a Mariano Cañizares a quien había dado en préstamo la cantidad de setecientos pesos con fianza de Luís Salvador para que adquiera ganado, lo engorde y venda, repartiendo las ganancias a medias, lo cual no ocurrió pues Mariano se aprovechaba de ella vendiendo el ganado con sobreprecio y ella debía adquirirlo para no perder más dinero. A José, con quien siempre había sido unida, le legó veinticinco pesos para que vista de luto, posiblemente porque se encontraba muy pobre a consecuencia del constante acoso de las autoridades realistas y a María el remanente de sus escasos bienes, posiblemente vestidos finos aunque pocos y una pequeña hacienda en Cotocollao herencia de su madre con cuyos frutos se alimentaba y cuidaba a su hermana María. Hacienda que tenía vendida a Josefa Cáceres en un mil novecientos cincuenta pesos de contado, de los cuales aún le adeudaba novecientos.

Celiano Monge y otros historiadores del siglo pasado la han descrito como mujer de ameno trato, carácter franco y resuelto y que su amistad era solicitada por nobles caballeros, pero solo concedió su corazón a Rodríguez de Quiroga.

De aspecto hermoso, su gracia, donosura y demás prendas le dieron mucho influjo sobre los políticos de su tiempo pues fue mujer de ánimo templado.

Hoy su tumba se ha perdido pero queda uno de los colegios femeninos más importantes de la República con su nombre.

“Corte varonil, ojos negros y tostada piel, negra y trenzada caballera, de fina y ágil cintura, tenaz en sus propósitos y de una imperturbable serenidad, sabía despreciar con impávidos la maledicencia de sus semejantes”.

Fue enterrada en el Cementerio del Tejar de la Orden de la Merced y sus huesos se perdieron con el tiempo. Tuvo buenas e íntimas amigas, de pensamiento liberado y heroínas de su tiempo como María Tinajero Guerrero, Rosa Checa y Barba, María de la Vega Nates y Rosa Montúfar Larrea.

De la época de la revolución son unos versitos realitas dedicados a varias mujeres del bando insurrecto, a saber: // ¿Quién más desdichas fraguo? / Tudó / ¿Quién aumenta mis pesares? / Cañizares / y ¿Quién mi ruina desea? / Larrea. / I porque así se desea / querría verlas ahorcadas / a estas tres tristes peladas / Tudó, Cañizarez, Rea. //

Maria Cañizares y Alvarez, la hermana menor, casó en 1838 ya entradita en años con el cuencano Jorge Vélez y fueron padres de Mercedes Vélez Cañizares casada con Vicente Mora con hijos, Carmen Vélez Cañizares casada con el quiteño José Antonio Córdova y una tercera hija, cuyo nombre no recuerdo pero que entró a monja concepta en Quito.