CAMPOS MAINGON JOSE ANTONIO

ESCRITOR.- Nació en Guayaquil en 1868. Hijo legítimo de Alberto Campos Coello, miembro de una familia rica en tradición cultural, fallecido joven, y de Dolores Maingón Iler, guayaquileños. Ella era “matrona verdaderamente virtuosa, sin ostentaciones ni excesos. prudente, muy de su casa, con sus fuerzas sostuvo en mucho a su familia.

Huérfano de padre a temprana edad, estudió en el San Vicente del Guayas donde escribió un periodiquito con Alberto Wither, Luís S. García y Carlos Coello Icaza.

En 1885 pretendió contraer matrimonio con su vecina Mercedes María Morlás Pommier, igualmente huérfana de padre y de sólo catorce años, que se ayudaba cosiendo uniformes y ropa de campaña para los soldados; pero Doña Dolores se opuso a la boda por considerar que ambos eran muy jóvenes. Entonces se fugó y anduvo en el buque de la armada de guerra chilena “Pilcomayo” por más de seis meses, llegando hasta las costas del Japón. A su regreso desembarcó “muy tostado” y logró que se aceptara su matrimonio. Fueron felices y tuvieron doce hijos, de los cuales cinco fueron hombres y siete mujeres.

Su madre aprovechó la ocasión para vender el único patrimonio familiar consistente en una pequeña finca por Daule y tras dejar a los recién casados en su departamento, marchó a Lima, donde vivió veintiocho años (1888 a 1916) con su hija Angélica, monja Directora del Correccional de Menores “Santo Tomás” de esa capital, y de sus otras hijas solteras que llevó consigo. Todas ellas cosían y bordaban precioso, según se me ha referido, porque eran habilísimas para las labores de mano.

El 31 de marzo de 1887 publicó un valiente y altivo comentario del fusilamiento político al héroe liberal Luís Vargas Torres, que apareció en “El Guayas”, periódico liberal fundado en esa fecha. Desde el 26 de Septiembre del 88 figuró entre los colaboradores de “La Opinión Pública” diario de la tarde, en formato pequeño, editado en la imprenta Bolívar, a cuatro planas y dos columnas. El 18 de noviembre creó el semanario humorístico “El Marranillo” que se imprimía en una sola hoja y a pesar de sus chispeantes artículos de oposición al presidente Caamaño, no fue molestado en razón de su corta edad. Igualmente comenzó a escribir para “El Maravilloso”. Su abuelo paterno Francisco Campos le alentaba en estas facua periodísticas que auguraban al gran escritor que llegaría a ser.

Poco después ingresó a la redacción del “Diario de Avisos”, publicación seria y antigua que dirigía el gran periodista Manuel Martínez Barreiro. Allí se especializó en artículos de fina y sutil ironía y en otros mas bien costumbristas, todo ello relacionado con la costa, refiriendo sus experiencias montubias en la finca familiar dauleña, en las que había pasado largas vacaciones junto al hombre de campo de nuestro litoral, escuchando su habla, los dichos campiranos y las “salidas” llenas de una aguda filosofía popular.

Por entonces el género literario llamado costumbrista solo era cultivado en Quito por José Modesto Espinosa, pero ya gozaba de increíble popularidad en España con Juan Valera, Académico de la Lengua, que le había dado elevación y calidad.

En 1889 dio a la luz pública su única novela conocida “Dos Amores”, que la crítica ha calificado de intrascendente, aparecida por entregas tipo folletín.

En el “Diario de Avisos” Campos escribió sin interrupciones hasta que por efecto del Incendio Grande en 1896, que arrasó con las maquinarias, dejó de salir largo tiempo, reapareciendo a principios del año siguiente. En ese Diario descubrió el venero inagotable de su memoria embellecida por la imaginación, allí comenzó a hacer escenillas con personajes tomados de sus recuerdos campesinos, a los que colocaba en situaciones que siempre permitían extraer una moraleja. “Campos caló hondo en el alma del trabajador del campo costeño sin excluir deliberadamente sus miserias, destacando la responsabilidad de quienes le mantienen como víctima, si bien no fue una actitud de acusación airada sino de burla a ratos inocente a ratos amarga”. José de la Cuadra en su ensayo sociopolítico sobre el Montubio ecuatoriano publicado en Buenos Aires en 1937, indica que Campos conoció, amó y escribió sobre el montubio con una intención sentimental, suplicando que se le haga justicia.

Ese año 89 fundó “El Cóndor” de cortísima duración y editó su novela “Dos amores”. El 91 colaboró en “El Tiempo” que estaba en su primera etapa y en “La Nación”. Era un periodista a tiempo completo, que tenía que ganarse la vida en diversas publicaciones; pues, como siempre ha sucedido en nuestra patria, las bellas letras no dan para vivir y los periódicos pagan poco.

El 90 mantuvo una columna diaria en “El Globo Literario” y trabajó en la primera época de “El Radical”. El 91 comenzó en la redacción de la revista semanal de literatura, ciencias y arte “Guayaquil” que dirigía el Dr. Cesáreo Carrera Padrón, en “El Diarista” y en “El Grito del Pueblo” donde los lunes aparecían sus “Rayos Catódicos” con artículos de chispeante humor bajo el seudónimo de “Jack”, su nombre en inglés, que luego cambió a “Jack the Ripper” -Jack el destripador- célebre asesino que por entonces mantenía en zozobra a las prostitutas de las calles de Londres, porque como según él mismo decía, sus crónicas hacían destripar de risa a los lectores.

Con la revolución del 5 de junio de 1895 reafirmó su antiguo ideario liberal radical. A principios del 96 fundó la revista “El Bohemio.” Poco después perdió todos sus enseres durante el Incendio Grande y pidió posada con su mujer e hijos en casas de diversos parientes; mientras que con dinero prestado y la ayuda de un carpintero, él mismo construía una casita de caña en Gómez Rendón y Noguchi y se daba tiempo para escribir “Crónica del Gran Incendio de Guayaquil en 1896” que constituyó un best seller en toda la República y le permitió ganar unos cuantos sucres.

Ese año comenzó una colaboración diaria en ‘”El Telégrafo” que iniciaba su segunda época. Desde el 98 fue redactor principal en “El Tiempo” de Luciano Coral, donde colaboraban José Lapierre, Felicísimo López, José Peralta, José Domingo de Elizalde

Vera, Abelardo Moncayo y desde Ambato enviaba sus escritos Juan Benigno Vela. El jueves 27 de Abril circuló el primer número de “El Cóndor”, diario de su propiedad, que aparecía en las mañanas, en formato grande a cuatro columna, editado en la Imprenta de Gómez hermanos, siendo su administrador Julián González. Ese año 99 también escribió para “La Democracia”. En 1900 figuró de Director de la revista semanal ilustrada de letras, ciencias, artes y variedades “Guayaquil Artístico” ayudado por Pedro Pablo Garaycoa, publicación que trabajó por el desarrollo intelectual del país. En 1901 fue designado profesor de Literatura del Vicente Rocafuerte y lo fue por siete años. También en 1901 comenzó a escribir en “El 9 de Octubre” y desde 1903 lo hizo para la revista “Olmedo” y para el periódico “El Ecuatoriano” de Ricardo Cornejo, con quien siempre fue muy amigo, a pesar que este último era conservador recalcitrante.

Entre 1903 y el 7 dirigió “El Grito del Pueblo” dando dos ediciones diarias y mantuvo su columna que trataba sobre el hombre de campo del litoral y la vida urbana, vistos a través de un espíritu festivo. En ese sentido, fue el creador de un género que alcanzó increíble popularidad; el del cuento satírico, con los temas indicados y con un desenlace en forma de moraleja política; producción que se ha salvado de la vida efímera del diarismo porque pudo recogerla a través de varios libros.

En 1900 había editado “El Patriota” para sostener la candidatura presidencial de Lizardo García pero cesó al triunfar el candidato oficial Leonidas Plaza. En 1904 editó “Los Crímenes de Galápagos, El Pirata del Guayas” en 154 págs., narrando los luctuosos sucesos ocurridos en esas islas y las violentas muertes.

Nuevamente en 1905 salió “El Patriota” con igual fin electorero. Campos era miembro de la Junta Liberal que exhibió dicha candidatura, la que triunfó ampliamente en el país. “El Patriota” dejó de aparecer en el número 26 justo el día en que García asumía el mando en la capital. Por esos días sacó la revista “Patria” con Alejo Matheus Amador y Alberto Guerrero Martínez que tuvo tanto éxito y por tanto tiempo hasta que fue cedida por sus fundadores a Víctor Emilio Estrada y José Antonio Gómez Gault quienes contrataron de redactores a Modesto Chávez Franco y a Alberto Nugué.

En 1906 lanzó en 205 págs. su primer tomo de “Rayos Catódicos y Fuegos Fatuos” donde recopiló muchos de sus artículos aparecidos en la prensa y que alcanzo sonado éxito, al punto que al siguiente año apareció el segundo tomo y en 1911 la segunda edición de ambos tomos en 342 págs. cada uno, mostrándose un hábil narrador que manejaba el habla costeña en sus aspectos léxico y fonético. Por esta obra de la Cuadra le confirió el título de “abuelo espiritual de la novela vernácula ecuatoriana” y Hernán Rodríguez Castelo anota que Campos ha dejado un registro de folclore poético, narrativo, lingüístico, social y ergológico y que es el verdadero iniciador de léxico y fonética en la literatura costeña, siendo más rico y más exacto que cualquiera de los relatistas del grupo de Guayaquil de los años treinta.

En 1907 escribió por pocos meses en “La Reacción” y después lo volvió a hacer durante la segunda época de ese impreso en 1912. Entre el 7 y el 11 fue Director de Estudios de Guayaquil y miembro del Consejo Escolar, fundando en 1907 el “Boletín de las Escuelas Primeras”, publicación pedagógica con lecturas seleccionadas.

En 1908 y el 10 editó dos folletos con sus “Informes Anuales” como Director de Estudios. En 1909 salió “Estadística de la Vacunación Antipestosa”. En 1910 ingresó por pocos meses a “El Guante”, que dejó de aparecer por la guerra civil de fines de ese año, pero volvió a la redacción en 1912, durante la segunda época de esa publicación.

En 1911 reinició su columna diaria, esta vez en “El Grito del Pueblo Ecuatoriano”, que se editó hasta 1918. Entonces pasó con igual éxito a escribir a “El Guante”. Dichas crónicas eran mordaces, vivas y llenas de diálogos que mantenían el hilo de la trama o desarrollo temático, acentuados con versos y coplas que ponían la sal del realismo filosófico criollo. Sabio a lo Sancho Panza le dijeron en varias ocasiones sus émulos; mas, el público, seguía con delectación sus escritos, que se comentaban favorablemente en todos los corrillos de la ciudad y por eso era considerado con Nicolás Augusto González y Manuel J. Calle como los máximos exponentes del periodismo en el Ecuador.

En 1912 escribió para “El Nacional”, el 13 para “El Diario Ilustrado”. El 15 publicó con su amigo Modesto Chávez Franco tres volúmenes titulados “El Lector Ecuatoriano” con lecturas

provechosas para la niñez y alcanzó gran difusión:       también colaboró

esporádicamente en “La Lucha”.

En 1913 y luego el 23 fue electo Consejero Municipal de Guayaquil. El 14 el Concejo Cantonal resolvió fundar un periódico para la mayor publicidad de los actos de dicha corporación y para la defensa de los intereses seccionales. Campos estaba al frente de la administración de la Imprenta Municipal y dirigió la nueva publicación titulada “Nueve de Octubre” que justamente apareció ese día. La sección histórica corrió a cargo de Camilo Destruge, quien terminó haciéndose cargo del periódico por renuncia de Campos.

En Julio del 16 fue uno de los redactores de la revista semanal “La Crónica Ilustrada” y con Camilo Destruge recomendó al Cabildo la adopción del pabellón de la Provincia libre de Guayaquil como emblema oficial. En 1.916 había fallecido su ilustre tío Francisco Campos

Desde el 18, por su amistad con Eduardo Game Balarezo, Gerente General del Banco del Ecuador, desempeñaba la Secretaría de dicha institución y publicó sin su firma el ensayo histórico – económico titulado “Banco del Ecuador, historia de medio siglo, desde 1868 hasta 1918” en 231 págs. y a causa de un artículo en broma sobre el Corazón de Jesús se corrió la voz que iba a ser excomulgado por el Obispo. Los Universitarios hicieron una manifestación de respaldo y la policía estuvo a punto de lanzarles chorros de agua, pero el incidente no prosperó. El era católico sólo de nombre por librepensador y descreído y porque jamás iba a misa como era entonces usual entre los liberales radicales que habían sufrido los abusos de la iglesia antes del 95 y se habían vuelto anticlericales furibundos. Su esposa era lo contrario, pues desde las cinco de la mañana estaba en la iglesia de la Merced oyendo misa y hacía novenas consecutivas. Entonces habitaban una casa alquilada en Luque y Pichincha.

En 1919 editó “Cintas Alegres”, bajo el subtítulo de proyecciones cómicas de la vida culta y de la vida rústica, en 165 págs. que apareció sin fecha, conteniendo una nueva serie de artículos humorísticos.

En 1920 figuraba como redactor principal de “El Guante” y comenzó a escribir y a editar en sociedad con Carlos Manuel Noboa que hizo de capitalista y agente comercial, varios tomos de “América Libre”, publicación gráfica y conmemorativa del centenario de nuestra independencia. El 21 fundó la “Revista del Banco del Ecuador”. Estos empleos hablan claramente de sus apuros y estrecheces económicas para mantener a su dilatada familia con suelditos de periodista y pequeñas remuneraciones por sus labores intelectuales. Era, pues, un subempleado y para mantenerse debía desempeñar varias ocupaciones al mismo tiempo.

En Agosto del 23 recibió un cheque por cinco mil sucres, suma enorme para la época, que le llegaba de la gerencia del Banco Comercial y Agrícola para que escribiera artículos editoriales en “El Guante” a favor de la Ley de Moratoria; pero como dicha Ley perjudicaría los intereses del Banco del Ecuador al que se debía desde 1918 prefirió devolver el cheque y renunciar a su empleo en El Guante.

El 24 recibió la condecoración de la Orden Nacional al Mérito de Primera clase que le confirió su amigo el presidente José Luís Tamayo. Al morir el Cronista emérito de Guayaquil Camilo Destruge en 1926, el Centro de Investigaciones Históricas reclamó tal título para Campos, que se hallaba atareado en escribir una historia de Guayaquil, pero la distinción nunca le llegó.

En los primeros días de 1927 ingresó a “La Nación” que editaba en su tercera época Rafael Guerrero Martínez hasta que dejó de aparecer en 1929, recluyendose en su hogar para dar término y editar “Cosas de mi tierra”, humoradas de la vida cívica y de la vida rústica, en 191 págs. con una selección de sus artículos publicados y añadidos a los que se encuentran en otras colecciones, fruto de las observaciones de largos años.

En Octubre del 29 formó parte como jurado para las pruebas montubias del Día de la Raza junto a Honorio Santistevan Mendoza. En 1930 compuso el libreto para la película nacional, filmada en el puerto principal y en la hacienda La Zoraida en la Isla Santay de Geo Chambers Illingworth, bajo el título de “Guayaquil de mis amores”. Vivía en casa propia, escribiendo de continuo, con tijera y goma en mano, arreglando sus artículos en diferentes álbumes que numeraba y tenía guardados en su rica biblioteca.

La noche del 30 de agosto de 1930, día de Santa Rosa, se incendió la casa vecina de propiedad de Gustavo Vallarino Febres – Cordero y el fuego contaminó la de Campos, que también era de madera. Ambas estaban ubicadas en Juan Montalvo y Libertad (hoy Panamá). El flagelo no destruyó su casa enteramente pero en cambio arruinó sus pertenencias dejándole en la indigencia por segunda vez en su vida y destruyendo sus libros y colecciones que con tanto afán, esmero y cuidado había formado y no le quedó más remedio que vivir provisionalmente con uno de sus hijos. Varios colegas periodistas quisieron iniciar una colecta pública pero les respondió “Aún me siento fuerte y animoso para reconstruir mi casa con mi propio trabajo, sin gravar ni servir de peso a mi querida cuidad” y rechazó agradecido la ayuda.

Entonces -en Septiembre – fue invitado a ocupar la jefatura de Redacción de “El Universo” en reemplazo de Aurelio Falconí que había renunciado voluntariamente, donde también escribió los editoriales y bajo seudónimo una página alegre cada miércoles y así laboró ocho años ininterrumpidamente. Su primer trabajo en “El Universo” tituló El trabajo de la mujer como factor de bienestar social. Hacía labores de redacción de las diez a las doce del día y de tres a seis de la tarde. Por las mañanas se informaba de todo cuanto pasaba en el país, de tarde escribía. Y ordenaba la extensa hemeroteca en cuyo salón se había instalado. Ordenado, sociable, dicharachero, no le agradaban los cuentos colorados. Su caligrafía era tan intrincada que solo la entendían o podían leerla de corrido los ya familiarizados en ella. A las cinco de la tarde dejaba las cinco páginas escritas a máquina, a doble espacio, correspondientes a los Editoriales del día siguiente, unidas con un alfiler.

A principios de 1931 recibió el encargo pagado del Concejo Cantonal, para escribir una monografía de la provincia del Guayas. Fue indudablemente una ayuda que le cayó cuando menos lo esperaba pero a poco cerró sus puertas el Banco del Ecuador y perdió ese empleo pues dejó de salir su Revista de la que Campos era el redactor
único. De esa época fue una diabetes, primero incipiente y luego declarada, que amargó los últimos años de su vida. De joven había sido robusto aunque nunca obeso pero enflaqueció a causa de su enfermedad. Goloso y comilón, se cuenta que le servían cinco huevos al día. Dos en el desayuno, otro hecho tortilla con ostiones en el almuerzo y dos en la cena acompañando la carne.

Cuando podía hacerlo viajaba de vacaciones a Posorja o al Morro en balandra y con toda su familia. Llevaba fiambre para las seis horas del viaje. En el Morro tenía varios cholos amigotes suyos con quienes conversaba interminablemente y cuaderno en mano, para apuntar sus jocosos dichos, versos y ocurrencias. Entre ellos estaba Ramón Lindao, los Bohorquez, Luís Vega, uno que le decían de apodo Papita rellena porque era gordo y bajito y el famoso cholo Cacao, oriundo de Palmar, donde nació hacia 1860 y pasaba por “pueta”(1)

En 1936 fundó y presidió el Círculo de Periodistas de Guayaquil y nunca dejó de concurrir a las reuniones regocijadas de los compañeros de oficio, probando para disgusto de su cónyuge, las bebidas espirituosas que se servía, los churrascos, las ensaladas de camarones, indicando que al día siguiente amanecería con mareos por la subida de azúcar.

El 37 colaboró en el Boletín del Centro de Investigaciones Históricas. El 38 se acogió a la jubilación que alcanzó quinientos sucres mensuales. “El Universo” le tributó un caluroso homenaje y le fijó una renta igual al sueldo que venía cobrando. El Centro de Investigaciones Históricas lo designó miembro correspondiente. La Municipalidad le honró en vida imponiendo su nombre a la pequeña y antigua calle Zaruma. Entonces escribió “Lo que reclamo para mí es el intento de hacer literatura nacional, es decir, algo que reproduzca las figuras típicas y las costumbres populares del país de modo tal que al tener cualquiera de los nuestros el libro en sus manos, sienta la cariñosa impresión de la tierra nativa y se encuentre con paisajes familiares a su vista y con tipos conocidos que despierten su interés y aviven sus
recuerdos con las modalidades propias de la vida regional”.

Más para distraerse y también por necesitarlo siguió escribiendo su columna ahora llamada “Jueves Alegres”, que iluminaba con sus caricaturas Virgilio Jaime Salinas.

Vivía en casa de su hijo Raúl, esquina de Boyacá y P. Ycaza y sus visitantes más usuales eran su yerno Enrique Icaza Toral, Manuel María Valverde, Modesto Chávez Franco y Nelson Matheus Amador, a los que mantenía riendo con sus ocurrencias y graciosos dichos y modismos, pero aprovechaba cualquier tiempo libre para trasladarse al vecino balneario de Posorja donde tenía una casita antigua y de madera, se sentía libre y feliz conversando con los pobladores, aprendiendo sus dichos, y como era muy goloso compraba rosquitas y pan recién salido del horno de leña y por supuesto los peces y mariscos propios de esa zona y que tanto le agradaban.

Nunca había viajado a la sierra y por la vía férrea sólo conocía hasta Milagro, población que le agradaba mucho. Tampoco quería a los serranos, aunque nunca los atacó por la prensa. Practicaba la rarísima costumbre de jamás apagar la luz, que entonces se pagaba por cada foco y no por consumo global como ahora. Dormía irregularmente, por ratos y siempre en hamaca; cuando se despertaba escribía en una libreta lo que se le ocurría en ese momento.

Siempre tenía cerca un termo con café puro y numerosas colillas al pie de su hamaca denunciaba que era un fumador empedernido, pues las tiraba despreocupadamente. En El Universo escribía con lápices y podía estar largas horas produciendo un sinfín de artículos de fino humor, pues casi nunca se repetía.

Sus últimos tiempos los pasó en el balneario de Posorja, leyendo y escribiendo, en total descanso de cuerpo y alma pues amaba la vida cerca del mar y quería mucho a los suyos.

El Cholo Santos Cacao recibió ese nombre  por haber nacido un primero de Noviembre, día que el calendario romano dedica a todos los Santos. Era hijo de Agustín Cacao, descendiente a su vez de otro Agustín Cacau, de los primeros pobladores del El Morro. Creció entre el mar y la sabana, fue amigo de Campos a quien trató a partir de 1900, que buscaba su compañía para que le trasmitiera sus coplas. Era recio y vivaracho, pequeño, cuadrado, curtido por el sol, ocurrido, ceremonioso y galante con las muchachas. Dueño de una sonrisa perenne y de una mirada entre curiosa y maliciosa. Recorría los pueblos con una bien ganada fama de trovador. Entre sus endechas se recuerdan las siguientes: // He venío de Engabao / en mi caballo colín / solo por ver esta cara / color de rosa y jazmín. // Cuando veo una morena / me lo voy de medio lao / como el gavilán al pollo / como la garza al pescao. // La política que llaman / es la leche del progreso / Ar pueblo le toca el morde / y a los mandones er queso, / Así vemos que la gente / más tranquila y sosegada / que trabaja y suda el jugo, / nunca aprueba la cuajada. //1 tanto éxito cosechó que todavía algunos viejos memoriosos de la península siguen repitiendo sus versos aunque sin recordar quien los compuso.

Su muerte ocurrió en dicho balneario el día viernes 23 de junio de 1939, a las once de la mañana, porque la

tarde anterior que sintió mucho calor se bebió tres frescos azucarados donde Olivares y le sobrevino un coma diabético. Tenía setenta y un años de edad.

En tan apurado momento le dieron a beber un purgante alemán que siempre le revivía en esos trances y hasta le inyectaron insulina, pero todo fue inútil. Su cadáver fue traído a Guayaquil y como siempre había sido algo retraído porque no gustaba de fiestas ni saraos, su viuda se negó a dejar que lo trasladen a la capilla ardiente que le habían preparado en “El Universo”, pero el velorio duró día y medio en su departamento, dada la cantidad de público que concurrió.

Jack the ripper constituye una de las más altas cumbres del periodismo ecuatoriano de todos los tiempos y es el primer tradicionista del litoral porque trató temas populares aunque nunca hizo recolección científica. Por eso se ha opinado que no llegó a ser un folclorista en el entero sentido de la palabra. Aún más, se ha indicado que nunca quiso serlo, limitándose a hacer una literatura nacional, copiando los cuadros más originales de la vida real vistos por el lado amable y pintoresco. De allí que sus trabajos han sido calificados de una colección de artículos o cuentos festivos, nada más.

Como humorista, en cambio, fue excepcional y descubrió la gracia que casi siempre salta tras la aparente tontería del montubio, así como la sapiencia del chiquillo travieso, irritante. Todo va a dar en esa conversación sabrosa que retrata con precisión a los costeños hasta en el vuelo del diálogo.

Isaac J. Barrera ha dicho: Para su trabajo de prensa, la política estaba contenida en las doctrinas, en los principios, en las ideas, y sobre ellos gravitaba su personalidad firme y honorable, sin extenderla a los fines interesados de su partido. Los comentarios, al saberse que eran escritos por Campos, merecían – no la expectación del escándalo – sino la atención respetuosa de quienes sabían que su pluma estaba guiada por una sana intención patriótica. Por eso se ha dicho que fue “el escritor más popular de su tiempo, que llegaba especialmente en la costa a todos los rincones, por medio del periódico y más tarde del libro”.

Hablaba en voz baja y siempre clara, mirando fijamente a los ojos de su interlocutor, con los suyos azules, pequeñitos, vivaces. Cuando comenzaba a escribir no le agradaba que le cortaran el hilo con interrupciones. Ismael Pérez Pazmiño en su libro Poliedro Literario lo recuerda así: “La charla de D. José Antonio era un encanto por su amenidad, sencillez, variedad y gracia. Todos los asuntos que tocaba resultaban pintorescos, sabrosos e interesantes. Mil y mil episodios de la vida nacional, del ambiente periodístico guayaquileño, o relacionados con su propia vida de escritor, afluían a su memoria en sucesión interminable (…) Cuando escribía adoptaba sobre la silla una posición de lo más original e inusitada: cruzaba las piernas como lo hacen al sentarse los niños, encima del asiento, de tal modo que el pie derecho le quedaba preso debajo de la asentadera izquierda; y sólo a ratos dejaba descansar los pies en el suelo (…) El lápiz fue el instrumento favorito para trazar artículos. Pero nunca lo aguzaba sirviéndose de los sacapuntas mecánicos; porque afirmaba, tenía la impresión de que haciéndolo con el cortaplumas las ideas como que le afluían con más espontaneidad y abundancia. Su charla era un encanto por su amenidad, sencillez, variedad y gracia. Todos los asuntos que tocaba resultaban pintorescos, sabrosos, interesantes. Mil y mil historietas y episodios de la vida nacional, del ambiente periodístico guayaquileño relacionado con su propia vida de escritor, afluían a su memoria en sucesión interminable. Nunca dijo ni escribió deliberadamente una inexactitud; y sentía repugnancia invencible por la gente mendaz”.

En 1944 la Sociedad Filantrópica del Guayas editó su “Linterna Mágica” en 164 págs. En 1960 la “Biblioteca Ecuatoriana Mínima”, en su tomo 25, le hizo constar entre los mejores narradores de todos los tiempos, y en 1970 apareció parte de su obra en los “Clásicos Ariel” con un sustantivo prólogo de Hernán Rodríguez Castelo. Su “Historia de Guayaquil” escrita en 1931 sigue en la dirección de la Biblioteca Municipal que finalmente la publicó en edición restringida, pero lo medular de su obra está disgregada en numerosos impresos, esperando la hora en que alguna institución cultural proceda a editar para regocijo de los lectores curiosos sus “Obras Completas” o por lo menos sus “Obras Escogidas”.

Una de sus hijas me refirió hace años la siguiente jocosa anécdota ocurrida a Don José Antonio y su familia durante un paseo por la mañana en Posorja.

Resulta que las chicas ya estaban casadas y al llegar al parque se toparon de buenas a primeras con un robusto pollino que intentaba montar una bura, avergonzado Don José Antonio del Pormo espectáculo atacó al pollino a bastonazos, pero este no cejaba y se defendía lanzándole cocces que producían gritando toma por sin vergüenza; dolor a la burra que ya estaba ensartada. Finalmente Don José Antonio se dio por vencido y como era un caballero de costumbres victorianas. Trató de disculpar al pollino diciendo que era un animal inocente y sencillo, lo cual causó una gracia enorme al grupo familiar que le acompañaba y todo terminó en regocijo y carcajadas, incluso del mismo Don José Antonio, que en su fuero interno debió reconocer lo ridículo de su actuación y su discurso moralizante.