POETA.- Nació en Guayaquil el 23 de Diciembre de 1959. Hijo legítimo de Pablo Campaña Betancourt, fotógrafo y comerciante, que emigró a los Estados Unidos y luego regresó a Ambato donde puso dos almacenes y de Isabel Rubio Aviles, guayaquileños. “Cuando nací mis padres vivían en el enclave azucarero de San Carlos y como estaban sin trabajo no pudieron utilizar los servicios médicos del Ingenio. Mi padre había llegado a San Carlos persiguiendo no sé sabe si empleo o aventura. Su familia estaba radicada en Guayaquil; pero él, desde los trece años, había empezado a fugarse de un lugar a otro. En San Carlos había conocido a mi madre, de familia obrera, a quien desposó siendo una muchacha de dieciséis años. Debe haber sido un gran amor como todo amor de corazones jóvenes”.
“Cuando yo tenía dos años mi padre nos abandonó en Manta. El aventurero había resuelto que no podía soportar vivir junto al mar con una familia compuesta ya de cuatro personas. Aún ahora creo recordar por una de esas mentiras que la imaginación incorpora a la memoria, el golpeteo seco del mar contra el rompeolas de frente a nuestra casa de Manta. Entonces regresamos a Guayaquil y allí vivimos hasta que tuve ocho años, época en que mi madre sucumbió ante la pobreza y tuvo que regresar a casa de sus padres Baldomero Avilés Mendoza y Margarita Rubio Montiel, en Milagro”.
“Guardo pocos recuerdos de mi primera infancia. Lo que más perdura son las tardes en que quedaba sólo en casa. Ocurrió durante unos dos años según deduzco ahora. Soy el menor de tres hermanos, ellos iban al jardín de Infantes y mi madre al taller de costuras en que trabajaba. Creo que se trata de una de las circunstancias que más ha repercutido en mi vida”.
“Realicé la primaria en la escuela “Carlos Moreno Arias” de Milagro donde me hicieron cargar una enorme bandera y me dieron el diploma al mejor estudiante, cuando lo que yo quería era pertenecer al equipo de baby-fútbol. Cuando cursaba el quinto o sexto grado, tuve mi primer trabajo en el Club de Empleados de Valdez. Limpiaba mesas y sillas, acompañaba a casa a los hijos del administrador, muchachos de mi edad o algo menores. Lo peor era el regreso a casa de mis abuelos pues el Club quedaba lejos y las calles eran obscuras en la noche”.
“Hice el bachillerato en el Velasco Ibarra de Milagro y allí fui coordinador de uno de esos grupos cristianos que en el setenta proliferaron en el país inspirados por monseñor Proaño y las directrices de Puebla, especie de conscripción civil a que los jóvenes de entonces estábamos casi condenados, y me interné por los barrios suburbanos de Milagro y de Guayaquil en un grupo que sin tomar en cuenta vocaciones, temperamentos, actitudes, ni nada que no sea desesperación y voluntad, mandan a cualquiera que no sabe todavía qué hacer consigo mismo, a salvar a los demás. En esa época nada escribí, al menos, nada de lo que quiera acordarme o que conserve hasta ahora. Aun que de vez en cuando colaboraba para un seminario de la localidad. Entonces me envolvía entre la atracción y repulsión que me ocasionaban los estímulos arribistas que mi padre se empeñaba en darme desde New York a través de cartas y casettes. Paralelamente fui integrante del equipo de baloncesto, presidente de una Asociación Cultural muy activa, de la Asociación de Estudiantes y Consejo Estudiantil, abanderado del Colegio y el mejor Bachiller, designaciones y funciones no muy conciliables en esa época gris de dictaduras y crímenes como el del ingenio Aztra. Al mismo tiempo escribía poesías mas bien románticas (desde los quince años) época en que pasé a vivir en una habitación construida en el patio trasero, pues como había mucha gente en la familia, hacían bulla en la casa de mis abuelos y no podía estudiar”.
“A las seis de la tarde cerraba la puerta y en las vacaciones de invierno trabajaba en las plantaciones bananeras como agente de ventas
y cobrador. También fue la época en que aprendí a valorar a mi tío abuelo Rafael Betancourt Rodas, a quien llamaba el Tigre, por su forma de ser; personaje que con el paso del tiempo fue cobrando mayor importancia en mi vida pues se hizo muy amigo mío y como vivía solo en Guayaquil, cada vez que lo visitábamos me regalaba libros, provocaba discusiones, estimulaba vocaciones, me motivaba a nuevas lecturas y así como había influido sobre mi padre, también influyó en mi”. (1)
“En 1976 gané mi primer Premio literario, de Ensayos, en un Concurso organizado por el Colegio Guayaquil; el tema versó sobre el indio ecuatoriano, personaje con el que ya me había hecho llorar Pío Jaramillo Alvarado. En el acto de premiación conocí a Fernando Itúrburu, Fernando Balseca, Jorge Martillo Monserrat, Raúl Vallejo y Eduardo Moran, quienes habían ganado premios en Cuento y Teatro, lo que dio lugar a que Alejandro Román Armendáriz, encargado de inaugurar el acto en representación del Colegio, hablara de una nueva generación de escritores”.
“Mi profesor de Filosofía, César García Rodríguez, tuvo el acierto de indicarme varios libros que me fueron conduciendo a un exietencialismo en ciernes que me acompañó hasta los veinte años y me volví enfermizo, temeroso de la nada y de la muerte, cuyo mayor propósito era evitar que a otros le ocurriera lo que a mi.
“De flamante bachiller mi familia materna me impuso el estudio de Derecho en la Universidad Católica de Guayaquil, donde me becaron los seis años de la carrera y alguna vez me dieron un Diploma al Mérito. Paralelamente y por fidelidad a mi vocación, estudié literatura en la extensión de Milagro de la Universidad de Guayaquil, viajando dos veces al día Milagro – Guayaquil – Milagro en el balde de cualquier camioneta que plantaba cuando le hacía dedo”.
“En 1980 me radiqué definitivamente en Guayaquil, en una pieza que alquilé en la terraza de un edificio de cemento de tres pisos, en Avda. del Ejército y Sucre, y trabajaba con Reinaldo Huerta Ortega en asuntos legales por S/. 3.000 mensuales. Mi padre me ayudaba económicamente.
Desde el 81 al 85 di clases en la
Universidad de Babahoyo por S/.10.000 mensuales y el 82 ingresé al M.R.I.C. (Movimiento Revolucionario de Izquierda Cristiana) dirigido en el Guayas por Willington Paredes. El 84 me gradué de Abogado y enseñé Literatura Universal por pocos meses en el Colegio La Asunción, con S/. 5.000 de sueldo. El 85 alcancé el título de Profesor de segunda enseñanza de Literatura.
“Para entonces mis lecturas habían mejorado. Un sábado de mañana encontré la biblioteca de Fernando Nieto Cadena desparramada en una acera cualquiera y compré todo lo que pude. Mantenía inéditos un libro de poemas y uno de cuentos. Del primero sólo quedan los poemas publicados en las Antologías Colectivo Guayaquil (1981) de Jorge Velasco Mackenzie y en la Selección de Varios Autores titulada Palabra y Contrastes (Cuenca – 1984) por Julio Romero Vicuña, aparecida en la Colección Libros para el Pueblo, pues los restantes los rompí por considerar que así es como no debía escribir”.
“Desde el segundo curso de la Universidad he compartido mucho tiempo con Jorge Martillo y Fernando Itúrburu, la militancia en el MRIC, la literatura, la vida. Cuando salí del MRIC, casi me aprestaba a morir, pues nos habían metido en una máquina destructora, algo peor que aquello expresado en el Desencuentro, pero con Martillo y con Itúrburu emprendimos una búsqueda de alternativas ya que solo la Literatura no era suficiente; al menos no la Literatura que nosotros habíamos comenzado a escribir. Por mi parte rompí mi libro de poemas y perdí el de cuentos. Con Itúrburu privilegiamos la búsqueda del punto de vista desde el que deberíamos escribir nuestra obra, así como las razones para escribirla. Sólo después comprendí que no hacen falta razones para escribir, que se escribe por sí, por imposición del destino; pero entonces fuimos a la literatura clásica, a la filosofía y a nuestras propias, confusas y respectivas almas. Pude revalorar a Homero, Sófocles, Dante. Leí a Platón, algo de Aristóteles, Heráclito, Parménides, Jenofonte, Séneca, Descartes y varias explicaciones sobre Kant y Hegel y durante un año lidié con la Fenomenología del Espíritu y no pude con ella. También con Itúrburu empezamos a estudiar latín, no lo aprendimos pero pudimos paladear el
sabor y tono elevado de ese antiguo idioma”.
En 1984 ingresó al Taller de Literatura (lectura y crítica) del Núcleo del Guayas, que dirigía y coordinaba el novelista Miguel Donoso Pareja. Se reunían cuatro veces al mes y el curso duró hasta el 85. El trabajo se realizaba a dos niveles, uno de principiantes y otro de avanzados, discutiendo y analizando los textos.
“Entre 1981 y el 87 se publicaron poemas míos en varios periódicos y revistas de Guayaquil y aún de Loja, así como artículos en Expreso (1984) obtuve Segundos Premios en Poesía en los Concursos organizados por la Universidad de Loja (1980) Municipalidad de Guayaquil (1983) y Fiesta de las Flores y de las Frutas de Ambato (1986) y poco a poco fui pasando de mi Duda o cuestionamiento existencial inicial a una afirmación de tipo cristiano – marxista, para finalmente desembocar en la Nada, de la que he surgido ahora bajo nuevas formas de pensamiento crítico.
“Entre 1985 y el 86, ya de Abogado, fui Analista de Administración en Solca con S/. 32.000 mensuales de sueldo. El 86 pasé de Asistente de Abogado a la Politécnica del Litoral y el 87 fui ascendido a Abogado a medio tiempo, y aunque se me ha querido mejorar a tiempo completo no he aceptado para darme el lujo de vivir intensamente mi vocación literaria y poética de lector y escritor en un mundo que avanza tan rápidamente que no se da tiempo para reflexionar”.
En 1988 presentó su poemario “Cuadernos de Godric” y obtuvo el Primer Premio en el Concurso Nacional de Poesía Joven “Djenana” (para escritores menores de treinta años) organizado por el Núcleo del Guayas de la CCE y acaba de editar los “Cuadernos de Godric” en Guayaquil, Marzo del 89, en 85 páginas.
(1) El Tigre envejeció en su departamento, luego enfermó y fue a vivir con una hija en Cuenca, donde falleció en 1986. En su juventud había sido escritor y dibujante. |
Tiene tres ensayos de mediana extensión y que considera de poca importancia. Estudia italiano en el Instituto de Lengua y Cultura Italiana IECITEC y francés en la Universidad Católica de Guayaquil prepara un segundo poemario, mientras que con su singular forma de ser y pensar nos dice “No persigo nada al escribir, ni influir en nadie, ni salvarme, ni perdurar. Ni siquiera ser leído. Sólo vivir. Creo que
la relación del escritor con el público es y debe ser absolutamente secundaria y tal vez sería mejor que no existiera en la conciencia del que escribe, a quien sólo debe interesarle la relación con el mundo del lenguaje y de los símbolos. Yo escribo poco. A veces me parece que la poesía es una escoba vieja que recoge frutos putrefactos y sin embargo no puedo dejarla. Es mas, entre cada sesión de escritura creo que podría y querría prescindir de la vida. No tengo ni egoteca ni nada que se le parezca y nunca hice nada para que se publique lo mío”.
Tenía planes para salir hacia Europa, quizá mediante una beca. Su trato cordialísimo, afectuoso, sencillo y directo. Su estatura mediana, la tez trigueña, los ojos grandes, inquisitivos y negros como su pelo que es ralo y escaso. Realista y maduro en sus apreciaciones del mundo exterior, exigente consigo mismo y con su obra.
Efraín Jara Hidrovo ha escrito de “Cuadernos de Godric” lo siguiente: “libro de poesía redimido, en buena parte de las vacilaciones, desaliños y trivialidades inherentes a la iniciación de la práctica poética. Libro inaugural y sin embargo ambicioso en la fundación de un universo perfilado gracias a los poderes de la imaginación y del lenguaje, homogéneo en su factura, firme en la entonación, severo en el despliegue de recursos y procedimientos. Dos de los peligros que acechan al neófito la espontaneidad y arbitrariedad, han sido sorteados con decisión implacable y certera, Mario Campaña sabe que la poesía no es desborde emotivo, sino trabajo tesonero, encaminado a dotar a las palabras de un ordenamiento y disposición que las intensifiquen expresivamente, y al mismo tiempo, potencian su capacidad estética. Por eso su práctica rehuye el flujo caprichoso y se atiene mejor a la disciplina que organiza el discurso en cuanto a constelación de signos, emisora de significaciones recónditas y resplandor persistente. Godric refiere con minucia obsesiva sus avalares en ese universo imaginario, donde se funden y confunden, la realidad y el sueño, la opresión de lo concreto y lo levitado por la fantasía, lo percibido inmediatamente y lo convocado por la memoria, la cautividad en la secuencia cronométrica y la libertad en el tiempo reversible. Y todo eso sin conceder resquicio a la arbitrariedad, porque en el discurso la erección del espacio poético obedece a estricta necesidad expresiva, a exigencia estructural, a funcionalidad orgánica. Cuadernos de Godrid consagra una vaharada de frescura y calidad en una atmósfera poética, como la del Ecuador de nuestros días, enrarecida por la precipitación y la insignificancia”.
Finalmente pudo viajar, lo hizo en la década de los años noventa con destino a Barcelona, donde ha logrado posesionarse en literatura, llevando adelante proyectos admirables entre los que figura su propia obra de poeta, la escritura de libros de investigación, la dirección de una revista.
La Editorial Debate, que es la extensión barcelonesa de la gran editorial Random House Mondadori, sacó su biografía de Baudelaire en 365 págs. bajo el subtítulo de Juegos sin triunfos. En la obra se destaca una “prosa asombrosamente límpida, segura, inteligente.”