PERIODISTA.- Nació en Quito el 1o. de Marzo de 1901, en una casa de propiedad de su madre ubicada en el barrio de Santa Bárbara frente a esa iglesia. Hija legítima del ilustre periodista Manuel J. Calle, cuya biografía puede consultarse en este Diccionario y de Rosa Solano de la Sala y Guerra, naturales de Cuenca y Quito, respectivamente.
La mayor de seis hermanos y parecidísima a su padre, de cuatro años ya leía de corrido y recuerda que a los seis cayó en sus manos la novela “Dosia”, que le habían prestado a su mamá, y también la leyó. Pronto hizo poemas. Su padre la admiraba, quería y embromaba. (1)
Terminada la primaria, el General Leónidas Plaza, que estaba en su segundo período presidencia, quiso darle una beca para que continuara sus
estudios en Suiza, pero como su padre se opuso, la retuvo en la secretaría del Palacio donde le enseñaron a escribir en máquina pagándole S/. 50 al mes. Hacía horarios, pero la mayor parte del tiempo jugaba con los hijos del presidente en el piso de arriba. Su Jefe de oficina era el escritor Ángel Meneses.
Como su padre estaba separado y en Guayaquil, para las vacaciones anuales iba con sus hermanos a visitarle. El escritor vivía con una cocinera antigua y cuencana como él, con quien discutía en solfa todo el día, a veces le acompañaba la familia Guerrero.
En Agosto de 1918 los hermanos Calle Solano fueron llamados a causa de la gravedad de su padre, aquejado de una cirrosis complicada con tuberculosis. Llegaron en tren, pasaron a su domicilio y allí le atendieron. El escritor estaba consciente, hablaba, miraba a sus hijos, le dolía el hígado y falleció a las siete de la noche del viernes 6 de Octubre, recostada su cabeza en el pecho de su querida hija María Luisa. Las noches de la agonía numerosa gente del pueblo se quedaba a dormir en la escalera por sí acaso hubiere necesidad de adquirir algún remedio u otra cosa. La última enfermedad fue atendida por los Drs. Luis Felipe Cornejo Gómez, Alfredo Valenzuela Valverde y Francisco Boloña Rolando, quienes se turnaban. El sepelio fue numerosísimo, como pocas veces se había visto en el puerto principal, la gente decía “Murió el que nos defendía”.
De nuevo en Quito, la familia Calle Solano disfrutaba de una cierta comodidad debido a la herencia de los abuelos maternos, una casa propia y grande en el barrio de la Chilena contiguo a La Merced, pero con los años el dinero se fue agotando paulatinamente y luego vino la pobreza. Entonces doña Rosa tuvo que vender esa propiedad y pasaron a un departamento de la Avda. Colombia.
María Luisa tomó a cargo la noble tarea de publicar varias obras de
su padre. Existía un decreto del Congreso autorizando a la Imprenta Nacional para ello, así es que reeditó las afamadas “Leyendas del tiempo heroico” y reunió varias “Biografías y Semblanzas” que aparecieron bajo ese título en 1920, aunque lamenta no haber podido encontrar entonces la semblanza de Luis Felipe Borja padre, que no figuró en la edición. (2)
En 1927 entró de alumna al Mejía aprovechando que era mixto y tuvo como profesor de Literatura a Alejandro Andrade Coello, pero se salió al año siguiente por su nulidad para los números. Entonces Ricardo Jaramillo, propietario del periódico liberal, de una plana, “El Día”, y hombre de confianza que había sido de Calle desde el 95, la llevó a trabajar al diario con S/. 50 mensuales de sueldo, para que haga las veces de secretaria y tome a cargo la nutrida correspondencia. Las oficinas quedaban en la Venezuela y Manabí frente a la iglesia del Carmen Bajo, allí trabajaban y escribían Pío Jaramillo Alvarado y Benjamín Carrión, Luis Napoleón Dillon, Jaime Chávez, Enrique y Víctor Gabriel Garcés. Rodrigo Jácome, etc. El Día tuvo su época de oro que aún se recuerda en Quito, Jaramillo sufrió persecuciones, en otras ocasiones debió esconderse por algunos días, María Luisa asumía entonces temporalmente la Dirección, dirigía los trabajos de redacción, se entendía con los tipógrafos. Era, lo que se dice, la mano derecha del periódico. Y como siempre ha escrito con naturalidad sobre los más diversos temas, empezó a redactar una columna bajo el pseudónimo de “Radioescucha”, pronto lo hizo con su nombre, sobre asuntos eminentemente políticos, aunque a veces hizo críticas y comentario literario. En ocasiones hubo quien le salió al paso. Don Ricardo, paternalmente, hacía que uno o dos redactores la defendieran. Por eso nunca polemizó con nadie, aunque ganas y arrestos no le faltaron, dado su temperamento activo y la fuerza de su personalidad.
En “El Día” permaneció hasta 1943 que viajó a Santiago de Chile recomendada
por el Embajador Ricardo Larraín Bravo al famoso oftalmólogo Santiago Barrenechea; por cuanto de la noche a la mañana había perdido gran parte de la visión y las letras se le borraban de golpe. En dicho país fue operada exitosamente y mejoró. Vivía en casa de Carmela Calero de Luque Rohde, con quien había hecho amistad en el vapor “Imperial” que las condujo a Chile, gozando de las bondades del clima y de la amistad de numerosos compatriotas como el Dr. José María Velasco Ibarra, y su esposa Corina Parral Durand, con quienes se visitaba continuamente, de José María Sotomayor y Luna y Orejuela, etc. Dio charlas y conferencias en el local de la Sociedad Chileno-Ecuatoriana, fue presentada a distinguidas personalidades del mundo político, social y periodístico y regresó a Quito a principios del 45 gozando de mejor salud que nunca.
De allí en adelante siguió escribiendo para “El Comercio”, “El Telégrafo” y “El Universo” porque “EI Día” cerró sus puertas el 46 por motivos económicos. El 48 el Presidente Galo Plaza Lasso quiso hacerla su secretaria privada. El 50 fue invitada por la feminista Mary Cano al Congreso Internacional de Mujeres a celebrarse en New York, pero a pesar de la oferta generosa de hospedaje que le hizo su amiga de siempre María Piedad Castillo de Leví, no pudo concurrir por falta de provisión de fondos.
Ese año empezó a dirigir la revista “El Libertador”, órgano de la Sociedad Bolivariana de Quito, de la que también formaba parte.
Por entonces aún vivían juntas las hermanas Calle Solano con su madre, después iría María Luisa quedándose sola pues, muerta su madre el 54 de un cáncer a la columna, vivió una corta temporada en casa de sus hermanas Laura de Martínez e Isabel de Bosqueti en Guayaquil. Había tomado a cargo el cuidado y la educación de su sobrina Jimena Martínez hoy señora de Pérez, leía mucho, dirigía actos culturales, era una mujer de opinión en Quito. Las principales feministas del país le escribían y consultaban y tenía amistad estrecha con Hipatia Cárdenas de Bustamante, entre otras mujeres no menos valiosas. Desde el 56 comenzó a dirigir la revista de “El Ateneo Ecuatoriano”, entidad a la que
prestó servicios activamente como miembro del Directorio.
En la década de los años 70 inauguró solemnemente el busto de su padre levantado en la Avenida del Periodista en Guayaquil, obra de la Escultora Angela Name de Miranda, pronunciando un hermoso discurso. Poco después asistió al acto de desvelizamiento de la placa de mármol que se colocó en la casa donde él murió.
En 1975, a instancias de Augusto Arias, publicó algunos de sus poemas bajo el hermoso título de “Anfora Plena” en 103 páginas y el 80 recogió en 301 páginas varias crónicas escritas para diferentes periódicos del país, que las había conservado su madre en un cajón de escritorio y las tituló “Palabras de Ayer”.(3)
El 86 concurrió al Seminario que sobre Manuel J. Calle celebró la Fundación Federico Naumann en Cuenca e intervino en varias ocasiones durante el desarrollo del mismo. Poseía la Medalla de la Sociedad Bolivariana de la que era socia vitalicia.
Lúcida, vibrante, conversadora, cariñosa, alta, delgada, blanca y con mucho polvo en la cara como eran antes las señoritas de sociedad que debían parecer japonesas de cutis blanco-mate. Oradora y polemista, ha salido en defensa de la memoria de su padre en incontables ocasiones y siempre lo ha hecho bien.
A los ochenta y nueve años de edad tenía sus facultades físicas perfectas y eso lo atribuía a los buenos hábitos de vida y a una limpia y recta conciencia. No fumaba ni bebía, comía poco como su padre, ya no leía como antes debido a que se le había agudizado su miopía de siempre, herencia paterna. Eso la desconsolaba.
Vivía con su hermana Clemencia en el cuarto piso del edificio Pardo de la Oriente N° 442 y Guayaquil y falleció de vejez el 13 de Octubre de 1999 de noventa y ocho años de edad en Quito.
(1) Manuel J. Calle era cariñoso en familia aunque conflictivo y genial. Se levantaba casi de madrugada pues nunca fue dormilón. Se paseaba nervioso y constantemente hablaba solo, leía los periódicos volvía a pasear, no podía estar sentado o inactivo, comenzaba a escribir, se bañaba, iba al Tribunal de Cuentas cuando estaba en Quito durante la primera presidencia de Alfaro o la redacción del periódico donde trabajaba, después regresaba al almuerzo, invariablemente comía poquísimo pero le gustaban mucho las conservas, hacía una pequeña siesta, ya no salía, corregía las pruebas de sus artículos del día siguiente, nunca enmendaba o la arrepentía porque para él escribir era algo fluido y natural, leía versos de Campoamor a sus hijas, chacoteaba con ellas, conversaba con su esposa y se iba a la cama temprano si es que no le visitaban los políticos para tratar sobre los asuntos del día. |
(2) María Luisa ha sido la persona que más ha luchado en el país por defender la memoria de su ilustre padre. Nadie ha hecho tanto por su nombre como María Luisa confesó en alguna ocasión el Subdirector de “El Telégrafo” Abel Romeo Castillo, y es verdad. Entre sus recuerdos de infancia – que no olvida – están las frases cariñosas de él. Le decía: “Mi ángel, mi pájara, porque había comenzado a hablar muy pronto y con claridad. Hacía que la modista fuera a confeccionar los vestidos de ella en casa, para verlos hacer y revisar que las pruebas se ajustaran al cuerpo. Cuando invitaba amigos a la mesa hacia que se sentaran también sus hijos, para que oyeran y aprendieran. En alguna ocasión se paró con ella frente a un espejo grande y le dijo: “Algunos creen que te me pareces mucho y es verdad, porque eres flaquita y arrogante como yo, pero en lo que si te gano es en el pelo, porque no lo tienes tan fino y lindo como el mío” y se reía de su propia broma. La niñita, claro esta, quedaba muy agradecida de la comparación, porque amaba y admiraba a su padre. |