EXPORTADOR BANANERO.- Nació en El Pasaje, provincia de El Oro, el 9 de Octubre de 1893. Su madre Paula Calle Gutiérrez arribó embarazada procedente de El Pan, Guachapala, Azuay, para afincarse en El Pasaje, pues su compañero había fallecido. Posteriormente fue madre de Teófilo Calle, Toribio Guarquila y Máximo Lucero Calle, a quienes crió con gran amor y con la disciplina propia de aquellos tiempos, aunque sumida en la más absoluta pobreza, pues se mantenía lavando ropa a las personas acomodadas.
Estudió hasta el tercer grado en la única escuela que funcionaba en El Pasaje y de escasos diez años construyó una canoa de las llamadas de pieza porque eran troncos ahuecados, para trasladar a las personas de una a otra orilla en la zona denominada La Peaña, en el correntoso río Jubones que entonces era navegable. Así pudo ayudar a su madre y hermanos menores. Años después se bautizó ese sector como Puerto Calle en su honor.
En 1920 se hizo de unos terrenos al otro lado del río Jubones frente a El Pasaje y con ellos formó la finca Guaylala de cacao, guineo, yuca y hortalizas, también se dedicó a la cría de cerdos y aves que sacaba en tren hasta Puerto Bolívar, embarcaba en remolques y por motovelero llevaba a vender en Guayaquil. El cacao entregaba a la empresa herederos de Francisco Calderón Pérez ubicada en el Malecón y Alberto Reina y luego en Avenida del Ejército y Ballen.
Mientras tanto se había hecho conocer entre el elemento campesino pues era carismático y sabía atraer la confianza de todos, impulsaba el desarrollo de la zona y amistaba con algunos comerciantes del puerto principal, convirtiendose en agente de ellos y como su crédito aumentó en los años veinte construyó una casa de madera en la esquina de las actuales calles Azuay y Machala en El Pasaje, al lado de la estación de trenes a Puerto Bolívar y Santa Rosa. e instaló una tienda de comercio en los bajos. Muchas familias de Machala, Pasaje, Buenavista, Santa Rosa y otros lugares aledaños le tomaron confianza y en su modestia y sencillez encontraban al amigo a quien entregaban dinero para que lo guarde sin recibo ni nada a cambio a más de figurar en el famoso libro de cuentas, pues desconfiaban de los bancos de Guayaquil, no así del amigo y vecino honorable a carta cabal.
En los años treinta era el más importante vecino de su pueblo y en un viaje en canoa conoció a un extranjero quien le puso en contacto con los ejecutivos de las compañías chilenas “Austral” y “ Frutera Sudamericana”, de las primeras empresas exportadoras del banano ecuatoriano a ese país pues desde 1929 el norteamericano C. L. Chester había arribado a Guayaquil y firmado contrato con varios agricultores para comprarles su banano anticipándoles el dinero, pero su actividad había sido temporal por la falta de caminos para transportar la fruta que tampoco se daba en cantidades suficientes.
Como los dueños de fincas y haciendas regalaban el escaso banano silvestre que había en El Oro, dichas empresas – la Austral y la Frutera Sudamericana – le empezaron a entregar diversas sumas de dinero para adquirir los colines (raíces) en las zonas montañosas de Catarama y Quevedo. Con ellos sembró por primera vez en El Oro una finca de guineos de seda (Gross Michael) que sirvió de plan piloto para otros predios y repartió muchos colines más a sus vecinos de El Pasaje incentivando ese cultivo.
En 1936 había comenzado a arrendar lotes de terreno en la parroquia Iberia, cantón El Guabo. Cada campesino debía firmarle una letra de cambio en garantía y Calle les entregaba el dinero para los cultivo, facilitándoles asesoramiento y bombas de riego.
Después les entregaba el camión para su transporte y les compraba la fruta. El 39 adquirió los derechos y acciones en El Oro de la sucesión de su amigo el ingeniero francés James Saint James Montjoy, quien había construido el muelle metálico de Puerto Bolívar y después donó el primer edificio que tuvo el Colegio Nueve de Octubre de Machala.
Las tierras de Montjoy sumada a sus lotes propios dio como resultado la hacienda San Antonio, situada al pie del rio Jubones, que también dedicó al banano.
En 1937 inició las primeras exportaciones de banano con destino a Chile y Alemania. Cierta gente comentaba el asunto en son de burla pues el guineo crecía silvestre y cuando se caía de la mata ni los chanchos querían comerlo porque en esos tiempos sobraba el alimento en El Oro, por eso pensaban que “el negocio de don Amable” no tenía futuro. Al final de los años treinta era el mayor comprador de banano en El Oro y tenía suficiente fruta para llevar semanalmente a Guayaquil. Cada racimo era envuelto en un petate, que le devolvían al subir la fruta al barco. El negocio iba viento en popa. En 1940 cada racimo se pagaba a un sucre cincuenta centavos.
Al iniciarse la invasión peruana el día 11 de Julio de 1941 trasladó en un barco arrendado a sus parientas las Calle, las Criollo y las Sares a Guayaquil y regresó a San Antonio. A finales de ese mes, viendo que el enemigo ocupaba Santa Rosa y El Pasaje, sacó a las esposas y niños de sus sembradores a Tendales y en vapores los mandó a Guayaquil, donde fueron acomodados en el primer piso alto del edificio del Club de la Unión, entonces en construcción. Allí permanecerían varias semanas hasta que lograron establecerse en casas de parientes o amigos. Unos pocos heridos ingresaron al Hospital de sangre instalados en el edificio del Colegio Guayaquil. Con sus allegados organizó en El Pasaje una cruzada de protección a la población civil y en especial a las mujeres, ancianos y niños, a todos los que más pudo trasladó a sus haciendas San Antonio, Bella Union y El Triunfo que estaban juntas y con dinero propio comenzó a mantenerlos hasta que lograba enviarlos a Guayaquil para mayor seguridad. En estos afanes llegó el momento en que se agotaron los víveres y haciendo uso de ingenio ordenó que diariamente cortaran varios cientos de plátanos que dividían en pequeños trozos
y cocinaban en agua, magra pero eficiente alimentación, por rica en fibra y proteínas.
En Guayaquil se vivía momentos de gran confusión pues todos tenían refugiados en sus casas y era de ver las escenas que se producían cuando arribaban los motoveleros de Puerto Bolívar o de Gualtaco con noticias frescas que llegaban de El Oro. Este espíritu de solidaridad chocaba con la actitud displicente de ciertas autoridades y surgió como un comentario y luego tomó fuerza, conformar un bloque de Alianza del Austro ecuatoriano, con las provincias de El Oro, Loja, Azuay, Guayas y Cañar.
En el Pasaje se dieron hechos muy dolorosos y otros hasta vergonzosos. Tres de sus peones fueron apresados y les obligaron a cavar sus tumbas, fusilándoles por la espalda. Tras la invasión sus cadáveres fueron rescatados, recibieron una sepultura decente y todavía se puede observar dicho cementerio. Los soldados peruanos robaban cuanto podían, sobre todo cacao, pero como no sabían que se requería asolearlo para que seque y luego tostarlo y molerlo para su aprovechamiento, simplemente lo depositaban húmedo en unas grandes bodegas y pronto ocurría la fermentación, perdiendo su utilidad el grano.
Calle logró organizar algunas brigadas de resistencia, acción que arrojó buenos resultados para la información entre los lugares de importancia y su Hacienda, transformada en sitio seguro para los ecuatorianos perseguidos. La Inteligencia peruana logró detectar estos movimientos y considerándole una de las cabezas principales en El Oro, le fueron a sacar una noche a su casa y lo enviaron a un cuartel en Piura que tenía un corral cercado para chivos, donde le interrogaron con otros ecuatorianos detenidos que guardaban estricta prisión dizque para ser canjeados por espías peruanos detenidos en Guayaquil. Uno de estos espías se hizo famoso pues desde 1938 pasaba por peluquero en un pequeño local situado en la calle Huancavilca entre Chile y Chimborazo y al ocurrir la invasión se presentó en El Pasaje transformado en Coronel de Ejército pues ese era su grado y según se pudo colegir había sido el jefe del servicio de espionaje en el puerto principal. Después del 41 se perdió su rastro y su historia pues no pasaba de ser más que un pomposo mediocre.
Durante el medio año que duró su prisión Calle fue tratado con todas las consideraciones. En Febrero del 42 sus socios chilenos obtuvieron el envío de un barco a fin de rescatarle. Las autoridades peruanas en principio no se opusieron y habiéndose embarcado con otros veinte paisanos, lanzaron una contraorden que el Capitán desconoció y haciendo valer los fueros de su bandera se negó a devolverlos.
El arribo a Guayaquil fue por el muelle fiscal ante la presencia de numeroso público y autoridades que muy jubilosas obsequiaban a cada viajero una cajetilla de cigarrillos y una caja de fósforos, que Calle aceptó por educación a pesar que jamás había fumado. A los pocos días se fue a Cuenca donde se encontraban refugiados sus familiares y de allí retornó a El Pasaje, encontrando que la población casi había sido destruida al igual que Santa Rosa, ésta última bombardeada por la aviación peruana a pesar de llevar el nombre y gozar de la protección de la única Santa limeña.
A mediados del 42 reanudó los envíos de banano a Chile bajo una nueva modalidad, pues los racimos iban envueltos en chantas sacadas del tallo de la misma mata, que por ser más porosas y delicadas que los petates ofrecía una mayor protección. Las chantas se envolvían en tiras de zapan, sacado también de la mata de banano y así todo iba mejor. Los exportadores clasificaban los racimos por su porte en tres categorías: l.- Los Grandes, 2.- Los Chicos, y 3.- Los de Bambalina. Cada racimo iba con el tallo pintado con un químico azul en el lugar del corte para evitar su maduración inmediata. En los barcos se los guindaba en las cámaras frigoríficas, uno al lado de otro para que no ocuparan mucho espacio ni sufrieran magulladuras.
Con su socio José Arosemena Coronel de la compañía Anda llevó el 47 a El Oro las primeras avionetas Cessna bamboo de siete asientos, bimotores, que volaron comercialmente desde El Pasaje hacia Guayaquil y Portoviejo.
En 1948 trabajó para la compañía exportadora Dacal y Co. Entregaba la fruta en lanchones arrastrados por remolcadores, tanto en Puná como en Guayaquil, como el negocio creció en los años cincuenta, instaló su oficina particular en la calle Abdón Calderón No. 216 y Eloy Alfaro, también hizo abrir una trocha en San Antonio para campo de avionetas de los Arosemena Hermanos, quienes habían fundado la Compañía ANDA Aerovías Nacionales del Agro, para transporte rápido de pasajeros.
El 50, a los cincuenta y siete años de edad, casó con su pareja de muchos años, Mercedes Aurora Criollo Suarez, natural de Machala. Tenían cuatro hijos y un hogar estable y feliz. Desde ese año se estableció en Guayaquil sin abandonar sus negocios en El Oro, donde fue Agente de la firma Arosemena hermanos y adquirió un camión marca Fargo 600 que llevó por vía marítima a El Pasaje, convirtió en mixto y llamó “Luz de América”, siendo el primero que circuló en El Pasaje. El otro igual era de propiedad de los hermanos Castro Benítez y circulaba en Machala. También adquirió una station wagon marca Chrisler para su uso en Guayaquil, pero como no existían carreteras la movilización se realizaba únicamente en verano y por ciertas trochas o vías vecinales. Nunca quiso aprender a manejar, auxiliándose con un chofer.
Movido por su espíritu progresista en 1954 promocionó el ahorro mediante cuotas semanales que hacía recoger de puerta en puerta para su depósito en la Financiera del Ecuador FIESA con sede en Guayaquil, pues en El Oro existía el temor que el Perú volviera a invadirnos y nadie quería hacer inversiones. Ese año sufrió el sabotaje de dos remolcadores de su propiedad, que arrastraban cuatro grandes lanchones cargados de racimos de banano para su exportación por Guayaquil. Por referencias de varios sobrevivientes se conoció que los remolcadores empezaron a hacer agua y se hundieron arrastrando a los lanchones en menos de cinco minutos, de suerte que nadie pudo hacer nada por la obscuridad absoluta de la media noche en el Golfo.
El sabotaje fue realizado por gente pagada por ciertas trasnacionales. Los lanchones venían a Guayaquil y a la altura de la isla Puná, varios sujetos que con engaño se habían embarcado en Puerto Bolívar, tras emborrachar a los tripulantes los atacaron y procedieron a destruir las naves, que no estaban aseguradas.
El asunto despertó la indignación de la ciudadanía orense sin embargo de lo cual las autoridades no investigaron a fondo. Esta pérdida fue avaluada en dos millones de sucres, suma enorme para la época. Calle era accionista minoritario en La Previsora, por eso su amigo Rodrigo Icaza Cornejo, Gerente de dicho banco, le tendió la mano con varios préstamos que sirvieron para terminar de pagar los remolcadores. Por eso se vio precisado a reducir sus actividades pues también Dacal y
Co. sufría en Guayaquil una durísima competencia y cuando la exportación bananera se volvió monopólica en el país y sin razón alguna bajó el precio de la fruta, que de seis dólares terminó en cuatro, cantidad que aún era mermada con ciertos descuentos, por eso se produjo la quiebra final.
El 55 adquirió a una familia González de Cuenca dos mil hectáreas de terreno cerca de El Triunfo (Manuel J. Calle) sembró doscientas con banano pero no le fue bien porque la zona no es apta para ese cultivo. Con la finalidad de conectar sus tierras a la carretera a la costa construyó una vía de acceso propia de casi siete kilómetros de extensión y tres pequeños puentes y la cerró con una cadena de metal para cobrar el peaje. El sitio aún se llama La Cadena. Finalmente, aceptando una invitación que le formuló Alfonso Andrade Ochoa, trocó la propiedad por acciones en el Ingenio Aztra aunque años después las perdió cuando el gobierno dictatorial del General Guillermo Rodríguez Lara expropió el Ingenio.
En el invierno de 1956 se fue a pique su hacienda San Antonio tras una inundación del Jubones y como el Gross Michael ya no se podía exportar pues había entrado con carácter obligatorio la nueva variedad Cavendish, dejó de ser productor para seguir únicamente de comprador, diversificando sus actividades con periódicos envíos de naranjas al Perú y con la representación de Arosemena Hermanos en El Oro, por eso fue vendedor exclusivo de los camiones y camionetas Fargo, de los automóviles Chrysler y Plymouth, de los repuestos Mopar y de las llantas Miller que desde Guayaquil transportaba en motoveleros a Puerto Bolívar.
El 62 adquirió una finca junto a Boliche que sembró de cacao y frutales hasta convertirla en una bella propiedad. El 70, hubo un invierno fuerte y se produjo eñ desbordamiento de los ríos Boliche y Mojahuevo, su hijo Manuel fue arrastrado y salvado aguas abajo por los pobladores, de suerte que terminó vendiéndola.
Entre 1963 y el 66, con la Junta Militar de Gobierno ganó las licitaciones para la construcción del muelle de Puerto Bolívar y del Colegio Nacional 9 de Octubre de Machala, siempre se había llevado bien con los jefes militares de su provincia, quienes le tenían afecto y consideraciones porque sabían de su conducta patriótica el 41.
Durante sus últimos años vivió en una casita de cemento de su propiedad en Letamendi No. 2.707 y Babahoyo. El 78 le sobrevino una afección cancerosa en la laringe y aunque la trató a tiempo en el Hospital Victoria de Miami, ya no quiso regresar al campo, arrendando San Antonio en pequeñas parcelas a sus sembradores, lo que a la larga le produjo molestias y pérdidas.
Había diseñado y construido doce villas de cemento en diferentes sectores de Guayaquil, ocupación que le agradaba sobremanera pues le permitía demostrarse a si mismo que aún era útil y como buen comedido a veces compraba líos ajenos que hacía propios, como cuando adquirió la posesión de unos terrenos aledaños a la Ciudadela La Chala y sin quererlo se transformó en el líder absoluto de los invasores.
A mediados de 1985 estuvo muy decaído y sus hijos le internaron en la Clínica Alcívar, donde un tanque de oxígeno había estado obstruido, razón por la que sufrió varios días de continuas asfixias que disminuyeron su aprehensión del mundo exterior, hasta que su hijo Amable logró dar con la causa del mal y compuso el sistema para que su padre pudiera respirar bien.
Falleció sin enfermedad visible el 7 de Septiembre de 1985, tras elaborar su testamento, a la avanzada edad de 92 años de edad y fue enterrado en Guayaquil.
A sus desvelos se debió la reconstrucción del templo de El Pasaje luego del voraz flagelo que lo destruyó por completo. Era muy amigo de organizar mingas de vecinos para ciertas obras comunes. En su hacienda San Antonio construyó dos grandes muros de piedra aguas arriba del Jubones, de dos kilómetros de largo por dos metros de ancho enderezando el cauce del río y libró a Machala de seguir sufriendo durante los inviernos con los devastadores aluviones de lodo que tanto daño provocaron en 1925.
Alto, delgado, canela claro, pelo negro y lacio, ojos cafés. De joven usó grandes bigotes como aún se puede apreciar en sus fotografías más antiguas, aunque nunca fue muy afecto a dejarse retratar. De carácter noble y cariñoso con los extraños y muy dado a ejecutar actos de filantropía; como padre era en cambio duro e inflexible, pues deseaba que sus hijos aprendieran en la escuela de la vida por eso su familia fue siempre muy unida. Al morir la fortuna había disminuido, sin embargo, no dejó deudas, problemas ni enemistades.