CALDERÓN GARAYCOA ABDON

HÉROE NACIONAL- Nadó en Cuenca el 31 de Julio de 1804. Hijo legítimo del Coronel Francisco García – Calderón y Díaz – Núñez natural de la Habana y de Manuela Garaycoa Llaguno, guayaquileña.

La familia Calderón Garaycoa alquilaba un departamento en la casa de doña Josefa Torres situada en el centro de Cuenca. El niño Abdón siguió sus primeros estudios con el Presbítero José Maria de Landa y Ramírez, algunos de sus libros de escuela se conservan en el museo municipal de Guayaquil. Cuando en 1809 se produjo la independencia de Quito su padre tomó partido por los revolucionarios y realizó la campaña militar que terminó con su fusilamiento en 1812 después de la derrota patriota de San Antonio de Ibarra. La viuda se trasladó a Guayaquil con sus tiernos hijos y vivió bajo la protección de su hermano Francisco Javier de Garaycoa y Llaguno, Cura de Yaguachi.

Abdón ingresó al Colegio Seminario de Guayaquil y desde 1817 fue alumno de su pariente Vicente Rocafuerte.

El día 9 de Octubre de 1820 se alistó en el ejército Revolucionario con el grado de Subteniente a órdenes del Coronel Ignacio Alcázar. Su madre, que era una gran patriota como los demás miembros de su familia, le confeccionó los uniformes. El 9 de Noviembre actuó “con rabia en el cuerpo” en el combate de Camino Real, a órdenes del Coronel Luís Urdaneta, quien pidió su ascenso a Teniente “por su valor heroico”. Enseguida subieron a la sierra y el 22 de ese mes peleó en la llanura de Huachi, cerca de Ambato, donde la caballería patriota se atascó en ese inmenso arenal, fue derrotada y los pocos soldados que se salvaron volvieron en fuga a Babahoyo.

El 3 de Enero de 1821 figuró en Tanizagua cerca de Guaranda, como miembro del ejército reorganizado por el General argentino Toribio Luzuriaga, figurando en el cuerpo de tropas cuencanas que dirigía el Coronel José García Zaldúa y cuando la victoria coronaba los esfuerzos patriotas, el Cura Francisco Benavides atacó por la retaguardia y los flancos. Entonces Calderón rompió con su Compañía el cerco de fuego y hierro y salvó la vida y la de los hombres a su mando, retirándose nuevamente a Babahoyo.

Después vino el invierno y las acciones se estabilizaron entre los ejércitos realistas y patriota porque los caminos quedaron convertidos en fangales que imposibilitaban el paso de los ejércitos; pero el 18 de Julio de 1821, mientras estaban en Babahoyo a las órdenes del Coronel López de Aparicio, se apareció este militar, arengó a las tropas guayaquileñas para que gritaran “Viva el Rey” y marcharan con él a Quito a unirse al grueso del ejército del General Melchor de Aymerich. En medio de esta felonía, tuvo la delicadeza de dirigirse a los jóvenes oficiales guayaquileños diciéndoles que no quería tenerlos forzados sino voluntarios. Abdón Calderón, su tío Lorenzo de Garaycoa y los oficiales Lavayen y Robles fueron los primeros que pidieron retornar a sus cuarteles del puerto y tras ellos otros muchos más siguieron su ejemplo y regresaron en una canoa a Samborondón, donde dieron parte al General Antonio José de Sucre.

Enseguida pasó a las órdenes del sargento Mayor Félix Soler del Pozo natural de Cartagena de Indias y regresaron en persecución del traidor López, al que derrotaron en el sitio Palo Largo, retornando a marcha forzada.

El 19 de Agosto de 1.821 combatió en Yaguachi a los realistas del Coronel Gómez Páez. El joven Calderón actuó de Teniente de las Compañías del Batallón Libertadores.

El 12 de Septiembre estuvo nuevamente en los campos de Huachi como miembro del Estado Mayor de Sucre y tras una nueva derrota regresó por Babahoyo a Guayaquil. Luego marchó a pie a Cuenca como Teniente de la Tercera Compañía del Batallón

Yaguachi, ocupándola militarmente el 21 de Febrero de 1822. Allí se organizaron los patriotas con muchos cuencanos y siguieron al norte. El 1 2 de abril de 1 822 formó parte de la Vanguardia del ejército bajo las órdenes del Coronel Diego Ibarra, el día 21 combatió a caballo en las llanuras de Tapi, cerca de Riobamba, cooperando con los Granaderos argentinos del General Juan Lavallen, a la derrota de la caballería realista.

Enseguida siguió a Quito, tomó parte activa en los preparativos de la batalla del Pichincha y el 24 de Mayo

  • mostrando un extraordinario valor
  • estuvo en las líneas de fuego como miembro de la tercera Compañía del Batallón Yaguachi, y fue herido sucesivamente en cuatro partes del cuerpo, siendo la última de ellas mortal. I cuantas veces quisieron sus compañeros retirarlo del sitio se negó, hasta que al conocer la victoria, a las tres de la tarde, permitió que lo pusieran en una ruana pues no podía moverse.

En el Parte de la batalla escribió Sucre lo siguiente: “Hago una particular memoria de la conducta del Teniente Calderón, que habiendo recibido sucesivamente cuatro heridas, no quiso retirarse del combate. Probablemente morirá.” Sus soldados lo condujeron al campamento situado en el sitio La Chilena al pié de la montaña y fue depositado encima de una frazada en el suelo de una casita, porque no se encontraba cama en qué acostarlo. Allí estuvo algunas horas. Su estado de postración requería de auxilios eficaces para al menos calmar su devorante sed y darle algún alimento; un amigo se encargó de prestarle aquellos servicios porque el desdichado joven no podía hacer uso de sus brazos, ni mover las piernas

En cambio, en la Relación escrita por Jacinto Benavente, que peleó en Pichincha como miembro del “Escuadrón de Granaderos de los Andes”, se dice que fue uno de los que levantó el cuerpo exánime de Abdón Calderón y en junta de otros oficiales lo llevaron en una ruana al Tejar, en donde había un Hospital de Sangre con tiendas de campaña y allí seguramente le hicieron el reconocimiento de las cuatro heridas que tenía en su cuerpo. Luego agrega que Calderón fue enterrado en el Cementerio de ese lugar, donde sus restos se confundieron.

Casi un siglo después su pariente Juan lllingworth Icaza informaba que el auténtico retrato de Calderón lo poseía su hermana Mercedes Calderón de Ayluardo, que lo había adquirido de su madre doña Manuela. Cuando doña Mercedes falleció dispuso en su testamento que el retrato fuera colocado en el salón de sesiones de la Junta Municipal de Beneficencia. El edificio estaba ubicado frente a la plaza de San Francisco que fue devorado por las llamas entre el 5 y el 6 de Octubre de 1896 durante el Incendio Grande, desapareciendo tan hermosa reliquia.

“Era una pintura al óleo como de media vara de alto, con la efigie del héroe en gran uniforme, que la familia estimaba muy parecida al original; hecha en Quito después de la Batalla del Pichincha por cariñoso acuerdo de la señora (Catalina Valdivieso) en cuya casa expiró el héroe y ésta se la envió a la madre, manifestándole que en previsión de que no existiera el retrato de su glorioso hijo, había querido obtener ese, para ella.” lllingworth agregó: “Debe ser conocido el nombre de la familia en cuyo hogar pasó Calderón sus postreros gloriosos días, pero no lo recuerdo…” ahora se sabe que fue en la casa de doña Catalina Valdivieso, a) Catita, esposa de su primo hermano el Dr. José Félix Valdivieso.

En cuanto a los restos mortales de Calderón, decía otro de sus parientes Gustavo Monroy Garaycoa, que la familia los trajo de Quito a Guayaquil y que su hermana Mercedes Calderón Garaycoa de Ayluardo los tuvo en una caja de madera que guardaba en el Altillo de su casa, junto a los restos de sus hijos fallecidos. A la muerte de tan rara señora sus albaceas testamentarias los depositaron en la Catedral. La otra versión que se tiene del destino de sus restos indica que fueron enterrados al interior del templo de la Merced de Quito, posteriormente se exhumaron y vinieron a Guayaquil en una caja, depositada debajo de una de las columnas de la Iglesia Matriz de Guayaquil, cuyo Cura Párroco era desde Agosto de 1821 su tío Francisco Xavier de Garaycoa y Llaguno. Allí fueron encontrados el 22 de Julio de 1948 en una tumba fuerte como a dos o más metros de profundidad, mientras hacían excavaciones en la parte que corresponde a la puerta central de la Catedral que da a la calle Chimborazo y por las inscripciones en algunas criptas se estableció que pertenecían a la familia Calderón. Notificado el particular al Obispo José Félix Heredia, éste concurrió personalmente y descubrieron como a un metro del hallazgo un bloque de ladrillos unidos entre sí por una mezcla de arena y cal, que en su exterior tenía varias inscripciones en latín, de las cuales se dedujo que eran los restos de Abdón Calderón y que al ser abierto se halló una pequeña urna de madera caoba tallada y en su interior varios fragmentos óseos.

El Obispo se quedó callado y no participó el hallazgo pero tras su fallecimiento, al realizarse ciertas reparaciones en el Palacio Episcopal se descubrió en el interior de uno de los anaqueles que él había utilizado, una caja de cartón con unos restos óseos y un papel escrito de su puño y lera que decía: “Restos de Abdón Calderón, encontrados en la Catedral, en un tumba fuerte. Julio 22 de 1948.

En 1954, Silvio Luís Haro Alvear, Obispo auxiliar de la Diócesis, los entregó a María Luisa Lince de Baquerizo, presidenta de Comité Pro Construcción de la Catedral, quien los mantuvo varios años en su poder hasta que en 1974, en plena dictadura militar del General Rodríguez Lara, el ejército decidió llevarlos al Templete de los Héroes del Pichincha con sede en Quito, que debía inaugurarse el día 24 de Mayo de ese año.

Ante estas pretensiones, uno de los familiares de héroe, Pedro Robles y Chambers, se opuso a la “centralización requerida” y los hizo depositar con mucho sigilo en uno de los mausoleos familiares en el Cementerio General de Guayaquil, posiblemente en el de los Vivero Garaycoa, donde actualmente deben reposar.

Copia certificada de la Partida de Defunción aparece presentada en 1832 por su madre, al solicitar una pensión del Estado y dice así: Maestro fray Pedro Albán Provincial.- Ante mi Prebendado fray Manuel Perre, Secretario de la provincia, en cumplimiento del superior mandato que precede, certifico que el señor Abdón Calderón murió en casa del señor José Félix Valdivieso en siete de Junio de mil ochocientos veinte y dos, y al día siguiente fue conducido con la mayor pompa y acompañamiento a este iglesia del Convento Máximo (San Nicolás de la Orden de la Merced) donde se le hicieron las exequias y fue sepultado su cadáver.

La relación de la batalla escrita por Manuel Antonio López indica que “al empezar el combate por el centro, el Teniente Calderón que mandaba la tercera compañía del Yaguachi, recibió un balazo en el brazo derecho y pocos momentos después otro en el brazo izquierdo, afectándole un tendón y fracturándole el hueso del antebrazo, lo que le obligó a soltar la espada. Un sargento la recogió del suelo, se la colocó en la vaina de la cintura y le ligó el brazo con un pañuelo colgándole del cuello. Luego recibió otro balazo en el muslo izquierdo y finalmente en el muslo derecho que le fracturó el hueso y le hizo caer postrado a tierra. Sus soldados lo cubrieron con una ruana y le sacaron a una casita y allí, al conocer el resultado favorable de la batalla, exclamó: “Hemos vencido, ahora puedo morir en paz”.

Sus actuales retratos pueden ser copias de aquel original desaparecido entre las llamas del Incendio Grande de 1896 pues el que actualmente se exhibe en el Museo Militar de Quito es el de su padre el Coronel Francisco García – Calderón, no es por lo tanto el de su hijo Abdón como allí se indica equivocadamente.

En 1907 Manuel J. Calle publicó “Leyendas del tiempo heroico”, lectura para la niñez de América. En uno de sus capítulos narra en forma de cuento la heroica muerte de Calderón. Pues bien, no han faltado literatos, algunos hasta con cierta fama internacional y otros solamente seguidores inconscientes, aunque todos ellos ignorantes en materia histórica, que horrorizados porque este cuento de Manuel J. Calle se repite en las escuelas a los niños ecuatorianos, vienen desde un tiempo acá protestando contra lo que ellos llaman “El mito de Abdón Calderón” sin comprender que no existe tal mito pues Calle recreó una verdad y la contó para la juventud de América como él mismo lo dijo, con palabras apropiadas para la mentalidad de los jóvenes lectores de sus Leyendas del Tiempo Heroico.

Abdón Calderón es un héroe verdadero, pues no aceptó que lo retiren del sitio de gran peligrosidad donde se había situado, su muerte ocurrió tras una larga y dolorosa agonía. La Patria necesita hoy más que nunca estos ejemplos de abnegación y valor a tan corta edad ¡Pero la ignorancia es atrevida!

Abdón Calderón fue un heroico joven, fallecido antes de cumplir los dieciocho años de edad, por eso la Historia le recuerda con el apelativo feliz y altamente glorioso de el “Héroe Niño.”