BROWN GUILLERMO

ALMIRANTE.- Nació el 27 de Junio de 1777 en Foxford, Irlanda. Niño aún pasó a Norteamérica con sus padres que profesaban la religión católica y al quedar huérfano entrando en la adolescencia abrazó la carrera de marino y navegó como grumete durante diez años por las aguas del Atlántico. En esa dura escuela adquirió la pericia necesaria para manejar barcos y la matrícula de Capitán.

En 1796 fue apresado por un buque inglés y obligado a prestar servicios, pero esa nave fue tomada por los franceses durante la guerra entre ambas naciones. Conducido a Francia logró evadirse. De regreso a Inglaterra reanudó su carrera marítima ahorró dinero y casó en 1809, de treinta y dos años de edad, en el condado de Middlessex, con Elizabeth Chitty. A finales de año arribó a Montevideo a bordo de la fragata Belmond con la intención de dedicarse al comercio. El 18 de Abril de 1810 llegó a Buenos Aires en gestión comercial, permaneciendo dos meses en la fragata Jane de su propiedad y fue testigo presencial de la revolución de Mayo.

Años más tarde luchó contra la marina realista que dominaba las aguas de la Banda Oriental (actual República del Uruguay) apresó a la goleta Nuestra Señora del Carmen y a la balandra San Juan de Animas, intentó abordar en un bote con veinte marineros al bergantín de guerra Cisne, acción que fue calificada de suicida. También sirvió a la marina argentina transportando armas, víveres y oficios del gobierno a los patriotas de la Banda Oriental y ganó fama de intrépido, valiente y servicial.

A principios de 1814, tras cuatro años de asedio terrestre a Montevideo por parte del ejército del Directorio de Buenos Aires, logró interesarles en la importancia decisiva de una acción naval. El Presidente Gervasio Posadas, en consideración a que habían concluido en Europa las guerras napoleónicas y era muy probable que los españoles enviaran un gran ejército al río de la Plata, le confirió en Marzo el mando de una escuadrilla patriota con el grado de Teniente Coronel.

Salió Brown de Buenos Aires en su nave capitana llamada El Hércules y con algunos barquichuelos fue a buscar a la armada realista en su base de la isla de Martín García, que atacó el 11 de ese mes y aunque fue rechazado con algunas pérdidas volvió el día 15, culminando la acción con la toma de la isla.

El jefe de los realistas Capitán Jacinto de Roma ra te tuvo que retirarse aguas arriba del río Uruguay con sus fuerzas navales. Brown mandó en su persecución a una pequeña fuerza que fue derrotada en el combate naval de la China el día 28. Mientras tanto se hallaba muy atareado en la preparación de una acción masiva contra Montevideo y su real Apostadero Naval. El encuentro final se dio entre el 14 y el 17 de Mayo en el sitio El Buceo, frente a esa ciudad. Brown destruyó los restos de la escuadra realista. Dos naves enemigas fueron incendiadas y cinco se retiraron maltrechas a los muelles de la ciudad. El resto de los buques realistas fueron apresados con su armamento y el General Carlos Maria de Alvear, comandante en jefe del ejército argentino, pudo presionar hasta el 23 de Junio, que se logró la capitulación de Montevideo, último baluarte que le quedaba a España en el río de la Plata. En esta acción Brown fue herido aunque no de consideración, el gobierno le ascendió al grado inmediato de Coronel, lo designó Comandante General de la Marina y entregó en obsequio la fragata Hércules.

San Martín opinó que la victoria de Brown era lo más importante que había hecho la revolución americana hasta ese momento pues Fernando VII tenía previsto enviar una poderosa expedición al mando del General Pablo Morillo para reconquistar Buenos Aires, pero al saber la pérdida del últimos bastión que le quedaba en esa zona y ya sin bases de apoyo, tuvo que desviarla hacia el Caribe y la guerra por la independencia se trasladó a tierras de Venezuela.

En Septiembre de 1815 el Director Supremo de las Provincias Unidas del río de la Plata, Ignacio Alvarez Thomas, le envió a aguas del Pacífico en calidad de corsario, con cuatro naves, a fin de amagar esas costas y hostilizar a los buques españoles, llevando a tan lejanas regiones sudamericanas las ideas de libertad. Esta fue una medida necesaria pues ya se preparaba el ejército de los Andes que invadiría Chile. El contrato contenía quince puntos, fijando las acciones de corso que debía practicar y recibió atribuciones especiales para apresar, quemar y destruir los buques enemigos.

A mediados de Octubre Brown zarpó de Buenos Aires a bordo de la fragata Hércules (alias la Negra) de trescientas cincuenta toneladas. Era una nave mercante rusa adquirida por el gobierno en Febrero de 1814, tras lo cual fue armada y forrada de cobre. Iba con doscientos hombres de tropa y veinte y seis cañones. También le fue facilitado el bergantín Trinidad, veinte y cinco hombres de tropa para la fragata y quince para el bergantín, armas y cuatro mil pesos. Le acompañaba su hermano Miguel Brown, Comandante de la Trinidad, su cuñado el Comandante Walter Dawes Chitty, el Capitán Hipólito Bouchard que se le asoció con la corbeta de guerra francesa Halcón, el clérigo chileno Juan Uribe, quien armó y equipó el queche Constitución con el nombre de Uribe y la bandera negra de los piratas al mando del Teniente Coronel Oliverio Rusell, etc. La expedición fue financiada por dos grupos, uno de comerciantes argentinos y otro de patriotas chilenos, pero no pudieron salir todos los barcos juntos.

Al pasar el estrecho de Magallanes encontraron una tormenta y casi se hunden dos de las naves. La Constitución no tuvo tal suerte y naufragó con toda su tripulación, igual que el queche Uribe que al tratar de alcanzarlos se fue a pique con toda su tripulación en el Cabo de Hornos.

Cerca de la isla de Chiloé la flotilla echó a pique a la goleta española Mercedes. El 31 de Diciembre Brown enfiló a la isla Juan Fernández a fin de recoger a los patriotas chilenos desterrados allí pero en el camino descubrió una peligrosa rajadura en el casco y con la finalidad de componerlo cambió el rumbo hacia la isla de las Hormigas a siete leguas de la isla San Lorenzo, mientras el resto de sus naves sembraban el terror en esos mares echando a pique una goleta y un barco guanero y apresando al pailebot Andaluz y a la corbeta Montañesa. Entre el 8 y 10 de Enero de 1816 se reunieron las tres naves (Hércules, Trinidad y Halcón) El día 11 desarbolaron y dejaron de pontón un bergantín que había salido del Callao, donde embarcaron a los enfermos y prisioneros, pero estos lograron escapar a la costa en un botecillo dejado por inútil y tras varias aventuras arribaron al Callao alertando a las autoridades que impidieron la salida de embarcaciones hacia el sur.

Entonces, sabiéndose descubierto, Brown decidió atacar el Callao para tomarlo de sorpresa pero ya era tarde. Entre el 11 y el 30 de Enero de 1816 sitió el Callao con cinco barcos, capturaron varias presas siendo una ellas la fragata Gobernadora de propiedad del español Manuel de Jado y Goenaga (casado y con descendencia en Guayaquil) que estaba cargada de trigo, y sembraron el susto y desconcierto entre la población, sobre todo entre las autoridades del virreinato, que comprendieron que la guerra de independencia no era un fenómeno exógeno pues ya lo tenían dentro.

Entre los sucesos anecdóticos suscitados en esa acción cabe indicar que los fuegos corsarios causaron algunos daños en el malecón de El Callao y los vecinos, pensando que desembarcarían enseguida, se apresuraron a descargar las mercaderías, productos y dinero que portaban los barcos listos para zarpar, de manera que en el apuro las monedas se caían y rodaban por el suelo.

Los españoles contra atacaban con las fuerzas sutiles, es decir, lanchas armadas. Una bala de cañón pasó cerca de la cabeza de Brown y fue a dar en la pierna del Comandante del navío vecino, que la perdió. Hubo veinte y cuatro muertos y seis heridos.

Mas, el sitio de una plaza tan fuerte y amurallada se prolongaba demasiado y como no logró establecer contacto con los patriotas peruanos, decidió levantar el bloqueo y continuar a la vecina isla de San Lorenzo, donde aligeraron los barcos dejando en tierra a cincuenta prisioneros.

El Comandante Chitty sigilosamente volvió a las aguas del Callao en un simple bote, distrayendo a las defensas con grandes candeladas en la vecina isla de San Lorenzo para hacerles creer que los corsarios estaban celebrando allí y sorprendió una lancha cañonera con cincuenta soldados extremeños bien armados, pero no la pudo tomar debido a la tenaz resistencia que encontró. Por eso se retiró haciendo solo una presa.

El día 23 de Enero, todavía en aguas del Callao, consiguieron sorprender a la fragata Consecuencia que venía de Cádiz con un valioso cargamento. Entre los más importantes viajeros estaba el Brigadier Juan Manuel de Mendiburo nombrado Gobernador de Guayaquil, el Fiscal José Antonio Navarrete ex Diputado a las Cortes de Cádiz por Piura y el Maestre de Fragata Manuel Helmes quien poseía propiedades en Guayaquil.

Pocos días más tarde capturaron a la fragata La Candelaria. Entonces ocurrió un hecho crucial pues el Teniente Coronel Vicente Banegas del Ejército de Nueva Granada, que iba en la Gobernadora para ser juzgado en Lima, le ilusionó con la noticia de que el puerto de Guayaquil se encontraba desguarnecido de defensas y pronto a rebelarse, de manera que era muy fácil tomarlo.

Brown y sus compañeros corsarios se encontraban listos para regresar a Buenos Aires pues habían cumplido a cabalidad su cometido, pero se dejó convencer y ordenó enfilar con rumbo norte hacia Guayaquil. El día 5 se presentaron en Tumbes las cinco fragatas, tres bergantines y un pailebot que componían la escuadrilla y apresaron el Sacramento, el Místico y un barquito, el día 8 la flota fondeo en aguas de la isla Puná y tomó esa aldea utilizándola como base de operaciones en su expedición contra Guayaquil. A numerosos prisioneros había dejado en la isla del Amortajado con víveres para pocos días.

En Puná se aprovisionó esa mañana y trasladó su insignia al bergantín Santísima Trinidad de reducido calado y más adecuado para navegar por la ría Guayas, en donde los bajos son frecuentes, alistó a la Goleta Nuestra Señora del Carmen a) el Andaluz, para que le sirva de escolta y trasladó a la infantería de marina. Con los dos buques inició el ingreso por el Canal de Jambelí, dejando en la isla Puná a las siete presas capturadas custodiadas por la Fragata Hércules y por la Corbeta Halcón a cargo de su hermano Miguel Brown, pero fue avistado por la goleta Nuestra Señora del Carmen que estaba a disposición de José de Villamil, quien iba de regreso a la Luisiana con toda su familia. Entonces ocurrió que el Capitán de la Goleta le avisó a Villamil que nueve barcos estaban fondeados en Puná y éste reflexionó que nunca se habían visto tal cantidad de velas en dicha población, aparte que por noticias del reciente bloqueo del Callao sabía que se trataba de la flota corsaria y que debido a su militancia masónica le hubieran permitido pasar, pero la idea de entregar por indolencia a tantos amigos que dejaba en Guayaquil le llevó a regresar a la ciudad, para alertar a las autoridades del peligro inminente de una invasión. I al pasar de vuelta por el fuerte de Punta de Piedra avisó a su Jefe el Sargento Canales para que envíe un propio al Gobernador, Juan Vasco y Pascual, avisándole de la presencia de los Corsarios.

Esa misma noche del 8 de Febrero Brown atacó el fuerte a bordo del Santísima Trinidad pues no quería dar tiempo para que se armen los guayaquileños. La guarnición compuesta de catorce hombres de tropa al manejo de los seis u ocho cañoncitos, habían iniciado un vivo fuego de fusilería contra los botes en los cuales bajaban los Corsarios pero como a la media hora huyeron y el fuerte fue demolido y quemado. Un vivo fuego avisó que Brown festejaba su triunfo pero Villamil había conseguido su objetivo, pues al demorar a Brown en el fuerte Las Cruces, éste había perdido la marea entrante y ya no pudo sorprender a los habitantes de Guayaquil esa noche como había sido su objetivo.

A las once de la noche arribó la Goleta de Villamil justo cuando lo hacía el posta del fortín de Punta de Piedra y así pudo el Gobernador enterarse del suceso, disponiendo las medidas necesarias para defender la ciudad al día siguiente.

Mientras tanto en horas de la madrugada del 9 de Febrero de 1816 Brown pasó por el fortín de las (Tres) Cruces situado como a media milla o sea a veinte cuadras de la ciudad (Calles La Ría y Maldonado) defendido por el antiguo Oficial de Marina Juan Barnó de Ferrusola con dos cañones y el regimientos de vecinos blancos de la ciudad y por el Coronel José Carbo Unzueta, criollo y jefe del regimiento de vecinos pardos. Entre ambos cuerpos de tropa no llegaban a ochenta soldados. Esta batería se encontraba emplazada en la estancia La Cruz propiedad del español Juan Bautista de Elizalde y Echegaray. Sus defensores hicieron lo posible para sostenerla pero fueron vencidos por la mayoría numérica de los atacantes que hicieron rodar los cañoncitos al agua.

Siempre en el bergantín Santísima Trinidad Brown se adelantó hacia las últimas defensas de la ciudad, el fuerte de San Carlos, situado en el malecón y avenida Olmedo, dirigido por el Coronel Jacinto Bejarano Lavayen al que se acababa de sumar José Carbo Unzueta, replegado con sus pardos desde Las Cruces, en su totalidad fusileros que acababan de arribar refugiados en Guayaquil.

Desde la noche anterior la orilla se había convertido en un pandemónium de hombres y mujeres que huían en falúas río arriba pues el éxodo de las familias era incontrolable. En el malecón las autoridades habían dispuesto dos culebrinas (cañones alargados y de pequeño calibre) para reforzar los cuatro cañones del lugar. Todos querían salvar lo suyo, los caudales del rey, del cabildo y de los particulares, se embarcaban rápido.

A las nueve de la mañana del día 9 de Febrero de 1816 la presencia de las naves enemigas en la ría causó un mayor pánico en el malecón pues nadie les esperaba tan temprano.

A las doce se produjo un furibundo cañoneo, los Corsarios venían dispuestos a incendiar la ciudad pues traían balas especiales, que fueron disparadas pero solo causaron pequeños estragos en diversos edificios del malecón. Para eliminar definitivamente a los valientes defensores del fortín de San Carlos arrimó Brown el bergantín a muy corta distancia en audaz maniobra (el práctico puneño le advirtió el peligro pero Brown lo obligó poniéndole una pistola al pecho) e hizo bajar a un tercio de la tripulación a tierra y en el momento en que los defensores habían arriado su bandera, se calmó el viento y dejó de crecer la marea, entonces con una ligera brizna del norte se escuchó que la nave (Santísima Trinidada) encallaba con gran estrépito y se quedó entrampada frente a una ramada a seis u ocho varas del malecón, y como en estas habían unas alfagías, tras ellas estaban parapetados los milicianos, a cortísima distancia de la nave encallada, los tripulantes de la nave pirata quedaron inermes, a tiro de pistola.

Para colmos, empezó la bajante significando que la nave permanecería siquiera seis horas en tan peligrosa situación. De este percance fue injustamente culpado el práctico tomado en la Puná, a quien se liquidó en ese mismo instante de un tiro en la cabeza.

Conciente del peligro y decidido a jugarse la vida porque la ría estaba llena de cocodrilos, Brown se lanzó por la borda en ropas menores, acompañado de dos marineros que eran excelentes nadadores, para alcanzar la goleta Nuestra Señora del Carmen, que no estaba muy lejos. Los de la orilla empezaron a dispararles. Uno de los marineros fue herido y murió a su lado y como no podía vencer la corriente Brown le gritó al otro que lo siga de regreso, en ese momento este también fue muerto a tiros.

Mientras tanto algunos marineros del Trinidad, traicionando a su jefe, tomaron una lancha y escaparon al Andaluz que estaba cercano pero no podía desplazarse por temor a quedar varado como El Trinidad, al tiempo que los milicianos guayaquileños del lado derecho seguían disparando y los del izquierdo – aprovechaban la confusión de los argentinos para echarse al agua con bayoneta en la boca – y así nadaron a la nave en número tan grande que fue imposible evitar el abordaje por estribor. Ya dentro de la Santísima Trinidad se dedicaron a la innoble tarea de repasar a los pocos heridos que no habían podido moverse y estaban sobre cubierta, abriendo sus gargantas con filudos cuchillos. El resto de la tripulación, refugiada en las bodegas, esperaba que les llegue la muerte, pero Manuel de Jado muy valientemente y en una canoíta se lanzó hacia la nave y puso orden al grito de “Muchachos, no manchéis vuestra victoria, cuartel a los vencidos” y cesó el deguello pero comenzó el saqueo y es fama que los bravos guayaquileños se robaron todo lo que había a mano, excepto, claro está, los cañones, que se salvaron por la imposibilidad de conducirlos a tierra.

En el interior de la nave Brown había tomado un sable en una mano y una mecha encendida en la otra y mandó a decir con el Contramaestre, que si el Gobernador no ofrecía observar con ellos el tratamiento de prisioneros de guerra, volaría la santa Bárbara y a todos los hombres que se encontraban en el buque. Amenaza que surtió efecto pues el Gobernador envió dos oficiales y a dos comerciantes (José de Villamil y José de Antepara) que hablaban inglés.

Después de las salutaciones de Ordenanza el prisionero Brown, tomándome la mano, dijo: Espero Sr. Que mi vida no corra peligro supuesto que encuentro aquí un inglés influyente. No soy inglés, señor, soy de los Estados Unidos y amigo de todo hombre que se haya en la posición de Ud. No veo su vida en peligro y si es cierto que tengo alguna influencia en el país será empleada en obsequio de Ud. Entonces Brown solicitó permiso para escribir a su segundo Jefe, lo cual le fue concedido y se acordó la tregua.

Siendo las dos de la tarde quedaban catorce invasores muertos, veinticuatro heridos y veinte prisioneros. Entre los milicianos guayaquileños murieron dos y fueron heridos cinco. La Andaluz, que solo había atinado a hacer algunos disparos, aprovechando de la vaciante y de la ventolina favorable se retiró con la mala nueva de la captura del Almirante, pero en gesto audaz y hasta suicida fue perseguida por el guayaquileño Guillermo de la Cruz en un simple barquichuelo, mas la goleta pirata destruyó en el trayecto la débil embarcación, matando a los tripulantes.

Cabe reseñar con simple anécdota que una parte de la tripulación de la goleta pirata que fue a clavar los cañones del fortín de la Cruz, decidió no regresar a su barco y creyendo que ya Guayaquil había sido tomada, enrumbaron a la ciudad en búsqueda de botín y bebida, y para su sorpresa fueron tomados prisioneros por los guayaquileños. Sus nombres son: John Jenny, John Cupe, Nicolas Jam. Jacob Rabas.Al fin fueron devueltos tras las capitulaciones con Brown pero éste los castigó considerándoles con toda razón como desertores.

Poco después Brown y sus marineros fueron bajados al malecón. Iba desnudo de ropas, cubierto solamente con la bandera celeste y blanca de las Provincias Unidas del río de la Plata, pues su guardarropa había sido saqueado. Le escoltaban los habitantes y algunos oficiales de confianza, se dirigieron a la casa de guardia donde se le mandó ropa y una invitación a cenar con el Gobernador Juan Vasco y Pascual. Su calidad de masón y ciertos signos que realizó le granjearon la inmediata simpatía de algunos hermanos secretos que vivían en Guayaquil, entre ellos José de Villamil y José de Antepara. La marinería pasó a la cárcel.

Esa noche, en la mesa, tomó asiento a la izquierda del Gobernador, a cuya derecha estaba la primera figura social del puerto, nada menos que el Obispo electo de Cuenca, José Ignacio Cortázar y Requena, que asombrado de verle cenar con alegría le preguntó: Parece Ud. tan cómodo y contento como si estuviera en Buenos Aires y entre sus amigos ¿No sabe en qué manos ha caído o espera escapar de aquí con vida?

A lo cual Brown informó a su reverencia que sabía que había caído en manos españolas, cuyas vidas – cuando estaban en su poder – nunca eran amenazadas sino siempre seguras y tratadas con respeto y agregó “Para mí, perder la vida es nada, verdad es que tengo esposa y una pequeña y querida familia que seguramente estará de duelo y necesitará un esposo y padre. Hasta hoy mi carrera ha tenido éxito y era gloriosa y si ahora iba a perder la vida de manera tan trágica, primero deseaba tener el placer de beber una copa de vino con su Reverencia.” De esta forma, tan inteligente, Brown se libró de morir y dejó al Obispo complacido. Después brindó con cada uno de los caballeros que se sentaban en la mesa. “I al separarse la compañía casi todos me ofrecieron sus servicios con asistencia pecuniaria. Estoy cierto que si hubiera actuado como servil y tímido, la muerte hubiera sido mi destino. A mi cena con el Gobernador debo solamente un escape tan afortunado como el del 9 de Febrero.”

Algunas pocas casas del malecón sufrieron daños menores pero se dijo que el objeto de Brown era abrasar la ciudad con balas incendiarias pues le encontraron sesenta en la bodega y unos fuelles listos para la acción.

En tales circunstancias, enterado su hermano Miguel de los sucesos, dispuso que la escuadrilla Corsaria – ahora a su cargo – se acercase a la ciudad fondeando fuera de tiro. Su hermano había dicho a sus captores que la flota no se quedaría más de dos o tres días, para apurar cualquier negociación.

I comprendiendo que era necesario actuar rápido, mandó a proponer al Gobernador un canje inmediato de prisioneros (1)

La noche del 11 de Febrero se reunió en Guayaquil una Junta de Guerra formada por autoridades militares, casi todas ellas peninsulares, que rechazó el canje, pero enseguida un Cabildo abierto compuesto por guayaquileños lo aceptó, posiblemente porque el Gobernador quería ganar tiempo para continuar reforzando las defensas de la ciudad. En las negociaciones participaron el Gobernador, el Alcalde de primer voto Manuel de Avilés, el de segundo voto Vicente Martín, el Regidor Decano Manuel Ignacio Moreno, el Procurador General Gabriel García Gómez, los Regidores Manuel Ruiz y

Juan Bautista de Elizalde, el Alguacil Mayor José López Merino, el Escribano Juan Gaspar de Casanova, el Juez de Comercio Manuel Jado, el Coronel Jacinto Bejarano, el Asesor Luis de Saa y varios “caballeros destacados” entre los cuales se menciona a José de Villamil, José de Antepara, Juan Manuel Fromista, José de Llano Valdés, José María Tirapeguí, Nicolás Cornejo y Flor, Jacinto Caamaño, Aparicio Vidaurrasaga, Ramón Calvo y López, Domingo de Ordeñana, José Ignacio de Gorrichátegui, José María Castro, Francisco Ugarte, Hilario de Saravia, mi cuarto abuelo Juan Manuel Pérez de Tolosano, etc.

En la mañana del 13 la fragata Hércules y la corbeta Halcón iniciaron un bombardeo sobre Guayaquil como simple aviso o acto de fuerza. Miguel Brown envió al Capitán Bouchard y al Cirujano Doctor Carlos Handford a tratar con el Gobernador pero no tuvieron éxito. El 14 envió una última Nota y ante la urgencia definitiva de esta, convocadas las autoridades, comerciantes, militares, miembros del Cabildo y habitantes en general, decidieron evitar que la ciudad fuere reducida a cenizas por el fuego de las balas incendiarias y comisionaron al Regidor José López Merino y Acosta para que se traslade a la Hércules y hable con Miguel Brown.

El informe de López Merino fue concluyente pues anotó que dos individuos del común del pueblo se habían pasado al enemigo, muchos vecinos servían de espías, que el buque estaba muy bien armado y que era conveniente llegar cuanto antes a un arreglo. Ante estas circunstancias y desconfiando siempre del populacho, que por conversaciones con la marinería había empezado a enterarse de las nuevas ideas patrióticas, el Gobernador se decidió finalmente y firmó el Canje de prisioneros el día 16, quedando de rehenes Villamil en la flota de Brown y el Dr. Handford en la ciudad, hasta que concluyeran las respectivas entregas.

(1) Los principales prisioneros de Brown fueron: El Brigadier Juan de Mendiburo, Gobernador electo de Guayaquil; León Altolaguirre, Caballero de Carlos III, Intendente de la Provincia y Tribunal de Cuentas de Lima; Andrés Jiménez, Juez Subdelegado de la provincia de Jauja; José Antonio Navarrete, ex Diputado en Cortes y electo Fiscal de la Audiencia de Chile; el Tte. Cor. del Real Cuerpo de Ingenieros Francisco Iriarte y su hermana; el Tte. de los Reales Ejércitos Ramón Abeleira que viajaba con destino a la Capitanía General de Chile, etc.

El día 18 a las once de la noche saltaron a tierra el Brigadier Mendiburo, el Contador Mayor de Lima León Altolaguirre, el Fiscal de Lima José Antonio Navarrete, el Maestre de la fragata La Consecuencia Manuel Helmes y casi ochenta españoles más apresados por los Corsarios en diversas

oportunidades. El Comodoro Brown y la marinería del bergantín Santísima Trinidad se encontraban a bordo de su nave desde el día anterior, habiendo sido conducidos por el balsero indígena Fulgencio Tirso.Villamil en su “Reseña” indica: Se me comisionó escoltar a los comisionados al embarcadero frente a los buques como también a Brown, cumplido que fue el convenio por parte de la escuadrilla (sic.) Los Corsarios perdieron en el asalto a Guayaquil cosa de cincuenta vidas.

El tratado se cumplió en todas sus partes y los guayaquileños, comerciantes como siempre y encima alegres por haber salvado a su ciudad de un posible incendio general, empezaron a comprar los efectos que traía la Armada en una especie de feria que se llevó a cabo en el malecón de la orilla. La fragata Gobernadora fue cedida por Brown en solo veinte y dos mil pesos a Manuel de Jado, su propietario, en agradecimiento por haberle salvado la vida. Los prisioneros fueron canjeados, todo era contentamiento en ambas partes.

El 21 circularon en Guayaquil unas proclamas manuscritas incitando a la rebelión contra el Gobierno, que estuvo a punto de ocurrir de no haber mediado la influencia del Obispo Cortázar sobre el pueblo. El Gobernador opinó que algunas personas viles y de baja extracción eran los culpables de tales proclamas. El Santísima Trinidad quedó abandonado y varado, aunque posteriormente fue utilizado por los guayaquileños que lo reflotaron y utilizaron para actos de comercio.

Al conocer en Lima el Convenio celebrado por el Gobernador de Guayaquil con Brown, el Virrey José de Abascal se indignó acusando a éste último de simple pirata en su “Memoria de Gobierno”, pero bien mirado el asunto, fue del todo conveniente para ambas partes, pues Guayaquil se salvó y los argentinos recuperaron la libertad.

El 27 de Febrero la Armada invasora con su Jefe Guillermo Brown a la cabeza puso proa a la isla Charles en el archipiélago de las Galápagos, donde la marinería descansó y se aprovisionó de víveres. Bouchard y dos de las naves partieron a Buenos Aires y Brown siguió con las dos restantes a la bahía de Buenaventura en las costas del Chocó en el sur de Colombia y ya sin otro objetivo, meses más tarde, en 1817, regresó a Buenos Aires y vivió retirado con los suyos, dedicado al comercio hasta el 10 de Diciembre de 1825 que el Imperio del Brasil, ocupante de la Banda Oriental del río de la Plata (hoy República del Uruguay) declaró la guerra a las Provincias Unidas del Río de la Plata, alegando que esas autoridades habían apoyado la expedición de los treinta y tres orientales (patriotas que deseaban la independencia de esa zona) y alentaba la liberación.

El 21 de Diciembre una escuadra imperial mandada por el Almirante Rodrigo José Ferreira de Lobo bloqueó la entrada del río de la Plata y dejó a Buenos Aires sin su natural vía de salida al mar. El 12 de Enero de 1826 Brown fue designado Coronel Mayor para liberar a la ciudad con una pequeña escuadra formada al apuro por los bergantines General Balcarce y General Belgrano y una vieja lancha cañonera llamada la Correntina. Brown armó otras doce lanchas cañoneras, adquirió la fragata Veinticinco de Mayo donde izó su insignia, los bergantines Congreso Nacional y República Argentina y las goletas Sarandi y Pepa. El 9 de Febrero realizó un primer ataque ocasionando graves daños, sobre todo en la fragata Itaparica, buque insignia brasilero; pero estos contraatacaron el 10 de Junio con una poderosa fuerza naval de treinta y un barcos y se situaron a cierta distancia de frente al malecón de Buenos Aires. Brown solo contaba con cuatro buques y siete cañoneras y aún así aceptó el reto al grito de “Fuego rasante que el pueblo nos contempla.”

Siendo las dos de la tarde se empeñó la acción en toda la línea. La muchedumbre espectaba en la ribera. Otras naves llegaron a toda vela y se sumaron al combate: la goleta Río de la Plata y el bergantín General Balcarce. Brown atacó a la fragata Nitcheroy con frágiles cañoneras y al despejarse el humo se vio que la flota enemiga se retiraba aguas abajo. Era las cinco de la tarde y el pueblo de Buenos Aires no olvidaría jamás esa jornada, que la presenció tan de cerca. Desde ese día Brown fue considerado el héroe de la ciudad pues su audacia y coraje la salvó de una posible ocupación militar.

Convertido en el defensor de Buenos Aires, el 30 de Julio salió a buscar a la flota enemiga, halló veinte naves brasileras en la costa sur, a la altura del río Quilmes y empezó el cañoneo. El buque de Brown sufrió un intenso fuego y tuvo que cambiarse al bergantín República, no sin disponer que el Veinticinco de Mayo sea remolcado a Buenos Aires, pero los invasores se retiraron ante el temor de quedar varados y Brown y sus naves regresaron victoriosos a Buenos Aires. En Febrero del 27 combatió exitosamente a los brasileros en el sitio El Juncal en aguas del río Negro, frente a la población austral de Carmen de Patagones. En esta acción, que tuvo ribetes heroicos, apresó a doce buques, tres fueron incendiados y solo dos pudieron escapar, terminando con el bloqueo del estuario del río de la Plata.

El 6 de Abril zarpó del fondeadero de los Pozos con tres bergantines y una goleta a fin de amagar por el norte a las costas brasileras más próximas, en una acción reivindicatoría. El día 7, a la altura de la Ensenada, los buques argentinos encallaron en la punta del banco de Monte Santiago y fueron sorprendidos por fuerzas muy superiores. Dos días resistió el bombardeo y antes de permitir que las goletas República e Independencia sean apresadas, pasó a sus tripulaciones a los otros dos buques restantes, dispuso que se incendiaran para evitar que caigan en manos enemigas y emprendió el regreso a Buenos Aires, comprendiendo que otra acción naval sería infructuosa. Así finalizaron las acciones navales entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y el imperio del Brasil.

En Agosto de 1828 Inglaterra intervino como potencia mediadora y obtuvo la independencia de la Banda Oriental, conocida como Uruguay, con lo cual las dos orillas del río de la Plata dejaron de pertenecer a un solo país, se aseguró el libre tránsito por esas aguas y terminó la guerra con el Brasil. Brown ostentaba el grado de Almirante y pasó a gozar de la tranquilidad que ofrece la vida privada pues era muy feliz con su esposa e hijos.

Durante los veinte años de luchas entre federales y unitarios no tomó partido, excepto en 1838 que se inició un nuevo bloqueo del río de la Plata por parte de las fuerzas de mercenarios anglo-franceses. Entonces usó una fina estrategia, primero burló a la flota inglesa, luego se situó frente a las costas de Montevideo. Fructuoso Rivera hacía la guerra desde el Uruguay al tirano Juan Manuel de Rosas que gobernaba con los federales argentinos. Las acciones se sucedieron por años pero sin consecuencias graves para ninguno de los partidos, pues era una lucha estéril entre hermanos de una misma nación. El 15 de Agosto de 1842 Brown derrotó en el sitio Costa Brava en aguas del río Paraná a una
fuerza del Presidente uruguayo Rivera comandada por el célebre condotiero italiano Giuseppe Garibaldi.

Tras la batalla de Caseros que puso fin a la dictadura de Rosas, éste viajó a Inglaterra y el partido unitario tomó el poder con el General Justo José de Urquiza. Brown fue uno de los pocos militares al que no persiguieron ni molestaron dada su gloriosa carrera y condición apolítica. El nuevo Ministro de Guerra y Marina expresó: Vuestra Excelencia tiene títulos por sus viejos y leales servicios a la República argentina en las más solemnes épocas de su carrera (sic.)

Brown vivió sus últimos tiempos en el retiro de su quinta de Barracas, donde le visitó el General Grenfell que había sido su contrario en la guerra del Brasil y al manifestar cuan ingratas eran las repúblicas con sus buenos y leales servidores, contestó el anciano: Señor. No me pesa haber sido útil a la Patria de mis hijos. Considero superfluos los honores y las riquezas cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores. Falleció el 3 de Marzo de 1857 de casi ochenta años de edad. El gobierno le decretó honras y se dijo: El Almirante Brown simboliza las glorias navales de la república Argentina y cuya vida ha estado consagrada constantemente al servicio público en las guerras nacionales que ha sostenido nuestra Patria desde la época de la independencia. En el discurso fúnebre Bartolomé Mitre agregó: Brown en la vida, de pie sobre la popa de su bajel, valía para nosotros por toda una flota. Sus “Memorias” fueron editadas años más tarde.

Alto, delgado y erguido en su juventud y edad media, pelirrojo, blanco con pecas y ojos azules. La nariz aguileña, el gesto imperioso aunque siempre amable. El trato amistoso en extremo. En la edad madura engrosó sin llegar a la obesidad, pero lo más atractivo de su personalidad era la alegría contagiante con que acometía toda empresa, la forma social – llana y hasta en extremo confianzuda – que utilizaba en el trato diario con sus semejantes, que le volvía un líder nato en la marina y entre sus vecinos y conocidos más cercanos. De allí que su figura era mirada con simpatía y hasta con gratitud tras el combate de Buenos Aires en que salvó a la ciudad, y como no intervenía en política, era
bondadoso y siempre estaba risueño, pasó por la vida sin hacer enemigos, lo que siempre ha constituido una hazaña harto difícil en estos pueblos sudamericanos.

Su retrato fue donado por el gobierno argentino a la Municipalidad de Guayaquil y reposa en un lugar de preeminencia en el Museo de la ciudad.