BRAVO – MALO FLORENCIA

PRIMERA ODONTOLOGA ECUATORIANA.- Nació en Cuenca el 26 de Febrero de 1893 y fueron sus padres legítimos el Dr. Pío Bravo y Torres, abogado, propietario de la hacienda San Roque en Molleturo que llegaba hasta la parte subtropical por Naranjal, fallecido en Cuenca de un ataque de uremia en 1925 y su pariente Victoria Malo Marchán, educada en el Colegio de los Sagrados Corazones, propietarios de la casa grande y esquinera en el parque Calderón, que estuvo frente al actual Hotel El Dorado. Los hijos de este matrimonio unieron de común acuerdo los apellidos Bravo y Malo formando uno solo, costumbre que ha persistido en las siguientes generaciones y que debió originarse en el hecho de que descendían de Malo por ambas líneas genealógicas, la paterna y la materna.

Niñez feliz, en medio de los suyos, destacaba por su vivacidad y carácter franco, abierto, expansivo. Amiga de los libros, estudió en el Colegio de los Sagrados Corazones, hacía versos románticos y leía especialmente temas de historia, geografía, literatura y poesía hasta que llegó a adquirir una vasta cultura, más bien humanística, que le hacía brillar en sociedad.

Inconforme con el entorno que se vivía rompió los esquemas sociales y entró a estudiar en el Colegio de varones “Benigno Malo”, siendo la primera mujer en el citado plantel. Sus padres la apoyaban en todo pero quedó desacreditadísima, dada la mojigatería imperante en el medio social de ese tiempo.

A principios de 1911 conoció al Ingeniero eléctrico alemán Julio Wickenhauser Frankz, de treinta y cuatro años de edad, recién llegado a Cuenca a instalar la primera sala de cine, que inauguró con la película muda “Los amantes de Terruel”. Poco después contrajo matrimonio, en 1912 nació su hijo Julio y en 1913 viajaron a Guayaquil donde su esposo hizo construir el cine Colón y arrendó el Edén pues era un excelente ejecutivo

Cuando murió la poetisa Aurelia Cordero Dávila de Romero recitó una sentida poesía durante el homenaje que la sociedad cuencana tributó a la extinta en el teatro de esa ciudad. En 1922 pronunció un discurso en la colocación del retrato de dicha poetisa en la escuela que lleva su nombre. La pieza oratoria fue publicada ese año en El Guante. El 24 colaboró con varias composiciones poéticas que aparecieron bajo el nombre de “Búcaros” en la revista Caras y Caretas y a principios del 25 con “Pluvial” en el Ecuador Ilustrado.

Ese año falleció su padre disponiendo que no se vendiera la hacienda ni la familia saliera de Cuenca; pero su viuda, mal asesorada por sus hijos mayores, hizo todo lo contrario, se trasladó con los suyos a Quito y con parte del dinero de la venta de la casa y de la hacienda adquirió una casa en la Plaza del Teatro y comenzó a entregar el saldo a interés, pero fue estafada y perdió el capital. Entonces, tras vender lo poco que le quedaba, pasó con su familia a Guayaquil y alquiló un departamento frente al parque de la Merced donde se le unió Florencia y su hijo Julito, separados de Wickenhauser, aunque conservando excelentes relaciones de amistad pues existiendo un hijo común, era lo más conveniente.

El país vivía una grave crisis económica y teniendo que mantener a su hijo Florencia decidió adquirir una profesión liberal para lo cual entró a estudiar una carrera corta que le permitiera subsistir con decencia y escogió la dentistería.

Matriculada en la Universidad de Guayaquil, lo que se consideró un hecho insólito, pues no era costumbre que las mujeres estudien y peor las separadas de sus esposos; el primer día de clases llevó una pistolita en su cartera para utilizarla en caso de ser atacada, pero nada malo le ocurrió. Por el contrario, sus compañeros, muy menores a ella, se transformaron en verdaderos amigos y tras cuatro años de brillantes estudios se graduó con la máxima nota. La tesis doctoral tituló “Hemorragias dentales postoperatorias” y fue recomendada su publicación.

Instaló su consultorio en el departamento que ocupaba frente a la Merced y pronto se llenó de clientela, sobre todo femenina, porque era una personalidad conocida y admirada y solía concurrir a las reuniones culturales, era amiga de literatos, poetas e intelectuales.

A principios de 1932, de treinta y nueve años de edad, contrajo segundas nupcias con el notable periodista español Francisco Ferrandiz Albors, siete años menor que ella, quien desde 1924 había iniciado un viaje de exploración y estudio por Sudamérica. Julito se llevaba bien con su padrastro y todo parecía marchar sobre ruedas pero Ferrandiz decidió volver a su Patria, que acababa de proclamar la República y vivía tiempos de transformaciones revolucionarias violentas.

Florencia se ilusionó con el viaje a Europa. En Guayaquil permaneció con su esposo y su hijo las dos últimas semanas de Febrero del 32, esperando el vapor italiano Colombo que les llevaría. Joaquín Gallegos Lara tuvo oportunidad de tratarla y quedó muy bien impresionado.

En Alicante les esperaba una numerosa familia pero el muy revoltoso de Ferrandiz, pasado el primer momento de las visitas y los convites entre parientes, en lugar de dedicarse a escribir como había planeado hacer en un país culto donde se paga bien a los periodistas, se involucró en la campaña de agitación política del partido Socialista Obrero Español, que tras una serie de cambios cada vez más izquierdistas, consiguió la extinción de la Compañía de Jesús en esa nación.

No se cansaba de asistir y tomar la palabra en los mítines, movilizándose a los pueblos para formar nuevas células socialistas, adoctrinando a sus miembros. Era un agitador ardoroso, frenético; su movilidad era constante, a tiempo completo, descuidaba totalmente el hogar pues había semanas enteras que ni se sabía de él y como tampoco se le veía, Florencia debió escoger entre instalar un consultorio dental en Alicante y olvidarse por un tiempo que estaba casada o volver al Ecuador y prefirió esto último.

Retornó el 33 y nuevamente fue dentista. El 34 fue activista en la campaña presidencial de su amigo personal el Dr. José María Velasco Ibarra. Por esos días Ferrandiz la siguió románticamente a Guayaquil convencido que la quería de veras pero ella no quiso hacer las paces, acusándole de machista que ni siquiera compartía las tareas domésticas como lavar los platos, etc. porque para ella, feminista a ultranza, eso de la diferenciación de las tareas en razón de los sexos era pura invención y en el hogar tanto el hombre como la mujer debían llevar la carga por partes iguales, de manera que como no se entendieron, él optó a los pocos meses por regresar a su tierra. El divorcio advino años después, conservándose la amistad, como había sucedido con Wickenhauser.

Nuevamente en su profesión, en 1939 fue designada dentista de los Hogares de Menores. El 43 sus dos ex esposos pasaban pésimos momentos. Wickenhauser había sido puesto en la Lista Negra ecuatoriana el año anterior y como no podía trabajar vivía pobremente en Guayaquil de la venta de unas gemas que había podido guardar en sus buenas épocas, antes de perder sus propiedades, consistentes en un extenso solar situado en el boulevard al lado de la Zona Militar y los edificios de los teatros Colón y Victoria que había cedido por escrituras públicas a ciertos amigos, con el ofrecimiento formal de sus partes, de devolvérselos.

Ferrandiz, en cambio, en su condición de Comisario General del ejercito republicano en el frente de Extremadura, tras haber intervenido en las guerrillas entre republicanos comunistas y no comunistas de Marzo del 39 al final de la guerra civil, se había escondido con un hermano en las cuevas de las sierras de Alicante hasta donde le fueron a buscar los franquistas y tomado prisionero fue condenado en juicio sumarísimo a sufrir la pena de muerte, que a último momento le conmutaron por otra de treinta años de cárcel porque jamás había disparado un tiro. Era, lo que se decía entonces, un activista iluminado que escribía, peroraba y agitaba a las masas, aunque nada más. Por eso guardaba prisión en dicha ciudad.

En 1944, tras la gloriosa revolución del 28 de Mayo, Florencia viajó con su hijo a Quito y pidió al Presidente Velasco Ibarra que solicitara al dictador Francisco Franco la inmediata libertad de Ferrandiz, porque según se le indicó al Generalisimo, seguía casado con una ciudadana ecuatoriana que lo necesitaba de urgencia para subsistir, de manera que el 46 fue amnistiado y pudo salir vía Montevideo, donde volvió a escribir y falleció años después en relativa prosperidad, sin olvidar a Florencia ni a ”su hijo”, a quienes escribió casi todos los meses.

Los amigos de Wickenhauser, traicionando su confianza, se negaban a devolverle los bienes pues lo veían solo y desprotegido. El falleció a consecuencia de un accidente de tránsito en 1950 en Quito. Florencia decidió defender los intereses económicos de su hijo y para pleitear a tiempo completo contrató abogados, presentó demandas y armó un grave escándalo, pues algunos de los involucrados eran personas conocidas en sociedad.

Diariamente concurría a los despachos y así fue como ganó las dos primeras instancias. Entonces los procesos subieron en apelación a la Corte Suprema de Justicia, alquiló un departamento en la capital y empezó a moverse en varios niveles al mismo tiempo.

Hábil estratega, para despertar las conciencias dormidas repartió hojas volantes en el Congreso. En 1954 obtuvo la restitución de los bienes, pero los afectados interpusieron nuevos recursos y como el asunto amenazaba prolongarse aún más, visitó al Ministro de Gobierno, Dr. Camilo Ponce Enríquez, consiguió el auxilio de la fuerza pública y finalmente pudo recuperar la posesión material tras ocho años de continúa brega, perdiendo eso si, los frutos que habian producido durante los catorce años que estuvieron en poder de dichos estafadores (desde la suscripción de las escrituras de 1941) y un extenso solar ubicado frente a la plaza del Centenario que tuvo que entregar al último bribón para poder solucionar todos los problemas.

El 55 casó su hijo con Carmen Echanique Jurado, con sucesión. Florencia vivía del producto de una pequeña pensión familiar de su propiedad que funcionaba en Vélez entre Boyacá y García Avilés y administraba su amiga y protegida Inés Núñez del Arco Andrade, que viuda de José de la Cuadra había vuelto a casar con González Yépes, miembro de una de las mejores familias de Cuenca, pero que no trabajaba ni producía, simplemente porque era un buen hombre pero sumamente vago.

En los años 70 Florencia aún se movía en el ambiente cultural guayaquileño. Con su amiga Judith Suárez de Tonsking concurría a recitales y amistaba con los poetas e intelectuales jóvenes, a quien aconsejaba maternalmente. Fuimos amigos de tanto vernos. Era una viejecita pulcra y discreta, bajita y delgada, que solía hablar a gritos porque estaba perdiendo el sentido del oído. Tenía opiniones acertadas y valiosas sobre la vida y obra de los intelectuales. José María Egas era su autor favorito sin ignorar por ello a los demás.

Pasó los últimos años en un departamento ubicado en los altos del Cine Victoria, en compañía de dos empleadas domésticas de su confianza, que la ayudaban. En 1983 editó “Cantos de Amor y Esperanza” en 95 págs. con doce poemas sencillos y de corte romántico tardío y falleció de vejez, en Guayaquil, el día 13 de Abril de 1986, tras cumplir noventa y tres años de edad.

De estatura mediana, blanca, pelo rubio y ojos café, delicada y femenina, de voz dulcísima y carácter resuelto. Supo luchar por el imperio de la justicia. Jovial casi por costumbre, las amarguras de la vida jamás lograron enturbiar la pureza de sus sentimientos. I dentro de sí, aunque no lo parecía, siempre llevaba un corazón de león.