POETA.- Nació en Quito en 1892 posiblemente en una casa de las calles Flores y Espejo. Décimo tercer hijo de una larga familia de dieciséis hermanos formada por el ilustre jurisconsulto Dr. Luis Felipe Borja Pérez, cuya biografía puede consultarse en este Diccionario y por su cónyuge y prima hermana Carmen Amelia Pérez Chiriboga, quiteños.
Niñez tranquila con sus padres y numerosos hermanos en la casa que ocupaban en la Loma, pero debido al carácter obsesivo de su padre, quien vivía pendiente de trabajos y horarios fijos y usaba férrea disciplina; el joven Arturo, que poseía una personalidad sensible, se convirtió en un ser especial, proclive a sentir depresiones que casi siempre constituyen el camino más directo al suicidio.
Cuando tenía pocos años su familia se trasladó a la casa del Arco de la Reina recientemente adquirida por su padre. Era una hermosa casona de tres patios, con prohibición total de ruidos, con un padre ausente en su estudio y una madre siempre llorante y con asma, por eso el chico se metía en los rincones más absurdos de la casa. Su única alegría eran las mermeladas hechas por la madre, trepar a la alta palmera y los juegos en los sótanos con sus primos y primas.
Una tarde de 1908 en unión de varios camaradas de escuela, estando en la plazuela de Las Loma, límite del
suburbio cercano, orlado de eucaliptos y retamas, por cuyos callejones hacía bailar trompos y rodar bolas de vidrio coloreado sufrió una lesión en el ojo derecho, que se hirió casualmente hincándose con la pluma con que escribía y anduvo con una venda negra puesta en el ojo lo que aumentó su autismo, pues a veces se comportaba alegre y sociable y en otras triste y melancólico cambiando sin causa válida o aparente. El médico que le examinó declaró que era mejor enviarlo a curar en Francia.
Entonces viajó en compañía de su tío segundo Carlos Pérez Quiñónez y en el tumultuoso y oceánico París de comienzos de siglo, con una exacta premonición de su destino, se hartó de panoramas que él presentía, nunca volverá a contemplar.
En el Retablo de una generación decapitada Raúl Andrade ha manifestado que el joven Borja urgido de cavilaciones prematuras, desolado por dolores larvarios y sin forma, paseaba por el añoso jardín de Luxemburgo a la hora de los amantes extenuados, de las promesas sin palabras, de las sonatas algodonosas de niebla, de las fontanas invisibles y de los largos besos desfallecientes. Hora gris de jardín en otoño, en que las hojas secas crujen en los senderos llenando el aire de una inefable música – música de hojas muertas – que va a repetirse como un leit motiv en su obra poética esencial.
I finalmente “llegó el tiempo de su mejoría que aprovechó para seguir con avidez el curso de la literatura en Francia, que a principios de siglo era rica y abundante, y su niñez florida pudo hacer obra de selección. De la Ciudad Luz escribía a sus amigos cartas de delirante entusiasmo acerca del movimiento literario de la época.”
En 1909, de diecisiete años, regresó de El Havre murmurando quizá // Mi juventud se torna grave y serena como / un vespertino trozo de paisaje en el agua. // “cargado de ideas y de libros y con el sentimiento de su vocación, poniéndose a la cabeza de toda esa juventud que en las aulas aún, se siente tocada por el mal de la literatura; mal de encantamiento, milagro algunas veces, despeñadero del fracaso en otras, pero siempre acicate de esperanza, pues había leído a los simbolistas y recibido sus influencias, sobre todo de Mallarmé, Baudelaire y Rimbaud, aunque prefería a Verlaine por su desgarradora monotonía y utilizaba la musicalidad de Darío, al tiempo que decía haber leído todos los libros y tener la carne triste según la advertencia de Mallarmé.
Nunca fue bachiller y tuvo horror de la Universidad. Los Códigos, las leyes, que en tanta abundancia veía en el estudio de su padre, le causaban espanto. Un día encontró a un amigo que iba presuroso con un libro debajo del brazo. Arturo se lo quitó, lo abrió para hojearlo y al ver que se trataba de un Código lo dejó caer con el susto con que se hubiera desprendido de una cosa peligrosa”.
Por esa época se enamoró brevemente de Blanca Rosa Destruge Maruri hermana de su amigo Guillermo, empezó a servir de amanuense a su padre pero sin mucha emoción, leyendo por su consejo la Gramática de Andrés Bello para perfeccionar su lenguaje, experimentando el tedio de vivir y el aislamiento del ambiente social por su inadaptación al medio quiteño, tan diferente al de la capital francesa.
“Entonces vio morir su alegría juvenil y llegar la desesperación, se dejó una melena negra y crespa que adornaba su perfil de camafeo borroso por la mirada perdida en la lejanía y salía las tardes de su casa, camarada de todos los canes vagabundos del barrio y cruzaba escoltado por escuadrón de amistosos gruñidos, nostálgico de horizontes entrevistos apresuradamente” y en protesta por el ambiente ambiguo de Quito que le tocaba vivir, de ciudad de panoramas sin panoramas, escribe su protesta de generación en un panfleto lírico, confidencial y derrotista, epístola dirigida a su amigo Ernesto Noboa y Caamaño que comienza así // Al señor don Ernesto de Noboa y Caamaño, / límpido caballero de la más limpia hazaña / que en la época de oro, fuera Grande de España… para continuar // esta vida de Quito estúpida y modesta / está hoy insoportable con su militarismo. / Figúrese que apenas da uno un paso, / un ¡Alto¡ le sorprende y llena de un torpe sobresalto. // para finalizar con esta terrible frase // los militares son una sucia canalla / que vive sin honor y sin honor batalla.// y que solo se publicaría años después de su muerte.
Con sus amigos era en cambio extremadamente alegre y de agudo ingenio, con Noboa y Caamaño y Francisco Guarderas hizo grupo y vivió épocas de intensa bohemia. Una mañana fue a buscar a la plaza de la independencia a Humberto Fierro, pues había leído uno de sus poemas y se lo recitó de memoria. Desde entonces quedaron amiguísimos.
Isaac J. Barrera ha escrito que la vida no tenía para Borja la exigencia dura que es la hoz que recorta todo alto vuelo y por eso ejercía una alegre bohemia, libresca, algo ingenua, pero siempre elegante; quería encontrar cenáculos literarios, fingía cabarets y solía espantar a los burgueses. Un día encontró a un extranjero de luengas melena y barba, pobremente vestido pero altanero; le entró la curiosidad infantil de saber quién era ese hombre, jurando que era un poeta.
Lo cierto es que con grandes aspavientos anunció a sus amigos que el desconocido no solamente era un poeta sino un poeta futurista y propuso darle un banquete. La verdad era que el hombre de la barba y las melenas era un español holgazán y pintoresco. En otra ocasión quiso sujetarse a una labor disciplinada y se comprometió a servir de director de la hoja literaria del periódico “La Prensa”, revolucionario en política pero que en literatura no había pasado de Campoamor y Núñez de Arce. I logró que la hoja se expresara con nuevos acentos, por eso era leído con avidez por los jóvenes y hacía brotar la sonrisa de los redactores serios. Sobre todo había uno sabihondo – Alejandro Andrade Coello – con el que mantenía largas discusiones literarias y gramaticales. En estas cuestiones Borja era un adversario formidable, pero despechado de la incomprensión literaria de su contendor, abandonó el puesto.
Se ha dicho que su obra más importante fue su influencia sobre los grupos literarios de su tiempo porque era un gran polemista sin saberlo, adolescente fervoroso y apasionado que en los corrillos de amigos sobresalía entre todos. I como su tema preferido era alzar los puños contra el academicismo consagrado, abolía cánones y valores, principios y normas poéticas, siendo sus autores franceses preferidos Baudelaire, Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, Lautréamont, y todo lo novísimo, aunque no hubiere sido bien conocido ni bien entendido.
Representaba en Quito el estado de conciencia moderna y singular, quizá incoherente y enfermiza, cuyas características eran la inquietud del individuo que siente su aislamiento y su impotencia y de lo cual se espanta, mientras a la vez se enorgullece. Vastas ambiciones y frutos mezquinos, mezcla de una sinceridad casi brutal, de un vano deseo de simular
sentimientos ajenos y una tácita prohibición de expresar ciertos auténticos sentimientos genuinos, por eso los primeros versos que publicó fueron reveladores de sus conflictos interiores.
En “Madre Locura”, bellísima composición que le dio gran fama, dice: // ¡Madre locura! quiero
ponerme tus caretas, / quiero en tus cascabeles beber la incoherencia, / y al son de las sonajas y de las panderetas / frivolizar la vida con divina inconsciencia // ¡Madre locura! dame la sardónica gracia / de las peroraciones y las palabras rotas. / Tus hijos pertenecen a la alta aristocracia / de la risa que llora, danzando alegres jotas. // Sólo amargura traje del país de Citeres / sé que la vida es dura y sé que los placeres / son libélulas vanas, son bostezo, son tedio. // Y por eso, locura, yo anhelo tu remedio / que disipa tristezas, borra melancolías / y puebla los espíritus de olvido y alegría. //
En 1910 y en medio de la expectación general por la visita del famoso Cometa Halley en los cielos de Quito comenzó a dictar la cátedra de francés en el Colegio Normal de varones Juan Montalvo pero al mismo tiempo un rápido deterioro cardiaco de su padre hizo mella en su espíritu y le tornó triste hasta que finalmente el 13 de Abril de 1912 ocurrió su fallecimiento.
En herencia le tocó la suma de ocho mil sucres y ya no trabajó obligadamente sino la crónica que apareció en el primer número de la revista “Letras” en Agosto de ese año y en alguna otra publicación. En “Letras” también saldrían sus antiguas traducciones al español de “Les Chants de Maldoror” del Conde de Lautréamont.
“En las frecuentes reuniones con Noboa y Caamaño, Francisco Guarderas, César E. Arroyo, Hugo Moncayo y otros jóvenes y decididos admiradores del arte moderno y de las modalidades nuevas comentaba que cuando se le acabara el dinero se mataría, lo que sus amigos lo tomaban a broma”; sin embargo, hay serias sospechas que el joven Borja había comenzado a inyectarse morfina desde cuando dispuso del dinero de la herencia, pues antes no había contado con los medios necesarios para costear tan caro vicio. También
se dice que en el intrincado laberinto de esas experiencias introdujo a su hermano menor Gonzalo Borja Pérez, entonces de sólo dieciocho años, quien compartía su entusiasmo por la nueva literatura. (1)
Noboa y Caamaño le había llevado al vicio de la morfina, al que ingresó Borja por simple curiosidad y a través de las inyecciones de veronal que su amigo Noboa se ponía desde 1909 a fin de combatir una grave depresión nerviosa que hasta le producía dolores físicos, originada en un tratamiento venéreo con sustancias arsenicales. El médico francés en Quito, Dr. Gregorio Guermarquer, sin querer, le había hecho dependiente de la morfina.
De este período de dependencia a la droga es el poema “Voy a entrar al olvido” que dice // fragmento.- // Indiferentemente tiene mi herida abierta // de dorado veneno que me dio una mujer / Voy a entrar al olvido por la mágica puerta / que me abrirá ese loco divino Baudelaire. //
Barrera agrega: siempre recordaré la manera conmovedora con que decía el Nocturno de José Asunción Silva. Se resistía a recitar sus propios versos y no lo hacía sino en horas de gran intimidad, en que más ganado se sentía por la melancolía. I esta reserva, en lo que a sus propias obras se refería, era en él constante.
Por entonces miraba las cosas cotidianas no solo con indiferencia sino con marcado menosprecio, pero regularizó su noviazgo con su amiga de siempre, la bella y culta guayaquileña Carmen Rosa Sánchez Destruge, amorío iniciado con extrañas y fantásticas citas en el cementerio de San Diego, donde Arturo hizo que en cierta ocasión Carmen Rosa asistiera a un nocturno concierto de violines, a imitación de lo ocurrido en un cementerio de Paris entre los poetas malditos, experimento que luego se había repetido en Lima. Desde entonces la dulce y tierna Carmen Rosa que siempre mantuvo un aire lánguido en Quito, empezó a gozar de una injusta fama de niña bella, perversa y fatal.
EN EL BLANCO CEMENTERIO
Para Carmen Rosa
En el blanco cementerio fue la cita. Tú viniste toda dulzura y misterio, delicadamente triste…
Tu voz fina y temblorosa se deshojó en el ambiente como si fuera una rosa que se muere lentamente.
Íbamos por la avenida llena de cruces y flores como sombras de ultravida que renuevan sus amores.
Tus labios revoloteaban como una mariposa, y sus llamas inquietaban mi delectación morosa.
Yo estaba loco, tú loca, y sangraron de pasión mi corazón y tu boca roja, como un corazón.
La tarde iba ya cayendo; tuviste miedo y llorando te dije: -Me estoy muriendo por ti que me estás matando.
En el blanco cementerio fue la cita. Tú te fuiste dejándome en el misterio como nadie, solo y triste.
Carmen Rosa era de tez canela, de cuerpo grácil, de conversación activa, pasaba por musa del grupo modernista por su gracia y viveza naturales y como se pertenecía a una familia culta y pudiente, ya que su padre Modesto Sánchez Carbo desempeñaba la gerencia de la sucursal del Banco Comercial y Agrícola en Quito, todos veían con simpatía la relación. De esa época es una postal en prosa poética dedicada a su futura cuñada bajo el título de “Rosa Lírica”.
(1) Gonzalo terminó suicidándose con una fuerte dosis de toxico mezclado en un vaso de cerveza que lo dejo yerto en pocos minutos hacia 1914. De Gonzalo se conserva en el archivo epistolar de Rubén Darío en Madrid, una hermosa misiva escrita en Boston, Massachussets, entre 1913 y el 14, con la siguiente patética frase “me he tomado la libertad de dirigirle esta, porque la soledad me lleva desesperado…”“En las reuniones era correcto y grave, pero en sus expansiones literarias, a las que se entregaba con frecuencia, siempre tenían un dejo de tristeza. En ellas leía con voz trémula y de armoniosa inflexión los poemas de sus autores favoritos: Verlaine, Baudelaire, Samain, Regnier, Jiménez, Ñervo, el Pujol de la Jaculatorias y sobre todo a Darío”. |
Para Laurita Sánchez. // Prende sobre tu seno esta rosada rosa / ebria de brisa y ebria de caricia de sol / para que su alma entera se deshoje amorosa / sobre la roja y virgen flor de tu corazón. // Tu hermana primavera cante un aria gloriosa / ensalzando tus quince primaveras en flor / y las hadas en coro celebran la armoniosa gracia / de tu mirada de luz y de pasión. // Que el ideal te guíe por todos los caminos, / él a su vez guiado por tus ojos divinos / y que anide siempre en tu alma el amor. // Para que sea tu vida bella como la rosa rosada y perfumada / que se muere amorosa / sobre la rosa y virgen flor de tu corazón!
Al mismo tiempo hacía una intensa vida social con los Navarro Gardín en el alegre reservado número ocho del Café Central, en animada compañía de Carlos de Veintemilla, Emilio Alzuro, Alfonso Aguirre Guarderas, Pancho Guillén el de las corbatas brumelianas y los chalecos floridos, Pancho Bustamante, el Bibí Cárdenas, Ernesto Fierro “a través de lo cual el poeta camuflaba sus intensos, dolorosos y verdaderos sentimientos depresivos” según el psiquiatra e historiador Dr. Fernando Jurado Noboa, y quizá por eso renunció a la cátedra de francés, la noticia de la aceptación por parte del Ministerio de Educación apareció en la edición de El Comercio el jueves el 10 de Octubre de 1912.
Ese fin de semana le ofrecieron sus amigos un banquete de despedida de soltería y el poeta agradeció diciendo que se casaba solo por un mes, algo que a todos sonó a broma, pero resultaría cierto.
El martes 15 de Octubre Arturo y Carmen Rosa contrajeron nupcias y fueron a pasar la luna de miel a una hacienda cercana a Guápulo propiedad de los parientes Pérez, donde estuvieron tres semanas. Regresaron a Quito en la mañana del sábado 12 de Noviembre, Arturo visitó a su madre y como ésta le viera desmejorado, le respondió: ¡Ay madre¡ es esta vida tirada a cordel la que me mata…. Abrazó a todos con mucho afecto y sin decir palabra se retiró.
A eso de las dos de la tarde pasó con Carmen Rosa a la finca que tenían sus suegros en el barrio de La Magdalena al norte de Quito. Arribaron en un carruaje a caballos de los que entonces circulaban en la capital, fueron recibidos con grandes muestras de alegría y permanecieron la tarde en familia, pero cuando quisieron volver empezó a llover a cántaros y se escucharon varios truenos que anunciaban tempestad. De común acuerdo se decidió prepararles una recámara en el segundo piso y tras cenar normalmente se retiraron los recién casados.
Eran como las ocho de la noche cuando Arturo le propuso a su esposa inyectarse las venas y sacó las ampollas de veronal. Ella, enamorada como estaba, aceptó en principio, pero luego le dio miedo y se arrepintió pues jamás lo había hecho y era la primera vez que le veía en estas andanzas.
Para darle confianza Arturo le indicó que nada malo pasaría y se inyectó él, pero la dosis fue mal calculada porque resultó muy alta, como para matar. Quizá Arturo tenía en mente el suicidio, de manera que pronto quedó dormido y Maria Rosa se recostó a su lado impresionada por la escena pero sin imaginar la magnitud de la acción. Esa noche tuvo el sueño entrecortado y en la madrugada despertó en medio de sobresaltos y viendo que su esposo no se movía, comprendió su muerte, dio grandes voces, subieron los parientes y se llamó a un médico amigo, quien solo pudo dar fe del trágico suceso y certificar la defunción en términos que relevaran a las autoridades del formulismo de una autopsia.
Entonces se comentó en Quito que ambos habían hecho un pacto de autodestrucción y que a última hora ella no lo cumplió, pero como se logró ocultar las evidencias y se hizo aparecer su muerte como fruto de un colapso cardiaco, el escándalo social no se produjo, aunque de todas maneras la gente adivinó el drama y al pasar el entierro hacia el cementerio, llevado el ilustre poeta en hombros de sus amigos, no faltó quien comentara ¡Allí van los morfinómanos!.
Al morir tenía escasamente veinte años de atormentada existencia vivida en forma rápida, precoz y breve, acibarada por un pesimismo, una nostalgia y una tristeza más intelectivas que sentimentales, que solo pueden explicarse en quien había madurado en el dolor inenarrable de saberse en una ciudad estulta y pueblerina, con ambiente municipal y espeso, de la que deseaba evadirse a toda costa a pesar que sabía a ciencia cierta que jamás lo podría hacer, pues estaba eternamente condenado a sufrir ese horror intelectual ya que las puertas de Francia no se le podrían abrir nuevamente por su falta de dinero, por su renuencia a suplicar funciones diplomáticas, por su dejadez a toda labor física.
Fue un aeda sensible e innovador, humilde a veces como en “Primavera mística y lunar” y en otras soberbio e irónico como en la epístola dirigida a su amigo el también poeta Ernesto Noboa y Caamaño, en cuyos últimos versos anunció visiones de extraña hondura, pues le atraía el misterio de lo impreciso y su refinada sensibilidad disonaba con el ambiente; mas, en su técnica poética, era musical y sutil.
Al final de sus días había mencionado varias veces que tenía la intención de publicar un libro que titularía “La primavera apasionada” pero jamás pudo llegar a concretar su deseo.
Sus amigos literatos le consignaron sentidas ofrendas líricas en el No. 4 de la revista “Letras” que había ayudado a hacer y en Agosto de 1 920 tres jóvenes pintores Nicolás E. Delgado, Antonio Bellolio y Carlos Andrade Moscoso emprendieron la tarea de editar su parva producción – 28 poemas solamente – bajo el título de “La Flauta de Ónix”, en la imprenta de la Universidad Central, en 60 páginas ilustradas con dibujos de mérito de los artistas referidos.
La obra apareció anacrónica en relación al avance de la literatura, empero sirvió para innovar el gusto literario en el Ecuador pues el movimiento modernista, que ya había madurado en otras partes del mundo, aun pugnaba por entrar a nuestra Patria. En 1958 su sobrino Luis Felipe Borja del Alcázar puso en manos de Alejandro Carrión Aguirre cinco poemas inéditos: A misteria, Soñación, Era un sueño, Dos viajes e Idilio Estival, truncos el primero, tercero y quinto, que se editaron en la revista “La Calle”
Borja “supo cantar a la melancolía orgullosamente, que exaspera y acerba cuando, como en Amiel, encuentra en el paisaje, estados del alma: la lluvia, la tarde sombría, son para el poeta, monótonas y melancólicas; sobretodo, la lluvia, que Borja consideraba implacable. Aunque más es la pena que va royendo la vida, y la amargura le martiriza hasta exclamar desesperado” ¿Por qué tengo, Señor, esta pena, siendo tan joven como soy? Es la pena que se filtra a través del paisaje, la lluvia que aniquila su voluntad y hace más dolorosa la llaga incurable del fastidio. Dulce acabamiento, presentimiento de lo que se va y de lo que se muere, misticismo desesperado que para hacer más intensa la queja, eleva los ojos al cielo”.
Murió envenenado por su propia tristeza hasta caer exhausto en los brazos amados de la muerte después de haber saboreado los placeres del amor y la morfina. Como poeta fue musical y espontáneo, ingenioso, triste, melancólico y profundo. Adolescente y sin embargo el primero que agitó en el Ecuador la bandera de la rebelión y de la simpatía en las letras en el siglo XX, por eso se le considera un luchador glorioso que abrió en su Patria las puertas de un nuevo estilo y de otros tipos de belleza.
Su viuda, sucumbió años más tarde a los requiebros de un joven quiteño de apellido Zaldumbide, quien era un atleta, miembro de una de las más conocidas familias capitalinas pero pobre y sin profesión. Este Zaldumbida había mantenido con Luís Clemente Concha Enríquez, menor a él, sonadas trompizas, por el amor de Carmen Rosa.
Se casaron pero no fueron felices, él terminó mal en Colombia sujeto a una silla de ruedas y ella se empleó en la Caja de Pensiones en Quito, laborando entre los años 30 y 50 en dicha institución, de la que obtuvo un crédito hipotecario que invirtió en la adquisición de una villita en el barrio del Centenario en Guayaquil.
Después se dedicó a vender mercadería a crédito con dinero de una de sus hermanas – Laura de Guzmán – que era pudiente y finalmente murió de algo más que mediana edad y sin hijos, a causa de un cáncer generalizado, dejando el recuerdo de una vida marchita por el suicidio de su primer esposo y el abandono del segundo, pero más que todo por su pobreza final.
I aunque han transcurrido muchos años sus sobrinas la recuerdan con gran afecto porque fue una mujer buena y bella que sin embargo no tuvo suerte en la vida y porque cuando eran pequeñines y ella venía en tren a Guayaquil les traía con gran generosidad panes, quesos de hoja, aplanchados, quesadillas, dulces confitados, frutas de la estación y otras muchas golosinas, de manera que sus visitas eran de lo más sonadas. Carmen Rosa siempre mantuvo el acento serrano.
VAS LACRIMAE
Para Alfonso Aguirre
La pena…La melancolía… la tarde siniestra y sombría. la lluvia implacable y sin fin. la pena…La melancolía. la vida tan gris y tan ruin.
La vida, la vida, la vida!
La negra miseria escondida royéndonos sin compasión y la pobre juventud perdida que ha perdido hasta su corazón.
¿Por qué tengo, Señor, esta pena siendo tan joven como soy?
Ya cumplí lo que tu ley ordena: hasta lo que no tengo lo doy.
POR EL CAMINO DE LAS QUIMERAS
Para Carmen Rosa.
Fundiendo el oro
de tu belleza con el tesoro de mi tristeza,
fabricaré yo un cáliz de áurea realeza en donde, juntos, exprimiremos el ustorio racimo de los dolores, en donde, juntos, abrevaremos nuestros amores.
Será una copa sacra. Labios humanos no mojarán en ella; decorarán sus bordes lirios gemelos como tus manos,
como tus labios habrá pétalos rojos, y en su fondo un zafiro que fue una estrella
como tus ojos.
El sortilegio
declinará. La magia de nuestro encanto tendrá un veneno de sacrilegio; la última gota
la absorberemos, locos, mezclada en
llanto;
la copa rota,
se perderá, camino de las quimeras. tú estarás medio muerta. Mi último beso
morirá en tus ojeras, mi último beso
se alejará, camino de las quimeras.
MI JUVENTUD SE TORNA GRAVE.
Mi juventud se torna grave y serena como
un vespertino trozo de paisaje en el agua:
la ebullición sonora de aquel primer asomo
primaveral, deshízose lentamente en mi fragua.
tu risa de oro, de cristal, de plata, rememora un scherzo ya lejano. en tu risa hay un eco de sonata, de pizzicato de violín tzingaro. Jugueteando en el nido de tu boca, tu fina carcajada es ritmo ufano que me recuerda una fontana loca, y el pizzicato de violín tzingaro. Límpidas, sonoras, cristalinas, son cadencias del trío veneciano; tienen reminiscencias argentinas de pizzicato de violín tzingaro.
MELANCOLÍA, MADRE MÍA!…
Melancolía, madre mía, en tu regazo he de dormir, y he de cantar, melancolía, el dulce orgullo de sufrir.
Yo soy el rey abandonado
de una Thulé dorada donde nunca viví
y al verme pobre y desterrado
vuelvo los ojos hacia ti
Melancolía, tú eres buena,
tú aliviarás este dolor;
para esta pena,
serán tus lágrimas de amor.
¿Qué me ha quedado de aquella hora primaveral?
La melancolía pasó. Ahora sólo hay un eco funeral.
¿Y la mujer a quien quisimos?
¡Ay! Se fue ya.
¿Y la mujer que en sueños vimos? Nunca vendrá Y así, la vida: las estrellas mintiendo amores con su luz, cuando muy bien pudiera que ellas sean los clavos de una cruz. Melancolía, madre mía, en tu regazo he de dormir, y he de cantar, melancolía, el dulce orgullo de sufrir
A LOLA GUARDERAS DE CABRERA Te haré una rima de encaje con sutil hilo de luna,
cantaré a tus ojos puros una canción de cristal
y soñaré con el oro de tus cabellos en una mañana primaveral.
Te evocaré yo a la grupa de un negro corcel de ensueño
conducido por el mago caballero Lohengrín.
Tendrán tus hondas pupilas ese místico beleño de las vírgenes del Rhin serás una dogaresa veneciana. Por la noche
te cantará barcarolas algún pobre trovador, y se unirá a la del bardo que te dice
su reproche la canción del ruiseñor.
.y repasando tus sueños por ignoradas riveras,
en la tarde, bajo el fuego del crepúsculo estival,
recordarás a un bohemio que un día quiso que oyeras una canción de cristal.
VISIÓN LEJANA A Ernesto Noboa.
¿Qué habrá sido de aquella morenita, trigo tostado al sol -que una mañana me
sorprendió mirando a su ventana?
Tal vez murió, pero en mí resucita. Tienes en mi alma un recuerdo de hermana
muerta. Su luz es de paz infinita.
Yo la llamo tenaz en mi maldita cárcel de eterna desventura arcana Y es su reflejo indeciso en mi vida una lustral ablución de jazmines que abre una dulce y suavísima herida. ¡Cómo volverla a ver! ¿En qué jardines emergerá su pálida figura?
¡Oh, amor eterno el que un instante dura!
PRIMAVERA MÍSTICA Y LUNAR A Víctor M. Londoño El viejo campanario toca para el rosario.
Las viejecitas una a una van desfilando hacia el santuario y se diría un milenario coro de brujas, a la luna.
Es el último día del mes de María.
Mayo en el huerto y en el cielo: el cielo, las rosas como estrellas; el huerto, estrellas como rosas… hay un perfume de consuelo flotando por sobre las cosas.
Virgen María, ¿son tus huellas?
Hay santa paz y santa calma. sale a los labios la canción. el alma
dice, sin voz, una canción.
Canción de amor, oración mía, pálida flor de poesía
Hora de luna y de misterio, hora de santa bendición, hora en la que deja el cautiverio para cantar, el corazón.
Hora de luna, hora de unción, hora de luna y de canción.
La luna es una
llaga blanca y divina
en el corazón hondo de la noche.
¡Oh luna diamantina, cúbreme! ¡Haz un derroche de lívida blancura en mi doliente noche!
¡Llégate hasta mi cruz, pon un poco de albura
en mi corazón, llaga divina de locura!
El viejo campanario
que toca al rosario
se ha callado. El santuario
se queda solitario
VOY A ENTRAR AL OLVIDO
Voici le masque pour la fete du Mensonge.-Henrry de Regnier.
A Francisco Guarderas
Hermano, si me río de la vida y sus cosas
notarás en mi risa cierto rezo de angustias,
sentirás las espinas que hay en todas las rosas,
comprenderás que casi mis flores están mustias.
Yo pongo a los cipreses de mi sendero, ahora,
una doliente gracia contradictoria y llena
de la azul ironía que aprendí de la Aurora
que es hija de los rojos Crepúsculos de pena.
Se apagaron aquellos ojos que me sonrieron
diabólicos y brujos detrás de una ventana,
y esta tarde yo he visto que en mi jardín murieron
pobres rosadas rosas que enterraré mañana.
Indiferentemente tiene mi herida abierta
el dorado veneno que me dio esa mujer;
voy a entrar al olvido por esa mágica puerta
que me abrirá ese loco divino: BAUDELAIRE!
PARA MI TU RECUERDO
Para mi tu recuerdo es hoy como la sombra
del fantasma a quien dimos el nombre de adorada.
yo fui bueno contigo. Tu desdén no me asombra,
pues no me debes nada, ni te reprocho nada.
Yo fui bueno contigo como una flor. Un día
del jardín en que solo soñaba me arrancaste;
te dí todo el perfume de mi melancolía, y como quien no hiciera algún mal me dejaste.
No te reprocho nada, o a lo más mi tristeza,
esta tristeza enorme que me quita la vida,
que me asemeja a un pobre moribundo que reza
a la Virgen pidiéndole que le cure la herida.
MUJER DE BRUMA
.comme le souvenir
d’ un grand cygne de neige aux
longues,
longues plumes.
Samain
Fue como un cisne blanco que se aleja y se aleja, suave, dulcemente por el cristal azul de la corriente, como una vaga y misteriosa queja.
Me queda su visión. Era una vieja tarde fría de lluvia intermitente; ella, bajo la máscara indolente de su enigma, cruzó por la calleja.
Fue como un cisne blanco. Fue como una
aparición nostálgica y alada, entrevista ilusión de la fortuna.
Fue como un cisne blanco y misterioso que en la leyenda de un país brumoso surge como la luna inmaculada. Después de haber leído aquellos versos clarísimos y puros
como el cristal sonoro de una fuente, pensé: si yo pudiera abandonar las complicadas sendas, dejar la engañadora florescencia
de los invernaderos agostados,
Hacer canciones buenas,
Escuchar con unción la sinfonía
Interior…Regresar a nuestra casa
Blanca que en el sendero nos aguarda
con las puertas abiertas
y con la mesa puesta -manteles albos,
pan sin levadura y
sentir al entrar una caricia
blanda con la mirada de la hermana
que siempre nos espera,
llenos de labios de perdón y el alma
propicia siempre a derramar ternura.
La tarde está de paz. Ha llovido. Yo
siento
que me ahoga una dulce esperanza abrileña.
hay en mis ojos humedad de sentimiento
y de llanto, y en mi alma una música sueña.
Es una música aérea, llena de tu recuerdo
una música suave y tierna que me canta
que estás en mí y por mí, que sin tus besos pierdo
mi primavera buena, mi primavera santa.
Mi soledad y tu recuerdo ¡Oh qué dulzura!
sentir lejanamente, sentir muy vagamente
una caricia lánguida, deshecha de ternura
que del alma a los ojos sube constantemente!