BORJA LIZARZABURU JUAN

MARTIR.- Nació en la población de Guano, posiblemente en 1816 y fue bautizado en esa Iglesia el 20 de Junio de 1817. Hijo legitimado del realista Ramón Borja Villacís, propietario de una casa en la Plaza de Santo Domingo y de la Hacienda Cochasqui perteneciente al Mayorazgo de Freile, y de Mariana Lizarzaburo y Larrea.

Hizo sus primeros estudios en Quito y habiendo comenzado los cursos de Jurisprudencia perdió a su padre y fue tutor de sus hermanos menores. El 2 de Julio de 1838 se presentó a exámenes de Derecho Civil, obtuvo la calificación mejor o sea 4 – A y en la oficina profesional de su tío segundo el Dr. Ramón Borja Escorza practicó hasta su incorporación de abogado el 29 de Octubre de 1842.

“El 19 de marzo de 1843 contrajo nupcias con Leonor Pérez Pareja ocupando una casa de la familia Pérez en la calle Chile y Cuenca”. En 1846 polemizó con García Moreno editor del periódico quiteño “El Vengador”, por haber escrito que junto al traidor Flores venía el aventurero Manuel Borja (Lizarzaburo) quien, por entonces, residía en España. “Mi hermano no es aventurero” contestó Borja en hoja volante y a continuación agregó: “Aventureros son los que sin una moneda, sin otra recomendación que su osadía, aparecen en Quito de repente y se casan (por codicia) con mujeres ricas, sean o no sean viejas y feas.” la alusión a Rosa Ascazubi Matheu, que jamás fue bella y era mayor que su marido en doce años pues había nacido en 1809 y García Moreno en 1821, enfureció a García Moreno, que le juró venganza eterna.

Entre 1847 y el 48 viajó por los Estados Unidos y Europa estudiando las posibilidades de implementar alguna nueva industria en Quito. En 1849 fue Consejero Municipal. En 1852 ocupó la Dirección de la Casa de la Moneda y adquirió una mina de oro en Esmeraldas, provincia a la que viajaba siempre en razón de haber firmado un contrato con el gobierno para la apertura del camino a esa población.

“Formaba parte del grupo de los buenos amigos del presidente José María Urbina con quien compartía una cierta indiferencia religiosa que lo liberaba de obedecer en forma incondicional a los dictados de la clerecía politiquera”. Además gozaba en sociedad de una espléndida posición y todo parecía sonreírle en la vida. En la casa de la Moneda “hizo una benéfica labor encaminada al saneamiento de la moneda refundiendo la de mala ley” y hasta invirtió sus propios capitales.

En 1856 fue nuevamente electo Consejero y el presidente Francisco

Robles lo designó Gobernador del Pichincha continuando en dichas funciones por tres años hasta que se declaró la resistencia civil por parte del triunvirato que formó su enemigo García Moreno en plena guerra civil. En efecto, desde mayo de 1859 existían tres gobiernos en el país: 1) el legítimo y constitucional del Presidente Robles,

2) El Triunvirato presidido en Quito por García Moreno, quien acababa de ser derrotado en Tumbuco y se desbandó y

3) El Gobierno federalista de Loja que presidía Manuel Carrión y Pinzano en esa Provincia.

En 4 de septiembre se levantó en armas en Quito el Coronel Daniel Salvador y ocupó los declives del volcán Pichincha, donde fue atacado por la fuerzas leales del Coronel Felipe Viten. En el fragor del combate una multitud de gente desarmada se incorporó a los insurrectos y Viten retrocedió al centro de la ciudad, combatiendo al lado de Borja en el atrio del Palacio Presidencial con un denuedo memorable; mas, ante la multitud que cercaba al sitio, Viten se rindió y fue victimado por un hombre del pueblo. Borja cayó preso por algunas semanas, obteniendo su libertad cuando erogó una suma de dinero con la condición que debía internarse en las selvas de Esmeraldas.

A poco arribó García Moreno, se enfureció al saber que Borja había salido libre, mandó varias escoltas a buscarle, haciéndole traer con grillos; del juicio que le hizo seguir por las muertes ocurridas durante el pasado motín de septiembre no resultaron cargos en su contra y el Fiscal Dr. José Antonio Salazar declaró en 1861 no haber lugar a formación de causa aunque Borja siguió injustamente en prisión por más de un mes, recobrando su libertad luego de sufrir vejámenes, sus bienes fueron confiscados, satisfacer en la Tesorería una nueva contribución de mil pesos y con la condición de no volver al país durante un año.”

Partió al Perú dejando a su familia en completo abandono y de allí siguió a Ipiales en la frontera con Colombia, pues su hija Mariana acababa de casarse, vivía en una hacienda cerca de Otavalo y podía prestarle toda clase de ayuda.

Cuando la batalla de Cuaspud, el presidente de Colombia Tomás Cipriano de Mosquera obtuvo un salvoconducto para que Borja pudiera vivir con su familia, sin percatarse que siendo García Moreno un peleador sucio, no respetaría su palabra empeñada y trataría de terminar con Borja a toda costa.

Entre mayo y junio en 1864 siguió escondido en la hacienda de su hija pero después usó el salvoconducto y pasó a Quito; el tirano lo acusó de haber participado en la conspiración de ese mes, del general Manuel Tomás Maldonado. “Muchos días custodiaron la manzana de su casa de Santo Domingo las partidas de soldados enviadas por García Moreno y la casa fue registrada hasta el ultimo rincón, pero Borja se escondía debajo de un techo y no pudieron hallarlo. Cuando los guardias se cansaron, juzgó conveniente huir al domicilio de su hermanan María, casada con el Dr. Manuel Checa y Barba, situada en la calle Sucre, junto a la quebrada de Manosalbas.

“Allí lo descubrió una mujer miembro de la policía secreta del tirano por ser hija de confesión de los jesuitas, quien dio parte a la escolta, que allanó la casa. Desesperado, Borja se lanzó a la quebrada en la negrura de la noche y a consecuencia de la caída se fracturó la mandíbula.”

“Lo sacaron con cuerdas y como estaba cubierto de heridas fue conducido en camilla a un calabozo donde estaba la barra de grillos, que consistía en un cilindro de hierro macizo colocado horizontalmente a la altura de un metro y con muchas cadenas o grillos. En cada uno de ellos eran sujetas las piernas de los condenados y las cabezas descansaban en el suelo por meses.

Su madre doña Mariana Lizarzaburo de Borja no pudo conseguir que le consintieran ver a su hijo y eso que suplicó a todos, hasta al superior de los jesuitas padre Francisco Javier Hérnaez. “Días después García Moreno ordenó que trasladaran al preso al Palacio. La camilla fue depositada en el pavimento del despacho. Hallábase casi exánime, atada la mandíbula y cubierto de vendajes los miembros. Interrogóle con voz altanera pero Borja no contestó”. Entonces, el tirano, prorrumpió en injurias y ordenó que lo volvieran a colgar de la barra y como no tenía asistencia médica le dio disentería y se le presentó la gangrena a la mandíbula.

La noticia de su gravedad circuló enseguida, el público obtuvo que lo acostaran en una tarima y pudo entrar su madre al calabozo, permaneciendo a la cabecera del enfermo.

A los cincuenta y dos días de esta prisión llegó la noticia de la captura del General Maldonado y García Moreno ordenó que volvieran a martirizar a Borja en la barra.

La madre salió desolada y entró al Palacio cayendo de rodillas ante una multitud de cortesanos, era la quinta vez que se arrodillaba delante de aquel hombre; en las anteriores había soportado desdenes y hasta insultos y fue arrojada con orden de que se le impidiera volver.”

El 20 de agosto de 1864 el vecindario se enteró de la sentencia de muerte decretada contra Maldonado y quizá también contra Borja. La escolta sacó a este último de la barra y con las manos atadas a la espalda fue obligado a salir en medio de soldados, encontrándose con Maldonado, juntos cruzaron las calles y siguieron hasta la Plaza de Santo Domingo donde se había levantado el cadalso. En eso apareció la señora de Maldonado con sus tiernos hijos y rompiendo por la tropa se colgaron de su cuello y de sus piernas.

El ejército hacía acto de presencia y la gente lloraba sin atreverse a actuar, un generoso joven guayaquileño de apellido Izquierdo gritó en la acera: “Perdón para el general Maldonado” y fue secundado por el pueblo; pero, el coronel Dalgo mandó que los soldados tendieran sus rifles contra la multitud y que la tropa arrancara a los hijos del reo y enseguida lo hizo fusilar, a vista y paciencia de los tiernos niños y de la pobre esposa, que sufrió un desmayo. Borja había sido colocado en una silla a solo dos metros y cuando todos esperaban su fusilamiento, fue regresado al martirio de su celda y de la barra.

A mediados de septiembre seguía incomunicado pero se conoció que había vuelto a agravarse, los centinelas tenían la orden de no dejarle dormir. El 1 de Octubre su madre fue a la Iglesia de San Diego donde sabía que García Moreno oía misa y esperó que comulgara. A la salida del templo, de rodillas le imploró la libertad de su hijo, por lo menos hasta que obtuviera mejoría, pero fue respondida: “Dios manda en el cielo y yo soy el Juez en la tierra. Su hijo no saldrá del calabozo sino para ir al sepulcro” y avanzó rápidamente, dejándola de rodillas. Los quiteños de entonces comentaron esta nueva villanía pero nadie se atrevió a actuar, tal el terror que inspiraba el monstruo.

Después mandó García Moreno al Dr. José Salvador Moncayo para que le informara sobre la salud del preso, pero ese médico dictaminó tonterías, quizá para agradarle, permitiendo que la gangrena avanzara, perforándole el paladar.

El 5 de octubre se divulgó la noticia de su agonía y solo entonces doña Mariana logró el tan esperado permiso para volver a entrar a la celda de su hijo y lo hizo acompañada de su nieto Luis Felipe. Lo hallaron casi exánime y un sacerdote, de orden de García Moreno, fue a prestarle auxilio: mas, apenas llegó, contrajose a averiguar dónde estaba el dinero que según creía el gobierno había sido destinado a fomentar la revolución. “Luis Felipe – dijo Borja -dirigiéndose a su hijo, di al oficial de guardia que mande salir a este infame que viene a atormentarme en mis últimos instantes.

Salió el mal clérigo y Borja volvió a decirle a su hijo: “Vete, no consiento que en ningún caso pases la noche en el cuartel y no me repliques” (1) Se retiraron y quedóse en soledad el moribundo.

A las tres de la mañana del día siguiente 6 de octubre de 1864, el Jefe del Cuartel de Artillería, coronel Julio Sáenz, fue a avisar a García Moreno que el Dr. Borja había expirado. El mártir solamente tenía cuarenta y ocho años de edad.

El tirano se levantó, fue a prisión, quitó a un centinela una lanza, entró, se aproximó al cadáver y regocijándose, lo contempló un buen rato. Enseguida y ante las miradas atónitas de los circunstantes, lo punzó con el arma, como si temiera que fuera fingida la muerte, para huir.

A las cinco de la mañana acudió la familia y tuvieron que esperar una hora para que apareciera el Oficial que tenia la llave del candado de los grillos. El entierro se realizó a las cinco de la tarde y casi en secreto, pues la gente estaba dominada por el terror pánico y nadie quería desafiar las iras de García Moreno engrosando el cortejo.

El terrible y prolongado martirio del Dr. Juan Borja de más de tres meses en las barras y grillos, con las piernas
en alto, la mandíbula desprendida, disentería, tremendos dolores y finalmente gangrena en el paladar, fue cuidadosamente recordado dada la diabólica perversidad y sadismo extremo con que fue ejecutado. Dos años después y cuando García Moreno había terminado su mandato, pudo el Dr. Marcos Espinel dar a la imprenta, sin firma, el folleto titulado “Biografía del Dr. Juan Borja Lizarzaburo muerto en prisión”, Quito, 1866.

“Era el Dr. Juan Borja hombre de recia contextura espiritual. Había en él reminiscencias de la noble gallardía de sus antepasados”, su hermosa y viril apostura fue la causa para que García Moreno le persiguiera con esa saña, pues veía y sentía que Borja era más macho y por eso lo envidiaba sexualmente debido a que no tuvo necesidad de casarse con una mujer mucho mayor y fea por añadidura como lo había hecho García Moreno para escalar posiciones en la vida. Existe un óleo de Borja que ha sido varias veces reproducido.