BENETAZZO MARCO

SACERDOTE. Nació en Santa Elena de Este, en la jurisdicción de Padua, Italia, el miércoles 28 de noviembre de 1888. “Desde que tuve razón una fuerza irresistible me atraía a la vida sacerdotal, me encantaban las funciones religiosas, soñaba con ser ministro de Dios”.

A los dieciocho años, en 1906, ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Padua para satisfacer la voluntad de su padre que se lo había pedido. Médico en 1911, decidió entrar al noviciado de los padres josefinos en Voltera cerca de Turín. “Mi madre, comprendiendo la certeza de mi vocación, preparó mi ingreso al noviciado. Ambos disimulábamos lo que sufríamos. Yo necesitaba llorar a solas y emprendí solo el camino y al enterarse mi padre se puso tan molesto que llegó a negarme la herencia. No me importaba su herencia, pero si mi padre, al que tanto amaba”.

Novicio hasta 1912, después estudiante de filosofía, teología y enfermero de sus compañeros religiosos. En 1914 se movilizó en el ejército de Italia y concurrió al frente de batalla con el grado de Teniente Médico del batallón “Pronto Socorro”, viviendo momentos de mucho dramatismo en el frente austríaco. Un derrumbe, ocasionado por el disparo de un mortero, lo sepultó al pie de una colina. Herido y sangrando fue rescatado de los escombros por un soldado austriaco llamado José Muller.

Prisionero del enemigo pasó muy duros tiempos pero pronto se dio a conocer como médico curando a los heridos. Una noche recibió la noticia de la muerte de su padre y así pasaron los meses y los años hasta que en 1918 terminó la guerra. De regreso a su hogar se enteró de la muerte de su madre. Al día siguiente se despidió de su hermano Antonio, reingresó al noviciado de Voltera, continuó sus estudios, enseñó gimnasia y rezó por ellos.

En 1919 hizo la profesión de votos perpetuos en el Colegio Murialdo de Rívoli y el 27 de mayo de 1920 recibió el Orden Sacerdotal a los treinta y dos años de edad, pasando a la dirección del Oratorio y luego a la del Patronato de Oderzo en Venecia. En 1923 retornó a Rívoli y allí permaneció hasta 1926 como profesor nocturno de escuelas gratuitas para pobres, soportando las hordas de muchachos anarquizantes, porque según decía con mucha gracia “El diablo siempre mete su pata en las obras de Dios”. De esa época fue su marcha a Roma con varias brigadas de Scout, siendo recibidos por Pío XI en audiencia particular.

En 1926 se convirtió en misionero y sus superiores lo destinaron al Ecuador para fundar el “Seminario Murialdo” de Ambato, también abrió un asilo para sesenta huérfanos y organizó las brigadas scout en el Ecuador; pero en 1929 enfermó de artritis con complicaciones cardiacas y se le declaró una diabetes que no cedía con nada. Sus superiores le ordenaron regresar a Italia y al pasar por Guayaquil fue recibido por el Obispo Carlos María de la Torre y como solo había un barco mensual a Europa, para entretenerle lo envió de paseo a Babahoyo, recomendado a las madres de la Caridad que tenían a su cargo el Hospital “Martín Icaza”.

El viaje fue lento y por lancha. Primero se llegaba a Barreiro. Allí ocurrió su encuentro providencial con José Muller, el mismo soldado que lo había salvado en el derrumbe, quien le contó que en Babahoyo no había un solo sacerdote y la población estaba olvidada de la mano de Dios. Benetazzo reflexionó, se encomendó a la Virgen de las Mercedes y acostó porque estaba cansado. Al día siguiente amaneció muy mejor y después sanó completamente, atribuyendo el milagro a la Virgen. Enseguida comunicó a Monseñor de la Torre su resolución de quedarse y fue designado Párroco de Babahoyo. Todo estaba por hacerse, de suerte que su comienzo fue duro.

Empezó por reconstruir las iglesias de Babahoyo y Barreiro entonces en ruinas. En 1933 inauguró el asilo “San José” junto a la iglesia de Barreiro que dedicó a los huérfanos; a fines de año había recogido veinte y su número siguió creciendo. En esa labor lo ayudaba el guardián Donato Vite y la profesora Carlota Camacho. En agosto del 34 fundó el Club Deportivo Venecia.

En 1936 inauguró el taller de imprenta. En 1938 el de costura. En 1940 la carpintería. En 1942 el de Artes y Oficios. En 1945 reedificó el edificio del asilo con cemento. En 1947 abrió la mecánica. En 1949 organizó la banda de música, que fue la mejor de la provincia de Los Ríos. En 1950, cuando inauguró la zapatería, tenía a cargo ciento veinte huérfanos. En 1953 construyó el salón de actos. En 1955 reemplazó las maquinarias usadas por otras nuevas, ya tenía ciento sesenta huérfanos, que subieron a doscientos en 1960 y a trescientos ochenta y seis en 1969 al ocurrir su muerte.

Mientras tanto había formado varias sociedades culturales y deportivas; “La Cruzada Eucarística”, “La Cruzada Antoniana”, “La Sociedad San Vicente de Paúl”, “La Legión de María” y “La Sociedad de Madres Apostólicas”.

En septiembre de 1932 había iniciado una hojita semanal que luego transformó en revista. Ese año levantó la fachada de la iglesia de Babahoyo, En 1934 construyó en Caracol el templo de la Virgen del Carmen y en 1937 hizo bendecir las nuevas campanas de Babahoyo, la capilla de la parroquia Juntas y la nueva imagen de San Jacinto en Jújan.

Siempre ocupado en algún asunto de provecho, cumplía arriesgadas misiones de pacificación entre los vecinos y se imponía como sacerdote y como padre. En 1934 fue elevado a Vicario Ecónomo de Los Ríos. En 1938 a Canónigo Honorario de la Catedral de Guayaquil, después fue Vicario foráneo de Los Ríos y tuvo por compañeros al padre Carlos Villalba que falleció en 1945 y al padre José Hernández muerto en 1950.

En 1939 se incendió una manzana de edificios de madera ubicados en el centro de Babahoyo pero llegó al lugar el padre Benetazzo, lanzó agua bendita a las llamas, tomó un pitón y comenzó a echar agua en forma de cruz. Minutos después el incendio estaba dominado, su fama creció y el Cuerpo de Bomberos de Babahoyo lo nombró su Comandante Honorario. Cierto es que ya se había consumido toda la manzana.

Otra faceta poco conocida de su personalidad es la lucha constante que mantenía según decires de la gente campirana contra el demonio, que acostumbraba perseguirlo “Se me acercó un señor a confesarse, pero lo reconocí y pegándole con el rosario que siempre llevo, le dije: Vete al diablo, yo estoy con Dios, no me vengas atentar y el misterioso hombre desapareció” En otra ocasión refirió que “Veía a través de los ojos de los bebés que llevaban a bautizar, la presencia de demonio. ¡Qué mirada torva y airada me dirijía¡ También le sucedió que una noche, retirado a su cuarto a descansar, “se acostó y cerró la puerta con pestillo por dentro, como era su costumbre. De pronto un gran ruido lo despertó y vio contra la pared, dibujaba una gran figura de repugnante forma humana, con dos ojos relampagueantes, que se acercaba cada vez más. Del susto dio un manotazo sobre un cántaro de agua que se estrelló lejos, hizo la señal de la cruz y desapareció la visión”. Entonces, posiblemente se despertó del todo, porque a de haber estado con pesadilla. Estas referencias constan en su biografía escrita por el padre Antonio Carletti publicada en 1974 con el título de “Apóstol de Los Ríos y padre de los huérfanos”.

La década de los años cuarenta fue de intensos trabajos pues tenía que suplir las necesidades materiales y espirituales de sus huérfanos, lo que se hacía cuesta arriba pues la población era pobre y escaseaban las contribuciones.

En los años cincuenta tuvo el consuelo de ver a su sobrino Enrique Benetazzo Travaglia, natural de Este, Ferrara, Italia, que le vino a visitar y tanto le gustó el clima tropical que se quedó para siempre. Arribó a Babahoyo casado con Griselda Siviero Sanela e instalaron un pequeño aserradero de madera en esa jurisdicción. Pronto mejoraron el negocio, formaron familia y finalmente vendieron esta primera industria y adquirieron la hacienda Valdivia en las cercanías de San Juan de Puebloviejo donde también tuvieron éxito y adquirieron otras propiedades agrícolas.

En 1959 el Asilo cumplió sus bodas de plata y la comunidad Josefina le mandó de asistente al padre Juan Agnoletto, entregando el pabellón de niñas huérfanas a la Comunidad de madres Mañanitas que venían trabajando en Babahoyo más de sesenta años. En 1966 fue designado “Mejor ciudadano de Babahoyo”. El 67 el gobierno lo condecoró con la Orden Nacional al Mérito en el grado de Gran Oficial. El 68 el padre Agnoletto inauguró el nuevo Colegio que llamó “Marco Benetazzo”.

Desde 1964 había dejado de ser Vicario de Los Ríos y el 68 sufrió un grave quebranto pero se recuperó pronto. Al año siguiente se rompió un brazo, sufrió muchos dolores y el 28 de Julio de ese año se despidió de los huérfanos dándoles una “rara bendición” con una nueva fórmula que terminaba con la palabra SIEMPRE, después se retiró y a eso de las once de la noche sufrió un infarto y aunque se lo trató de ayudar, falleció a los pocos minutos.

Su sepelio fue apoteósico, no faltaron sus huérfanos, algunos de ellos abuelos. “No era alto, pero si robusto y vigoroso. El talle erguido, una soberbia cabeza de Senador romano adornada de sedoso pelo. Grandes los pabellones de las orejas. De la frente amplia y espaciosa, apenas surcada de arrugas, se yergue una nariz algo achatada y robusta. Bajo unas cejas ligeramente dibujadas brillan dos ojos febriles e inquietos, vívidos como una llama y llenos de inefable ternura, espejo del alma. De rostro austero, iluminado de vez en cuando por una sonrisa moderada y cordial”. I quedaría inconcluso su retrato si no dijéramos que a veces perdía los estribos porque era bastante cascarrabias y por ello le decían: “El Hombre del corazón de oro y del temperamento inaguantable”.