PINTOR. Nació en Quito el año de 1556, hijo legítimo de Pedro Bedón y González de Agüero, natural de Miñón en las montañas vecinas a Medina del Pomar en Castilla. Pasó a Quito, fue minero y Mayordomo de la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, luego ascendió a Mayordomo de la Ciudad de Quito, finalmente fue vecino de Riobamba, y de Juana Díaz de Pineda, quince años menor a su marido, que tuvo nueve hijos, siendo Pedro el mayor de todos.
Muy niño aprendió el quichua con su nodriza y vistió el hábito de dominicano por devoción de su padre muy afecto a esa Órden pero en 1566, el recién llegado Obispo de Quito fray Pedro de la Peña insinuó que se lo quiten. El niño lloró mucho porque solamente tenía diez años de edad y se debía sentir muy importante con tal disfraz, pero dice la tradición que se le “apareció” la Virgen y le aseguró que de todas maneras vestiría el hábito dominicano para siempre. Esta fue una pasada del subconsciente. En 1568 profesó con toda solemnidad.
En 1570 estudió latín con los dominicanos y recibió el anhelado hábito de manos de fray Domingo de Valdes aunque solamente tenía catorce años, edad en la que todavía no se puede tener vocación religiosa, aunque su carácter manso le hacía proclive a ella; enseguida estudió el año de noviciado y dio inicio a los cursos de Filosofía y Teología. En 1577 viajó a Lima con fray Juan de Aller, prosiguió en su formación y recibió las Sagradas Ordenes de manos del Arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo.
Allí fue Maestro de Novicios en el Convento dominicano y sacó grandes y buenos discípulos. También estudió en sus ratos de ocio el arte de la pintura para el que estaba muy bien dotado desde su más tierna infancia. En 1586, de treinta años de edad, habiéndose dividido la provincia dominicana del Perú, regresó a Quito y de paso por Riobamba visitó a su madre y hermanos, aprovechando la estadía para planear la fundación de un Convento dominicano en dicha ciudad.
En Quito fue recibido con cariño. Fray Rodrigo de Lara le brindó su confianza y entregó la Dirección de estudios en el incipiente Seminario denominado Colegio de San Pedro Mártir donde leyó el curso de Filosofía y enseñó el idioma del Inca tanto “a los aspirantes del clero secular como a los coristas dominicanos”. Al mismo tiempo reorganizó la Cofradía del Rosario y la dividió en dos, una para los españoles y otra para los indios (aquí la novedad pues antes se les tenía prohibido el ingreso a los indios) a los que preparó en artes y oficios, conocimientos muy necesarios para el diario sustento, tales como el idioma castellano que casi ninguno hablaba por ser quichuaparlantes, canto gregoriano, pintura, dibujo, miniado y decoración de libros. Este Colegio de San Pedro Mártir fue el segundo que funcionó en Quito para enseñanza de indígenas, siendo el primero y el más antiguo, el de los franciscanos, llamado de San Andrés, fundado por fray Jodoko Rique de Garcelaer.
Cuando en 1588 abrió el libro de la Cofradía del Rosario con una viñeta que por sus detalles delataba el influjo del arte italiano aunque más tarde prefirió el arte español. Como provincial dominicano fundó cuatro Conventos: 1) El de la Recolección en Quito dedicado a Nuestra Señora de la Peña de Francia 2) El de Ibarra 3) El de Riobamba y 4) El de Caranqui.
En 1591 recibió el grado de “Presentado” en razón de sus estudios en Lima. En 1592 las autoridades trataron de establecer en Quito el cobro del impuesto de las “Alcabalas” y habiendo sido preguntado por el Cabildo si existía el derecho de protestar y oponerse a dicho cobro, Bedón contestó que el Cabildo podía oponerse. Tiempo después fue desterrado a Bogotá por esta causa y fue el primero en enseñar Teología a religiosos seglares en su Convento del Rosario.
Radicado en Tunja, pintó varios frescos en el refectorio del Convento dominicano de esa villa, también fundó la Cofradía del Rosario y dio clases a los indios de dicha comunidad. En 1594 concurrió al Cabildo ampliado convocado por motivo de la imposición de las Alcabalas en dicha ciudad y escribió una disertación muy mesurada que sirvió para calmar los ánimos del vecindario ¡Había aprendido su lección!
En 1597 tras cinco años de destierro, estaba nuevamente en Quito. Enseguida visitó las gobernaciones de Popayán y Quijos, esta última en la región Oriental, como delegado provincial dominicano. En 1598 se quejó ante el Presidente de la Audiencia, Lic. Esteban de Marañón, por la forma que eran tratados los indios. El Presidente le aconsejó que escriba al Rey haciéndole conocer el caso. Bedón hizo algo mejor, compuso un libro en latín titulado “De modo promulgandi evangelium horum regnorum indiis, et de instructione administrandi sacramenta hujus novi orbis naturalibus que traducido al español significa “Modelo de promulgar el Evangelio a los indios de estos reinos e instrucción para administrar los Sacramentos a los naturales de este Nuevo Mundo.” obteniendo la licencia de publicación “por ser libro muy útil y necesario”.
El 30 de abril celebró el capítulo de la Orden. Bedón escribió una “Circular” tratando sobre el problema del arte y la enseñanza. En 1598 obtuvo el grado de “Maestro en Teología” por haberla enseñado en el Colegio de San Pedro Mártir durante el tiempo de cuatro años y siete meses. Durante ese capítulo fue tres veces electo para Provincial de la Órden aunque su nombre no figuraba entre los candidatos y otras tantas se excusó, hasta que al fin aceptaron dejarlo en paz.
En 1600 fundó en Quito la recoleta de “Nuestra Señora de la Peña de Francia” en honor a una imagen muy venerada en la península, escogiendo un sitio apartado para la práctica de la vida austera y contemplativa y decorando sus claustros con escenas de la vida del beato Enrique Susón.
En el descanso de la grada pintó un mural sobre una pared de adobe con la imagen de “Nuestra Señora de la Escalera” donde aparece la Virgen del Rosario y varios santos dominicanos, tema que en la Colonia se repetirá hasta el cansancio. “Dicha Virgen ha sido calificada de obra al óleo de seguro color y sabio empleo de los pigmentos, pintura ingenua pero barroca por la diversidad de los motivos y su ordenamiento, y quiteña por el gusto, por el detalle y el primor que testimonian la túnica y el Manto de la Virgen. También se le atribuyen dos tablas que representan a San Pedro de Verona y a San Nicolás Tolentino donde se apunta el claroscuro y los ritmos barrocos. Ingenuidad en rostros y manos fue la nota distintiva de Bedón en todo lo suyo, de quien también se conserva un “Libro coral de viñetas” de 1613, iluminando y con su monograma.
Posteriormente se trasladó a Caranqui a fundar otra Recolección y no habiendo acuerdo sobre el sitio preciso se postergó el acto hasta que el día 7 de septiembre “Víspera de la Natividad de Nuestra Señora” y estando aún oscuro y de madrugada, un español y dos indios “vieron venir” por un camino a una señora, flotando hacia ellos y envuelta en una claridad enorme que provenía de dos blandones y todo el valle se llenó de luz y fue tanta que se alborotó el ganado y unos perros que lo cuidaban, y despertaron los pastores según cuentan las ingenuas crónicas del tiempo.
La visión desapareció cuando llegó al lugar escogido por Bedón y de allí en adelante se inició la construcción con las limosnas de numerosos vecinos. Tres mil indios se convirtieron y pidieron el bautismo.
En 1605 fundó el Convento dominicano de Ibarra. En 1621 fue electo Provincial de Quito y comenzó a sentirse enfermo. Sus hermanos del Convento, por hacerle bien le aplicaban numerosos remedios, de donde se agravó el mal que resultó ser “opilación del estómago”, posiblemente un cáncer lento al estómago.
Su amigo el Regidor Melchor de Villegas lo llevó a su casa y le tuvo en gran cuidado y con asistencia de varios médicos, pero el mal progresó y hallábase tan flaco que apenas podía moverse de la cama. El día 26 de febrero, víspera de su fallecimiento, aun tuvo fuerzas para levantarse y decir misa en el Oratorio de su protector, no pudiendo concluirla porque al llegar al último Evangelio casi se desmayó y nuevamente fue conducido a la cama. Entonces llamó a sus compañeros y les pidió que lo trasladen al Convento, en cuyo interior murió “en olor de santidad” el día 27, no sin antes declarar que había “conservado la preciosísima joya de la virginidad”.
El Sepelio fue tan concurrido que el Presidente y el Obispo no pudieron entrar por la puerta principal, haciéndolo por otra más pequeña. El gentío quería cortar los hábitos del difunto, disputábanse hasta los más pequeños pedazos de tela, tomándolos por reliquias.
El cadáver fue sepultado en el suelo de la Capilla Mayor al lado del Evangelio, entre clamores y vocerío del pueblo que lo tenía por Santo.
La historia ecuatoriana ha recogido su nombre por ser el más antiguo pintor nacional y el primer profesor de ese arte. Su retrato al óleo se conserva en el Convento dominicano de Quito. “Era muy integro, de costumbres austeras y de exterior edificante. Andaba siempre lleno de modestia; con la capilla calada y los ojos bajos, por lo cual, su autoridad para con el pueblo era inmensa”.
Su biografía ha sido escrita por el padre José María Vargas, O.P, Hernán Rodríguez Castelo ha opinado que fue de los primeros criollos que se afirmó frente a los peninsulares, lo mismo en la Cátedra que en la discusión teológica y en el gobierno de su orden. Amó hacer fundaciones y decorarlas con lienzos y paredes pintadas de su propia mano.
Se ha mencionado que dejó escrita una “Vida del P. Cristóbal Pardavé” de la Orden de Predicadores en Quito, autor de una Gramática en lengua quichua, que se halla extraviada y hasta posiblemente perdida.