ESCRITOR. Nació en Otavalo el 4 de febrero de 1884, en la parte posterior de la tienda de su madre ubicada en la calle Bolívar junto al parque y fue bautizado con los nombres de Isaac Jesús. Hijo legítimo de Estanislao Barrera Nicolaide y de Tomasa Quiroz Moreno, comerciantes minoristas indígenas en esa población.
Su padre era un arriero pobre que iba a las montañas de Intag, alquilaba tierras, compraba y transportaba las cosechas de café que dejaba en consignación en Otavalo en la tienda de doña Tomasa que estaba viuda de Bolaños, quien también vendía abarrotes, tabaco, panela y aguardiente al por mayor. En 1.882 terminaron casándose, tuvieron tres hijos pero solo sobrevivió Isaac. Dña. Tomasa tenía una hija de un primer enlace llamada Mercedes Bolaños Quiroz, quien casó con Manuel Paz y dejó descendencia.
De ocho años ingresó a la escuela de los Hermanos Cristianos de Otavalo “de quienes aprendí todo lo que sé en la vida”, pero como dichos educadores salieron del país el 95 a consecuencia de un entredicho que ocurrió cuando el hermano superior, de nacionalidad francesa, se negó a que una delegación de estudiantes asistieran a un acto en honor al nuevo Presidente ecuatoriano tras el triunfo de Gatazo, pasó a una escuela pública y encontró profesores de la talla de Alejandro Chávez y Joaquín Saona.
Alumno estudioso, brillante y de memoria privilegiada. Su padre quiso hacerlo arriero a los diez años pero uno de sus profesores protestó y tuvo que permitirle que continúe estudiando. En otra ocasión causó gratísima impresión a un delegado ministerial que visitaba Imbabura y cuando volvieron a encontrarse en la escuelita de Human, a donde el niño Isaac había sido llevado por su tía Rosa Barrera de Buitrón, el representante oficial le insinuó que hiciera sus veces y tomara el examen. La tía le dio ánimos – Tú puedes hacerlo – y tras vencer su cortedad inicial procedió a examinar con frases apropiadas a los demás niños, como si fuera un experimentado maestro, triunfando en tan singular prueba.
Su tío político Nicolás Cadena acostumbraba ausentarse anualmente por negocios y como era acomodado tres meses después volvía de Babahoyo trayendo regalos para toda la familia. A Isaac siempre le compraba cuentos de Julio Verne o de Emilio Salgari. “Me valoró desde pequeño.”
En 1900 varios parientes le consiguieron una beca del ministerio de Instrucción Pública para estudiar interno en el San Gabriel de los padres jesuitas. Allí se convirtió en asiduo lector y una vez al mes salía a casa de sus primos Urcisino, Manuel y Carmen Barrera Almeida. También gozaba en el internado de la amistad de Enrique Páez, quien generosamente le compartía su canasta de alimentos pues el joven Isaac no tenía a sus padres en Quito.
En 1902, tras dos años que le valieron por cuatro según el sistema de libertad de estudios imperante en la época, por razones económicas tuvo que regresar a Otavalo y acumuló lecturas convirtiéndose en un verdadero autodidacta.
Ese año intentó trabajar una parcela en Intag que le proporcionó un amigo de apellido Saona para que sembrara café, pero como fue con un ejemplar del Quijote bajo el brazo como única herramienta, pronto se desilusionó.
En 1903 falleció su padre. Isaac le recordaría después como un aldeano robusto que jamás tuvo una queja contra su suerte. “Yo era su esperanza, su ilusión…” Por eso, en su exlibris puso “Mi padre labró la tierra, yo la canto.”
El Concejo Cantonal de Otavalo le designó administrador de la botica Municipal y aprendió a recetar. Poco después fue ascendido a Oficial Mayor encargado de la formación de la Biblioteca y empezó a solicitar en compra numerosos libros a Quito. Su sueldo era de sesenta sucres mensuales y su acervo cultural, ya de alguna consideración, fue ampliándose y de manera espontánea surgió ante sus ojos un nuevo camino, el de escritor.
También hacía poesía sentimental, anunciadora de esa fina sensibilidad capaz de captar todos los vientos, que publicaba en “La República” de Ibarra y como en los concursos siempre perdía por ser de Otavalo, optó por enviar sus versos con el seudónimo de “Juan de Cuesta” y ganó fácilmente el Primer Premio, engañando a sus vecinos que creyeron que el verso era de alguien de Ibarra. En 1907 fue nombrado miembro del jurado examinador del Colegio de Minas.
Para el 24 de mayo, por un artículo contra el Comisario Sr. Mena del Campo, fue apresado y llevado al panóptico de Quito, pero salió a los tres días merced a la influencia de su pariente Carlos Moncayo Moreno. En la prisión hizo amistad con Belisario Quevedo y dándose cuenta que Otavalo le quedaba chico, decidió emplearse en la capital.
En noviembre recibió un telegrama de sus primos que decía: “Ven a Quito. Cargo en el Ministerio de Obras Públicas. Son cien saludos” y como no entendió lo de los saludos tuvo que descifrarle esa parte el telegrafista.
En Quito alquiló un departamento con su madre y organizó la secretaría de Obras Públicas, paralelamente se dedicó a la vida intelectual y a través de su amigo Francisco Darquea que también trabajaba en 00. PP. se puso en contacto con los directivos de la revista “La Ilustración ecuatoriana” y con los hermanos Carlos y César Mantilla Jácome del diario “El Comercio.”
Ese año se cambió a otro departamento un poco más grande por el Arco de la Reina y contrajo matrimonio con su prima hermana Carmen Barrera Almeida, quien fue su profesora de francés y su secretaria obligada, dentro de un matrimonio estable y siete hijos, pero solo tres llegaron a la edad adulta: Jaime, Inés y Eulalia.
Como padre fue cuidadoso en la educación de sus hijos a quienes solía leerles de sobremesa mucha poesía, pero antes les había obsequiado los cuentos de Perrault, de los hermanos Grimm, de Andersen, para que pudieran distinguir la realidad de la ficción, luego una bellísima edición de las Mil y una Noches, una edición decorada de Platero y yo
En 1909 colaboró en el periódico “El Ecuador” de Quito. El 1 de enero de 1910 inauguró la sección literaria de “El Comercio” con una serie de catorce estudios sobre el modernismo, aparecidos hasta el 10 de abril, que le dieron a conocer como crítico en el ambiente nacional y cuya recopilación realizó la CCE en 1971 en un volumen en cuarto, de 83 páginas. Con tal motivo se le acercó Arturo Borja, se hicieron amigos y pasó a formar parte del grupo de jóvenes poetas de la capital que le aceptaron cariñosamente a pesar de su apariencia borrosa y descuidada pues siempre fue un sujeto tímido, de su aire provinciano por cuasi campesino, defectos – si se pudieran calificar así – que superaba ampliamente con una disciplina constante en el trabajo literario.
En 1911 intervino en el Concurso Nacional de Biografías convocado por la Municipalidad de Quito con su “Rocafuerte” que dedicó a su padre. María Piedad Castillo de Levi obtuvo el Primer Premio porque la obra de Barrera parece que no se ciñó a las bases, pero se la publicaron en 206 páginas y como los ejemplares se agotaron, salió una segunda en 286 páginas ese mismo año. Con el dinero recibido compró un terreno a los hermanos Mantilla Jácome y construyó una pequeña finca para las vacaciones.
En 1912 fundó con Ernesto Noboa y Caamaño, Arturo Borja, Francisco Guarderas y el librero Paredes la revista “Letras” de circulación mensual, que acogía en sus páginas todas las novedades del momento en materia de poesía y literatura. Barrera la dirigió desde el 13 al 19 que dejó de salir y tuvo gran influencia sobre el cambio del gusto literario del país, primero del romanticismo al modernismo y luego con publicaciones orientadas a nuevas formas del modernismo y hacia un naturalismo muy a lo Walt Whitman que tuvo ecos en Francia desde 1896 cuando Maurice Le Bland editó su famoso Ensayo sobre el naturalismo que “Letras” republicó en 1917.
Barrera colaboraba asiduamente en “Letras” usando diversos pseudónimos tales como “Azpeitia,” “JIB,” Jesús Quijada,” “Fernando Soto G,” “J. Collahuaso” y “Juan Rivera.” Por eso Gonzalo Zaldumbide diría que cambiaba de pseudónimos conforme a la índole de los temas, pero en todos se le reconoce siempre igual: sobrio, medido, circunspecto. Ese año dirigió los únicos tres números del periódico “La Paz” que dejó de salir al ocurrir el asesinato del General Julio Andrade.
También el 12 fue ascendido a la secretaría de la dirección de 00.PP. El 13 colaboró en “el Esfuerzo” de Ibarra, fue llevado a la Sociedad Jurídico Literaria por Belisario Quevedo. Vivía en un departamento en casa del Ing. Pedro Pinto en la León y Oriente, donde permaneció por espacio de veintitrés años hasta que el 35 compró con la Caja de Pensiones una casa en la Esmeraldas No. 135 donde moró hasta su muerte.
El mismo año 13, sintiéndose arrastrado por la pasión dramática, publicó en “Letras” una comedia en un acto titulada “Historia relatada por Pierrot”. El 14 editó su comedia en prosa “La Melancolía de una tarde” en 28 páginas y tres actos, calificada de romance a la tristeza y a la añoranza, dentro de un tono delicado, sugestivo y transparente, pues era un joven poeta y soñador. El 15 fue invitado por el Arzobispo González Suárez a formar parte de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos convertida en 1920 en Academia Nacional de Historia. El 16, al asumir la presidencia Baquerizo Moreno, fue reelecto secretario de la dirección de 00.PP. pues eran amigos de letras. Entonces Barrera pasaba por ser un liberal placista.
Entre el 18 y el 20 fue Diputado suplente por Imbabura. El 19 prologó el texto de Historia Patria de su amigo Quevedo. El 20 fue Jurado suplente del Pichincha. El 22 Vocal del Consejo Escolar del Pichincha y editó “Quito Colonial”, siglo XVIII a comienzos del siglo XX, en un pequeño volumen en cuarto en 165 páginas con anécdotas de la ciudad. Ese fue su libro más querido y cuando falleció, la Editorial Cajica de México sacó una segunda edición a petición expresa de Eulalia Barrera, igualmente en cuarto, en 499 páginas.
Ese año sacó una edición conmemorativa de lujo titulada “Relación de las fiestas del I Centenario de la batalla del Pichincha 1822 – 1922” en 146 páginas y numerosas ilustraciones. El 23 aparecieron sus ensayos sobre Papini y Verona en un volumen titulado “Dos escritores italianos modernos” en 31 páginas.
Entre el 24 y el 25 Manuel María Sánchez lo mantuvo de profesor de Castellano en el Mejía, editó una novela corta “El dolor de soñar” en 28 páginas en la Editorial “Artes Gráficas” de Cándido Briz Sánchez y un texto de Literatura Ecuatoriana para uso de sus alumnos, titulado “Apuntaciones Históricas” en 119 páginas, que alcanzó tal éxito que tuvo que volverse a imprimir en 1926 y el 39.
El 25 fundó y dirigió con Homero Viten Lafronte el semanario político “El Sol,” tras la revolución Juliana el ministerio de Educación le confirió el título de Profesor de Segunda Educación y por cortos meses ocupó la subsecretaría de Gobierno con el titular Julio E. Moreno. El 27 editó su “Epistolario de Montalvo” en 27 páginas. El 28 un “Libro de Lecturas” en 351 páginas con lecturas arielistas sobre la Patria, la Raza y América, volvió al Mejía, y cuando se inauguró el Ferrocarril del Norte llevó a sus hijos a Otavalo para que conocieran a la abuelita Tomasa.
El 29 fue corresponsal de la Agencia de Publicidad “Alrededor de América” de La Habana. El 30 le encargaron provisionalmente la cátedra de Historia de América en la Facultad de Filosofía de la Universidad Central, y fue uno de los miembros fundadores del célebre “Grupo América” donde brilló por espacio de veinte años la intelectualidad del país.
Ese año dio a la luz “Albert Samaín” en 100 páginas estudio sobre la influencia de la literatura francesa y “Simón Bolívar, Libertador y Creador de Pueblos” en 102 páginas escrito como disertación para la Sala Capitular de San Agustín.
El 32 ingresó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua y fue principalizado en la cátedra de Literatura de la Universidad Central. Desde entonces tomó en serio la idea de escribir una muy completa Historia de la Literatura Ecuatoriana y a las cuatro de la tarde bajaba a sus cuartos de estudio que eran cinco y estaban llenos de libros, a escribir hasta las siete de la noche que subía a cenar, y dio a la luz “Tres estudios literarios. Goethe, Montalvo, Mera” en 64 páginas.
El 33 falleció su madre en Otavalo. El 34 editó Literatura Hispanoamericana en 459 páginas y reemplazó a Nicolás Jiménez, que viajó cardíaco a Guayaquil, en el cargo de editorialista de “El Comercio”, donde permaneció hasta 1955, escribiendo más de siete mil artículos.
El 34 publicó “Estudios de Literatura Castellana: el Siglo de Oro” en 402 páginas y “Los Grandes Maestros de la Literatura Nacional en 395 páginas, y fue vocal de la Comisión de Arte Moderno del Museo y concejal del Cantón Quito. El 36 miembro del Consejo de Administración de la Caja de Pensiones. El 39 editó “Lecturas Biográficas” en 180 páginas, y salió electo Senador por Imbabura. El 43 colaboró con el periódico “Excelsior” de Quito, fue miembro fundador del Instituto Cultural Ecuatoriano y ayudó al padre Aurelio Espinosa Pólit a publicar los primeros cuatro tomos de escritores clásicos del Ecuador. Ese año volvió a desempeñar la Senaduría por Imbabura, fue electo Presidente de la Academia Nacional de Historia cuyo Boletín venía dirigiendo desde 1917 y a la que se entregó con pasión recabando artículos para el Boletín, reuniendo a los miembros cada sábado de mañana a conversar; lamentablemente, en los últimos tiempos – quizá por el cansancio propio de los años – perdió el contacto con los nuevos investigadores y mantuvo a la Academia como cenáculo aparte de figuras consagradas, cuando debía ser centro de promoción de trabajos y vocaciones, por lo que a su muerte el Boletín solo contenía artículos de compromiso y discursos para celebraciones ya que la mayor parte de sus miembros habían fallecido o pasaban de los setenta años de edad; sin embargo, es justo reconocer que siempre publicó dos Boletines por año, conservando su formato original. El presidente siguiente, en cambio, se descuidó y durante un largo período dejó de salir el Boletín y hasta terminó con diferente formato.
Entre 1944 y el 50 a solicitud de la Academia de la Lengua, publicó en tres tomos su mejor obra “Historia de la Literatura Ecuatoriana.” Entonces manifestó: La historia de la literatura es el proceso intelectual de un pueblo y al margen del batallar de intereses materiales hay quienes se ocupan de pensar, en cantar, en escribir, en recoger documentos, en reunir datos para escribir la historia: unos lo hacen en busca de fama pero los más proceden desinteresadamente, de suerte que al escribir esa historia se convirtió en historiador, crítico y literato.
Su Historia ha conocido tres ediciones, pues al margen de la primera empezó a salir la segunda en los talleres de la CCE y la tercera en 1960, en 1317 páginas, e índices, valiéndole su ingreso a la Casa de la Cultura en 1955, institución que no le había recordado antes por su política neutral frente al cesarismo del Presidente Arroyo del Río y por no ser de ideas izquierdista. En 1948 ocupó la presidencia del Consejo de Administración de la Caja de Pensiones. El 49 colaboró en el periódico “Vida Nacional” de Quito.
En 1951 viajó al I Congreso de Academias de la Lengua celebrado en México y por eso el 53 publicó “Un soneto famoso y discutido” en relación con el No me mueve mi Dios para quererte… del mexicano Miguel de Guevara. Entre el 53 y el 54 escribió dos ensayos sobre “Juan Montalvo” en 70 páginas y sobre “La Prensa en el Ecuador” en 83 páginas. El 55 ganó el Premio Isabel Tobar con su ya consagrada “Historia de la Literatura Ecuatoriana.”
El 59 sorprendió con un valioso ensayo de interpretación histórica sobre la génesis del 10 de agosto en 204 páginas y publicó la lista de libros antiguos y raros de la Biblioteca Nacional de Quito de los siglos XV al XVIII, en 108 páginas. El 60 fue encargado por la OEA y en colaboración con Alejandro Carrión, para confeccionar la parte del Ecuador del gran Diccionario de la Literatura Americana. Barrera asumió la parte que va de 1534 a 1930 en 172 páginas y Carrión el resto.
El 63 recibió el homenaje del Concejo Cantonal de Otavalo, el 64 la condecoración Sebastián de Benalcázar de la Municipalidad de Quito y se realizaron varios actos en su honor por cumplir ochenta años de vida. Ese año falleció su esposa, quedó al cuidado de sus dos hijas que permanecían solteras y editó “Al margen de mis lecturas de Cervantes a Montalvo” en 310 págs. con algunos trabajos entregados a revistas o guardados en la gaveta como material destinado a obras proyectadas y que no pudieron terminarse “relacionadas con aquellos autores que llenaron épocas de mi vida; Miguel de Cervantes, Marcelino Menéndez y Pelayo, etc. etc.”
El 68 dio a la luz un estudio sobre Federico González Suárez v Pedro Fermín Ceballos en 71 páginas.
Se encontraba cansado, casi no escribía para “El Comercio” y trataba de salir lo menos posible a la calle. Sus hijas le rodeaban de todas las comodidades evitando que sintiera la ausencia de su leal compañera. En marzo del 70 concurrió al sepelio de su amigo Carlos Mantilla Jácome, estaba garuando y no quiso cubrirse en el cementerio. De regreso comenzó a sentirse resfriado y no se levantó más, a no ser a un sillón que estaba cerca de una ventana. Como se le había ido el apetito empezó a dejar de comer. Una mañana dijo que le había provocado una copa de champagne, se la brindaron, pero al llevarla a la boca manifestó que no estaba bueno y la dejó. Falleció el 29 de junio de 1970 de ochenta y seis años, a causa de insuficiencia cardiaca y vejez pues no tenía enfermedad visible.
Fue un gran trabajador de la cultura y un sujeto de excepcionales prendas personales, verdaderamente ejemplar. Su camino fue arduo, lo hizo paso a paso, sin claudicaciones ni subterfugios, como los verdaderos maestros. Después de su muerte sus hijos han hecho republicar siete libros suyos en gesto de amor filial.
Ensayista erudito, crítico ecuánime y justiciero, gran lector de excepcional memoria. Su obra grande es la Historia de la Literatura Ecuatoriana y su mejor momento el año 1944 que la comenzó a editar, de allí en adelante vino la declinación natural a todo ser humano, pues ya no dio nada de tanto interés y penetración.
En su casa, apacible y cariñoso, buen conversador, aunque impositivo. A sus dos hijas no las dejó casar dizque porque no había muchachos de la cultura de ellas en Quito, Con los alumnos del Mejía y de la Universidad, rígido, exigente, recto, cumplidor y enemigo de las bromas, mas ellos le querían.
Su rostro agradable, estatura mediana, prieto y pullón, ojos variables pues a veces eran cafés claros y en otras tiraban a violeta oscuros. En su vejez alcanzó la corpulencia, pero nunca perdió agilidad de movimientos ni ese mirar nervioso que le singularizaba ante sus semejantes. Viajó poco y al final de sus días quiso visitar Atenas pero no lo consiguió. Pobre relativamente, pues tuvo casa y finca, vivía de su sueldo en “El Comercio” y en la Caja de Pensiones, así como de su jubilación en las cátedras.
Su Historia de la Literatura Ecuatoriana es una de las obras clásicas que ha producido el país en el siglo XX.