BALLÉN Y MILLAN CLEMENTE

DIPLOMATICO Y BANQUERO. Nació en Guayaquil el 22 de Marzo de 1828. Hijo legítimo de Clemente Ballén de Guzmán y Soler, Bogotá, 1807, prócer que peleó muy joven en la batalla de Boyacá, después hizo la campaña del Sur de Colombia y llegó a Teniente en Guayaquil en 1822. El 27 contrajo matrimonio con la guayaquileña María de Jesús Millán y Macías, ocupó varios destinos públicos, se dedicó al comercio y falleció durante la epidemia de fiebre amarilla el 15 de diciembre de 1842.

El mayor de una familia compuesta de ocho hermanos que quedaron huérfanos de padre. A los catorce años de edad tuvo que madurar a prisa por las exigencias propias del medio y trabajó duramente para ayudar a su madre viuda en la crianza de tan larga familia.

Hacia 1854 ingresó como bombero en la Compañía “Santay” la primera que tuvo la ciudad y cuyo Comandante era el conocido médico Manuel J. Bravo, pero poco después se ausentó a Lima. De regreso puso un aviso: Las personas que encontrándose con salud y agilidad suficiente, quieran prestar el servicio de bomberos, un oficio sacrificado y al mismo tiempo el más importante de cuantos puedan prestarse en esta ciudad, deben concurrir a la tienda del señor Manuel M. Lara, en donde se encuentran las hojas de inscripciones para miembros activos y honorarios. Cabe recordar que este alistamiento es enteramente voluntario.

El 10 de Marzo de 1855 figuró entre los fundadores de la segunda Compañía de bomberos que llamó “Salamandra” por el animal mitológico que apagaba el fuego con su cuerpo, en junta con cuarenta y ocho jóvenes amigos, utilizando una máquina para combatir incendios del sistema de canastilla, adquirida en Norteamérica, que años más tarde fue reemplazada por una de guimbalete de doble mortero movida por fuerza humana y conducción manuable, adquirida por Ballén en Europa con dinero proveniente de rifas, donaciones y loterías, cabe indicar que los bomberos honorarios se comprometieron a pagar cuatro reales mensuales para el sostenimiento de la compañía. Como novedad porque jamás los bomberos habían tenido uniforme, éste se componía de una camisa roja y un pantalón de casimir negro, simbolizando el fuego y el humo. Marco Hidalgo era Juez de Incendios ese año.

El 57 fue electo primer Comandante de la “Salamandra” que ya era de propiedad de los comerciantes. Allí figuró hasta el 62 que le reemplazaron José Márquez de la Plata Plaza y Clodoveo Alcívar. Ballén era un joven simpático y popular, que figuraba en el comercio y la banca porteña como socio de “Millan Ballén y Cía.” firma que primero administraba haciendas, compraba y exportaba cacao a Europa y después amplió su radio de acción al comercio en general; también era accionista del Banco Particular y en 1868 se opuso tenazmente a que la firma “Planas, Pérez y Obarrio” estableciera un banco en Guayaquil, golpe de gracia que la hizo liquidar el 1 de enero de 1871. Por asuntos de negocio viajaba constantemente a Lima y al Callao con su hermano Leonidas. Allí conoció al banquero francés August Dreyfus quien estaba casado con Sofía Bergmann Rubio, hermana de Augusta Bergmann Rubio cónyuge de Miceno Espantoso Oramas, amigo de la infancia de Clemente Ballén, quien gozaba de todas las confianzas de esas familias por haberse criado junto a ellos en Guayaquil. Dreyfus había enviudado y vuelto a casar con la dama peruana Luisa González y vivía desde 1857 en ese país – el Perú – dedicado a la banca y al comercio.

Es necesario aclarar que Manuel Espantoso y Avellán, Gobernador del Guayas en 1845, salió del país tras la revolución del 6 de marzo de ese año y se afincó en Lima con su extensa familia, donde fundó el Banco del Perú, y como August Dreyfus era concuñado con su hijo Miceno Espantoso Oramas y fundó el Banco Nacional también en Lima, empezaron a tener negocios. Posteriormente se fusionaron para formar el Banco Nacional del Perú ahora llamado Banco de la Nación.

En 1868 figuró Ballén entre los firmantes de la escritura de constitución del Banco del Ecuador fundado por Aníbal González Luque en París. El 69 fue electo Director Principal junto a Nicolás Morla de la Vera y Francisco Vivero y Garaycoa. En el banco representó los intereses de Ventura Marcó del Pont, Cónsul del Perú en Francia.

Cuando frisaba los cuarenta y un años de edad sufrió una fuerte decepción amorosa con Carolina García Antiche que se le fue con Francisco Lecaro y Escartin y entonces Ballén, para escapar de los salados comentarios de la gente, se trasladó a Francia con su hija Anita Ballén y García, a quien casó años después con Isaac Ben Damias banquero de nacionalidad otomana y religión judía, residente en Paris, cuyo hijo Alberto Damias Ballén fue años más tarde uno de los compañeros sentimentales y el banquero del ilustre escritor francés Marcel Proust.

Para educar a esa niña viajó con su madre. Esta le adoraba entrañablemente y le tenía como al más tierno y abnegado de sus hijos, al punto que en cierta ocasión exclamó: “El es mi dicha, mi orgullo y mi consuelo. Lo que yo haga por él, por su hija, educándola a mi lado ¿Qué significa? ¿Qué puede valer comparado con los sacrificios que él se impuso y sigue imponiéndose por mí?” También fue un verdadero padre para sus hermanas y solamente para que su madre no suspirase por ver a la única hija que aún le quedaba en Guayaquil, la hizo ir a vivir a París con sus tres hijas y le asignó una mensualidad.

El año de su llegada fue designado Apoderado del Banco Dreyfus (x) cargo
que le convirtió en el agente de los negocios ecuatorianos en esa nación y en el colocador de capitales franceses en nuestra Patria.

En la casa Dreyfus “realizó labor activa e inteligente. Su delicadeza, especialmente en asuntos de dinero, manifestábase extremada y cuando Dreyfus adquirió un paquete de acciones de una sociedad en formación reciente y las distribuyó entre sus colaboradores y empleados; Ballén, a quienes le fueron ofrecidas antes que a nadie para que se quedara con cuantas quisiera, sólo aceptó tres o cuatro y no tardaron dichas acciones en cotizarse a un precio tan crecido que los poseedores de ellas realizaron pingue utilidad al venderlas.” Por eso gozó de la absoluta confianza de su jefe y sus actos merecían continua aprobación.

En enero del 71 intervino en la constitución del Banco Nacional en Guayaquil por medio de su cuñado Crisanto Medina (1) que salió electo Director Principal; pero el día 10 de Diciembre el banco se refundió con el Banco del Ecuador, que pasó a monopolizar las actividades en el puerto hasta el 85, que se creó el Banco Internacional, donde figuró J. Ribon en la presidencia y Ballén en la vicepresidencia del Directorio. Entre los principales accionistas estaban su sobrino Sixto Liborio Duran Ballén con veinte mil sucres y su tío político el Dr. Ignacio de Piedrahita Racines.

En 1877 y en remplazo del negociante
francés Fouquet que había fallecido, Ballén fue agraciado por el General Ignacio de Veintemilla con el nombramiento de Cónsul General del Ecuador en Francia. Primero estableció las oficinas en una pieza del boulevard Haussman y luego en la Avenida de la Opera, dentro del local de la casa Dreyfus. Allí atendía indistintamente a franceses y ecuatorianos, mañana y tarde, sentado a su mesa de trabajo, junto a la cual veíase la cómoda butaca que parecía aguardar al paisano, al amigo, al que jamás obligaba a hacer antesala y a quien tendía la mano cariñoso, aún en las horas en que se le iba a interrumpir el asunto que estaba estudiando o despachando. Cualquier ecuatoriano sabía antes de abandonar el suelo patrio, la buena fama y el prestigio de que gozaba en París, en todos los círculos sociales, el señor Ballén, de cuya amabilidad hacían lenguas los que regresaban al terruño. En 1878 fue designado Ministro de Hacienda por el recién electo presidente Veintemilla pero se excusó.

Mientras tanto realizaba una notable obra de difusión comercial y cultural de los valores ecuatorianos en París. Era una figura social, un gran señor que solía ser invitado a los principales salones de esa capital y aunque no era rico, gozaba de buenos sueldos y acostumbraba cubrir las necesidades de sus compatriotas.

De Guayaquil le vivían haciendo encargos. Los comités de las estatuas de Olmedo y Rocafuerte le designaron para que vigilara sus confecciones. El de Rocafuerte le situó en septiembre del 77 la suma de Ochenta Mil francos para la suscripción del contrato de erección del monumento, pero el gobierno de Veintemilla solicitó la suspensión inmediata del depósito y la remisión de esos recursos al país, pero Ballén los depositó en la Societé de Depots et de Comptes Courants porque el pedido oficial constituía una grave irregularidad. El contrato se suscribió en Roma con el escultor Anderlini quien terminó el encargo recién en 1886 pues una grave dolencia y otros sucesos se interpusieron en el camino, mientras tanto Ballén había tenido que polemizar con los representantes del escultor en Paría, para impedir que la demora continuara hasta que habiéndose concluido el molde del monumento en yeso fue entregado a los talleres Nelly de Roma para su vaciado y fundición en bronce, tiempo en el cual Anderlini finalizó los cuatro bajo relieves de la base del monumento. Lamentablemente la fundición no resultó perfecta y hubo necesidad de realizar una segunda el 25 de agosto de 1887.

La verja de hierro y las planchas de mármol blanco de las minas de Carrara fueron adquiridas por entonces y todo se embarcó en ciento nueve bultos en el vapor H. C. Berg que partió desde Hamburgo. Las obras en Guayaquil fueron realizadas por el

Arquitecto Rocco Queirolo, la noche del 25 de Abril de1889 se conformó el Comité de Honor interviniendo por la Municipalidad Juan Emilio Roca Andrade, Carlos García Drouet y Aurelio Noboa Baquerizo, por el Comité Tomás Carlos Wright Rico y por los bomberos de la Compañía Salamandra Modesto Sánchez Carbo y a las doce del día del 24 de Julio ante la presencia de veteranos sobrevivientes del ejército libertador, las autoridades, los miembros del Comité, Cuerpo Consular, Jefes y Oficiales del Ejército y Cuerpo de Bomberos, así como del presidente de la República Dr. Antonio Flores Jijón finalmente se inauguró el monumento.

Desde su arribo a Europa, Ballén vivió en el barrio de Fontainebleau y “se mantuvo en relaciones constantes de afecto y simpatía con sus conciudadanos, siempre dispuesto a desempeñar cuantas comisiones oficiales recibía, a no economizar ni tiempo ni esfuerzo por servir a su país”, por ello su persona era tan querida en su Patria y su nombre tan respetado por todos.

En 1884, coincidiendo con la adopción definitiva del sistema métrico decimal en Ecuador y el cambio de su moneda, que de peso pasó a llamarse Sucre, fundó con José Ribón el Banco Internacional, cuyos billetes fueron confeccionados por la Casa Waterlow & Sons de Londres, en las siguientes denominaciones: los de un sucres tienen el perfil del Mariscal de Ayacucho, los de cinco el de José Joaquín de Olmedo sacado del óvalo pintado en Lima en su juventud, los de a diez el de Vicente Rocafuerte tomado de un grabado de Turgis en Paris y los de veinte una imagen del malecón guayaquileño a la altura de la Casa del Cabildo. El de cien sucres contiene la única imagen que se conoce del héroe Abdón Calderón, proporcionada por su hermana Mercedes de Ayluardo, del único retrato que se tenía del héroe niño y se quemó para el Incendio Grande del 5 al 6 de octubre de 1896 en el salón de sesiones de la Junta de Beneficencia de Guayaquil.

En 1885 publicó en “El Telégrafo” de Guayaquil una necrología a la memoria de su amigo el Dr. Francisco X. Aguirre Abad. Desde septiembre de ese año tomó a cargo la manutención de Juan Montalvo, otro de sus amigos predilectos y cuando éste murió con pleuresía a causa de tuberculosis, su presidió la lista de invitados a su sepelio.

En 1888 nació su hijo natural Clemente

Ballén Wolfer y declinó aceptar la Legación del Ecuador en Francia que le propuso su amigo el presidente Antonio Flores Jijón pues eso hubiera interferido con su condición de banquero en la Casa Dreyfus. El 89 fue Comisario General de la Exposición Internacional de París celebrada para conmemorar dignamente el centenario de la Revolución Francesa, donde el Ecuador logró un éxito sin precedentes con setenta y un Premios, cifra, la mayor, obtenida por un país latinoamericano en ese evento. Ese año fue condecorado por el gobierno de Francia con la Cruz de la Legión de Honor.

En 1890 adquirió en un remate en París parte de las barandas de hierro del antiguo Palacio de las Tullerías y las envió al Ecuador para que fueran colocadas en el Palacio Presidencial que se estaba remodelando y recibió plenos poderes para ratificar con Bélgica un tratado general de amistad, comercio y navegación y otro igual con España. Para esta última ratificación se le enviaron credenciales de Ministro Plenipotenciario, porque además estaba encargado de solicitar al Rey Alfonso XIII su arbitraje referente a límites en nuestra demanda contra el Perú, pero debido a que ya le aquejaba un mal cardiaco no pudo trasladarse a Madrid ni llegó a presentarlas y las gestiones se hicieron por conducto de la Embajada de España en Francia.

El 91 publicó unas “Notas Oficiales” sobre el ferrocarril del Sur, firmándolas como Comisionado Fiscal de la República en 20 páginas y el folleto “El Ferrocarril del Sur” en 16 páginas, con nuevas explicaciones. Ese año le fue ofrecida la candidatura liberal a la presidencia de la República, por un grupo de prestantes guayaquileños pertenecientes a la banca, el comercio, la industria y la prensa que presidió el gran agricultor cacaotero Pedro Aspiazu Coto. El “Diario de Avisos” sostuvo su candidatura con ahínco y tesón, pero Ballén tuvo que excusarse en razón de su enfermedad.

Las cartas de contestación, excusa y agradecimiento que suscribió por entonces, dirigidas a Aspiazu en Guayaquil y al Dr. Rafael Pólit Cevallos en Quito, así como su folleto de 7 páginas titulado “Candidatura Ballén”, explicaron ampliamente su situación.

En los últimos tiempos había estado muy atareado con sus Notas sobre Olmedo. Le faltaba la respiración y él lo sabía, pero se dio tiempo para cumplir con un encargo del Comité Juan

Montalvo de Guayaquil, que compartía con su ahijado de matrimonio el Dr. Víctor Manuel Rendón Pérez y con Ezequiel Seminario Marticorena, de dar a la imprenta la obra póstuma del gran escritor y amigo Juan Montalvo, titulada “Capítulos que se le olvidaron a Cervantes”.

Para el 92, con motivo de los solemnes actos y festejos públicos de la inauguración de la estatua de Olmedo en Guayaquil, comenzó a trabajar la edición de las poesías “corregidas conforme a los Manuscritos o primeras ediciones con Notas, Documentos y apuntes biográficos” que sin embargo no llegó a ver publicadas, pues falleció en París. a causa de su mal asmático, complicado con una deficiencia cardíaca que le venía aquejando durante un largo período al final de su vida, el 18 de Julio de 1.893, a los sesenta y cinco años de edad, y fue enterrado en el cementerio del Pére Lachaise.

“Su deceso fue profundamente sentido por quienes tuvieron la dicha de conocerlo, de gozar de la amistad de su trato, la elevación de su espíritu, la inalterable franqueza y la generosidad de su carácter” y Víctor Manuel Rendón Pérez editó en Madrid su biografía.

Las poesías de Olmedo aparecieron en 1896 en Garnier Hermanos de París, por mano de su albacea testamentario Crisanto Medina precedidas de unos eruditos “datos y noticias acerca de Olmedo” en 50 páginas, “en gran parte acopiados y hasta cierto punto ordenados, faltando al todo nada más que la última mano, por así decirlo”. Camilo Destruge indicó que por este trabajo de conocimientos y luces Ballén merece figurar entre los buenos literatos ecuatorianos.

El último ecuatoriano que tuvo la suerte de verle vivo fue el Cónsul del Ecuador en Saint Nazaire, Enrique Dorn y de Alzúa, quien le visitó en su casa de París a las once de la mañana. Ballen acababa de arribar de un viaje de pocos días al pueblito de Marly en las cercanías de esa capital, cuando sintiéndose mal, adelantó el regreso, se acostó sin malos presentimientos y mandó a llamar al médico, que le declaró a Dorn al salir juntos de la casa, la gravedad del enfermo y la urgente necesidad de avisar a los deudos. Dorn fue a la suya, se sentó a almorzar, pensando luego en trasmitir el aviso y en regresar a donde Ballén, cuando se presentó el portero de la casa de la Avenida Mac Mahon a comunicarle la tristísima noticia.

“Al morir solamente dejó trescientos mil francos, exactamente la suma de dinero que había llevado del Ecuador en 1869, pero en cambio quedó para eterna memoria su generosidad sin límites y su prudente conducta como recuerdos admirables de quien practicó la filantropía casi de continuo, sin esperar ninguna retribución a cambio”.

El sepelio no tuvo el debido acompañamiento aunque la concurrencia fue sin embargo numerosa, porque era la temporada de verano en que las familias acostumbran salir del calor de París y casi toda la colonia ecuatoriana se encontraba fuera, en los Alpes o en los Pirineos y hasta en las caldas, o a las orillas del mar. Incluso la familia Ballén se hallaba dispersa por Francia, pues a nadie se le había ocurrido que pudiera ser tan grave la dolencia de su deudo. Varón sin vicios, de gustos sencillos, que vivió sin ostentación ni boato en sucesivos pisos modestamente amoblados en la calle Lafayette y luego en sus parcos domicilios, que iba por las calles de París en coche de punto, solo se dio el lujo de los viajes que hizo a algunas naciones de Europa admirando las obras maestras de la naturaleza y del arte en Francia, España, Bélgica, Suiza, Italia, la Gran Bretaña, Alemania, Suecia y Rusia.

Esclavo de su palabra, no se desligaba nunca del compromiso voluntariamente contraído. Fue protector de su familia, padre de sus numerosas hermanas e hijo amantísimo. El sueldo que ganaba en el banco llegó a ser de cien mil francos mensuales, suma que no parece exagerada a quien esté enterado de las obligaciones y responsabilidades que asumió y de la labor diaria que se impuso allí, donde los negocios se cifraban por millones. Mas, en los últimos años de su vida, el sueldo le fue rebajado progresivamente, invocándose con motivo, que las operaciones bancarias se habían reducido y que sería retribuido en su mayor parte, porque los pleitos estaban ganados; en realidad, porque el mal estado de su salud le impedía prestar sus buenos servicios con la diaria asiduidad de antes. En el año en que acaeció su muerte solo le abonaban mil francos mensuales. Dio una nueva prueba de su delicadeza al aceptar como lógico este procedimiento, confiado en que se le cumpliría la promesa de una justa compensación, después de sentenciado favorablemente el último pleito con el gobierno del Perú. Cuando éste se falló en Suiza, ya no existía el señor Ballén. En París había formado familia con la dama francesa Magdalena Wolfer, natural de Estraburgo en la Alsacia, en quien dejó dos hijos más llamados María Luisa y Clemente,

  1. La primera – María Luisa Ballén y Wolfer – casó igual con Ramón Valdés Mac Kliff y fue madre de 1) Ramón Valdés Ballén funcionario jubilado de la Cancillería ecuatoriana en Quito, quien casó con Isabel Cornejo Carvajal, de Guayaquil, y tienen sucesión en la actual familia Valdés Cornejo de Quito; y 2) María Luisa Valdés Ballén, quien casó en Quito con el Dr. Leonardo Cornejo Sánchez, sin hijos.
  2. El segundo llamó Clemente como su padre, usando el apellido compuesto de Ballén de Guzmán, fue ciudadano francés, vino al Ecuador durante la Gran Guerra como miembro de la Cruz Roja francesa a hacer propaganda en favor de su Patria. En la segunda Guerra y durante la ocupación nazi cayó prisionero en la localidad de Fontainebleu cercana a Paris donde vivía en un pequeño castillito urbano de su propiedad herencia paterna, acusado de distribuir impresos con propaganda anti nazi. Sometido a juicio sumarísimo fue condenado a muerte el 3 de junio de 1942. El presidente Arroyo del Río del Ecuador, respondiendo a una campaña nacional iniciada, solicitó el perdón a Hitler, quien en gesto amistoso así lo dispuso. Parece que mucho pesó que Ballén de Guzmán portaba documentos ecuatorianos y en consecuencia pasaba por ciudadano de nuestra República, que tenía la calidad de país neutral. Entonces el Mariscal Keitel le conmutó la sentencia por otra menos grave, de doce años de cárcel, que cumplió en una pequeña parte ya que salió liberado por las fuerzas aliadas al final de 1945, aunque bastante enfermo. Buen deportista, aficionado al automovilismo en las décadas de los años veinte al cincuenta, llegó a poseer varios automóviles, entre ellos un Bugatti. Preocupado del desarrollo y adelanto de la pequeña localidad de Fontainebleu, luchando porque se restaure las antiguas viñas de esa localidad famosas en el pasado, y porque nuevamente se realice la fiesta de la cosecha y del vino, que estaban olvidadas. Hasta el final de su vida conservó la posición socioeconómica recibida de su padre, en el castillito de dos pisos y dos torres ubicado en la principal avenida de Fontainebleu vecina a las viviendas de otras familias tradicionales de Francia, sin trabajar, casar ni tener descendientes. A su muerte en la década de los años sesenta “dejó el recuerdo de excepcional caballero y gran amigo”. El castillito terminó por ser expropiado por la Municipalidad y dio paso a una moderna avenida de varias vías, de manera que hoy solo queda su tumba como único recuerdo.

Al saberse en Guayaquil la muerte de Clemente Ballén el Concejo Cantonal dictó un honrosísimo Acuerdo ordenando que la antigua calle de la Aduana llevara su nombre y que se realicen “exequias públicas y solemnes el día 28 de agosto en la Catedral, como una manifestación póstuma al eminente ciudadano cuya pérdida lamenta”.

De la pluma de Víctor Manuel Rendón Pérez, que mucho le estimó, tomamos la siguiente descripción física y moral de nuestro biografiado: “Hombre

ejemplar ilustre ecuatoriano, apreciado durante su vida, llorado a su muerte, honraba a su Patria sirviéndola en París. A primera vista resultaba simpático, el corte de la barba le daba cierto aire de magistrado o de notario parisiense. Era lo que los franceses llaman un hombre guapo. De alta estatura, su corpulencia conservaba con la armoniosa proporción de las líneas, la distinción del caballero de elevada posición social, su rostro ovalado cuya tez lejos de revelar a un hijo del trópico, podía por la blancura rivalizar con la de un anglosajón, lucía cortas patillas negras en las que ya brillaban algunas hebras de plata, como en los cabellos negros también, que rizaban naturalmente y separados por la raya del lado izquierdo, disimulaban aun la incipiente calvicie, quedando descubierta la ancha frente característica del ser inteligente. Se hacía afeitar los bigotes y parte de las mejillas sin permitir que el barbero le enjabonara la cara y sólo humedecida se la rapaba, según la costumbre alemana, por lo que sin duda conservó tan frescas las facciones hasta el fin de su vida. En la boca mediana, de blanca dentadura, de labios delgados, que nunca vi abrirse para una palabra descomedida o malévola, se dibujaba con frecuencia la sonrisa apacible, reflejando su buen humor constante. La nariz aguileña medía las justas proporciones para acentuar la distinción de su fisonomía sin parecer demasiado grande. Risueños eran los grandes ojos negros, cuyas miradas francas, espejo de un alma honrada y bondadosa, al par de una inteligencia privilegiada, inspiraban absoluta confianza en su lealtad, en su hidalguía”.

“Su conversación amena cautivaba y en ella, sin pedantería, hacía gala de sólida instrucción y de sorprendente memoria, abundando los recuerdos patrios, los dichos picantes, y a la par de sus apreciaciones políticas, la malicia de sus inagotables anécdotas no podían sin embargo herir la susceptibilidad de nadie. Gustaba de charlar y de escribir cartas esmaltadas con las brillantes flores de su agudo ingenio, de rodearse de amigos con quienes recordar las orillas del Guayas”.

“Sus ademanes tranquilos y acompasados, sin que asomara en ellos ni afectación ni orgullo. El lento andar tenía manifiesto su ponderado juicio y vida metódica, igual que sus finos modales la urbanidad y cortesía de un cumplido caballero. Obsequioso con las damas, su galantería era discreta, de buen tono, algo tímida. La modestia realzaba el mérito de sus buenas acciones. Vestía con sobria elegancia, usando levita negra y ciñendo el cuello volteado de la camisa con corbatas de colores obscuros en las que prendía una hermosa perla. En los últimos años de su vida ya no fumaba; pero como si, en medio de continuas preocupaciones y abrumadores quehaceres, acosado por gente importuna, se acostumbrara a poner en práctica el consejo: a mal dar, tomar tabaco, no dejaba de sorber rapé de una tabaquera de carey, motivo por el cual gastaba pañuelos de respetables dimensiones”.

“Su sensibilidad extremada, hija de su ingénita bondad, le obligó a tolerar a menudo inauditos asaltos a su bolsillo. Su corazón noble y generoso no sabía rehusar el servicio que se le pedía ni su cartera se cerraba a los que no se cansaban así de solicitar su auxilio pecuniario”.

En 1925 el Banco Comercial y Agrícola emitió billetes de un sucre con su efigie, muchos de ellos aún son conservados por coleccionistas y tienen un gran valor.