MILITAR DE LA INDEPENDENCIA. Nació en Portovelo, actual República de Panamá, hacia 1800. De veinte años ingresó al ejército. En 1821 arribó al puerto de Guayaquil con las tropas auxiliares que envió el Libertador, con el título de Subteniente del batallón “Alto Magdalena” y a las órdenes del Segundo Jefe Hermógenes Maza. El 19 de Agosto asistió al Combate de Cone donde triunfaron las armas patriotas y el 12 de Septiembre al segundo Huachi que les fue fatal. Reorganizado el ejército en Guayaquil, pasó a Cuenca y Latacunga y se unió a las fuerzas de Sucre, combatiendo en Pichincha como oficial del glorioso “Paya” de José María Córdoba, que dio las últimas cargas que aseguraron la victoria. Ayarza arrebató una bandera y Abdón Calderón cayó en sus brazos.
Posteriormente asistió a la Campaña libertadora del Perú donde prestó importantes servicios y estuvo en la gloriosa jornada de Ayacucho, en cuyo parte fue nombrado. En 1825 fue herido en el sitio de Callao y siempre en el Estado Mayor de Sucre pasó a Bolivia y allí permaneció hasta 1828 que regresó a Guayaquil.
Declarada la República en 1830 continuó en el ejército como Oficial al servicio del Ecuador. En 1832 y con motivo de la emergencia que se declaró por la incorporación del sur del Cauca, el capitán Ayarza fue enviado a la frontera norte y venció a las tropas granadinas de José María Obando en los combates de Pajojoy, Cuevitas y Tablón, mostrando su lealtad y negándose a engrosar el bando de nuestros vecinos. Nuevamente rechazó la traición cuando el Tnte. Crnel. Ignacio Sáenz se pasó a las fuerzas de Obando arrastrando en esta acción a la tropa de Ayarza, pero una grancreciente del río Juanambú retardó la marcha. Ayarza logró separarse y volvió a formar parte del ejército ecuatoriano y cuando terminó la campaña en septiembre, se retiró de la frontera por orden del General Antonio Farfán.
En 1833 viajó con Flores a Guayaquil para someter al Coronel Pedro Mena levantado contra el gobierno, resultando herido en una mano durante el combate naval de “La Matanza” en el río Babahoyo con las fuerzas sutiles de Rocafuerte comandadas por el General Tomás Carlos Wright. Pocas semanas después, en Junio de 1834, e incursionando en el Paraje “Los Cerritos”, cayó prisionero de los rebeldes, pero fue acogido benévolamente por Rocafuerte y habiéndose unido las fuerzas de Flores y Rocafuerte, recobró su libertad y marchó con el ejército a la sierra, estuvo entre los triunfadores de Miñarica y fue ascendido a Coronel.
Por orden de Flores limpió de rebeldes la provincia del Pichincha y en cumplimiento de esta comisión los persiguió sin descanso, fusilando a varios en los sitios de San José de Mina y Pataquí, donde sus tropas incendiaron y robaron. Enseguida siguió a Esmeraldas y puso orden, acometiendo a los rebeldes hasta Palenque en la actual provincia de Los Rios, allí hizo fusilar a cinco de los insurrectos, que había cometido asaltos, robos y pillajes.
En 1844 era Teniente Coronel y Primer Jefe de la Brigada de Artillería de Guayaquil, y quisieron atraerlo hacía la revolución que se estaba planeando, pero se negó por repetidas ocasiones. Entonces fue falsamente acusado por Vicente Ramón Roca ante el Comandante General de la plaza Tomás Carlos Wright; quien, procediendo con ligereza, lo separó del mando.
Ofendido por la injusticia y ya sin compromiso con el gobierno, plegó al grupo que comandaba el propio Vicente Ramón Roca y obtuvo que el Cuerpo de Artillería – donde era muy considerado y querido – proclamara la revolución del 6 de marzo de 1845 pues habiendo ingresado solo, se apoderó de la guardia, hizo arrestar al Comandante Barceló y permitió el ingreso de los conjurados. Ese día fue el héroe de la jornada y defendió el cuartel con éxito, a pesar que los demás cuerpos de tropas que permanecían leales, lo atacaron encabezados por el General Wright por tres calles adyacentes. Por esta heroica acción la Junta de Gobierno lo ascendió al día siguiente a General de Brigada y enseguida lo mandó a Babahoyo en calidad de segundo Jefe del ejército revolucionario que comandaba Antonio Elizalde Lamar.
El ejército de Flores se había fortificado en la hacienda “La Elvira” al mando del General Juan Otamendi y en la madrugada del 3 de mayo se produjo el primer combate. Atacaron las tropas comandadas por el propio Ayarza junto a la Reserva que dirigió el General Antonio Elizalde Lamar en número cercano al millar. En dos momentos casi se logró la victoria, cuando el joven Coronel Francisco Jado y Urbina atacó cuerpo a cuerpo a los defensores de La Elvira que salieron a enfrentarles con el General Otamendi a la cabeza y cuando la división de Jado quedó aniquilada, otra división y las fuerzas del vapor Guayas contra atacaron pero los defensores volvieron a encerrarse en su fortaleza, mientras la flotilla de los revolucionarios volvía cargada de muertos y heridos al puerto.
El día 10 se realizó el segundo combate. En esa ocasión Ayarza avanzó con el batallón “Libertadores” y el segundo escuadrón de “Lanceros” mientras Elizalde lo hacía por el río y aunque no sufrieron tantas bajas como en la anterior ocasión, se retiraron una hora más tarde por falta de municiones. Flores comprendió que su permanencia se volvía insostenible, de manera que abrió negociaciones y el 17 de junio se firmó el Tratado de “La Virginia” en la casa cercana propiedad de Olmedo. Mas, enseguida se suscribió un convenio adicional garantizándole a Flores sus propiedades, títulos, honores y rentas. Este segundo convenio fue impugnado duramente por Pedro Carbo.
Flores abandonó el país, se convocó a una Convención Nacional que se reunió en Cuenca y designó a Vicente Ramón Roca Presidente. Ayarza desempeñó el alto cargo de General en Jefe de las fuerzas que ocupaban la frontera con Colombia. En 1847 fue Comandante General de la Plaza de Quito y debeló una conspiración contra el régimen. A los pocos meses los floreanos planearon quitarle la vida, pero Ayarza descubrió el complot y hasta perdonó a un mulato de apellido García que debía matarlo a la salida de su casa. En el mes de Julio marchó a la frontera y derrotó a una partida de neogranadinos que quisieron invadir nuestro territorio. Nuevamente en Quito, el 26 de marzo de 1848 debeló otra conspiración para matarlo mientras dormía en el interior del Batallón No.2 de Línea.
En 1849 actuó de mediador entre García Moreno y el Ministro Manuel Bustamante en el incidente de la cachetada y los trompones que éstos se propinaron. Entonces García Moreno llevó la peor parle porque rodó escalera abajo y se retiró profiriendo amenazas, Ayarza – como Comandante General de la plaza de Quito y por tratarse de un ataque a la persona del Ministro Bustamante – se vio obligado a disponer su captura y García Moreno salió del país.
En 1850 se produjo en Guayaquil la revolución de Diego Noboa Arteta contra el régimen del Presidente interino Manuel de Ascázubi, quien le nombró Jefe de las provincias del centro pero cometió el error de incluir como Segundo Jefe al Coronel Nicolás Vernaza Prieto, concuñado de Noboa, que el 6 de Abril insurreccionó a las fuerzas de Riobamba y apresó a Ayarza y al Comandante Daniel Salvador, quienes fueron confinados en Taura por orden del rebelde Vernaza, pero lograron fugar y tomando caminos apartados arribaron a la provincia de Imbabura, donde levantaron tropas para sostener la candidatura de su antiguo Jefe militar el General Antonio Elizalde Lamar quien le ordenó desocupar Ibarra y avanzar a Quito con los trescientos hombres armados que había logrado reunir, pero el 16 de Diciembre Ayarza fue derrotado en Tabacundo tras dos horas de intenso combate donde murieron cuarenta de sus hombres y estuvo más de dos años fuera de servicio.
Reingresó al Ejército en 1855 en tiempos de Urbina. Tres años después fue designado Comandante General del Distrito de Guayaquil y en 1859 Segundo Jefe del Ejército Nacional, e intervino en la célebre batalla de Tumbuco donde Urbina derrotó a García Moreno. De allí pasó a Cuenca y en Septiembre Urbina viajó al exilio y le ordenó adherirse al gobierno del General Guillermo Franco Herrera, Jefe Supremo de Guayaquil, quien lo designó Segundo Comandante General del Guayas. En diciembre de ese año ordenó que se hospitalicen en la sabana los soldados peruanos que estuvieren enfermos, gesto que facilitó el acuerdo entre Castilla y Franco y salvó a Guayaquil de ser destruida por el bombardeo de la flota peruana que la mantenía largos meses bloqueada.
En febrero de 1860 Franco le mandó iniciar campaña contra Cuenca, subió a la sierra con setenta soldados, pero al llegar a Cañar todos huyeron sin obedecerle. Entonces se entregó a la clemencia del General Manuel Tomás Maldonado Puente que lo envió custodiado a Quito con cinco soldados. Mientras tanto Franco le levantó un sumario en Guayaquil. Al llegar a Quito fue liberado por García Moreno bajo promesa de no conspirar, aunque parece que hizo lo contrario, puesto que a las pocas semanas algunos elementos urbinistas – entre los cuales figuraban los políticos liberales Espinel, Riofrio y Endara – quisieron comprometer a las guarniciones de Quito y Guaranda y le buscaron con tal objeto, pero Ayaza se negó en razón de su avanzada edad. El 11 de abril se descubrió el plan de los políticos liberales y el 21 – a causa de simple suposiciones – Ayarza fue arrestado en su casa, llevado a un cuartel calzado con grillos.
De allí le sacaron al día siguiente al patio donde estaba García Moreno, quien lo interrogó con palabras descompuestas y como Ayarza se declaró inocente, el citado Jefe Supremo prorrumpió en improperios indignos de su condición de gobernante y ordenó que le quiten la camisa y den quinientos azotes al grito de: “Ese negro no merece otro castigo que el acostumbrado en las haciendas de trapiche”. Ayarza habíale replicado: “Mas bien fusíleme, no se apalea a un General, a un veterano de la independencia, pero fue respondido “No se desperdicia pólvora para fusilar a un traidor.”
Antes que empezara su castigo el anciano soldado veterano de nuestra independencia con sesenta años a cuesta, quiso suicidarse, luego ordenó que le disparen cuatro balazos, pero todo en vano. El oficial Parra le aconsejó que acepte que estaba comprometido en la conjuración con el Dr. Marco Espinel y que sería puesto en inmediata libertad. La respuesta fue: “Jamás he mentido, ni aún contra mí mismo, menos podré calumniar a personas inocentes”. Cuando le habían propinado los cinco primeros azotes en medio del cuartel y sobre su espalda descubierta, apareció Roberto Ascázubi y se interpuso, aduciendo que Ayarza había prestado notables servicios a la familia durante el gobierno de su hermano Manuel Ascázubi, a quien sostuvo con el ejército, pero esto sólo sirvió para provocar un fuerte altercado con García Moreno, quien se encontraba presente, del que resultó que se suspendieran los azotes y fue nuevamente enviado a su celda; después lo volvieron a sacar al patio, continuó el castigo y cuando le habían propinado treinta y cinco azotes más, apareció el Triunviro Manuel Gómez de la Torre, que arrojó su capa sobre la espalda de la víctima y obtuvo que se suspendiera tan bárbara escena; sin embargo, la víctima dejó su sangre regada en el patio.
A la mañana siguiente se apersonó su amigo el Dr. José María Espinosa Nieva, pero no le permitieron la visita; sólo a las tres de la tarde pudo entrar al calabozo y consiguió que le dieran comida, ropa y medicinas. La población estaba alarmada y hasta el Ministro de España. García de Quevedo, interpuso sus oficios para la suspensión definitiva de la pena. En cambio, García Moreno, ordenó que siguiera el proceso. Ayarza entró en capilla para su fusilamiento. A última hora lo sacaron a la calle y le cerraron las puertas del cuartel sin ningún miramiento, tampoco se le dio explicaciones y era General de Brigada en servicio activo, prócer de nuestra independencia y vencedor en Pichincha y Ayacucho. Desde ese día ya no fue el mismo ¡Parecía que el ultraje recibido lo hubiera herido de muerte!
La reacción no se hizo esperar. En Guayaquil más de trescientos Jefes y oficiales del bando franquista firmaron una viril protesta. El General Manuel Tomás Maldonado Puente pidió su retiro del servicio activo pues no puede “un militar de honor continuar prestando sus servicios a un gobierno que ha vilipendiado de este modo a la clase”.
El Coronel Secundino Darquea Iturralde amenazó con quemar su uniforme y charreteras pero luego se arrepintió y siguió sirviendo al tirano ¡EI ultraje a Ayarza sirvió para domesticar al ejército nacional y volverlo dócil a García Moreno! Según opinión de varios tratadistas pues se le atribuyó decir a su cuñado Roberto Ascázubi, “Quiero que el frac negro mande en la casaca roja. O mi cabeza será clavada en un poste o el ejército a de entrar en el orden.
Cuatro meses después, el 21 de agosto, a la una de la tarde, mientras paseaba detrás de la muralla de San Francisco en unión de sus hijas Gertrudis y María que le llevaban en brazos se desplomó al suelo, como herido por un rayo. Cuando lo recogieron estaba muerto. El populacho culpó a García Moreno, se dijo que lo había mandado a envenenar y cosa inusitada para la época, hasta le practicaron la autopsia con un serrucho y hasta en el cráneo y todo por ser casi un negro. Ignoro que se buscaba allí ¿Quizás algún coagulo producido por un derrame cerebral o alguna herida en el corazón que pudiere haberle provocado un infarto? I no han faltado historiadores afuereños bastante tontitos que han asegurado a más de siglo y medio del suceso, que la muerte se produjo porque el viejo General de Brigada se cayó de cabeza al suelo.
La crítica actual piensa que bien pudo morir de un infarto y no era para menos dadas las circunstancias; además, parece que su salud no era buena, pues al tiempo de su última prisión sufría de “una enfermedad crónica de las entrañas altas y una hipertrofia de algunos años”, según escribió el Dr. Miguel Riofrio Sánchez en el folleto titulado: “Relación de su flagelamiento, por un testigo de vista”.
Por sus continuos viajes y cambios de domicilio jamás formalizó un hogar, pero dejó cinco hijas naturales en tres madres distintas. Respetado por todos, de trato amable y hasta delicado, gustaba del chascarrillo fino y sin maledicencia, fácil para las bromas nunca se resintió cuando las recibía pues todo en él era claro y sencillo como buen sujeto primario, pero bien educado y de pasiones controladas, su rostro mulato – piel canela, rasgos finos y cabello casquillo – generoso y leal, desinteresado con los bienes materiales; murió pobre, lleno de amigos y “una corona de honrosas canas cubría su cabeza veneranda.” Se conserva su retrato.
Fue víctima de los prejuicios raciales de García Moreno, que en la persona del ínclito General Fernando Ayarza hizo sus pininos como malvado, aprendiz de tirano.