ATAHUALPA

INCA. Nació en el Cusco en 1497 aproximadamente aunque este punto de su vida aún se presta a discusión y fueron sus padres el Inca Huayna Cápac y la Colla Tocto Coca, nieta del Inca Pachacútec, aunque en el Ecuador se sigue repitiendo la conseja del padre Juan de Velasco, quien sin indicar las fuentes históricas de donde tomó la información escribió que la madre de Atahualpa fue la princesa Paccha, heredera de la confederación Quitu Puruhá.

Su educación transcurrió en el Cusco gozando del amor y la confianza ilimitada de su padre que lo llevó consigo cuando viajó hacia el norte a debelar la sublevación de varias

tribus. En Tomebamba hizo el Inca un alto y delegó a sus hijos Atahualpa, Ninankuychi y Auki Toma para que sometieran a los aguerridos Pastos.

Terminada esta guerra volvieron a Tomebamba donde Huayna Cápac tenía su palacio y allí permanecieron hasta 1528 en que falleció el Inca y su hijo mayor Ninan Coyuchi, aquejados de un mal antes no conocido en América y que ahora se sabe que era la viruela. Los últimos tiempos de Huayna Cápac estuvieron atormentados por oscuros presentimientos debido a las noticias recibidas sobre la llegada de unos misteriosos hombres barbados. En su testamento designó a Atahualpa Inkaprantin del Quitu y sus comarcas, es decir Inca asociado al principal del Cusco y por lo tanto secundario.

Atahualpa imaginó que su designación no iba a agradar a su medio hermano Topa Cusi Hualpa, llamado Huascar por una gran cadena de oro que se construyó con motivo de su nacimiento y por eso se negó a acompañar el cadáver de su padre al Cusco. Siguió pues en el Quítu, posiblemente en Tomebamba, gobernando desde allí. Huascar, efectivamente se disgustó muchísimo y en sus iras llegó al extremo de hacer ajusticiar a algunos Capitanes acusándoles de haber sido débiles pues sospechaba de la lealtad de Atahualpa, pero respetando la voluntad de su
padre le mantuvo como Inkaprantin (2) En 1529 descubrió en el Cusco la conspiración de su hermano Atauchi a quien hizo dar cruel muerte por degollamiento junto a muchos nobles y orejones acusados de secundarle.

Atahualpa, tras pacificar a las alzadas tribus de la costa, aprovechó la magnificencia de Tomebamba para coronarse como gobernante de los territorios del norte del Tahuantinsuyo, ciñendo las insignias reales (el llauto de oro y carmesí con borla) Esta ceremonia fue considerada en el Cusco casi como un sacrilegio y sirvió de detonante para la declaración de guerra entre ambos hermanos.

Edmundo Guillen en su “Historia Inkaica” ha escrito: que aunque es posible que ésta pudiera ser una de las causas, evidentemente la rebelión de Atahualpa obedeció a otros motivos más complejos, posiblemente de carácter religioso e ideológico, acerca de lo que debía ser el imperio que asumía Huascar, lo cual va más allá de una simple rivalidad entre el centro administrativo de Tomebamba y la capital imperial del Cusco, como se ha venido creyendo (3)

En 1530 Huáscar envió a Tomebamba a su embajador Yupanqui, quien secretamente entró en conversaciones con los Cañaris, mitimaes Huayacuntos
traídos del norte del actual Perú y consiguió levantarlos con la promesa de que estaban llegando dos mil orejones del Cusco para auxiliarles.

Entonces sobrevino la sorpresa de los Cañaris que atacaron a las tropas de Atahualpa y lo tomaron prisionero en su propio palacio, pero él hábilmente logró escapar y se preparó con los Generales Quisquís, Calicuchima, Rumiñahui y Zota Urco y luego de dos enfrentamientos, el último a las orillas del río Naxichi, derrotaron al General cusqueño Atoc y al Cacique Urco Colla de los Cañaris, a quienes Atahualpa hizo matar a flechazos.

Enseguida avanzó con su ejército contra Huascar. La noticia se regó en el imperio. Huascar salió del Cusco con su hermano Huanca Auqui y se produjo un enfrentamiento armado en el que llevó la mejor parte Atahualpa, que contaba con el grueso de los generales de su padre, guerreros experimentados y hábiles estrategas. Huascar se retiró al Cusco a rehacer sus fuerzas, mientras Atahualpa ordenaba a Quisquís que tome cuarenta mil hombres y los traslade por la cordillera y a Calicuchima para que con otros tantos fuera por la costa, pacificando a las tribus insurrectas contra su autoridad, pues los Cañaris habían logrado un levantamiento general en todo el norte. El, por su cuenta, con

doce mil hombres, atacó por mar a los indómitos punáes y los venció en una batalla muy difícil, en la que fue malamente herido de flecha en un muslo.

Después pasó a Tumbes invitado por el Cacique de esa región y continuó hacia las aguas termales de Cuñug cercanas a Cajamarca. Mas, no queriendo seguir adelante con sus conquistas, pues había recuperado los territorios que consideraba propios y tenía algunos ajenos, le mandó a proponer a Huascar la devolución de lo suyo, siempre y cuando se fijaran definitivamente los límites entre ambas regiones, sin ambiciones ni amenazas.

Huáscar, mal aconsejado por su madre, rechazó tan generosa oferta y se aprestó a continuar la lucha, sucediéndose varias acciones militares que favorecieron a su hermano rebelde, hasta que a mediados de 1532 ambos ejércitos se aprestaron a dar la batalla final en Cotapampa, junto al río Apurímac, casi a las puertas del Cusco, donde los generales de Atahualpa tomaron hacia la izquierda del camino real para que pudieran pasar las descuidadas tropas de Huáscar, a las que atacaron en forma sorpresiva y con movimiento de tenaza. El primer día ambos ejércitos se inflingieron daños de enorme consideración pero los atahualpistas no pudieron romper las líneas enemigas, al segundo día Calicuchima, sin dar tiempo al enemigo para que pudiera realizar alguna maniobra, les cercó y como los cusqueños formaban una compacta masa humana fueron acuchillados a mansalva.

Huáscar seguía a la retaguardia con su escolta de honor y apenas opuso resistencia, cayó prisionero y ordenó a los suyos que depusieran las armas. Unos cuantos veteranos del glorioso ejército de Huayna Cápac, casi todos ellos orejones, pretendieron organizarse y resistir, pero al recibir la orden del Inca se abatieron sin ánimos y acabaron por entregarse a la discreción del vencedor.

Mientras eso sucedía en el Cusco, en los baños de Pultumarca Atahualpa recibía a unos pocos emisarios de Francisco Pizarro dirigidos por Hernando Pizarro quien logró convencer al Inca para que reciba a su hermano, bajo palabra de devolver los bienes que habían tomado en el camino sin su autorización. Atahualpa atendió a los españoles a sabiendas de las tropelías que venían provocando desde meses atrás cuando habían arribado a las costas de San

Mateo en Manabí, pues era su plan atraer a los barbudos a su campamento para pedirles cuentas y castigarles como se merecían.

Esa confianza le perdió en la tarde del 16 de noviembre de 1532 cuando al ingresar a la plaza de Cajamarca con ocho mil personas de su séquito y solamente doscientos guerreros con porras y sogas, fue sorprendido con el requerimiento hecho por el dominicano fray Vicente Valverde para que se convierta al cristianismo y se someta al Rey de España pero Atahualpa rechazó tal requerimiento y sin otro aviso las fuerzas invasoras le atacaron por sorpresa, con armas de fuego, caballos y espadas.

El ruido de los cañones y mosquetes, la carga mortífera de la caballería que infundió terror a su séquito y todo lo demás hizo que la poblada se desbande, atropellandose unos a otros y falleciendo por asfixia y aplastamiento más de cuatro mil personas. Los españoles realizaron esa tarde una terrible carnicería pues asesinaron a otros dos mil indios. “Testigos presenciales relatan la actitud altiva de Atahualpa, pues al precipitarse los españoles al ataque, lejos de amilanarse les conminó a depositar en la plaza todo lo que habían robado, con la amenaza de matarlos si no lo hacían de inmediato”.

Luego, ya cautivo en el Amaruhua, fue víctima de la extorsión de los hermanos Pizarro para que les entregue oro y plata a fin de pagar a sus soldados, pactándose por escritura la entrega de los metales (un cuarto lleno de oro y dos de plata hasta donde alcanzaba la mano derecha extendida del Inca) a cambio de su libertad, sin embargo el contrato fue incumplido y hubo notoria mala fe de parte de los españoles, pues luego de recibir grandes cantidades de metales preciosos obtenida de los templos y ciudades, rodaron la calumnia de que el Inca estaba conspirando y le condenaron a sufrir la pena de muerte en la hoguera. Realmente todo fue un pretexto para eliminarlo rapidamente.

La investigación sumaria se probó con el testimonio de ellos mismos, que pasaron de jueces a testigos y luego actuaron como verdugos. El Inca comprendió que estaba perdido y con gran entereza de ánimo aceptó el bautizo que le ofrecían, que no tenía significado alguno para su mentalidad primitiva y solo era una forma afrentosa de injuriarlo aún más, pues necesitaba preservar la integridad de su cabeza para que al momento de morir pudiera tocar la tierra y traspasar su espíritu al siguiente Inca, conforme la antigua creencia del mesianismo andino que aún sobrevive en los altos riscos montañosos.

Así pues, tras la ceremonia del bautizo fue estrangulado el 26 de Julio de 1533, de pie, atado a un tronco de árbol por el collarín de hierro en su garganta, tras ocho meses y diez días de cautiverio, en la plaza pública y bajo el ridículo nombre de Francisco – en honor a su padrino Pizarro – que le fuera impuesto por sus enemigos, soportando la pena del garrote vil y su cuerpo permaneció desnudo toda la noche, con los ojos abiertos de par en par y la cara y manos ensangrentadas, pues en el último momento trató de sacarse el collarín de hierro y evitar los estertores de la asfixia. Al día siguiente fue enterrado en la capilla de Cajamarca. Enseguida Pizarro reconoció como nuevo soberano a un joven Inca llamado Túpac Hualpa para avanzar juntos hacia la rica capital del Imperio.

La muerte del Inca no terminó con la resistencia del Imperio pues Rumiñahui se opuso en el norte y Quisquis en el sur.

Tenía Atahualpa como todos los soberanos antiguos muchísimos hijos, unos legítimos y otros ilegítimos según las leyes de esos tiempos, pero la historia solo ha recogido a los siguientes: Puca Cisa que murió tierno. Hualpa Cápac o Toparca, que llegó a ser coronado por Pizarro y duró un poco más. Diego Hilaquita, Francisco Ninancoro, Juan Quispe Túpac, Francisco Túpac Atauchi que vivió muchos años en Quito conocido y reverenciado por todos como el Auqui o heredero, Carlos Felipe Atahualpa y María Isabel Atahualpa.

El Cronista Francisco de Jerez le describió así: “Hombre de treinta años – posiblemente tenía treinta y siete – bien apersonado y dispuesto, algo grueso; el rostro grande, hermoso y feroz; los ojos encarnizados en sangre; hablaba con mucha gravedad, como gran señor, hacía muy vivos razonamientos y entendidos por los españoles, que conocían ser hombre sabio; era alegre, aunque crudo; hablando con los suyos era muy robusto y no mostraba alegría”.

Durante su cautiverio ordenó el asesinato de su medio hermano Huáscar, a quien mantenían semidesnudo y pasando frío por los caminos, en situación por demás precaria ya que le habían perforado cerca de las clavículas para traspasarle dos cuerdas para jalarle, pues temía que pudiera fugarse y retomar el mando. Su cadáver fue lanzado a las aguas de un río y se perdió para siempre. Igualmente dispuso el sacrificio de las panakas imperiales del Cusco, esto es, de las familias principales de esa capital ligadas por la sangre con los Incas, de suerte que la memoria de Atahualpa fue aborrecida en el Perú por esos crímenes y aun hoy, después de más de cuatro siglos, se le continúa odiando. El Inca Garcilaso de la Vega le trató de usurpador. En el Ecuador hay autores que le consideran el fundador de nuestra nacionalidad Indo Hispano mericana aunque la mayoría cree que ese honor le corresponde a su medio hermano Rumiñahui.

Creemos que no fue ni lo uno ni lo otro sino un hombre de su tiempo, viviendo en una cultura aislada por las moles de los Andes, pero tuvo la suficiente personalidad para hacerse respetar de sus captores, a algunos de los cuales hizo sus amigos, demostrando en todo momento un fuerte carácter, la majestad de su rango y no escasa inteligencia, pues se dice que hasta llegó a entender el idioma español y a jugar el ajedrez con notable pericia y todo ello sin maestro, simplemente viendo, oyendo y pensando.

El Cronista Francisco de Jerez ha escrito que Atahualpa era hombre alegre aunque crudo. Hablando con los suyos era muy robusto y no mostraba alegría Miguel de Estete ha dicho que Atahualpa le reveló durante su cautiverio que de triunfar había decidido tomar los caballos y yeguas que era cosa que mejor le parecía para hacer casta y a los españoles a unos para sacrificarlos al sol y otros para castrarlos para el servicio de su casa y guarda de sus mujeres.

Pedro Pizarro, que ofició de guarda de Atahualpa, relató que Atahualpa era indio bien dispuesto y de buena presencia, de buenas carnes, no grueso demasiado, hermoso de rostro y grave, se ponía en la cabeza unos llautos, que son unas trenzas hechas de lanas de colores, vestía ropa muy delgada y muy blanda, ellos y sus hermanas que tenía por mujeres, y sus deudos orejones principales. Estando un día comiendo, que estas señoras ya dichas le llevaban la comida que se le ponían delante en unos juncos verdes muy delgados y pequeños, estaba sentado este señor en un dúo de madera colorada de alto de un poco más de un palmo. Cuando quería comer allí le ponían todos los manjares de oro, plata y barro, y que él apetecía señalaba se lo trajesen, tomandole una señora de estas dichas se lo tenía en la mano mientras comía, pues estando en esta manera comiendo y yo presente, llevando una tajada de las manos a su boca, le cayó una gota en el vestido que tenía puesto, y dando la mano a la india se levantó y se entró a su aposento a vestir otro vestido, y vuelto sacó vestido una camiseta y una manta pardo oscura. Era de unos pájaros que andan de noche en Puerto Viejo y en Tumbes y que muerden a los indios (murciélagos) Todo lo que tocaban o desechaban al comer o se ponían de vestido era desechado y guardado y luego se quemaba una vez al año, se hacía cenizas y echaba por el aire, que nadie había de tocar ello por haber sido tocado por un hijo del sol.

Sus mujeres o Collas, que quiere decir queridas señoras, vestían túnicas finísimas adornadas con joyas de piedras preciosas y cubrían sus caras con máscaras de oro fundido para que nadie pudiera verlas o reconocerlas. Cuando viajaban lo hacían echadas y con cobertores encima por el frio, Iban portadas en andas o en hamacas y constituían más de ciento veinte las que poseía Atahualpa. Eran muy delicadas, servidas y temidas, muy limpias y muy pulidas, traían sus cabellos negros y largos sobre los hombros, todas eran hermosas, unas pertenecían a las panakas imperiales del Cusco y otras habían sido obsequiadas al Inca por los principales Caciques del Imperio, en señal de suma cortesía.