ASANCOTO : Los desaparecidos

SUCEDIÓ EN ASANCOTO
LOS DESAPARECIDOS

¡Ea arre! gritaban los arrieros para que las mulas avancen por entre el barro de la cuesta cercana al pueblo. Había llovido mucho, el camino estaba como nunca de resbaloso y Pedro Jiménez sentía que un friecillo tenue al principio, pero cada vez más penetrante, le  invadía, hasta llegar a los huesos. ¿Serán las fiebres? –  dijo muy quedito, como para sí – pero decidido a llevar adelante a las mulas siguió empinando el hombro y por fin, luego de varios minutos, divisó el pueblo. 

Hacía como dos días que estaba en la montaña cargando sal en grano pues tenía en Asancoto una pulpería. El negocio no iba muy bien que se diga por falta de pobladores. El pueblo había visto mejores días y ahora se encontraba prácticamente abandonado por sus moradores, muchos de ellos en la costa, otros en Riobamba y los menos en Guaranda, donde las condiciones económicas eran parecidas. 

Las viejas casas despintadas, muchas con puertas y ventanas cerradas, gritaban la soledad reinante. Sólo en casa de las Montes, señoritas solteras pero hacendosas, se veía agitación y contento, vida y trajín como decían antaño, cuando las gentes trabajaban. I era que la menor, llamada Juanita, esa noche se comprometía con su vecino Genaro Palacios y habían invitado a medio pueblo. 

A las siete, que en las pequeñas poblaciones rurales de la sierra es como decir casi la media noche, comenzaron a llegar los invitados. Unos con ponchos y otros con bayetas para protegerse del frío; pronto empinaban el codo con guarapo y la fiesta se volvió alegre. Rostros que comenzaban a sudar, narices rojas y palabras necias anunciaron  que el trago había cumplido su cometido, Juanita estaba como una reina. 

 – ¿Bailamos guambrita?
Gracias, pero no, espero al Genaro. 
– Darase una zapateadita, mi reina. 
Después, don Prudencio. ¿No ve que estoy por recibir al Genaro? 

Pero el novio no aparecía y por más que lo fueron a buscar por el vecindario para ver si le había dado algún cólico, nunca lo hallaron. De esta historia, que aguó la fiesta de esponsales de la Juanita, han pasado siquiera unos cuarenta años y ya pocas personas la recuerdan. 

Ella murió en 1.957 de pulmonía, sus hermanas la habían antecedido poco antes. Todas se fueron con la curiosidad de saber en dónde estaría el novio que desapareció como por encanto porque su casa no volvió a abrirse, las gentes dieron en decir que era como una puerta al más allá, pues Genaro no era el primero ni el único de sus moradores que había desaparecido en ella. Los viejos recordaban que casi medio siglo antes, cuando el edificio recién fue construido por los hermanos Galárraga; Hernán, chico simpático y hacendoso, hijo del Pedro Galárraga, se despidió de todos y se fue a dormir sin que apareciera a la mañana siguiente y eso que por más que se buscó nadie pudo dar con él. Incluso la cama parecía haber sido violentamente volteada, las cobijas y sábanas estaban diseminadas por los lados, pero no se encontraron más huellas de violencia. 

Puerta y ventana estaban cerradas por dentro. Entonces ¿Cómo había desaparecido el chico? El Cura dijo que eso podría ser brujería o quizá la acción del maligno sobre el pueblo. La casa fue exorcizada, los vecinos confesados y comulgados y como nadie había visto u oído nada el caso fue clausurado y todo quedó en el misterio. Alguna vez, en algún libro de curiosidades científicas, mejor dicho, de ciencia ficción, creo haber leído que existen algunas puertas abiertas a la cuarta dimensión, que se encuentran diseminadas por el mundo y por las que a veces desaparecen las personas y no se las vuelve a ver, ni a oír, ni a saber de ellas. ¿Será esto posible?