AMBATO : El alma que no tenía descanso

SUCEDIO EN AMBATO
EL ALMA QUE NO TENIA DESCANSO

(Curiosidades de un espectro encadenado)

Éramos varios estudiantes del sexto curso del Colegio Vicente Rocafuerte los que subimos al tren que nos llevaría a Ambato en una semana de vacaciones programadas y teníamos verdaderos deseos de gozar la vida tanto como el paisaje, cuando la locomotora arrancó en la estación de Durán. Pocas horas después llegamos a nuestro destino esperando a una tía bonachona de nuestro compañero Enrique, quien nos tenía ofrecido el alojamiento en su casa, pero como ella demoraba más de lo debido, decidimos emprender la marcha al centro de la ciudad, como quien dice,  para darle la sorpresa. 

En efecto, la tía no había recibido el telegrama que dos días antes le mandamos desde Guayaquil y por eso la visita constituyó una sorpresa un tanto si es no desagradable, dada su condición de persona puntillosa y detallista que no gustaba de improvisaciones, pero haciendo de tripas corazón nos dijo que no podía tenernos en su casa aunque nos acomodaría en la casita de al lado,  desocupada desde que el último inquilino se había mudado sin pagar y a la carrera por algo que no le había gustado. Nunca imaginamos la experiencia que nos tenía reservada el destino y los sustos que pasaríamos esa noche. 

Cenamos todos con la buena señora y a eso de las ocho, por estar cansados del viaje nos recogimos en nuestra casita,  no sin antes ducharnos con agua caliente y pronto quedamos profundamente dormidos. El cuarto que ocupamos los seis estaba en el segundo piso casi al fin de un corredor y era grande y bien ventilado. Tenía seis camas que la gentil anfitriona había mandado a colocar con sus correspondientes almohadas y cobijas y una lámpara central de cuatro luces, que apagamos al acostarnos. 

Pasarían algunas horas, no sabría decir si serían las doce de la noche o algo más, cuando los seis dormilones fuimos despertados con gran sobresalto por el ruido de la puerta de calle, que sonó como si la hubieran abierto y cerrado con gran estrépito. Salimos a ver qué pasaba pero no encontramos a nadie, la puerta estaba hermética y hasta con la tranca puesta. Volvimos a nuestro dormitorio a seguir descansando, cuando al poco rato oímos muy claramente el jadeo de una persona mayor que empezaba a subir la escalera y luego se quedaba quieta, como si le faltara el aire; además, por cada escalón que subía se oía como si arrastrara algún objeto pesado ¿Una cadena? I así, con parsimonia, oímos que subía paso a paso, descansando y jadeando, hasta llegar al comienzo del corredor, donde tosió dos veces y acto continuo se encaminó hasta la puerta de nuestro dormitorio, deteniéndose en el dintel, para proseguir al dormitorio de al lado, el último del corredor, entonces sonaron los goznes enmohecidos de la puerta como si alguien la, hubiera abierto y oímos que se cerró enseguida. Demás está decir que permanecíamos sentados en nuestras camas y con los pelos de punta, sin saber qué hacer ni qué decir. Éramos muchachos de no más de diez y seis años, inexpertos en esta clase de experiencias y temerosos a lo desconocido. 

Largas se nos hicieron las horas de la madrugada, que seguimos con nerviosismo por las campanadas del reloj de la catedral y que a nuestros oídos tocaron monocordes y tristes. A las cinco aproximadamente volvió a oírse la puerta del cuarto de al lado, que se abrió y cerró, repitiéndose los ruidos de pasos y jadeos y al final de la escalera se perdieron definitivamente con otro golpe de puerta, quizá más duro que el primero. 

Nos levantamos enseguida, todos malanochados y pasamos a la casa grande a dar las quejas de cada detalle y cómo estaríamos de asustados y cansados por la mala noche, que la pobre terminó por creer la historia del fantasma y hasta nos contó lo siguiente: “Parece – según decires del vecindario – que todas las noches se oían pasos y puertazos en el edificio, pero esto no lo creía ella por ser persona cuerda y de mucho sentido común; sin embargo el último inquilino prácticamente había fugado y lo mismo le ocurrió a dos o tres anteriores, por eso es que la casa siempre permanecía solitaria y obscura. Alguna vez un sacerdote la había rociado con agua bendita pero el remedio resultó insuficiente porque el tal fantasma jadeante seguía visitándola por horas, sin importarle los exorcismos ni los latigazos del buen padrecito, que tampoco quiso regresar porque dizque había sentido la presencia de un hálito de mal en el edificio. A la siguiente noche preferimos dormir en un hotel que para nochecitas bastaba con la primera y llegado el día del regreso volvimos a Guayaquil y olvidamos para siempre tan mala experiencia. 

Años más tarde, Enrique me preguntó como saboreando el asunto ¿Recuerdas el fantasma que jadeaba y arrastraba una cadena? Pues te contaré que había sido cierto el asunto, era el espíritu de un solterón que murió de más de setenta años en el cuarto ubicado al final del corredor del piso alto donde le escuchamos entrar.. Dicho señor tenía una suma de dinero en una cajita de metal, que ocultaba debajo de una tabla, bajo su cama. Él creía que así nadie podía despojarlo de sus monedas de oro, pero una noche murió repentinamente a consecuencia de un vómito de sangre, partiendo al más allá sin revelar su secreto. Pasaron los años, la tía compró la casa pero los inquilinos que tomaba se iban rápidamente,  asustados del fantasma, llevó un sacerdote y nada, hasta que por nuestra experiencia imaginó que la penación del fantasma se debía a alguna razón económica y a los pocos días de nuestro regreso contrató un albañil y empezó a remodelar los cuartos, comenzando por el situado al final del corredor y cual no sería du sorpresa al encontrar una caja de metal con más de cien monedas de oro pequeñitas pero valiosas que repartió con dicho albañil en santas paces, como dicen que hay que hacer cuando se halla un entierro, no sin antes dedicarle misas y rogativas al alma difuntita, que no ha vuelto a molestar ni a aparecer por los contornos. Esa es la historia, si quieres creerla, créela, porque es verdad, terminó Enrique, persona que nunca miente. ¿Uds. qué opinan?