ARTEAGA MARTINETTI LUPERCIO

INVESTIGADOR CIENTIFICO. Nació en Guayaquil el 30 de Octubre de 1901. Hijo legítimo de Rafael Arteaga Arteaga (1867 – 1958) natural de Ipiales en Colombia, que viajaba a Cuenca en lomo de mula y con unos tíos joyeros a comprar metales y elaborar alhajas. De veinte años pasó de Ipiales a Guayaquil, se dedicó al ramo de la construcción como Maestro de Obras y contrajo matrimonio con la limeña Ana Martinetti Ponce, hija del Ing. Pedro Martinetti Trivulsi, de nacionalidad suiza, quien arribó del Perú, contratado para la continuación de las obras de ampliación del Cementerio General de Guayaquil.

Los Arteaga Martinetti fueron doce, siendo Lupercio el sexto, creció bajo la recia disciplina materna en una casa alquilada en las calles Chimborazo y Cuenca. En 1913 ingresó al Vicente Rocafuerte, destacó como excelente alumno y se graduó de Bachiller en 1919. Entonces vivían en la Casa Blanca en Eloy Alfaro y Colombia sin apuros económicos y siguiendo una innata vocación hacia los estudios de Medicina cursó los seis años de esa dura especialidad hasta culminarla en 1927.

Estaba enamorado de la joven Gertrudis Gallegos Martínez y acababa de ser contratado por la “Internacional Petroleum Co.” para trabajar en su campamento de Atravesado cercano a Zapotal donde se realizaban investigaciones geológicas para hallar petróleo. Entonces su profesor de Bacteriología y Parasitología, Dr. José Darío Moral, le sugirió como tema de tesis la investigación de la enfermedad de Chagas en la zona comprendida entre las poblaciones de Zapotal y

Salinas – dentro de la Provincia del Guayas – porque la mayor parte de los moradores vivían en rústicas casas de caña con techos de paja, habitad predilecto de los chinchorros.

Moral tenía en mente descubrir la incidencia de la enfermedad en nuestro medio porque sus colegas los Dres. Alfredo Valenzuela Valverde, Luís Federico Heinert Caamones y Gustavo Adolfo Fassio Pareja habían sospechado varios casos, preferentemente en niños de cortísima edad, pero sin realizar la comprobación del germen. De allí la necesidad de descubrir científicamente la existencia de esta dolencia en el país.

Arteaga empezó sus trabajos contando con el asesoramiento científico del Entomólogo y Profesor Francisco Campos Rivadeneira y la ayuda de los estudiantes de Medicina Julio Álvarez Crespo y Jorge Insua Hilbron. Para la recolección de chinchorros siguió la ruta de los durmientes del ferrocarril a la costa. Visitó poblaciones tan pequeñas como San Vicente, San Pablo, Atravesao. Azúcar, San Pedro, San José de Amén, Villingota, Bajada y Chongón y “hasta adquirir su propio microscopio y otros aditamentos para instalarse en su campamento de trabajo y lograr suficiente experiencia, convino en iniciar la investigación del posible grado de infestación de los triatomas, entregando lotes de chinchorros o chinches, como los llamaban las gentes de aquellos pueblos, recogidos en sus viviendas, a su compañero Alvarez Crespo, quien trabajaba en el laboratorio particular del Profesor Moral, para que examine el contenido intestinal obtenido mediante expresión, primero en examen directo microscópico, diluyendo parte del material en solución salina fisiológica.

La noche del 17 de agosto de 1927 el triatoma No. 117, capturado en la población de Santa Elena, presentó numerosos flagelados con características morfológicas y de tamaño correspondiente al T. Cruzi. Practicando las coloraciones de Wright y Giemsa, las imágenes resultaron convincentes. Consultado el maestro Moral, aprobó el reconocimiento. Ese ejemplar fue devuelto a Arteaga para los demás pasos comprobatorios. Así se cumplió la fase inicial del largo y esforzado trabajo que le quedaba a Arteaga, quien, demostrando una
total dedicación y rápida asimilación de técnicas, completó y demostró por primera vez en nuestro país la presencia de dos casos humanos de Enfermedad de Chagas, en forma realmente brillante.

Como primera conclusión estableció definitivamente que el principal vector del T. Cruzi en Ecuador era el triatoma dimídlata. Examinó 1393 triatomas capturados y completando su investigación dedicó algún tiempo de su trabajo en averiguar posibles reservorios peridomiciliarios de la región, poniendo especial atención en los armadillos y raposas, con resultados negativos. Similar conclusión obtuvo investigando los animales domésticos, de preferencia perros y gatos.

De los casos humanos, el primero se trató de un niño de un año y cinco meses de edad, que presentó un cuadro febril agudo con palpitación cardiaca, procedente de San Pablo, campamento norte de la International Petroleum Co. inoculado un cobayo tierno con una muestra de sangre el animalito murió al noveno día, demostrando numerosos T. Cruzi. El niño falleció y no se pudo practicar la necrosia. El segundo, un niño de cuatro años residente en Azúcar, presentó fiebre intermitente por más de treinta días, que la familia relacionaba con la picadura de chinches. Durante un acceso febril se pudo obtener una muestra de sangre y del examen directo en fresco se observó nítidamente el T. Cruzi.

El material microscópico de la sangre de esos dos pacientes fue presentado a la Sociedad Médico Quirúrgica del Guayas el 13 de marzo de 1928 por el Prof. Moral y salió publicado en el No. 2 del Volumen VIII de los Anales de dicha Sociedad con el título de “investigaciones sobre la existencia de Chagas en la zona del ferrocarril a la Costa”. Finalmente, con dicho trabajo se graduó de Médico el 7 de diciembre de 1929.

“El comentario científico fue de admiración y de unánime aplauso dentro de la severa austeridad del ambiente médico de aquellos días, pero la gran recompensa se la dio él mismo luego de la aprobación de su tesis, pues, exagerando su bulliciosa, juvenil y peculiar alegría, atributo muy personal suyo, inconfundible de su vida estudiantil, abrazó eufóricamente a todos sus compañeros y amigos…”

Ese año contrajo matrimonio en Santa Elena con su novia Gertrudis, luego de siete años de enamoramiento, pues no hubiera sido bien visto que se casara sin el título y tuvieron tres hijos.

En enero de 1930 apareció su fotografía y una breve reseña biográfica en la Revista “Páginas Selectas”. Para entonces, también lo reputaban entomólogo, pues descubrió que el “Paederus Irritaus” era el agente causal de la dermatitis vesiculosa llamada comúnmente fuetazo y localizó dos especies totalmente desconocida de chinchorros o triatomas, que clasificó debidamente su maestro Campos Rivadeneyra. En todos esos hallazgos su paciencia y perseverancia le hacían triunfar y hasta dotó a la metodología química de nuevas formas de investigación en el laboratorio, muy prácticas, por cierto.

En 1934 le contrató la compañía Anglo Ecuadorian Oil Fiel como médico del campamento de “Puerto Nuevo” que después pasó a ser conocido como “Puerto Rico” con S/. 7.000 de sueldo mensual más S/. 1.000 de gastos libres en el Comisariato, que era el mejor del país pues tenia toda clase de alimentos nacionales y extranjeros que se vendían a precio de costo. Además, le subministraron un auto de lujo. Casa amoblada y enseres domésticos, incluyendo hasta la ropa de cama, de suerte que lo único propio era su ropa personal y la de su familia.

En 1936 examinó las aguas termales del balneario de San Vicente. Su informe químico salió tan completo que a pesar de los muchos más que se han practicado después no ha podido ser superado. Arteaga demostró que las aguas termales del volcancito de lodo de San Vicente son excelentes para 1) curar los eczemas y otras afecciones menores de la piel. 2) subministran pronto alivio a casos leves de reumatismo y artritis y 3) por su temperatura caliente sirven para tranquilizar los nervios y combatir el insomnio pues producen un relax general en el organismo. Eso no significa que sean milagrosas como algunos cándidos siguen pensando, pero si medicinales y no las recomiendo a las personas hipertensas.

El 37 fue designado Medico Municipal de Santa Elena. El 38, al crearse el Cantón Salinas, le nombraron Médico

Marítimo de ese puerto, trabajando de preferencia en el puerto de La Libertad, pues allí arribaban casi siempre los barcos de alto calado. Ese año fue delegado por la Sanidad Nacional para atender la salubridad de la península de Santa Elena.

Fue su mejor época, era el médico más reputado de la región y su fama de salubrista se mantenía hasta en Guayaquil, a donde le mandaban a llamar para que diera su docta opinión en Juntas de Médico. En lo personal tenía la mejor casa del Campamento y a sus hijos, sometidos a la misma disciplina que él había soportado, mantenía internos en los mejores colegios del puerto principal.

En 1947 pasó a la “Ecuador Oil Field” para trabajar en el campamento de Cautivo situado al lado de La Libertad. Estaba separado de su esposa, quien realizaba viajes anuales a los Estados Unidos con el fin de tratarse un cáncer al seno que se le había declarado meses atrás y de lo que murió en 1.950 por metástasis indolora a los huesos.

En esta época en Cautivo solía frecuentar la botica Holst de Josué Robles donde recetaba a los enfermos. Un día enfermó de tifoidea la joven Estela Robles Pombar, hija de su amigo Josué, a quien ayudó a curar, naciendo el amor y cuatro hijos, habiendo nacido muerto el primero por mala atención de una comadrona en Guayaquil, lo cual era enteramente normal por entonces.

Sus investigaciones proseguían en forma sistemática y ordenada. Poseía un pequeño Laboratorio con jaulas llenas de cobayos y mantenía libretas de anotaciones clasificadas en perfecto orden.

El 55 la “Ecuador Oil Fiel” traspasó su concesión a la “Manabí Exploration Co-” también de ingleses, pero ésta última cedió sus derechos seis meses después a la “Tennesse del Ecuador Co.” empresa norteamericana que tenía por abogado a un Ministro de Estado. Enseguida comenzaron los despidos masivos de trabajadores, entregándoles únicamente un mes de sueldo como toda gratificación y si protestaban, ni siquiera eso. La policía mantenía al campamento constantemente en estado de sitio para impedir cualquier levantamiento
obrero. El III velasquismo fue muy duro con los trabajadores ecuatorianos.

Así las cosas, al tomar sus vacaciones anuales quiso dejar de reemplazo al Dr. Luis Béjar Sánchez como siempre había sucedido, pero no se lo permitieron. De regreso se encontró despedido, otro médico con menor sueldo ocupaba su lugar y de su Laboratorio habían desaparecido los libros de Medicina, sus efectos personales, las numerosas libretas donde había anotado con gran paciencia todos sus descubrimientos, fruto de más de veinte años de estudios y sus trabajos relacionados con la Medicina Tropical de la región.

Entonces demandó en juicio laboral a la empresa y se trasladó a La Libertad donde instaló un Centro Médico cerca del Mercado, con quirófano Sala de Maternidad y Consultorios que alquilaba a médicos amigos. En los bajos inauguró la Botica Arteaga que pronto se llenó de clientela pues era ampliamente conocido dada su ciencia. Casi nunca cobraba y jamás negaba sus servicios profesionales a nadie, ni de día ni de noche. En los tratamientos largos solía cobrar únicamente dos consultas, la primera y la última, las demás eran gratuitas. En enero del 57 casó en segundas nupcias con la obstetriz Violeta Ruiz García, quien le acompañaba en los partos.

El 13 de enero de 1958, en circunstancias en que regresaba a Guayaquil en compañía de dos familiares, el automóvil en que viajaban patinó a la altura del km. 9 frente al Country Club antiguo, se abrió la portezuela anterior derecha y salió despedido, con tan mala suerte que la llanta posterior derecha le pasó por encima del tórax. Conducido de urgencia a la Clínica Crespo, agonizó tres horas y falleció antes del mediodía. En la autopsia que se le practicó apareció como causa de su muerte la destrucción de ambos pulmones a causa de las costillas rotas.

Alto, 1,81 mts. grueso, piel canela clara, pelo rizado y negro, ojos pardos (entre café y verdosos) de buen carácter, efusivo y cordial. Generoso con todos, nunca asistía a una visita social sin llevar algo en las manos. Poco ahorrador, regalaba a clientes y amigos su trabajo, su esfuerzo y hasta las medicinas que recetaba. Investigador incansable, en sus ratos

de expansión jugaba al bridge en el club del Campamento con los ingleses, que siempre le estimaron y trataron como igual, lo que no sucedía con el resto de los trabajadores pues hablando muy bien el inglés.

Tenía oído para auscultar a los pacientes y casi nunca se equivocaba en sus dictámenes. Le atraían las cosas dulces al paladar. Dejó excelentes anécdotas. Sus amigos aún le recuerdan cariñosamente porque siempre fue un personaje afectuoso, de reacciones primarias, llenas de bondad.