En mi niñez las mades y las abuelitas se dedicaban a enseñar a leer y a escribir a los niños de la casa y otras a tocar el piena. Mi abuela Teresa Concha un día fue a la tienda de Carlín Frugone y adquirió una caja de cuadraditos de madera – tucos les decían – en Colón entre Chile y Chimborazo, que en sus lados contenían, letras, números, figuritas a colores de Walt Disney. I como quien no hacía nada por las mañanas me conducía con santa paciencia a la mesa de la sala para que armara junto a ella las figuritas, los números y las palabras. Era como un rompecabezas y fue así como aprendí a leer y a sumar, por eso cuando me llevaron a la prepartoria mixta del Colegio María Auxiliadora. las madres salesianas se encantaron creyéndome un sabio, pero en cambio resulté el más ytaboesp y hablantín. Siempre me ha desesperado el silencio, las tardes sombrías y ciertos sonidos, como el de las campanas, me entristece.
Cuando los varones nos portábamos traviesos eramos condenados a sentarnos del lado de las niñas y llorábamos de la vergüenza, pero cuando ellas eran castigadas y psasban a sentar entre los niños, las muy coquetas venían a tomar puesto muertas de la risa y por demás encantadas.
La hermana sor Teresa, alta, italiana, flaca, de prominente nariz y grandísimos lentes de carey, retirada y anciana, solía visitar las clases para aconsejar con dulzura. Primero se dirigía donde las chicas y preguntaba ¿Quiénes quieren hacerse madrecitas? Como la muy cazurra portaba a la vista una gran funda de caramelos obsequiados por su amigo el Dr. Vicente Norero de Lucca, dueño de la fábrica La Universal y paisano de toda confianza con las madres salecianas, las chicas alzaban las manos y recibían sus ricos caramelos. Entonces, dirigiéndose a los varones repetía la pregunta ¿Quiénes quieren hacerse padrecitos? I ni bobos que fueramos, todos alzábamos la mano y recibíamos los nuestros. Así sucedió cinco o seis veces hasta que, a la séptima ocasión, cuando preguntó a los varones todos alzaron sus manos menos yo. Asustadísima sor Teresa se me acercó y con gran curiosidad me preguntó ¿Hijito, porqué no quieres hacerte padrecito? I yo, muy serio, señalándole la funda le respondí Porque esos caramelos no me gustan. Las risas fueron grandes en la clase, sobre todo en ella, pues recién había caído en cuenta que había llevado caramelos ácidos de limón, impropios para el paladar de un dulcero.
Cada fin de curso en enero se organizaba una sesión solemne con asistencia de los padres de familia, autoridades y amigos del plantel y al final se brindaba una copa de vino. Nuestra madre profesora organizó con antelación una marcha de soldaditos para los varones (posiblemente porque aun estaba fresca la invasión peruana) y bailes y canciones para las chicas. Cada niño debía llevar su escopeta de juguete de las que hacen ruido sl disparar, pues al final había que soltar un tiro y con esa bulla concluía el acto. Mi tía abuela y madrina Victoria Concha de Valdés me había obsequiado una bazuca que funcionaba con aire comprimido y disparaba pelotas de pin pon anaranjadas así es que decidí estrenar tan hermoso obsequio. Al enseñárselo a mi profesora, la pobrecita se encantó sin imaginar siquieras lo que pudiera pasar. Comenzó el acto de las chicas y los muchachos esperábamos tras el telón cuando por un resquicio me fije en un caballero anciano y corpulento, de saco blanco, pantalón azul marino, calvo como bola de billar, y sentado en primra fila, pero lo que más me imprsionó fue su gran barba blanca que le daba un porte muy distinguido. Perfecto para mi disparo, pensé entre mi. Con los años supe que se trataba del Dr. Darío Rogelio Astudillo Morales, Ministro Juez y ex Presidente de la Corte Superior y nada menos que hermano de monseñor Adolfo Maía Astudillo, propuesto para Vicario Apostólico de la recién creada diócesis de Los Rios. Más no se podía pedir, por eso lo habían colocado las monjas en primera fila. Terminados los bailes y cantos nos tocó desfilar marcialmente, dimos dos vueltas por el escenario, apuntamos al público y zás, sonaron los disparos, pero de mi bazuca salió un pelotazo que justo fue a dar en el pecho de nuestro personaje, que por la sorpresa se fue aparatosamene hacia atrás con silla y todo, arrastrando al suelo con los brazos abiertos a dos señoras vecinas y gordotas como él. El pobre se paró como pudo y muy ceremoniosamente las ayudó a levantar mientras la concurrencia repuesta de la primera impresión, festejaba el fusilamiento a carcajadas, todos menos mi profesora que no sabía donde meterse ni qué hacer. Al año siguiente, las monjas de María Auxiliadora no aceptaron niños en preparatoria.
CAMARONES EN LECHE. En el Colegio No podíamos adquirir golosinas ni refrescos el el bar ni portar nada comestible en nuestras maletitas de cuero que entonces no se conocían de plástico, pero si teíamos fatiga (hambre) en mitad de la mañana sabíamos que en la cocina del segundo piso nos atendía la hermana cocinera con una copita de leche con nata. Lamentablemente tal alimento no nos llamaba la atención y admito que jamás vi a ninguno de nosotros solicitando la famosa copita porque sentíamos asco de la nata y por cuanto nuestros padres nos habían prohibido beber leche fuera de la casa debido a una noticia bomba que salió en los periódicos. Resulta que, en el interior de un frasco de leche, de los que se vendían al público en la planta Stasanizadora municipal frente a la Vieja Casona Univesitaria, habían encontrado una larva grandecita de camarón. Llamado a declarar en la Intendencia, el director de la planta confesó muy suelto de huesos y ante los micrófonos de las radiosla que nadie debía preocuparse, que el asunto era de fácil explicación, ya que algún canoero mañoso al pasar la ría viniendo de las vaquerías desde la isla Santay había bautizado la leche recogiendo con mate agua limpia y pura del rio, y si el producto tuviera algún bacilo de tifoidea, éste moría al someterse a la stassanización. El asunto se prestó a varios días de contínuos dimes y diretes, pero de todos modos la leche municipal quedó desprestigiada.