417. Personajes Folklóricos

OLLITA CAGADA. Transitaba por los barios céntricos de Guayaquil un vendedor de ollas de barro fabricadas en Samborondón, de las que se utilizaban para cocinar, y cuando los muchachos le gritaban Ollita Cagada, reaccionaba enfurecido arrojando piedras. Entonces todo eran risas y corrinches. Aclaro que por esos días las ollas de barro también servían en los suburbios como bacenillas y podía darse el cso que las reciclaran y vendieran como nuevas para uso culinario.

MARIA SIN TRIPAS.  Gordísima, de allí el apodo, tocaba maravillosamente la marimba de palo de balsa que siempre la acompañaba.  En cualquier esquina y sentada en el suelo ofrecía mini conciertos que el público sabía aplaudir entusiasmado, recibiendo varias pesetas en pago.

PANCHA LOCA. Retrasadita, gorda, descalza, mugrosa y desdentada, vivía riéndose. Su peligrosidad consistía en dar besos y abrazos a tutti. Los muchachos la llamaban aparte y le decían: Toma esta peseta y anda a darle un beso con abrazo a ese señor de la esquina, a la par que le señalaban a un caballero elegantísimo que de punta en blanco esperaba el paso del tranvía. Pancha loca tomaba su moneda y se iba a ensuciar el terno del desafortunado, llenándole de besos y abrazos ante las miradad burlonas de los presentes. La gente reía y el afectado regresaba a su casa bañarse y cambiar de terno.

TINNI GRIFFIN. Artista norteamericana considerada la mujer más gorda del mundo, arribó a Guayaquil formando parte en la trouppé de un circo ayá por 1.929, se presentó en los cines y no hubo báscula que pudiera soportar su peso de quinientas libras cuando menos. Tras varias exhibiciones siguió viaje dejando el recuerdo de su extremada gordura y de reemplazo a una paisana nuestra, que nada tenía que ver con ella, a no ser por su enorme peso. Nuestra Tinni Griffin criolla salía a pasear a pié por las calles ayudada con un bastón, los carros de alquiler no querían o no podían transportarla. Vivió largo y murió de todo menos del corazón. La gente se la quedaba viendo como si fuera un fenómeno, pero ella lo aceptaba del mejor de los modos porque sabía que era en razón de su sonrepeso excesivo que no podía disimular, en otras palabras, no se acomplejaba.

CARROZA DE PRIMERA.  Damita de la sociedad que vestía “raro” es decir, a la usanza de la Belle époque de Paris (alrededor de 1900) o sea con cincuenta años de atraso.  Como era acomodada sus vestidos estaban confeccionados de fina organza siempre blanca, adornada con delicados encajes de Bruselas. Muy seria, limpia, educadísima, la falda casi le llegaba a los tobillos, y las mangas a los codos. Sus medias también eran de seda blanca y los zapatos – ni modo – del mismo color. La gente decía que en eso de desmodada se parecía mucho a las hermanas Carrera Sánchez – Bruno, a quienes también les daba por vestir a la antigua aunque no tanto y a las Febres Cordero Lavayen que no salían de casa sin ponerse una arroba de polvos de arroz en los rostros para ser como las japonesas, pero el arreglo facial de la Carroza de Primera no tenía reprise. Blanquísima no solo por raza sino también por los polvos y el albayalde, rubia natural con bucles dorados que le chorreaban abundantes por la frente, los ojos azules muy lindos pero decorados en exceso con rimmel negro, pómulos y labios rojísimos color llamarada. Su caminar despacioso con elegante gallardía y una sombrilla blanca y de encajes para protegerse del sol que no de la lluvia. Según decires nunca cambió su moda porque a la muerte accidental de un novio con el que iba a casarse quedó algo perturbada, como pasmada en el tiempo, por eso la miraban con respetuosa tristeza y hasta se la tenía por heroína romántica, aunque no faltaban muchachos malcriados que se burlaban a sus espaldas. Para mantenerse vendía joyas finas que portaba en el interior de una carterita de plata forrada de seda celeste, igual en todo a las que se usaba en la Opera antes de la Gran Guerra. Diariamente visitaba los domicilios de familias conocidas donde siempre era bien recibida. Amiga de la infancia de mi abuela Angelina, habían sido compañeritas en el colegio de los Sagrados Corazones que se quemó en el segundo día del Incendio Grande de 1.896, debió morir viejecita pues un día ya no se la volvió a ver.