ARRIAGA JESUS

HUMANISTA. Nació en la parroquia Asunción, Cantón Girón – valle de Yunguilla – y fue bautizado en Cuenca el 28 de Febrero de 1856 con el nombre de Manuel de Jesús, como hijo expósito de raza indígena dejado a las puertas de Pedro Arriaga y de su esposa Jacoba Hinostroza, que no tenían hijos, quienes se complacieron con darle el nombre de Jesús y todas las comodidades en su casa grande de hacienda en esas tierras calientes de aguardiente y cañadulzales del Azuay. Con el tiempo, cuando se hizo famoso, se rumoró en Cuenca que era hijo de una matrona de alcurnia, que no quiso criarlo para evitar el escándalo, pues su amante había sido un indio lojano.

Pasó su infancia en el campo, jinete incansable con la mirada traviesa del niño precoz y cuando estuvo en la edad de estudiar entró al Colegio Seminario que regentaban los padres jesuitas, donde permaneció con excelentes notas hasta graduarse de bachiller en Filosofía el año de 1876. Entonces entró al Seminario, fue compañero de José Peralta y en un arranque de vehemencia, llevados por arrestos juveniles, escribieron con su sangre promesas y votos para colocar en los altares de la Iglesia de la Compañía de Jesús. En 1880 fue Presbítero. El 82 recibió las Sagradas Ordenes y el 84 se unió al grupo de Julio Matovelle, Froilán Pozo, Nicanor Corral y otros más para fundar la Congregación de Sacerdotes del Sagrado Corazón (Oblatos)

En 1891 fue enviado en calidad de Vicario Foráneo a las obras misionales de Paute y Azogues y trabajó incansablemente por espacio de siete años, desempeñando desde 1 894 el rectorado del Colegio Nacional San Francisco en Azoguez.

Ya era un lingüista aficionado que leía todo lo que caía en sus manos adentrándose en el análisis de la Fonética y Morfologías, también le gustaba la Historia y la Arqueología por su amistad con el Presbítero Federico González Suárez, quien le aconsejó leer a los Cronistas de Indias. De esa época existe un variado y nutrido epistolario.

En 1898 publicó una Novena al Santo Niño de Praga, lectura pía y anodina por intrascendente. Ese año comenzó a dictar clases de idiomas extranjeros en el Colegio Seminario de Cuenca con notable acierto y pulcritud; era exigente, cumplidor y dominaba el inglés, francés, italiano y latín, en cambio tenía dificultad para expresarse en público dado su carácter retraído y más bien tímido que le predisponía solo para las pequeñas reuniones privadas. Por eso nunca gozó de fama de orador.

En cuanto a sus relaciones con Matovelle, cuyo carácter chocaba con el de Arriaga, se fueron haciendo cada vez más tensas hasta que éste último terminó por abandonar la Congregación, convirtiéndose en Cura suelto. Entonces vivió en Lima algunos años hasta 1908, dedicado por entero a útiles paseos y lecturas. Arriaga era adinerado y los Oblatos le exigieron que entregue su capital como habían hecho anteriormente con la señorita Florencia Astudillo, considerada la dama más pudiente del Azuay.

Nuevamente en Cuenca colaboró en el periódico “La Alianza Obrera” y desde 1909 dirigió por mandato del nuevo Obispo, Manuel Maria Pólit Lazo, la “Revista Católica”. Seleccionaba cuidadosamente el material, lo sometía a crítica y bajo el rubro de “Estudios Bíblicos” comenzaron a aparecer en dicha publicación unos valiosos resúmenes evangélicos suyos, adecuados al pueblo y a la inquietud profana. Eran como editoriales que consultaban el fondo y guardaban la pulcritud de la forma.

Su amigo Pólit lo llevó de Profesor al Seminario Mayor y le tomó tanta confianza que Arriaga pasó a ser su Consejero por su probada moral, juicio puro, palabra abierta, conciencia meridiana y ambos pasaban largas horas en útiles pláticas porque según decía Pólit: Arriaga era un santo y un sabio de verdad, criterio compartido por muchos en el Azuay. En 1910 el poeta Ernesto A. Castro le dedicó el soneto “Consuelo Inefable” en la revista “La Unión Literaria”.

En 1915 tradujo del latín el opúsculo del Deán de la Catedral de Ibarra. Dr. Francisco Aurelio Recalde, titulado “Datos biográficos sobre el Ilmo. y Rvmo. Alberto M. Ordóñez Crespo, VI Obispo de Ibarra.” Ese año fue socio del Centro de Estudios Históricos y Geográficos del Azuay contribuyendo a fijar la ubicación de la antigua ciudad de Tomebamba de los Cañaris y de los Incas con Octavio Cordero Palacios hasta que llegó del Perú el afamado arqueólogo alemán Max Uhle y halló los cimientos, comprobándose el acierto.

Se le tenía por uno de los sacerdotes más doctos de su tiempo y de tan suave carácter que no contraía roces con nadie. Su casa, siempre abierta a todos en la Calle Larga era un idilico retiro donde se complacía con sus perrillos caseros, las avecillas resignadas a la prisión de la jaula, la tortuga que gustaba de la quietud que no logra el hombre. Con esa familia franciscana y unas servidoras campesinas de humilde extracción, le eran llevaderas las amarguras del vivir, el dolor de pensar y sus penitencias que jamás olvidó. Por eso se decía que su vida era como de reclusión pues salía poco a la calle.

Dedicaba casi todo su tiempo en la huerta o con sus libros en ese como mirador sobre el río Tomebamba y el ejido de la hoy Avenida Solano. También tenía sus horas de oración y de quien sabe qué edificantes meditaciones en sus últimas Capellanías y en sus misas conventuales y quienes querían encontrarle iban en su búsqueda a un recodo del huerto, por el consejo sano, la amonestación austera pero dicha con sencilla afabilidad, o por algún dato de importancia, que el sabio en distintos tópicos del conocimiento humano no escatimaba en su conversación, pues instruía y clarificaba, proporcionando normas sin jactancia ni actitudes disciplicentes. ¡Tal su hermoso carácter!

En 1917 se motivó por la polémica suscitada entre Jacinto Jijón y Caamaño y varios defensores del padre Juan de Velasco, S. J. sobre su “Historia del Reino de Quito” y publicó “¿En dónde fue Tomebamba?” El 18, en la Revista Católica sacó varios artículos largos “Prospecto”, “El Coderi Canonici”, “Crónica Religiosa”, “Los Sinópticos.”

El 19 apareció “Bodas de Canaá. La V. Sor María de Jesús de Agreda” y “El fenómeno geológico de Santa Rosa.” El 21 “Prefiero ser tu Cañari”, unas “Respetuosas anotaciones al estudio sobre los Cañaris por Federico González Suárez” y “Para la Historia y los Monumentos Nacionales,” trabajos menores que sin embargo derrotan erudición.

En 1920 editó una obra mayor “Apuntes de Arqueología” que ha visto una reedición en 1944 en los Anales de la Universidad de Cuenca, con explicaciones marginales de Gabriel Cevallos García, en 113 págs y centra sus explicaciones en toponimias etimologías de lugares, explica la campaña militar de Atahualpa, la fortaleza de Puma-Pungo probable palacio donde naciera Huayna Cápac y como apéndice dio a conocer un “Contador Cañari”, especie de maquinilla utilizada antes de la llegada de los españoles para hacer números y operaciones. Arriaga puntualizó que el primer encuentro armado entre las huestes de Atahualpa y Huáscar fue al pie del río que hasta nuestros días se conoce con el nombre de Julián Matadero.

En 1922 ayudó a la reedición de la arqueología Cañari, de González Suárez, edición del Centro de Estudios Históricos y geográficos del Azuay con notas de Carlos Manuel Larrea y Jesús Arriaga.

En 1924 dio a la luz en la Imprenta del Clero “Concisiones Rectorales” en 30 págs. para contrarrestar las conferencias que sobre el dogma, el racionalismo y el teosofismo, dictaba a los estudiantes de la Universidad de Cuenca su rector José Peralta, antiguo compañero suyo en el Colegio, como ya se vio.

Esta réplica amable terminaba asegurando que su condiscípulo había de morir como un justo y que lo demás eran cosas de disidentes que no habían podido sustraerse al tono del siglo.

Con un carácter así no debe sorprender que no tuviera enemigos ni malquerientes y por el contrario fuera rico en amigos y en numerosísimos discípulos; aunque, cosa rara, no por
ello dejó de ser siempre un amante de la soledad y un autodidacta que publicaba poco por su costumbre de realizar anualmente un inventario de sus manuscritos, que invariablemente echaba al fuego o entregaba al olvido pensando que eran de poca monta; por eso había que arrancarle sus páginas de Comentarios,Traducciones, Arqueología e Historia.

Falleció en Cuenca el 13 de abril de 1932, de setenta y seis años de edad. La Oración Fúnebre corrió a cargo de su amigo, el también literato, Nicanor Aguilar, que la pronunció ante selecta concurrencia en la antigua Catedral, el 15 de ese mes, día de su entierro.

Su casa fue vendida perdiendo todo el esmero y el cuidado con que la había mantenido su antiguo dueño. La Biblioteca pasó al Seminario manejado por los jesuitas. En 1944 apareció un trabajo suyo sobre Federico González Suárez en la Revista del Centro de Estudios Históricos y Geográficos del Azuay.

En lo físico era alto y de buen ver, bastante trigueño, delgado, con una sonrisa a flor de labios, pelo entrecano y los ojos negros y pequeño, la tez lampiña y facciones finas, aunque la nariz pronunciada y caída anunciando su ancestro paterno nativo.