499. Las Damas y Sus Productos De Belleza

Las damas se lavaban el rostro con la llamada La leche virginal compuesto de tintura de benjuí y agua de rosas, siendo lo único “decente” que podían usar en el rostro, pues la juventud les daba una belleza natural según decíase, algunas también se ponían polvos de arroz mezclados con aceite de coco que les aclaraba la piel y hasta servía de delicado exfoliante. De antigua data eran los polvos de colores que llegaban de Cádiz impregnados en unas láminas de cartón que se vendían con gran demanda en la botica del Convento de los padres Juandedianos en las calles de la Orilla y del Hospital (actuales Malecón y Aguirre) Los colores verde plomo y azul se usaban como sombras para resaltar los ojos y el rojo era aplicado en los pómulos y labios.

Cierta noche a fines de 1.809 el Coronel Manuel Arredondo visitó a su amiga Ignacita Noboa Arteta tomándola desprevenida y sin arreglos. Rápido ordenó ella a una doméstica que le pase los cartones de Cádiz y como la luz de la vela era tenue, se puso por equivocación rojo en los ojos y verde en el rostro y salió a la sala hecha un adefesio.  Arredondo no hizo comentario alguno y tras conversar una hora se despidió como de costumbre con mucha ceremonia. Minutos más tarde, la doméstica le hizo caer en cuenta que parecía una payasa. Ignacita reflexionó un momento y exclamó “Este Arredondo me conviene porque es un caballero, con él me caso”. I hubo boda, pero el matrimonio no tuvo descendencia.

En el siglo XX las damas se complicaron con abundantes cremas y afeites para el rostro. La culpable fue Elizabeth Arden inventora de la famosa crema para humectar el rostro. De allí en adelante surgieron las cremas limpiadoras, las exfoliadoras, las sombras, los polvos base y una larga retahíla de productos de belleza para la mujer moderna. Helena Rubinstein le hizo la competencia. Ya tenían las damitas modernas de melenitas cortas para escoger en Guayaquil.

Para 1.940 las guayaquileñas de ingresos económicos medios adquirían los “olores” nacionales que el Ingeniero Alejandro  Bueno  Pinto fabricaba en su perfumería “Las Delicias” en Pedro Carbo y Colón, bajos de la casa de Francisco Illescas Barreiro, a base de las esencias de las casas  Schimmel de Leipzig en Alemania y Dupont de Nemour en Wilmington, Estados Unidos, que importadas al mayoreo en frascos de a litro mezclaba con alcohol y que exhibían en sus vitrinas las peluquerías de postín tales como Pesantes, Pazmiño, Domínguez, Haydee, “donde las señoras salían oliendo a Agua Florida y los caballeros a Bayrum” (Del Tiempo de la Yapa por Jenny Estrada) Las colonias  preparadas en “Las Delicias” olían a tacón, a bergamota, a flores de lima, a aromas del campo, al jazmín de Arabia, al Agua Mil Flores patentada en 1.854 por monsieur Montpelas, pero  el Soir de Paris en frasco morado y  el Narciso llegaban de Francia.

Las señoras pudientes preferían las esencias suaves de Balmain, de Burjois, de Pinaut, de Guerlain. Después llegaron perfumes diferentes  como Chanel No. 5, Bijoux, Avientod, Avión de Carón, Flores de Requel, Diorísimo y empezaron los de contrabando desde la zona franca del canal de Panamá en las mismas lanchas que traían las pacas de cigarrillos americanos (Camel, Lucky Strike) Nuevas marcas y perfumes como  Shalimar de Guerlain, Joy de Jean Patou,  Poison de Christian Dior,  Opium de Ives Saint Lorent,  L´Air du Temps de Nina Ricci,  Euphoria, y Beauty de Calvin Klein, Classique de Jean Paul Gautier, Ma Vie de Hugo Boss,  Splendor, y Fifh Avenue de Elizabeth Arden, Lady Million de Paco Rabanne son de última data.. Muchos perfumes entraban por las caletas a los almacenes de chinos en La Libertad. En los años 50 al 60 las señoras que pasaban el invierno en Salinas realizaban verdaderos turs de compras atraídas por estos productos, que en los años 40 se podían encontrar en el campamento de los gringos de Ancón donde los turistas también se regodeaban con caramelos, bombones y galletas extranjeras.

Las damiselas de calle adentro, en cambio, eran las únicas que se atrevían a usar los olores calificados de fuertes, aunque fueran finos y de procedencia extranjera como Noche Silenciosa de Jean Patou y sobre todo el famosísimo Tabú creado en 1931 París por la Casa Dana, que solo se comercializaban en los bazares de la calle Pichincha, de olor tan penetrante que se aspiraba a dos metros a la redonda, no eran baratos pero la gente pensaba que incitaban al pecado. Chipre y Canoé, otros perfumes fuertes de Dana, no pegaron justamente por eso.

En la década de 1.950 el ingeniero Bueno amplió su laboratorio de esencias a un local propio y más amplio en Diez de Agosto y Quito frente a la plaza la Victoria, para elaborar  propias creaciones importando directamente de las casas Giovandan y Luzzi  de Zurich en Suiza los fijadores sintéticos y las esencias básicas no terminadas o aceites  esenciales, que se utilizan  para los perfumes, arte más que ciencia pues todos llevan más de un componente, que se debe mezclar en la justa proporción para obtener buenos resultados.

 Él explicaba que cada perfume consta de un cuerpo que es la parte masiva que se percibe por largo tiempo, de una nota de salida dada por un aldehído fugaz y se siente solo al instante que se destapa el frasco y por una nota de fondo dada por los fijadores y que dura breves momentos, bien entendido que las esencias se dividen por su origen en 1) Frutales, las más populares el limón, la mandarina y la naranja 2) Florales, la rosa, el jazmín, la violeta, el aromo, la tuberosa 3) Herbáceas, la lavanda, la citronela, la yerbaluisa, la menta, el orégano y la albahaca 4) Condimentosas,  la canela, el anís, el clavo de olor. 5) Balsámicas, el bálsamo, el palosanto, el cedro, el pino, el eucalipto 6) Animales, el ámbar, el almizcle, la civeta 7) Intemedias, las resultantes de las diferentes mezclas de dos o más esencias.

En cuanto a jabones se adquiría el Neco, el de Rosas de coloración rosada y muy fuerte, el Hiel de Vaca, el Para Mi, pero las personas de mejor economía se esmeraban en adquirir el Lavanda de Yardley, el Heno de Pravia, el de Reuter, el popular Palmolive y el Camay que hizo sensación en su tiempo porque hacía bien al cutis por suave y humectante debido a su baja concentración de lejía y por las célebre novela Camay que se pasaba a las ocho de la noche en la radio. Después han aparecido diversos jabones antibacteriales que sirven para matar los gérmenes y hoy son de uso común. Con los adelantos de la modernidad ha surgido la tendencia que los clubes, casas comerciales, etc. manden a fabricar sus jabones y perfumes con su logotipo y/o marca.