MILITAR. Nació en Barcelona el 2 de Febrero de 1774, su padre Manuel Antonio de Arredondo Pelegrín era hermano entero del Teniente General Nicolás de Arredondo Pelegrín quien desempeñaría las altas funciones de Virrey del Río de la Plata, su madre legítima llamó Josefa Mioño y Bustamante, natural de Lima.
De cortos años ingresó como Cadete de Guardia españolas, el 93 participó en la guerra del Rosellón contra los franceses y en 1801 en la de Portugal. En 1796 había sido nombrado Caballero de la Orden de Calatrava y en 1805 pasó a las Indias. Al año siguiente fue designado Capitán del Castillo de San Rafael en el fuerte del Callao. En 1806 fue Capitán de Alabarderos de la Guardia personal del Virrey Abascal en Lima.
Producida la invasión de las tropas napoleónicas y la instauración del gobierno francés de José I Bonaparte, se insurreccionó el pueblo de Madrid el 2 de mayo de 1808, iniciándose la guerra de independencia de ese país.
Mientras tanto en América se producían varios movimientos insurgentes. A finales de agosto de 1809 recibió la comisión del Virrey José de Abascal, de partir inmediatamente a Guayaquil con cuatrocientos hombres entre veteranos e infantes de milicia, piezas de artillería y parque suficiente, para develar la revolución de Quito del 10 de agosto anterior.
Conocida en Quito la noticia y sabiendo que también se había dispuesto que numerosas fuerzas de Bogotá emprendieran la marcha sobre Quito, el 21 de Octubre de 1809 se produjo a través de Juan José Guerrero, nuevo Presidente de la Junta, una subordinación a la Junta Suprema de Sevilla, desvaneciéndose la autonomía del gobierno quiteño y el día 28 quedó repuesto en la presidencia de la Audiencia el Conde Ruiz de Castilla, a condición que no se tomarían acciones contra la vida y libertad de quienes habían actuado y se conservarían separados de sus cargos a las autoridades realistas anteriores al golpe del 10 de Agosto.
Al conocerse el arreglo, las tropas limeñas partieron el 3 de noviembre a la sierra. Arredondo arribó a Latacunga el día 1 8 y fue autorizado a entrar en Quito el 25, dándose cuenta de la debilidad de carácter del anciano Conde, sobre quien empezó a ejercer una marcada influencia, manteniéndole prácticamente en su poder con la ayuda del Fiscal de la Audiencia Tomás de Aréchaga hasta que el 4 de diciembre lograron la orden de prisión contra los principales comprometidos, faltando a la palabra de honor empeñada. Ese día fue encerrado en el Convento de la Merced el Abogado Manuel Rodríguez de Quiroga y en el Cuartel Real de Lima el Coronel Juan Salinas, después seguirían José Ascázubi, Pedro Montúfar, Juan Pablo Arenas, Juan Larrea, Juan de Dios Morales, los Presbíteros Riofrío y Correa, etc. hasta completar un total de ochenta y cuatro personas, todas de viso y distinción.
Iniciado un inicuo juicio y llamados a declarar numerosos vecinos, durante varios meses continuaron las prisiones. Nadie tenía asegurada su libertad pues cualquiera podía ser incomunicado. El 21 de abril de 1810 escapó Pedro Montúfar, hermano de Juan Pío Montúfar y se conoció días después que Joaquín Molina había sido designado nuevo Presidente de la Audiencia, en reemplazo de Ruiz de Castilla, lo cual agradó a la población pues el valetudinario Conde era aborrecido. El 4 de junio se supo que la Junta Suprema de la Regencia, con asiento en Sevilla, había comisionado a Carlos Montúfar para Visitador de Quito y que éste había emprendido el viaje.
Mientras tanto Arredondo, Fuertes y Aréchaga, deseosos de hacer méritos para conseguir ascensos burocráticos y a pesar de la presión que venían ejerciendo sobre Ruíz de Castilla, se sorprendieron cuando este dispuso el envío del voluminoso proceso a Bogotá con el Dr. Víctor Félix de San Miguel, mientras en Quito se tejían los más tendenciosos rumores y aventurados comentarios. Las tropas estaban repartidas en tres Cuarteles. La limeña y la bogotana eran vecinas, pues habitaban dos Cuarteles contiguos, separados únicamente por una pared medianera. En la esquina del Carmen Bajo estaba la prisión. El 7 de Julio se produjo una asonada popular sin consecuenca, pero desde entonces aumentó la incertidumbre sobre lo que podría pasar. El Conde – se decía – había ordenado victimar a los presos al menor indicio de otra insurrección. Las autoridades españolas desconfiaban de todos y veían con temor el próximo arribo de Carlos Montúfar por ser americano de nacimiento, de suerte que el ambiente se presentaba propicio para cualquier crimen. Arredondo, presumido de su condición de sobrino del Virrey del río de la Plata y Regente de la Audiencia de Lima, se sentía intocable y como tal no disminuía la dureza del encierro de los próceres, que gemían con grillos y en lóbregos calabozos.
El 2 de agosto, en horas de la mañana, algunos hombres del pueblo que se habían comprometido a liberar a los presos, comenzaron a merodear por la plaza central. A la hora del almuerzo cuatro de ellos embistieron las puertas de la prisión ubicada en la esquina del Carmen Bajo portando únicamente puñales, dominaron rápidamente a los seis guardias de servicio, y vestidos con los uniformes de la soldadesca salieron a ayudar a los demás conjurados, repasando la plaza central, a vista y paciencia de unos pocos soldados del Real de Lima, que iban y venían sin saber qué hacer.
Otros comprometidos habían penetrado al Cuartel Real de Lima, sembrando el pánico entre los soldados dispersos en los corredores y el patio de la planta baja. En eso acertó a salir el Capitán Nicolás Galup, que se hallaba en la parte alta, dando gritos de fuego contra los presos, pero fue atravesado por una bayoneta y quedó muerto. Entonces se empezaron a forzar las cerraduras de los calabozos de la planta baja y pudieron escapar el presbítero Antonio Castelo y Manuel Angulo y cuando iban a liberar a Vicente Melo, el Comandante Gregorio Angulo ordenó a la tropa auxiliar de Santa Fe, que estaba en el Cuartel de al lado, que abriera un boquete a punta de cañón, a fin de ayudar a los compañeros del Regimiento de infantería Real de Lima. Algunos presos que no estaban encerrados o impedidos por los grillos lograron escapar a último momento. Otros como Mideros y Godoy, al intentar la fuga fueron muertos. Alban aunque mal herido, logró también escapar.
Ya las tropas de Santa Fe habían comenzado a cerrar las puertas para evitar que el pueblo entrara y el patriota José Jerez, que encabezaba a un grupo de hombres del pueblo, se trabó en desigual combate con los soldados, que eran ayudados desde las ventanas del Cuartel por sus compañeros. Poco duró tan valiente refriega y terminados los asaltantes, entraron los soldados a los calabozos a dar muerte a los presos. Salinas, moribundo por causas naturales, fue sacrificado en su cama. Aguilera había estado durmiendo la siesta. Baleados y despedazados con hachas y sables fueron Juan Pablo Arenas, José Luis Riofrío, Juan Larrea Guerrero, Atanasio Olea y muchos más.
Una esclava de raza negra propiedad de Quiroga, que había concurrido acompañando a las dos hijas del Prócer, fue victimada a sablazos y como estaba embarazada le gritaron!Ola¡ y cómo brinca el hijo! Después aparecieron las hijas de Quirola y pidieron la vida de su padre que milagrosamente estaba salvo. El Oficial de Guardia mandó a verle con el cadete Jaramillo y le dijeron que gritara ¡Vivan los limeños! ¡Viva Bonaparte” esto último para vejarlo, pero el Prócer respondió !Viva la religión! Recibiendo un sablazo que le dejó herido y como saliera pidiendo un confesor, le acabaron de matar en presencia de sus hijas.
El único que pudo salvarse, aunque malherido, de tan bárbara masacre, fue Mariano Castillo, natural de Ambato, que se fingió muerto empapándose en la sangre de algunos mártires y recibiendo con gran valor y sin siquiera chistar algunos bayonetazos cuando estaba en el suelo junto a varios cadáveres, que también fueron punzados. Perdido el conocimiento, esa noche fue auxiliado en el Convento de San Agustín y repuesto de sus heridas logró recobrar la salud. Nicolás Vélez, por haberse fingido loco, había sido liberado semanas antes y también se salvó.
Finalmente, en horas de la tarde, salió la soldadesca a las calles y comenzó el saqueo, no sin antes haber robado hasta la ropa interior de los presos, a los que dejaron en su mayor parte desnudos. Y tantas fueron las tropelías de la tropa, que beoda recorría las calles en busca de nuevas víctimas, que numerosos vecinos formaron barricadas en los barrios, para defenderse de ellos, trabándose una lucha desigual.
En la calle del Correo una patrulla hacía pisar de los caballos a un hombre caído, pero fueron atacados por una poblada y tuvieron que huir. Varias mujeres indignadas desbandaron en el puente de la Merced a numerosos soldados. Un muchacho logró esquivar en el pretil de la Catedral tres certeros balazos de un zambo del Cuartel Real de Lima y sin darle tiempo se lanzó contra él, estrellándole contra el suelo. Después emprendió veloz huida y no pudieron darle alcance.
El Obispo José Cuero y Caicedo salió a las calles a imponer orden y cordura junto a su sobrino el Provisor Manuel José Caicedo. Primero fueron hacia Santo Domingo, luego se hicieron acompañar de algunos sacerdotes de esa religión, con los cuales visitaron los barrios, con grave peligro de sus vidas. De regreso pudieron contemplar una horca que había hecho levantar Pedro Calisto, dizque para ajusticiar a los cadáveres de los presos.
Numerosos comerciantes y vecinos adinerados perdieron sus bienes. Luis Cifuentes logró salvar la vida, aunque perdió dinero y bienes. Igual le aconteció a Manuel Bonilla. I se dice que hasta las humildes cajoneras de los portales vieron destrozados sus rústicos enseres. María de la Vega, viuda de Salinas, fue conducida a prisión con sus dos tiernos hijos, empero al día siguiente la mandaron al monasterio de la Concepción. Se calcula en doscientos el número total de muertes ocurridas en esa fatídica tarde. Al día siguiente el Conde Ruiz de Castilla dispuso un grado más de ascenso para cada oficial y Arredondo ascendió a Coronel, pero a petición de algunas personas de viso se comprometió a no dejar salir del Cuartel a su gente.
El 4 de agosto, pasada la sorpresa y el terror inicial, se reunió un Cabildo abierto bajo la presidencia de Ruiz de Castilla que se hizo acompañar de toda la guardia y la tropa. Comenzó el acto con una arenga suya, dirigida a atraer la confianza del pueblo a su gobierno. Tomó la palabra el Provisor Manuel José Caicedo que denunció la negligencia y pasividad del gobierno. Finalmente le correspondió hablar al Obispo que lo hizo en tono mesurado y ante el aplauso de los circunstantes se firmó un Auto, promulgado la tarde siguiente, 5 de agosto, presidiendo la tropa el Comandante Arredondo, por el cual se restituía a sus empleos, posesión de bienes, honor y estimación a todos cuantos se hubiere comprendido en el juicio criminal enviado a Bogotá. Igualmente se ordenaba a la tropa de pardos de la Guarnición de Lima que saliera de la ciudad y la provincia, no por generosidad hacia el pueblo sino por el temor a las guerrillas que se estaban formando en las provincias vecinas y amenazaban la ciudad.
El día 18 la tropa salió hacia Guayaquil llevándose trescientos mil pesos, a más que se fueron sin pagar los arrendamientos de las casas ocupadas, estafando a numerosos comerciantes con compras variadas, etc. I como los comerciantes habían presentado un formal reclamo, Arredondo nombró a Pedro Noriega para que revisara las mochilas, quien presentó un informe carente de toda verdad, declarando que la tropa se iba sin nada más que lo puesto.
El 12 de septiembre finalmente arribó a Quito el Comisionado Carlos Montúfar, que investido por el Supremo Consejo de Regencia instauró una nueva Junta de Gobierno aspirando a detener la insurgencia que ya había comenzado en diferentes lugares de América. El día 9 de octubre la Junta se declaró libre de dependencia de cualquier virreinato y el 11 rompió los vínculos que unían a estas provincias con España, pero tal proclamación solo llegó a publicarse seis meses después.
Sabedor de estos sucesos Arredondo detuvo la marcha de su tropa en Guaranda, mientras el Virrey Abascal desde Lima ordenaba a Joaquín Molina y Zuleta, quien estaba designado Presidente de la Audiencia de Quito en reemplazo del Conde Ruíz de Castilla, que pase a Guayaquil y envíe parlamentarios a Montúfar para que depusiera su actitud, pero las conversaciones fracasaron.
Entonces Montúfar inició su marcha sobre Guaranda, plaza que desocupó ignominiosamente Arredondo,
abandonando las bodegas repletas de mosquetes, con sus municiones, arcas y otros enseres. Se ha tratado de explicar esta deshonrosa retirada en la repentina descarga que escuchara un centinela de avanzada a primeras horas del alba y pensando que se trataba de la artillería de Montúfar, comunicó a la inteligencia de su acercamiento con un tren de artillería, cuando en realidad solo se trataba del desprendimiento y caída de una gran masa de hielo desde uno de los glaciares del Chimborazo. Arredondo, que no las tenía todas consigo, pensando que si caía prisionero de los quiteños éstos le ajusticiarían sin ninguna consideración ni piedad, salió al escape seguido de todos los suyos que no pararon hasta arribar a Guayaquil, donde hizo vida de cuartel, solicitó la mano de Ignacia Noboa y Arteta, y viajaron casados al Perú, matrimonio feliz, aunque sin hijos.
Ella era dos veces viuda pues su familia la había casado muy joven y sucesivamente con dos funcionarios mayores a ella (en 1793 de solo diez y seis años con el Corregidor de Guaranda Antonio Rubianes. El 99, de veintidós años con Juan Moreno de Avendaño Oidor de las Audiencias de Quito y de Lima, quien también falleció a los pocos años). A finales de 1810 se establecieron ambos cónyuges en Lima, el Virrey Abascal le ascendió a Brigadier de los Reales Ejércitos, al siguiente año fue designado Gobernador de Huarochiri donde permaneció tranquilamente hasta 1816.
En 1812 hizo trabajar un cuadro de grandes dimensiones (246 x 464) titulado “Vista de la entrada en la ciudad de Quito de las tropas remitidas por el Excmo. Sr. Virrey del Perú al mando del Primer Tenniente de Reales Guardias Españolas, don Manuel Arredondo y Mioño, caballero del hábito de Calatrava, para su pacificación y guarnición en 25 de noviembre de 1809” que fuera adquirido por el Estado español y actualmente se exhibe en la Casa de las Américas en Madrid.
Entre el 17 y el 19 nuevamente hizo vida de cuartel en Lima. En Mayo del 19 se le dio el mando de toda la costa intermedia del norte. El 21 sirvió en el fuerte del Callao bajo las órdenes del Mariscal José Domingo de Lamar y Cortázar durante el asedio de las tropas del General José de San Martín, Comandante de los ejércitos unidos de Chile y Buenos Aires.
El cerco fue largo y tenía visos de resistir cuando cundió la noticia de que las tropas realistas del General José de Canterac se habían retirado a las sierras desalojando Lima. Arredondo salió del fuerte bajo permiso de San Martín y averiguó la verdad, al punto que de regreso convenció a Lamar diciéndole que toda resistencia sería inútil y capitularon el día 19 de septiembre. Por el lado realista suscribieron el Acta de rendición y entrega del fuerte el propio Arredondo y el Capitán de Navío José Ignacio de Colmenares y por San Martín su Ayudante Tomás Guido.
En 1822 el Director de la Guerra en Chile, General Bernardo OHiggins Riquelme, le secuestró sus cuantiosos bienes heredados en buena parte a su tío el Regente Dr. Manuel Antonio de Arredondo y Pelegrín fallecido en Lima ese año y que eran los siguientes: la hacienda Ocucaje en Ica y Montalván en Cañete con cuatrocientos esclavos y una producción anual que ascendía a ocho mil arrobas de azúcar, más cien mil duros de oro y plata labrada y sellada con varias alhajas de brillantes. Por entonces se encontraba muy enfermo de disentería, sin poder salir de su casa, donde permaneció más de un año en cama.
En 1823 y ya repuesta su salud ofreció sus servicios al General Canterac pero al no ser empleado y contrariado por tal medida decidió dejar en Lima a su esposa y retirarse a la metrópoli española, para lo cual embarcó en una fragata inglesa con destino a Gibraltar arribando el 26 de Noviembre de ese año y en 1824 el Rey Fernando VII le reconoció el título de II Marqués de
San Juan Nepomuceno conferido a su tío en 1808 por el Rey Carlos IV.
Reincorporado al servicio de las armas fue designado en diciembre del 25 Comandante del fuerte de San Juan de Ulúa, cargo que no llegó a desempeñar por la caída de dicho enclave militar en México.
Estaba curándose de una catarata, vivía en Madrid y en 1830 accedió al título honorífico de Gentilhombre de Cámara de los hijos del Infante Francisco de Paula, llamados Francisco de Asís y Enrique. Poco después ascendió a Mariscal de Campo y falleció en Madrid el 15 de Mayo de 1842, a la edad de sesenta y ocho años, en relativa pobreza y sin haber vuelto a América.
Su viuda Ignacita Noboa Arteta reclamó las haciendas entregadas por el gobierno independiente al Director Supremo de la República de Chile, obtuvo sentencia favorable, fue indemnizada en metálico y convertida en mujer rica se dedicó a hacer caridades a través de un Asilo para niñas huérfanas que todavía funciona en Lima.