PARROCO.-Nació en Loja el 13 de Junio de 1918 y fueron sus padres legítimos Daniel Arias Riofrío y Rosa Elena Carrión y Valdivieso. Tuvo una hermana llamada Rosa que casó con un caballero peruano de apellido Leight con numerosos hijos.
Inició la primaria en la escuela de los Hermanos Cristianos pero al año siguiente falleció su padre y quedaron pobres por lo que su madre se trasladó a Catamayo y puso una casa posada para los viajeros en tránsito a Loja. El niño Eliseo siguió como interno y de doce años ingresó al Seminario menor San José de Loja, de donde pasó al Seminario Mayor de Quito a seguir estudios de Filosofía y Teología, destacando por una elocuente oratoria, signo distintivo de su personalidad.
Era un joven de pequeña estatura, tez blanca, contextura gruesa y carácter dulce que se traslucía en la benevolencia con que solía tratar al prójimo, y cuando tomaba la palabra se transformaba y enardecía, transportando su pensamiento a alturas de profundidad y belleza.
En 1937 fue llamado al Servicio Militar obligatorio. Al año siguiente egresó como Enfermero Militar y volvió al Seminario. En Julio del 41 fue ordenado Subdiácono, el 42 tomó el orden sacerdotal de manos del Arzobispo Carlos María de la Torre y cantó la primera misa en presencia de su madre y hermana en la iglesia de la Virgen del Perpetuo Socorro de Loja.
Por esos días acababa de suscribirse el Protocolo de Río de Janeiro y se requería que los habitantes del sector fronterizo regresen a sus hogares, por eso fue trasladado a la población de Zapotillo con el grado de Teniente de Ejército pues esa zona había quedado desmantelada y desierta a causa de las tropelías realizada por la soldadesca peruana, que solo respetó la iglesia y el convento.
Tras cuatro años de incesante labor en Zapotillo pasó de Cura a la población de Piñas donde realizó una gran labor y se granjeó el aprecio de los feligreses y el 53, cuando solicitó el traslado a Catamayo para estar al lado de su anciana madre, quien seguía dedicada a administrar la casa posada y un pequeño almacén de ropa confeccionada, le fue a dejar una gran multitud, tributándole reiteradas muestras de afectuosa gratitud.
En Catamayo formó parte de la Junta Parroquial, en 1960 fundó la escuela que dirigió personalmente durante nueve años y finalmente entregó a las religiosas dominicanas de Santa Catalina de Siena. El 68 fundó y dirigió durante un año el centro artesanal, impulsó la construcción de los locales donde funcionaban las escuelas Ovidio Decroly y Gabriela Mistral, colaboró en la puesta en marcha de una cooperativa agrícola y luchó para la instalación de una planta eléctrica destinada a proveer de luz a la población.
De carácter comunicativo, alegre y franco siempre, en 1969 le sucedió un episodio anecdótico con el Presidente José María Velasco Ibarra quien visitaba Catamayo y fue recibido con un discurso del Párroco, que le agradó tanto, que respondió asombrado: He escuchado la palabra de un gran orador que me ha hecho pensar mucho para poderle contestar. Es un hombre admirable, cuyas palabras se han grabado en mi cerebro y en mi corazón.”
En 1977 falleció su madre y tomó la palabra en su sepelio. El 81 presidió el Comité Pro Cantonización de Catamayo, realizó varios viajes a Quito y durante las gestiones en el parlamento pronunció uno de sus famosos discursos que fue comentado mucho tiempo y constituyó la admiración de los Diputados presentes.
El 82 fue declarado Mejor Ciudadano de Catamayo por la recientemente creada Municipalidad y por coincidencia empezó a decaer su salud, pero no obstante jamás llegó a perder su buen humor habitual. Una mañana, en cama, pidió que le preparen un plato de cecina comprada donde “la Orfelina” y acompañada de arvejas. Como se le indicó que la carne le caería pesada al estómago, contestó rápido: De todas manera me he de morir y es mejor darle gusto al cuerpo.
Falleció el 28 de enero de 1983, de 64 años de edad. El cortejo fúnebre duró tres horas y recibió el homenaje de un pueblo sencillo que supo aquilatar sus obras porque fue un buen Párroco, servicial y trabajador, amigo del progreso de Catamayo.
Muy dado a dar consejos útiles a sus sencillos parroquianos, aún se recuerdan los siguientes: Nunca pidas auxilio para aquello que tu puedes realizar solo. No compres nada inútil con el pretexto de que es barato. El trabajo hecho a gusto no cansa jamás. Mirad muy alto en la vida para poderla revestir del valor infinito que le otorgó la divina providencia. Siendo peregrinos en la tierra, debemos darnos la mano para llegar a la cima de lo grande y lo infinito, en donde la
gloria será el premio de nuestro vivir. Las palabras amables aumentan el número de nuestros amigos. Hombres de lucha, no gasten el dinero antes de haberlo alcanzado. Piensa en el éxito y triunfarás, piensa en el fracaso y fracasarás. Hay que hacer que la mente trabaje a favor de nuestros éxitos y no en negativo de nuestras realidades. Para ser felices debemos amar en el sentido profundo y dadivoso de la palabra. No prescindir de nadie por sus defectos, todos tenemos en la vida algo que puede mancillar a los demás.