ARGUEDAS JOSE MARIA

NOVELISTA.- Según la versión oficial nació en la población de Andahuaylas, en la sierra sur del Perú, el 18 de Enero de 1911 y su madre Victoria Altamirano Navarro murió cuando tenía tres años iniciando así sus largas marchas por mundos ajenos, pero últimamente se ha descubierto que no fue hijo legítimo de su padre Víctor Manuel Arguedas Arellano, un abogado de vida irregular que casó en 1915 en segundas nupcias con una mujer – la más rica de la población – que tenía tres hijos.

Ahora se sabe que fue su madre una joven de raza mestiza llamada Juanita Tejada doméstica en el hogar de los esposos Amalia Arguedas Arellano y Manuel Maria Guillén García de los Ríos, propietario de la hacienda Kakeki. A dicha hacienda concurría de visita el Abogado Víctor Manuel Arguedas Arellano y tuvo al niño en Juanita, cuando ésta solo tenía trece años de edad. De manera que el futuro novelista no nació en Andahuaylas sino en la hacienda Kakeki, jurisdicción rural de Huanipaca, donde su madre Juanita lo mantuvo a su lado hasta que se lo arrebataron a la edad de seis años para que asista a una de las escuelas de Andahuaylas. Nunca más se lo dejaron ver y Juanita empezó a sufrir de depresiones que a la postre le hicieron perder la razón. En síntesis, una triste historia que gravitaría negativamente en el gran novelista, provocando frustraciones que lo llevarían al suicidio final.

Al referirse a su niñez el novelista manifestaría años más tarde: “Era el menor y como era muy pequeño mi padre me dejó en la casa de mi madrastra, que era dueña de la mitad del pueblo, tenía mucha servidumbre y el tradicional menosprecio e ignorancia de lo que era un indio y como a mi me tenía tanto desprecio y tanto rencor como a los indios, decidió que yo había de vivir con ellos en la cocina, comer y dormir allí. Sobre unos pellejos y una frazada un poco sucia, pero bien abrigadora, pasaba las noches conversando y viviendo tan bien, que si mi madrastra lo hubiera sabido, me habría llevado a su lado, donde si me hubiera atormentado’’

Su padre viajaba mucho, sus otros hermanos eran muy mayores. Por eso se volvió un ser solitario, casi sin familia y terminó identificado con los desvalidos y abandonados como él, aunque sin llegar a ser un indio como ellos pues siempre pensó y actuó desde fuera.

Su adolescencia transcurrió en diferentes internados en Abancay, Ica y Huancayo donde siempre le consideraron el muchacho forastero, el afuerino. En 1930 pasó a Lima y se matriculó en la Universidad de San Marcos. En Enero del 31 falleció su padre repentinamente en Puquio, quedó sin recursos y sobrevivió con la protección de algunos amigos durante un año. Participó en la política, se cerró la Universidad. Fueron tiempos difíciles.

Al regularizarse las clases conoció a jóvenes intelectuales y artistas provenientes de hogares acomodados, entre ellos a las hermanas Celia y Alicia Bustamante promotoras de la peña cultural Pancho Fierro. “Siempre que estábamos en casa nos poníamos a escuchar a los grandes creadores de la música barroca, pero principalmente a Bach.” Terminaría casado con Celia pero no fueron enteramente felices.

En 1935, enseñando en el pueblo de Sicuani, publicó su primer libro de cuentos titulado “Agua”, con apenas tres relatos de rara intensidad evocativa, gran belleza poética, inefable ternura y rebeldía social. Por esos días ya tenía una idea sobre su vocación y cual el provecho de ella para su Patria. A un amigo le escribió: “Nuestro plan es oponer la producción nuestra a las del otro bando ¿Cuál es la literatura verdaderamente representativa del Perú? ¿Cuál es la que vale? Demostraremos que la nuestra frente a esa producción endeble, mediocrísima y artificiosa de ellos, mostraremos la nuestra. Ese es nuestro plan. Manuel Moreno tiene poemas íntimos maravillosos, te envío dos. Pondremos su libro frente a los de Torres Vidaurre, Champion, Xamar, Hernández. Canto kechwa frente a Aurelio Miró – Quezada Sosa, a Arnao, Núñez, Ferrero.”

Por entonces protestó contra la sublevación de Francisco Franco y las divisiones armadas en Marruecos, que significó el comienzo de la guerra civil en España y cayó preso. Ya empezaba a sufrir de los nervios. En 1937, cuando estudiaba el Cuarto Curso, el dictador Luis Miguel Sánchez Cerro le mandó a la prisión del Sexto por sus ideas filo marxistas. De la prisión escribiría después que fue tan buena como mi madrastra. Allí conocí lo mejor y lo peor del Perú.

El 38 comenzó a enviar sus artículos etnográficos al diario La Nación de Buenos Aires demostrando un gran interés en el pasado y presente de la población rural, sobre todo en su modo de ser y de pensar y en sus costumbres, que entendía a plenitud porque hablaba y escribía perfectamente en español y quechua y había vivido entre ellos.

En 1940 asistió al I Congreso Interamericano Indigenista reunido en Patzcuaro (México) y se quejó de la importancia que concedieron allí a los diplomáticos en contraste notorio con la poca atención prestada a los estudiosos y escritores, en síntesis, a los creadores. Por eso no presentó la ponencia que había llevado.

El 41 entregó su novela “Yawar Fiesta”, de técnica aún insegura y tema folklórico al Concurso Internacional organizado por la Editorial Farrar and Rinehart de New York. Según las bases, las novelas debían ser escogidas por un jurado en cada país, pero la suya obtuvo solamente el segundo lugar, siendo la ganadora “Panorama hacia el alba” que no ha tenido éxito. En 1944 conoció al gran pintor Fernando de Sziszlo en cuyo arte influenció a través de nociones sobre la importancia del arte popular andino.

Era profesor en la Universidad de San Marco y en la Agraria de la Molina. Vivía en constante lucha contra la soledad y la incomprensión de un medio capitalino, hostil al mundo andino que tanto amaba. Quizá por eso y también porque sufría de una agudas crisis de depresión y serias perturbaciones de carácter, silenció desde Mayo del 44 hasta casi el 50, viviendo de pastillas y solo “el encuentro con una joven prostituta, zamba y gorda, le devolvió las ansias de vivir”.

En 1954 también le escamotearon un premio a su novela “Diamantes y Pedernales”. En cambio, el 57, a los cuarenta y seis años de edad, su tesis “Cambio cultural en las comunidades de Puquio”, fue galardonada como la mejor de ese año. Desde entonces se hizo conocido y los estudiosos de la etnohistoria de las sociedades andinas como el etnólogo John V. Murra, cuando viajaban al Perú, buscaban su amistad.

En 1958 investigó en España y publicó “Los Ríos Profundos”, novela menos indigenista y más depurada, de integración racial y social (indios, blancos y mestizos que se desplazan en los caminos de Abancay por el patio de recreo del internado religioso) simbología de una sociedad nueva y chola, es decir mestiza, síntesis apretada de una visión humana y solidaria de la sociedad. Obra honda, poemática, sincera, que no se parece a las novelas tradicionales por desprovista de argumento unificador, de manera que se desliza extendida como un gran fresco donde aparecen las costumbres y tradiciones, los mitos y la poesía, el espíritu y la materia, las injusticias que sufre y las rebeliones de que es capaz el pueblo.

El 61 viajó por Guatemala y salió “El Sexto”, novela breve que tiene mucho de autobiográfica y trata sobre el mundo carcelario, contada con el mismo sentimiento tierno y doloroso de sus otras obras. En Agosto del 62 escribió a su amigo Murra: Yo soy novelista o narrador, es mi vocación. Pero me he contratado con la Universidad Agraria para dictar cuatro horas de quechua y no sé si me quedará tiempo para escribir. Tengo muy poca capacidad de trabajo.

El 65 dictó varias conferencias en Universidades norteamericanas y editó “Todas las sangres”, calificada de novela trágica, desigual pero deslumbrante, donde trató de mostrar las dos tesis de los terratenientes (el servicio y la explotación) a través de las historias de dos hermanos Bruno y Fermín Aragón de Peralta. Por defender esta obra polemizó en Junio de ese año con el escritor argentino Julio Cortázar. Al año siguiente discutió con un antropólogo norteamericano en el Congreso de Americanistas de La Plata. En ambos casos defendió la pluriculturalidad del Perú, mezcla de dos culturas; la indígena y la española, que han vivido juntas casi cinco siglos, pero a causa de su temperamento libre sostenía graves dificultades con los comunistas peruanos con los que discrepaba en muchos puntos mientras la Embajada de los Estados Unidos le mantenía en la Lista negra pues siempre fue un escritor sensible y dedicado a expresar con una altísima calidad literaria el sufrimiento del pueblo andino. I es que se vivían los peores tiempos de la Guerra Fria.

Murra le solicitó que hiciera la traducción al castellano de “Dioses y hombres de Huarochiri” narración quechua recogida por el cusqueño Francisco de Ávila y publicada en 1966 en Lima con un estudio bibliográfico de Pierre Duviols.

En Octubre del 68 recibió el Premio Nacional de Literatura Gracilaso de la Vega que le convirtió en la voz más autorizada en el panorama literario peruano y en la más alta expresión de una nueva literatura, la quechua. El 69 entregó el primer capítulo de “El zorro de arriba y el zorro de abajo” para su publicación en la revista Amaru. En ese capítulo describía cómo iba desarrollando la novela y los conflictos personales que afrontaba, entre ellos, su deseo de suicidarse utilizando una pistola. Sus amigos creían que su narrativa era solo un pretexto imaginativo y propio de su literatura, aunque en Abril de 1966 lo había intentado debido a su constante depresión, de manera que cuando lo repitió el 28 de Noviembre de 1969 mediante un balazo en la sien, en el baño de la Universidad de La Cantuta, en Lima, muchos se sorprendieron. Quedó mal herido y falleció tras agonizar tres días en una clínica privada. Tenía solamente cincuenta y ocho años y estaba dando lo mejor de sí.

El 70 salió su última producción “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, concebida como un verdadero testamento literario, desenvuelve en dolorosas páginas autobiográficas la realidad torturante y desgarrada que vivió. Posteriormente se han publicado tres epistolarios y testimonios de familiares y amigos que han servido para enriquecer el conocimiento de su vida interior.

Arguedas no es solamente uno de los más grandes novelistas latinoamericanos del siglo XX, también fue un humanista que comprendió la realidad andina en aquel hermoso y aterrador país que es el Perú, sojuzgado en ese entonces por los prejuicios de castas y por un militarismo cerril.

Fue también folklorista notable, autor de “Canto Kechua” en 1938 y del poemario en quechua “Katatay y otros poemas” aparecido en 1971. Como antropólogo sobresalió con “Canciones y cuentos del pueblo quechua” en 1949 y “Evolución de las comunidades indígenas” en 1957.

Leal consigo mismo, vivió siempre su realidad sin idealizarla, desde siempre supo que la capacidad y condición mágica del mundo andino constituye el sustrato sobre el que se apoya la sociedad de su país (y del nuestro también por lo menos en la sierra ecuatoriana) “El misterio de los cerros o dioses indios, la fecundidad de la tierra como madre acogedora y nutricia, el agua como signo de vida, los animales como otras criaturas necesitadas de afecto y dispensadoras de calor, la música como único medio para expresar el dolor y la alegría que llegan a su apoteosis por vía del canto, la danza y el cañazo son los elementos de base que integran la visión fundamentalmente sagrada del Universo.

Arguedas se frustró porque a pesar de sentir como los indios nunca lo fue por su condición de mestizo tirando a blanco que dio testimonio de otros a través de su obra, llena de una sensibilidad netamente quechua y casi autobiográfica, iniciada con relatos sobre la realidad del indio serrano y la explotación y violencia que ejerce el terrateniente, que cerró con la misma explotación y violencia del capitalista industrial en la costa, mientras supervive en ambas vertientes lo mágico y sagrado (la memoria, la voluntad de acción)

Por todo ello, por su técnica, por su politicidad constante y bondadosa, por sus obras tan humanas y tan comunitarias, por haber logrado que las peculiaridades de la sensibilidad y de la cosmovisión del hombre andino y del idioma quechua se expresen en el idioma español, está considerado un novelista peruano de todos los tiempos, aunque nunca quiso crear héroes ni personajes. También se le considera etnólogo y antropólogo destacado pues habiendo recorrido la agreste geografía del interior del Perú recopiló muchísima música que grabó para el Ministerio de Educación y sirvió para salvar danzas y tradiciones que llevó a plazas y teatros y habiendo dejado una docena de poemas en quechua aparece como el mejor poeta en esa lengua durante el siglo XX.

Sus últimos años fueron difíciles, sufría de dolores de cabeza que su médico diagnosticó como psicológicos, vivía obsesionado por el ruido, buscando la paz y la soledad de pequeños poblados, temiendo por una inestabilidad económica siempre creciente y sufriendo, sufriendo mucho por su neurosis que al final le venció, como se desprende de la lectura de la carta que dejó escrita al Rector de la Universidad Agraria y a sus jóvenes estudiantes, el día anterior a su suicidio.

“Estoy seguro que mis facultades y armas de creador, profesor estudioso e incitador, se han debilitado hasta quedar casi nulas y solo me quedan las que me relegarían a la condición de espectador pasivo e impotente de la formidable lucha que la humanidad está librando en el Perú y en todas partes. No me sería posible tolerar ese destino. O actor, como he sido desde que ingresé a la escuela secundaria hace cuarenta y tres años o nada. Me retiro ahora porque siento, he comprobado, que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida.

En Yawar Fiesta escribió: “A la orilla de ese río espumoso, oyendo el canto de las torcazas y de las tuyas, vivía yo sin esperanzas; pero ella estaba bajo el mismo cielo que yo, en esa misma quebrada que fue mi nido; contemplando sus ojos negros, oyendo su risa, mirándola desde lejitos, porque mi amor por Justina fue un Warme Kuyay y no creía tener derecho todavía sobre ella; tenía que ser de otro, yo lo sabía, de un hombre grande que manejara ya zurriago, que echara ojos roncos y que peleara a látigos en carnavales. I como amaba a los animales, las fiestas indias, las cosechas, las siembras con música y yaraví, vivía alegre en esa quebrada verde y llena del calor amoroso del sol. Hasta que un día me arrancaron de mi querencia para traerme a este bullicio de gente que no quiero, que no comprendo…”