ANDRADE Y CORDERO CESAR

POETA Y ESCRITOR. Nació en Cuenca el 31 de Octubre de 1904. Fueron sus padres legítimos Leoncio Andrade Chiriboga, agricultor, mecánico, deportista y el primer chofer brevetado que tuvo el Azuay y Clotilde Cordero y Bravo, propietaria de las haciendas El Carchi, Saracay, Chuquipata y Surampalti, nieta del ilustre Pío Bravo Vallejo y Cobos. Ambos cuencanos, formaron un hogar de exquisito gusto. Ella bordoneaba la guitarra y a todas horas su casa era “un rinconcito o cajoncito de resonancias” como después recordaría con amor su hijo.

Le trajo al mundo el Dr. Paúl Rivet que asistió al alumbramiento por ser amigo personal de su padre. Desde niño estudió música y piano en casa, la primaria en la escuela San José de los hermanos cristianos y la secundaria en el Benigno Malo donde se graduó de Bachiller en 1922.

Hacía versos floridos y galanos que le salían fáciles y muy hermosos; leía diariamente, sobre todo, poesía castellana y aprendió a admirar la obra de Juan Ramón Jiménez. Su maestro fue el Dr. Alfonso Cordero Palacios quien le prestaba libros y folletos. Entonces contrajo la tifoidea y estuvo varias semanas gravísimo, aislado en el mismo cuarto con Enmanuel Honorato Vásquez, Luís Arcentales y su esposa, todos ellos fallecieron atendidos por el Dr. Francisco Sojos, que una noche lo desahució, pero una monjita llamada sor Martha se le acercó a decirle que no iba a morir pero que era necesario que estuviera preparado para recibir el viático, que esa noche le administró un viejo sacerdote. Casi no pudo tragar la hostia debido a sus débiles fuerzas, mas al día siguiente amaneció mejor y sanó.

Decidido a ganarse la vida entró de raso en la Policía con S/.33,30 mensuales de sueldo, pues su madre había perdido las propiedades y el austro vivía una gravísima crisis económica, de suerte que los jóvenes debían buscarse la vida como pudieren.

Poco después le encontró su pariente

el General Ángel Isaac Chiriboga de paso por Cuenca y lo metió al Ejército con el grado de Sargento con S/.72 mensuales y rancho, a condición que componga semanalmente una Marcha o cualquier otro tipo de música para la Banda del Batallón Imbabura acantonado en la capital azuaya.

Por aquella época incursionó en la bohemia con otros intelectuales como el popular Rapha y su hermano Remigio Romero y Cordero, Víctor Sarmiento, Rafael Arias, Alfonso Moreno Mora, Héctor Serrano, Carlos Ortiz, José María Astudillo Regalado y escribió poemas musicales, imaginativos, sensuales y sonoros, llenos de gracia y emoción, casi siempre sobre el austro rural.

En 1924 pidió la baja para aceptar a Roberto Aguilar, hermano del célebre Canónigo y periodista Nicanor Aguilar, la Jefatura de Redacción del recién fundado diario “El Mercurio” donde trabajó de planta varios años y se mantuvo colaborando asiduamente hasta su muerte.

“Poeta modernista, ingenuo y melancólico, escritor y músico de valses, tangos y pasillos, nadie como él para recitar estrofas, dedicar serenos o lanzar requiebros, ni para describir el paisaje comarcano de suaves valles, onduladas montañas y cielos azules de eternidades. Sus composiciones fueron grabadas con la voz de Carlota Jaramillo y le producían dividendos que ocasionalmente hacía retirar.” Sus más recordados pasillos son “Viajera” y “Sabor de lágrimas”, en el Conservatorio de Cuenca se guardan cincuenta y seis de estas hermosas composiciones.

Con tal carácter, su poesía siguió una línea de superación abierta a las nuevas tendencias y se tornó elegante, discreta, preciosista y hasta detallosa. Rica en hallazgos y vigorosos tonos y lo situó entre los más ilustres poetas post modernista del país. Usaba la metáfora; pero, a decir verdad, jamás perteneció a grupos o escuelas, ni fue cartelista porque su personalidad fuerte e independiente no se lo permitió. Por eso, hasta cercano a su muerte, “escribió sobre un limpio y fresco sustrato rural, del qué no renegaría nunca y que un día se volvería hacia el mar. Fue, además, el prototipo del intelectual culto y rebelde, como muy pocos en el país.

En 1927 inició sus estudios de Jurisprudencia y al año siguiente triunfó en la Fiesta de la Lira con el poema “Sinfonía agreste” alcanzando la Violeta de Oro. Ese año contrajo matrimonio con Mariana Corral y Jaramillo. El 28 fundó “La Mañana” con Alfonso Moreno Mora y Luís Monsalve Pozo, revista de renovación, ciencias, historia, filosofía, critica, literatura y poesía.

En 1929 fue designado profesor del Colegio Benigno Malo, dictando hasta el 45 las cátedras de Cultura Musical e Historia de la Cultura y tuvo entre sus discípulos a su querido pariente el gran poeta César Dávila Andrade.

En 1930 fundó la Radiodifusora Cultural con Humberto Espinosa propietario de la Voz del Tomebamba, dirigiendo todos los programas por S/40 mensuales. En octubre de 1932 editó “Barro de Siglos” con trece cuentos del Ande y de la tierra en 246 págs. de personajes casi todos rurales de la zona del Cañar, que lo situó entre los precursores del indigenismo en el Ecuador. Allí anunciaba la aparición de otros cuentos y de una novela denominada “Humareda” que no hizo realidad.

El 13 de Julio de 1933 se graduó de Doctor en Jurisprudencia exonerado del pago de derechos por ser pobre de solemnidad y viajó a trabajar en el estudio de sus amigos los doctores José de la Cuadra y Pedro Pablo Pin Moreno en Guayaquil, donde le fue bien, hizo bastante dinero pero lo gastó en vivir y en ayudar a amigos y a parientes necesitados. Nunca fue ambicioso – no sentí ambición – diría después.

De regreso a Cuenca en 1939 tras casi seis años de ausencia, publicó “Dos poemas de abril” en 64 págs., que anunciaba su madurez lírica. Por su iniciativa se creó el Sindicato de Artistas y Escritores del Azuay que perduró hasta 1945 y se bautizó con el nombre de la Voz del Tomebamba a una emisora impulsada por Humberto Tinoco, Alejandro Orellana, José Espinosa, César y Alejandro Andrade y Cordero.

En 1942 sacó “Ventanas al Horizonte” con poesías muy hermosas y amplia prosa que exalta la belleza comarcana en 237 y 31 págs. respectivamente. Ese fue el momento de mayor altura de su estro y su poema “Ventana al Horizonte” el mayor testimonio de perfección según opinión crítica de Hernán Rodríguez Castelo que ha dicho: “sostenida tensión lírica y entusiasmo vital que sacude incansablemente los versos y grupos estróficos”.

En 1943 escribió un guión radiofónico titulado “Los Libertadores del Azuay” publicado al año siguiente y reeditado en 1952.

En 1944 heredó a su tía Eloísa Cordero de Cordero la casa grande de la Calle Bolívar pero los demás herederos le iniciaron reclamaciones y se trenzaron en juicio. Su carácter íntegro pero conflictivo, enemigo de transigir con la mentira, hizo que la acción y el pleito se prolongara por espacio de muchos meses, perdiendo la tranquilidad. Ese año fue designado miembro titular de la Casa de la Cultura Ecuatoriana con residencia en Quito. Su situación económica había cambiado, ya no pasaba necesidades, era un caballero de más que medianos recursos.

En 1945 aceptó la cátedra de Filosofía del Derecho en la Universidad de Cuenca que dictó hasta 1959, año en que se acogió a la Jubilación. En 1950 comenzó una colaboración en el diario “El Telégrafo” bajo el pseudónimo de “Jacobo Dalevuelta” y desde 1952 lo hizo en “El Universo” como “Gaspar Sisalema”. En ambos rotativos hizo famosos sus pseudónimos, usando la pluma con acritud y mordacidad[U1]  pero también con justeza, haciendo alarde de una exquisita cultura, poco común entre los periodistas ecuatorianos que casi nunca tienen talento y solo gozan de palanca con los dueños. Entonces quedó en claro que era un humanista, un verdadero maestro.

En 1951 abrió un amplio y medular estudio crítico – erudito de la Poesía Ecuatoriana, desde el modernismo hasta esos días, titulado “Ruta de la Poesía Ecuatoriana Contemporánea” en 128 págs. e índice. De ese año es “Estirpe de la Danza” en 32 págs. En 1945 salió un variado registro de su prosa denominado “Hombre, destino y paisaje” en 432 págs, cuya segunda edición data del 54 y en 1958 “Lo Genético y lo ambiental en el escritor azuayo”, ensayo de 48 págs, que lo ubicaron entre los más importantes intelectuales de la República.

En 1949 concluyó su vínculo matrimonial por divorcio. Dado su carácter bohemio y su inveterado donjuanismo esto se veía venir desde hacía muchos años. Aún se recuerdan sus arrebatos románticos y sus públicos amoríos con una distinguida poetisa guayaquileña. El mismo año 49 logró la “Rosa de oro y brillantes” en los Juegos Florales del programa radial guayaquileño “Vida Porteña”.

En 1952 y luego de catorce años de incesante búsqueda de documentos editó “Vigencia de un Corregidor” en 214 págs, con la vida, ascendencia y descendencia de su antepasado el Sargento Mayor José de Andrade y Benavides, trabajo que en su tiempo fue el mejor esfuerzo realizado en el país en torno a la genealogía de una familia. En mérito a esta obra ingresó el 55 como Miembro de Número del Instituto de Genealogía y Heráldica de Guayaquil.

En 1959 recibió de la Municipalidad de Cuenca la presea “Fray Vicente Solano” y editó “El país de la Gaviota”, boceto e inventarios del mar, con hermosos cuentos.

Gran catador del bello sexo, no perdía ocasión de enamorar a las damas y más aún si eran intelectualizadas como él, con la Dra. Isabelita Moscoso Dávila se produjo un flirt que no pasó de lo meramente literario y con la pintora guayaquileña Aracely Gilbert Elizalde se cuenta que le daba pases en bicicleta por el hotel que ella habitaba pero que esta le engañó pues habiéndole ofrecido casarse con él si se divorciaba, no cumplió.

En otra ocasión, siguiendo su costumbre de pasear al caer de la tarde por el parque Calderón, envuelto en su infaltable capa española, pasó por donde estaba un grupo de mozalbetes (nueve en total) que ceremoniosamente le saludaron y cuando ya había pasado, uno de ellos – mi futuro cuñado Hernán Fuenzalida Labbé que siempre fue un chileno muy ocurrido le dijo en alta voz “Dieciocho los ojos que le ven querido Doctor” 

Don César se volteó y comprobó que se trataba de nueve personas, de suerte que siguió su camino riendo de la charada con un Jaja, pero no imaginó que otro miembro del grupo y no precisamente el que le había saludado, lanzó un sonoro e hiriente “Jaja también” que don César estimó burlesco y alzando su bastón de empuñadura de oro se lanzó al ataque del asustado Hernán gritando “De mí no se burla nadie”, de manera que éste tuvo que poner sus pies en polvorosa, siendo perseguido de cerca, más de media cuadra y a toda carrera, ante la mirada atónita de los transeúntes, que no vislumbraban la causa de tanto enojo. Demás está indicar que los ocho restantes miembros del grupo se caían al suelo de la risa. Como corolario don César le cortó el saludo a Hernán siquiera por cuatro meses pues todos los días se seguían viendo en el centro de la ciudad.

Por esa época protagonizó un serio incidente callejero con el también escritor G. humberto Mata que pudo tener fatales consecuencias. Andrade cortejaba a una hermana de Mata y habiéndose encontrado casualmente en media calle éste le lanzó sorpresivamente un trompón en el rostro rompiéndole los lentes, Andrade contestó con un disparó al aire que fue a caer en la basta del pantalón de una de las piernas de un señor Vásquez que por allí transitaba y que por supuesto se asustó muchísimo. Esa tarde intervino el Rector de la Universidad Carlos Cueva Tamariz y se calmaron los ánimos pues los involucrados eran funcionarios de dicho Centro superior de estudios. Andrade profesor y Mata bibliotecario, quedando solamente la sabrosa anécdota que aún se recuerda con detalle y regocijo.

En 1957 publicó “Figuras sobre el panel” en 44 págs. con artículos políticos aparecidos en la prensa nacional. El 65 el gobierno le otorgó la Orden Nacional al Mérito en el grado de Comendador. Se le reconocía el mérito de ser uno de los mayores post modernistas del Ecuador por su hermosa poesía, crítica estética y literaria contemporánea, narrativa lúcida y nerviosa en el cuento de los años treinta, periodismo de análisis y evocación posterior y composiciones musicales. En fin, por su altísimo talento y cultura, exquisito y bello estilo – fuerte, apasionado y hasta intransigente – pero siempre humano y vital. Por eso se impone una recopilación de sus artículos de El Telégrafo, El Universo y El Mercurio.

En 1966 fue designado Profesor de Filosofía del Derecho y de Enciclopedia Jurídica de la U. Católica de Cuenca. En 1970 ocupó por dos años el decanato de la Facultad de Jurisprudencia, pero empezó a sentir molestias y hasta dolores cuando enfermó de poliartritis reumatoide, aunque siguió haciendo una vida aparentemente normal, parando al mediodía al pie de la oficina de Correos en el portal de la Gobernación junto a su gran amigo Antonio Pozo Tamariz y era fama que entre ambos se burlaban de todos los transeúntes. En cierta ocasión Pozo le preguntó que cuales caballos prefería para que conduzcan su carroza fúnebre el día de su muerte y Andrade respondió rápido que a Julio Malo Andrade y a Moisés Tamariz Arteaga por ser los cuencanos más fachosos y mejor presentados, pero al mismo tiempo con fama de tontos solemnes, cualidades necesarísimas en todo duelo de postín.

I esta burla les causó tanta gracia que ellos mismos se dedicaron a contarla y pronto fue de conocimiento público entre el vecindario.

En 1977 la Casa de la Cultura del Azuay editó una Antología de su obra poética con el título de Poesías, en el No. 5 de la Colección Libros para el Pueblo en 201 págs.

En 1982 el Consejo Provincial dio a la luz una selección de su narrativa tomada de Barro de Siglos, que apareció en el No. 6 de la Biblioteca del Azuay. Para recibir el homenaje hizo un esfuerzo y se levantó de la cama concurriendo como “decano de los periodistas del Azuay”, pero ya no volvió a salir.

Blanco, alto, grueso, corpulento, porte marcial, ojos cafés, pelo y bigotes negros que los años transformaron en blancos. Abuelo del periodismo azuayo, poseyó una poderosa inteligencia abstracta y estaba considerado entre las primeras figuras sociales y culturales del austro ecuatoriano.

En el lecho de dolor – en una casita de un piso de su propiedad – ubicada cerca de los molinos y en la periferia de Cuenca, me confesó una clara y radiante mañana de sol: “Las frustraciones de la vida me tienen más adolorido que mi enfermedad” y lo decía con la gentileza de quien solicita una disculpa.

Sus últimos tiempos fueron penosos a causa de una pertinaz artritis deformante y dolorosa que casi imposibilitaba sus movimientos. Vivía en un chalet interior de su propiedad en la Ramírez Dávalos No. 750 con el cerebro abierto a las nuevas tendencias y el espíritu siempre alerta, leyendo y escribiendo como un joven a pesar de su ancianidad, pues hasta el último día de su vida conservó intactas sus felices facultades mentales y falleció de vejez, casi con la pluma en la mano, en Cuenca, el 11 de Octubre de 1987, faltándole diez días para cumplir los ochenta y tres años, a consecuencia de la misma dolencia que le mortificó tanto y dejando un testamento bastante polémico que en su momento causó escozor en algunas familias morlacas pues declaraba una hija y hasta le dejaba algo de dinero, pero ella – con gran dignidad – rechazó el parentesco y la herencia..

Su poesía formó el gran eslabón para unir a la obra decimonónica y mariana de Miguel Moreno y Honorato Vásquez con los primeros tonos vernaculares del siglo XX que desembocaron en César Dávila Andrade.

Tuve la suerte de ser su amigo y pude apreciar su vasta cultura pues sabía de casi todo lo humano y lo divino y podía conversar sin repetirse ni cansar durante horas. Amó a su estirpe y escribió sobre ella. Al momento de su muerte fue calificado como uno de los cuencanos más notables de todos los tiempos.

Poeta espléndido, genealogista y representante del Azuay comarcano, rural y eglógico que le tocó vivir, cubrió el panorama lírico de la Patria más de medio siglo sobre todo con sus maravillosos artículos de prensa en un país que no siempre comprendió toda su erudición y grandeza y por eso decía con cierta tristeza: “Tengo la desvergüenza de vivir mis primeros ochenta años, lo cual confieso con el rubor del caso”.

Amigo de la autocrítica, eterno combatiente por los valores del espíritu, le visité muchas veces en su lecho donde yacía postrado y adolorido por el reumatismo aunque solícitamente cuidado por su último amor. En su casa de la Bolívar mantenía un salón con hermosos óleos de sus mayores, obras de arte de la iconografía cuencana, que lo hizo abrir una tarde, en gesto por demás benévolo y generoso, que le agradezco, solo por concederme a mi esa apetencia.

Como una muestra de su estro va lo siguiente: Del sosegado Afán// Ir a ver cómo brotan, nupciales, los ciruelos. / I en el huerto beberse la miel de las mañanas. / Platicar con barbudos labradores abuelos / cuando los vientos duermen detrás de las montañas. // Desde el rincón discreto que huele a manzanilla / ver que la luna entreabre su párpado en la altura, / y cavilar apenas, y en grata y sencilla / amistad del silencio poblarse de ternura. // Llevar la azul espina de un amor ya distante, / dejar que bogue el alma en la quietud fragante, / y hundirse entre la vaga simpleza de las cosas. // Besar rostros de niños, mirar plácidamente, / y una tarde dormir definitivamente / entre un sollozo de auras y un suspirar de rosas. //

No practicante en materia religiosa ni católico, apostólico romano en el sentido sectario, pero si en lo ecuménico y universal. Creía en Dios como creen los mahometanos, los indúes, los brahamanes y cualquier fiel, porque todas las religiones son verdaderas en abstracto, diferenciandose en lo meramente costumbrista y ritual. No creía en el ateísmo, pues el que no cree, cree en lo que no cree. Detestaba las sectas porque son la concepción absurda que el hombre tiene de la divinidad.