ANDRADE CHIRIBOGA ALFONSO

BIBLIOGRAFO. Nació en Cuenca el 16 de Julio de 1881. Hijo legítimo del Sargento Mayor Luis Andrade Morales, que en un viaje a Quito se enamoró desde la calle de Mercedes Chiriboga Tinajero, joven huérfana prometida al Dr. Pedro Fermín Cevallos quien la doblaba en edad. Andrade se casó con ella y tras algunos años de estadía en Quito la llevó a vivir a Cuenca, tuvieron once hijos y fueron muy felices.

Fue el décimo hijo de tan larga familia y desde los cuatro años demostró gran afición a la música. Tocaba las teclas del piano familiar y-según contaba después, había ocasiones que tenían que levantarlo llorando del taburete. Aprendió toda clase de instrumentos desde la guitarra en prima, también hacia música con los objetos más raros como una hoja de árbol, un serrucho y vibrando varios vasos con agua obtenía sonidos melodiosos.

De seis años fue a la escuelita del Profesor Ezequiel Crespo donde culminó la primaria. En 1893 ingresó al Colegio Seminario, fue discípulo del Canónigo Nicanor Aguilar, quien le tomó afecto, se convirtió en su mentor y enseñó las reglas de la métrica y preceptiva literaria. Entonces comenzó a escribir décimas amatorias, bucólicas y marianas (estas últimas a la Virgen de Mayo también llamada de la Esperanza por la Sociedad Literaria de ese nombre, que había sido conocida como Virgen de Loreto hasta la salida de los Jesuitas en 1767)

Por eso se ha dicho que su romanticismo discurría por cauces amorosos, eglógicos y religiosos, influido por las rimas del suavísimo poeta sevillano Gustavo Adolfo Becquer, más que por la vuelta al clasicismo.

Como buen músico engalanaba la vida social de su tiempo. “Todos los hermanos cantábamos, eran ocho voces de buen timbre y perfectamente concertadas, que al compás de las palancas y cascabeles sacudidos por los grillos de la orilla, interpretábamos las estrofas de El Pirata de Espronceda”.

En 1897 falleció su padre y heredó la casa de la calle Bolívar y Tarqui frente al Cenáculo. Ese año entró a estudiar Derecho y tras seis, al egresar, prefirió la agricultura y no llegó a graduarse de Doctor.

En 1900 era un joven serio, virtuoso y participó en el segundo Liceo de la Juventud que editaba la revista mensual “La Cuencana.”

En 1901 arribó de Europa su cuñado Federico Malo Andrade y fue designado Rector del Colegio Benigno Malo. Su influencia – era una gentleman elegantísimo – sobre nuestro biografiado, muy menor a él, hizo que cambiara sus ideas conservadoras, posiblemente tomadas del Canónigo Aguilar, por otras liberales de tintes europeos y librescos, bien es verdad que el país vivía la mejor etapa del período liberal. Malo ocupó el rectorado del Benigno Malo y le nombró secretario del Colegio y allí permaneció por algún tiempo.

En 1903 contrajo matrimonio con Rosa María Vintimilla Iglesias y tuvieron catorce hijos. Ese año colaboró en las revistas “Guayaquil Artístico” y “Cuencana” y sus versos empezaban a ser cantados, algunos hasta con su música, como aquel que dice “Mujer ingrata”        

En 1906 su esposa enfermó de fiebre puerperal y fue atendida por el Dr. Paúl Rivet, que con motivo de dichas visitas conoció a Mercedes Andrade Chiriboga de Ordóñez, a quien también trató poco después de una dolencia pasajera, se enamoraron y viajaron juntos a París. Ella disfrazada de monja.

Ese año se ausentó definitivamente a la hacienda “Burgay” cerca de Biblián en la Provincia del Cañar, propiedad de los herederos de su suegro el Dr. Modesto Vintimilla, donde sembró hermosos huertos de manzanas, cultivó papas y los mejores rosales del país, aunque fue la ganadería el rubro principal de esas tierras y con el paso del tiempo terminó comprando la parte de sus cuñadas y de Fausto Moscoso Ordóñez.

En 1908 escribió “Nuestro Poema” con varias composiciones amorosas de largo alcance que publicó en un folleto dedicado a su esposa (décimas, coplas, quintillas y romances) y con motivo de la movilización nacional de 1910 imploró la ayuda de la Dolorosa del Colegio en poema de dudoso gusto y calidad pues resulta que a pesar de que la Virgen María es una sola, se la conoce bajo diversas advocaciones y Andrade descubrió con curiosidad de investigador que la de las Mercedes es nada menos que patrona de las armas ecuatorianas y al mismo tiempo de las peruanas. Por eso, muy respetuosamente le solicitó en verso que intercediera por la paz entre nuestras naciones ¿Licencia literaria, burla inocente o anacronismo histórico?

En 1916 fue aquejado de tifus y tratado en su casa con varios hijos menores también enfermos. Felizmente todos se salvaron. En 1.919 formó parte de la redacción de la revista mensual “Cultura”.

Para las fiestas del Centenario de la Independencia Federico Malo adquirió el primer automóvil que se conoció en Cuenca. Su hermano político Leoncio Andrade Chiriboga, manejándolo, causó el asombro de dicho vecindario. Poco después arribó Elia Liut en el biplano “Telégrafo I” y la ciudad empezó a salir del aislamiento.

Ese año intervino en la Fiesta de la Lira celebrada en la quinta Corazón de Jesús de propiedad de los Arízaga Toral.

En 1928 el Ministro de Gobierno Julio E. Moreno, le designó Jefe Político del Cantón. Inició los trabajos del cementerio obligando a cada pasante a levantar y colocar una piedra. Entonces ocurrió el jocoso incidente del discurso del señor Gobernador y tuvo que solidarizarse con él.

Era Gobernador del Azuay Miguel Heredia, caballero de pocas luces según se me ha referido y tenía de secretario al joven Luis Monsalve Pozo que era muy bromista. Heredia le había solicitado un discurso para leerlo en una visita que tenía programada a un pueblo. Monsalve se lo escribió en solfa, con burlas tan bien disimuladas que el iluso Gobernador las leyó sin caer en cuenta, provocando el asombro primero y luego las risas incontenibles del auditorio. Después, cuando se enteró de todo, declaró cesante al bromista y como el Jefe Político tuvo que hacer causa común con el Gobernador, se ganó la antipatía del secretario, quien a la vuelta de los años supo desquitarse, como ya veremos.

En 1931 escribió en la revista “La Corona de María” y con su amigo Carlos Aguilar Vásquez sacó la revista – magazíne “Morlaquía”. Desde el 35 mandó artículos de variada índole al diario “El Mercurio” que estaba en su segunda época, recordando los tiempos idos, sentimiento que en la siguiente década del cuarenta al cincuenta se le volvió obsesivo, aunque jamás pudo olvidar sus chacotas festivas y punzantes saetillas que envenenaban su humor. Por eso le creían chapado a la antigua, divorciado de las nuevas épocas, cuando solamente era un espíritu romántico que añoraba el pasado porque se sentía muy triste y muy gris.

En 1938 se estableció definitivamente en Cuenca luego de treinta y dos años de vida campesina. Dejó la amada Burgay a sus hijos Modesto y Alfonso Andrade Vintimilla y en la revista “Morlarquía” escribió relatos deformando el habla indígena. No usó modismos, verbos auxiliares ni gerundios, simplemente les imitó en sus errores para provocar risa y esto, escrito en pleno auge del indigenismo, le malquistó con las izquierdas.

Ese año le entró la manía de coleccionar toda hoja manuscrita o impresa en el Azuay. Entre las primeras logró algunas coloniales y otras republicanas. Entre las segundas, comenzando por “El Eco del Azuay” de Fray Vicente Solano, que es el primer periódico azuayo, logró muchísimos ejemplares sueltos o empastados, colecciones completas o parciales. Visitaba archivos y bibliotecas, se introducía en las casas particulares con tanta pasión e interés, que de simple diletante

  • bibliómano que coleccionaba impresos, terminó en bibliófilo o amante de ellos, pero nunca llegó a bibliógrafo que los explica, compara y discute aprovechando ese material.

Interrogaba, hurgaba, sorprendía a sus amigos y rebuscaba en sus bibliotecas. Pedía prestado o compraba, pues aún no se habían inventado las copiadoras.

  1. así, tras largos y pacientes años, logró formar su Hemeroteca Azuaya, viajando a Quito donde el padre Aurelio Espinosa Pólit y los jesuitas de Cotocollao y visitando en Guayaquil al Dr. Carlos A. Rolando de la Bibliografía Nacional. La década de los cuarenta le fue muy ocupada. Escribía bajo el patrocinio intelectual de su genial sobrino César Andrade y Cordero en “El Mercurio” y el 47 se decidió a publicar un tomo de poemas y artículos varios que tituló “Chacota Literaria” en 198 págs. literatura calificada de anacrónicamente costumbrista, que según Benjamín Camón olía a cocina y sacristía. Chacota, por otra parte, es palabra de uso decimonónico y vulgar, sinónimo de jolgorio y diversión gritona y según su autor; la obra salía sin otro objeto que entretener y hacer sonreír, pero parece que ni eso logró y todo quedó encerrado en buenas intenciones. Solamente su antiguo amigo Carlos Aguilar Vásquez se atrevió a felicitarle.

Quizá por eso, pues por lo demás era un perfecto caballero, sencillo y digno como todo cuencano de cepa, le sucedió el siguiente chasco. En mala hora solicitó a Paco Cisneros Barcenas que presentara su nombre para miembro de la. Casa de la Cultura bajo el amistoso auspicio del presidente del Núcleo, Carlos Cueva Tamariz.

Sometido el asunto a votación secreta como era lo usual, resultó negado por los votos del Canónigo Manuel Maria Palacios Bravo y Luis Monsalve Pozo. ¿Que cómo se supo esto? Esa noche concurrió Andrade a casa de Cueva en procura de noticias y éste se vio en el caso de decirle que todavía no se lo había tratado y lo mismo ocurrió dos y tres días después, hasta que una almita chismosa le sopló a don Alfonso la triste verdad. Entonces, algo amoscado, sólo atinó a exclamar: “Carlitos Cueva es todo un caballero”.

En desquite contra los trinqueros y egoístas miembros de la Casa de la Cultura del Azuay, ese año editó el primer tomo de “Espigueo” en 223 pags. con ensayos sobre los indios, dominados por la nota pesimista como él mismo lo reconoce en la Introducción y con un cuento sobre la vida del campo azuayo. El padre Espinosa Pólit le mandó a decir que su lectura le había salido en extremo pesada por el excesivo uso de palabras arcaicas, sacadas del habla coloquial azuaya de fines del siglo pasado. Recalcándole que no era cómodo ir seis o siete veces a consultar el Diccionario para entender cada página y le recomendó no volver a caer en el mismo error en lo futuro, porque con la literatura – que es arte muy noble – no se chacotea.

En 1948 publicó el segundo tomo de “Espigueo” en 190 págs. con temas locales de carácter histórico: La crisis de la sal en 1925, la revuelta indígena de 1920, Quingueo. Relatos de croniqueur escritos a medias entre lo literario y lo histórico local.

También dio a la luz “Nuestro Poema” en 99 págs, versos con mucha fineza y con la siguiente advertencia “Nunca quise que lo viera otros ojos que los míos y no me atreví a agregarle ni a suprimirle nada. Tal como nació, con los errores y vacíos de obra primeriza, sale hoy.”

Fue su año pues lo culminó editando “Esbozos” en 176 págs. con dos obras de teatro “Verde subido y azul muy bajo” comedia en prosa y tres actos donde lo más importante es el uso de un refranero criollo de intenso verbalismo y “Lo irreparable” tragedia en prosa y tres actos, aunque de menor calidad. Ricardo Descalzi ha opinado que Andrade contribuyó valiosamente al movimiento del teatro nacional, que en sus dos obras toma la seriedad del mundo con risueño sarcasmo, así como lo trascendente e inviolable con crítica amena. Además, ellas revelan calidad escénica que resalta del común denominador.

En 1949 sacó el tercer tomo de “Espigueo” en 150 págs. que sin duda alguna contiene lo más valioso de toda su prosa pues había asimilado los sanos consejos de Espinosa Pólit. En este volumen se revela el Cronista que toma el pasado de Cuenca y del Azuay con entera seriedad y lo da a conocer en detalles anecdóticos, con fechas, nombres y apellidos, enterando a los lectores de episodios olvidados o poco conocidos (inicios del Cine, compañías de Baile y Canto, el principio de la luz eléctrica y la aviación y hasta contiene minibiografías)

En 1950 ocupó por segunda ocasión la Jefatura Política del Azuay y apareció finalmente su obra de obras, la “Hemeroteca Azuaya”. en dos tomos en cuarto de 187 y 254 págs, que causaron la natural sensación que un esfuerzo de esa índole puede provocar en los medios bibliográficos del país y aún del exterior. No había antecedentes para valorar la bibliografía Cuencana y Azuaya y por eso su Hemeroteca fue aceptada sin reticencias y recibió felicitaciones de todo el país. Carlos Manuel Larrea le agradeció su aporte cultural y lo calificó de el mejor bibliógrafo azuayo, poniéndole a la altura del sabio Dr. José Mogrovejo Carrión, que todo lo conocía pero nunca escribió nada y sin embargo era la gran figura, el erudito por antonomasia, pues ayudaba en Cuenca a quienes le solicitaban datos y consejos, con proverbial generosidad.

La Hemeroteca es una obra extensa y sin duda valiosa por el recuento cronológico y pormenorizado de los impresos que trae, pero no ofrece al lector todo lo que éste le pide, ni es obra crítica ni de erudición. Simplemente es un listado con destellos anecdóticos y palabrería a veces exagerada, que orienta pero no define ni califica, porque su autor nunca fue un investigador en el verdadero sentido del término, quedándose únicamente en el plano horizontal del coleccionista. La obra ni siquiera llega a ser expositiva pues no clasifica el contenido de los impresos. Únicamente aporta los nombres de los redactores, las fechas de aparición y el título. Su valor está en que antes de ella no existía ni siquiera eso en el Azuay.

En 1953 apareció su cuarto tomo de “Espigueo” en 197 págs. dedicado al Dr. Mogrovejo, quien le había guiado para que formara su Hemeroteca. El tomo contiene varios relatos: El tifus, cazador casado, boda en el páramo con historietas sobre los indios, Eglógico y con varias leyendas del Azuay. Entonces sintió que había cumplido con su ciudad y lo era efectivamente.

Por eso se atrevió a escribir “Los viejos vivimos sin vivir el presente, añorando los lejanos días que hicieron nuestra dicha. Fanáticos de los que fue, por más que no podamos separar los ojos de la actual escena, el hombre ya no aspira sino a divorciarse de la tierra”, frases que anunciaban un debilitamiento de su férrea voluntad, pues como todo buen Andrade siempre había sido hombre de subido carácter. Por esa época volvió al seno de la Iglesia y hasta se escribía casi de continuo con su amigo personal el Obispo Manuel Serrano Abad.

Sufría de permanentes resfríos que su esposa atribuía a la constante revisión de viejos y polvosos impresos, hasta que se le fue haciendo un asma bronquial y para buscar mejoría se trasladó a fines de agosto de 1954, en unión de los suyos, a la hacienda “Hortensia”, de los Ordóñez, en el valle de Paute.

La noche del 2 de septiembre se acostó bien. Al poco rato sus hijas le oyeron gritar y fueron a verle, encontrándolo sobre sentado y con un fuerte dolor al pecho.

Quiso hablar unas cuantas palabras, pero solo atinó a decir unas cuantas incoherentes. Sufrió otro dolor más agudo que el primero, se quejó y murió instantáneamente.

Terriblemente hogareño y muy amante de los suyos, Chocarrero y amador de la tierra, obsesionado por un pasado comarcano cuando el Azuay era eglógico para los blancos propietarios solamente. Pudo escribir más y mejor si se lo hubiera propuesto con seriedad, pero se extravió por técnicas muy a lo José María de Pereda, costumbrismo rural fuera de tono en mitad del siglo XX que fue tiempo de poner industrias, aunque logró superarse con buena fortuna como sucedió en el tomo tercero de su “Espigueo”.

Hablando era agradable y hasta jocoso, pero no tuvo el carisma de serlo cuando escribía. Tampoco fue enteramente cronista por sus resabios de terrateniente patrón que contaba las cosas del pueblo sin entenderlo y sin amarlo, por eso le salían los escritos postizos.

Dejó mucha poesía inédita y de carácter folclórico, coplas fáciles y de sentimiento que no tienen mayor valor y bajo el título de “Alma del terruño” según me lo refirió Antonio Lloret Bastidas. Su biblioteca y archivos personales pasaron por venta al Banco Central, así como sus originales, hoy en el Centro de Investigación y Cultura del mismo Banco en Cuenca.

Como casi todos los Andrade del Azuay era alto y fornido, lo que se dice de buen ver, aunque de viejos se hacen pletóricos. Tuvo también la mirada altiva que les da mayor prestancia, pero a veces les aleja de los demás. Fue todo un carácter. Sus enemiguitos comarcanos no le dejaron entrar a la Casa de la Cultura, de lo cual, aún hoy, sus hijas se quejan y con mucha razón.