POETA Y ESCRITOR. Nadó en Quito, en la calle de La Ronda, el 10 de junio de 1898. Hijo legítimo del Mayor de Ejército Nicolás Alemán Sánchez, quien ingresó al Colegio Militar en 1873, combatió contra las fuerzas guayaquileñas del General José María Urbina el 14 de diciembre de 1876 en la llanura de Galte y cuando fueron derrotados huyó para no caer prisionero. En 1882 y el 83 peleó con los restauradores contra el General Ignacio de Veintemilla; asistió en 1893 a la movilización nacional contra el Perú y el 95 sostuvo el orden constitucional. En 1911 alcanzó sus letras de retiro del presidente Eloy Alfaro; y de Mariana Fierro Peñaherrera ambos de Ibarra.
El sexto hijo de una larga familia de clase menos que media compuesta de ocho hermanos. Recibió la educación primaria en la cercana escuela de Santo Domingo, “era bueno, humilde, aunque a veces bravo y tocaba bandolín y guitarra.” A la muerte de su hermana Rosario escribió sus primeros versos que mostró al poeta Quintiliano Sánchez quien se admiró mucho. Desde el 10 de octubre de 1914 cursó estudios secundarios en el Instituto Nacional Mejía donde fue compañero de Gonzalo Escudero, Jorge Carrera Andrade y Augusto Arias, con quienes hizo versos.
“Un marcado desarrollo cultural fue adquiriendo la vida del colegio a medida que transcurrían los años. Una invisible inquietud espiritual comenzaba a manifestarse en el alumnado y se traducía en afanes literarios, en breves pero manifiestos anhelos de investigación científica y la única vía se encontraba en la expresión escrita. Así nacieron los poligrafiados de imperfecta y laboriosa factura, de escasa circulación, circunscrita en los comienzos, a los lectores de la propia casona. Fueron ensayos incipientes aunque tenían el mérito del esfuerzo”.
En 1919 publicó su primer poema en la página literaria de “El Comercio”. En 1921 perdió el sexto curso, en diciembre comenzó a trabajar como amanuense – archivero de la Dirección de Estudios del Pichincha y allí permaneció con Carrera Andrade y Augusto Arias hasta 1924; mientras, por las noches, con sus vecinos de La Ronda, Ricardo Álvarez y el mismo Augusto Arias, “buscaban la embriaguez que ponía en sus palabras la levadura de la pena y en su bohemia delirio de horizontes”.
Hacia 1923, a consecuencia de la masacre de pueblo y obreros ocurrida en las calles de Guayaquil el 15 de noviembre del año anterior, se fundó en Quito el periódico “Humanidad”. Carrera Andrade fue jefe de Redacción, se rodeó de sus amigos entre ellos Alemán y comenzaron a escribir pidiendo cambios, atención al indio y justicia social. Al cumplirse el I Aniversario de la matanza, como buenos jóvenes socialistas publicaron un número especial en papel rojo, pero la edición fue íntegramente secuestrada por la policía que asaltó la imprenta y tomó presos a varios redactores, a consecuencia de lo cual “Humanidad” dejó de salir meses después.
Ese año acompañaba a Ernesto Noboa y Caamaño y a Carlos H. Endara a un fumadero de opio en la calle Ambato, donde ellos terminaban con su salud. En junio concurrió a una tenida fúnebre en honor de Medardo Ángel Silva. Al poco tiempo recordaron los cincuenta años de la muerte de Manuel Acuña. Ese año hizo amistad con José María Egas.
En 1924 figuró entre los fundadores del semanario “La Antorcha” con Néstor Mogollón, César y Jorge Carrera Andrade, Augusto Arias, Ángel Modesto y Ricardo Paredes, José Alfredo Llerena y Emilio Uzcátegui.
En febrero de 1925 ascendió a Oficial de Estadísticas de la Dirección de Estudios. En diciembre pasó a ocupar esa secretaría y allí permaneció por espacio de veinte largos y burocráticos años, pero no se crea que fue un tiempo enteramente perdido, porque muchas tardes gozó de la fina bohemia literaria en los divanes del “Hispano Bar”, en las butacas de la legación de Chile donde el Ministro Jorge Hubner Bezanilla les recibía con generosa y cordial anfitriona. En otras ocasiones se prolongaban dichas reuniones en las mesas del “Bodegón Bogotano”, en “El Figón de la reina patoja” o en “El Murcielagario” que era un antro de mala muerte, casi una cueva, propicio paa la diletancia y la embriaguez con tragos baratos.
En 1926 estuvo entre los fundadores del partido Socialista ecuatoriano, empezaron a salir sus poemas en periódicos y revistas nacionales y aún del exterior. Con Ricardo Álvarez, Augusto Arias y Hugo Moncayo fundó la revista “Esfinge” mensual de arte y literatura; se incorporó a la Sociedad Amigos de Montalvo y como vocal de la comisión editorial fue encargado de la publicación del libro conmemorativo y del homenaje rendido a Montalvo en París, mediante la colocación de una placa en la rué Cardinet. También acostumbraba frecuentar la casa del escritor colombiano Francisco Álvarez donde cada semana se realizaban interesantes charlas literarias.
En 1928 contrajo matrimonio con Rosa Salvador Pintado y tuvieron cuatro hijos y un hogar feliz en el barrio de la Tola. Militaba en el partido Socialista y para la llamada guerra de los cuatro días quisieron ultimarlo, pero logró salvarse huyendo a Sangolquí.
En 1933 comenzó a dictar una cátedra en el Colegio 24 de mayo, después ocupó la secretaría. El 34 colaboró en el diario “La Tierra” de Néstor Mogollón. El 35 dirigió el almacén escolar del Ministerio de Educación, puesto burocrático de ínfima cuantía.
En 1939 pasó a Ayudante de la Sección General de dicho Ministerio. Un año después y a causa de sus ideas socialistas fue puesto en una lista negra del gobierno de Arroyo del Río y sin otra causa obligado a renunciar a comienzos de ese gobierno en 1.940.
Desempleado después de veinte años de servicio y en mala situación, le sucedió el 42 que “en una noche cordial, evocando los viejos tiempos, resolvió desempolvar la memoria, extraerle los recuerdos y escribir un libro. “Así comenzaron a salir sus veintinueve crónicas, semblanzas o retratos, cinco de las cuales publicó en 1.945 en la revista “Letras del Ecuador” periódico mensual de Literatura y Arte de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y la recopilación de todas ellas en “Presencia del Pasado”, en dos tomos de 280 y 302 páginas en 1949 y 1953.
“Presencia del Pasado” es la evocación apasionada de quienes le acompañaron en horas de gratísimo calor fraterno; su palabra, configurada de nostalgias, recorre los años aquellos que nunca se borran y más si son de iniciales experiencias literarias. Su prosa complicada, su vocabulario copioso, más bien difícil, le hace una obra de tinte modernista.
Hernán Rodríguez Castelo ha dicho que “no se trata de una historia literaria ni de crítica. Es una galería de las figuras mayores de la generación modernista, hecha a partir de recuerdos personales y con prosa de cálida emoción, propia para trasmitir efectos de cariño y nostalgia”. No es tampoco una antología, advirtió el autor en una nota preliminar, no es un anecdotario, ni siquiera es un esbozo crítico – biográfico y sin embargo, en él hay algo de todo eso y más aún…itinerario de ausencias podría llamarse. Esquema, síntesis más bien, del tránsito de inolvidables escritores ecuatorianos.
Tras dos años desempleado reingresó a la burocracia el 42 como Ayudante de la sección Jurídica del Ministerio de Previsión Social. El 45 pasó a la Biblioteca de la Universidad Central y ocupó interinamente la Dirección. Ese año falleció Juan Cristóbal, su hijo menor.
En 1946 mereció el I Premio en el concurso de biografías breves de poetas de la Fiesta de la Lira de Cuenca, con su trabajo “Antonio C. Toledo, poeta del amor y del infortunio”, en 30 páginas, que salió en la revista de la Casa de la Cultural y ocupó la dirección de la Biblioteca del Mejía.
En 1947 coleccionó algunas de sus poesías – versos escritos en horas tempranas – y las tituló “Del Ayer”, para el número 5 de los Cuadernos de Poesía del Grupo Madrugada, “con viejos motivos – amores ideales y dolorosos, nostalgia, soledad, bohemia, princesitas – con formas métricas tradicionales y muchas más huellas del pasado que vienen del Parnasianismo, novedades y atisbos. I en los modos modernistas no logra la plenitud de otros de la generación. Su forma es muchas veces fácil, excesivamente marcada de ritmo, floja – es decir, sin suficiente densidad, sin perfecto engarce – y hasta retórica y prosaica”. En síntesis, un anacronismo para la época.
El Consejo directivo del Mejía le encargó que escriba la historia del cincuentenario de su fundación, que tituló “Tránsito de Generaciones” en 288 páginas.
En 1948 ocupó la pro secretaría de la Casa de la Cultura Ecuatoriana llamado por Pío Jaramillo Alvarado, que había creado especialmente ese cargo para que pueda reemplazar al Secretario Humberto Mata Martínez, designado Subsecretario del Ministerio de Gobierno. También dirigió la editorial durante un año, pero no lograba salir de la pobreza que agobiaba a los suyos.
La noche del 7 de noviembre de 1950 y en casa del pintor Oswaldo Guayasamín, junto a Alfredo Chávez, Jaime Valencia, Jorge Carrera Andrade y Jorge Enrique Adoum, ayudó a componer el danzante “Vasija de Barro”.
En 1956 adquirió un inmueble con hipoteca en la Caja de Pensiones. El 57 editó una Antología breve, en solo 50 páginas, para veintidós poetas, que dio a la luz como “Esbozo antológico de la poesía cuencana”, a partir del poeta colonial Pedro Pablo Berroeta Carrión hasta G. humberto Mata, que publicó la CCE en el IV Centenario de la fundación de la Atenas del Ecuador.
En 1959 salió un segundo poemario: “Distancias”, con poemas modernistas y post modernistas, entre los que descuella “A la orilla del recuerdo”, de formas tan hermosas como las de los primeros versos. Fragmento // Desde la cordillera de mi destino, vivo / Atalayando el tiempo. Arados de esperanza. / Escarmenan la entraña de un surco redimido / Luces titiladoras. Relámpagos de herranza / cotidiana. Ilusorio repertorio de las cosas / que cayeron al denso piélago del olvido. / Panoramas disímiles: orgías estruendosas. / Remanso de silencios. Amor estremecido. //
En “Edad del Hombre” tentó empresas de aliento. “De esa hora, cuando quiso sincronizar con las corrientes nuevas, fue su “Canto a la Patria herida”, amplio y fuerte, pero en él, junto a versos logrados, hay un recurso retórico falto de densidad y vibración lírica. En “Ubicuidad del hijo” dio con las notas más suyas, dentro de una forma nueva, más libre, más intensa, más desnuda de antiguallas”.
En marzo de 1963 se acogió a los beneficios de la jubilación y por insistentes llamadas de su hijo Mario, que era diplomático, viajó con su esposa al Uruguay, Argentina y Brasil. Luego a los Estados Unidos y a México. Ya sin preocupaciones domésticas, dedicó a su regreso la mayor parte de sus horas a realizar trabajos intelectuales, especialmente en la redacción de “El Comercio”, a donde también concurrían asiduamente Augusto Arias, Guillermo Latorre y Raúl Andrade.
En 1967 defendió la autoría del poeta Ernesto Noboa y Caamaño sobre el soneto “Emoción Vesperal”, que se había querido atribuir a un poeta argentino, en un pequeño folleto de 54 páginas.
En 1970 escribió un elogio al Mariscal Sucre, apreciación interesante y bien traída sobre el tránsito del egregio militar, mostrándose bolivariano y la tituló “Sucre, parábola ecuatorial”.
El 12 de septiembre de 1974 perdió a su cónyuge y desde entonces volcó su espíritu, tan sensible, a un reclamo permanente sobre la soledad de su dolor. Leía mucho, visitaba en “El Comercio” a sus amigos Raúl Andrade y Humberto Vacas Gómez.
Llamado por sus hijos retornó a los Estados Unidos por pocos meses. En diciembre de 1975 sufrió un derrame – infarto – cerebral que le arrebató el uso de la mano derecha y de la voz, lo cual le privó del contacto íntimo con sus seres queridos y amigos. Enmudeció su voz y por supuesto su poesía.
Volvió a Quito, sufrió otro derrame y falleció el 3 de diciembre de 1983 de ochenta y cinco años de edad y tras ocho de dura minusvalidez. Su hijo Mario Alemán recopiló en “Poesía” sus últimas producciones.
Fue un poeta menor del modernismo ecuatoriano, dueño de la melodía, buscador de belleza en todo instante. Su mayor obra y la que perenniza su recuerdo es “Presencia del Pasado”.La pena del Camino. // Mi juventud – sentimental locura – / persiste en los recuerdos: la dulzura / de una boca de seda, la perdida / música de una voz, la roja herida. / de un mordisco, la tibia alcoba oscura / donde besé – una noche de aventura – / los voluptuosos labios de la vida / en el temblor de una mujer querida. // Mi juventud extrajo de las cosas / la tristeza, el perfume de las rosas / y el misterioso espíritu del vino. // Vio lo fatal, lo bueno, lo perverso / y halló en la honda música del verso / la irremediable pena del camino… //