ESCRITOR. Nació en Sartibaneba, Provincia de Huamachuco en 1909, este novelista cuya vida es una novela por lo salpicada de anécdotas, estudió la primaria y secundario en Trujillo, donde ocasionalmente tuvo de maestro al gran poeta César Vallejo.
En 1931 entró al APRA y en el levantamiento armado del 7 de Julio del 32 peleó en las calles con el arma al hombro, salvándose de ser fusilado por la intervención de varios amigos; pero, guardó prisión con otros intelectuales por algunos meses hasta ser desterrados a Chile.
En Santiago residió nueve años, entre fines del 32 y el 41, casado con Rosalía Amézquita, mujer de una gran tenacidad y fe en la valía de su marido, que lo impulsó a escribir sus tres libros célebres; el primero fue “La serpiente de oro” que nació como un simple relato del río Marañón que después se transforma en el Amazonas, escrito en versos juveniles y frescos, certeramente calificados por Luis Alberto Sánchez como un canto auroral a la selva baja. El Libro triunfó en un Concurso de novelas, pero se le complicó una tuberculosis crónica yendo a medicinarse a San José de Maipo; donde, debido a la mala aplicación de un neumotorax, una trombosis lo tuvo al borde del sepulcro casi un año. La mitad de su cuerpo se paralizó y aunque mejoró casi por completo, siempre le quedó pesada la mano derecha.
Entonces unos médicos le recomendaron que escribiera mucho y con un lápiz, como gimnasia para la mano y así, medio por curarse y divertirse, escribió “Los Perros Hambrientos”, que obtuvo un segundo premio en el concurso promovido por la editorial Zig- Zag; relato muy a los Jack London, que mejoró su salud y le dio ánimos para desempeñarse como revisor de originales en la célebre Editorial Ercilla.
Poco después comenzó “El Mundo es ancho y ajeno” que igualmente obtuvo el Primer Premio dado por la Editorial Farrar and Reinhart de New York por cuyo motivo en 1942 viajo a los Estados Unidos a recoger la suma de cinco mil dólares, recorrió ese país y escribió para diarios y revistas, viendo traducidos sus libros al inglés. Era el novelista latinoamericano por excelencia. El segundo Premio fue concedido al ecuatoriano Enrique Gil Gilbert con su novela “Nuestro Pan”.
Entre 1944 y el 47 vivió en el mundo de las Antillas. De vuelta a su Patria el 48 renunció al APRA y salió del Perú, aceptando una cátedra de Literatura americana en la Universidad de Puerto Rico. Para el 55 partió a Cuba y colaboró en “Avance” diario que dirigía Ramón Vasconcelos en apoyo de la tiranía de Fulgencio Batista. Triunfante la revolución de Fidel Castro regresó al Perú y se afilió a “Acción Popular”, siendo electo el 63 para una diputación por Lima donde tenía fijada su residencia y falleció en Chosica, aún como Diputado, en 1967, ante la consternación del mundo americano de las letras, que veía en él y en José María Arguedas, a los más geniales representantes de las bellas letras del Perú de ese tiempo.
Mucho se ha hablado desde entonces de Ciro Alegría y algunos hasta se han preguntado porqué después de haber escrito “El Mundo es ancho y ajeno” no publicó nada de importancia ¿Sería acaso un “memorialista sentimental”, realista retrospectivo y lírico que contaba escenas de su pasado, antes que un novelista o creador?
¿Sería que faltaban temas o escenas de la naturaleza para contarlas como en sus tres únicos libros importantes? En países donde la historia aún está por hacerse la novela debe suplirla por medio de relatos y esto parece que fue lo que hizo Alegría, relató en primera persona una serie incidental de nimias retrospecciones, que unidas por su genialidad adquirieron fuerza telúrica a base de la destreza narrativa que le era tan peculiar. No fue un psicólogo de personajes ni un abultador de historietas, todo en Alegría es lineal y sencillo, lírico y evocador y tan preciso en el detalle como en el conjunto de la selva y la floresta, por eso sus novelas con fáciles de leer y gustan al grueso de los lectores.
En la primera de ellas, que trata sobre el Marañón, lo describe así: Este río impone su presencia como una deidad terrible, pues allí es donde los indios adoran las serpientes, los jaguares y los pumas.
El “El Mundo es ancho y ajeno” plantea como fondo la actitud de la tribu frente al propietario, en sinfonía grandiosa por su realismo indigenistas y social, muy de ese tiempo.
En este aspecto Alegría compartió responsabilidades con Rómulo Gallegos, Mariano Azuela, Eustacio Rivera, Jorge Icaza, Alfredo Pareja, Ricardo Guiraldez y José Diez- Canseco los mayores exponentes de un realismo literario, indigenista si tenía por escenario los campos americanos y cholista si la acción se desarrollaba en los ambientes urbanos, escritores que moldearon entre 1930 y el 60 la conciencia del continente preparando la reforma agraria. Fueron la vanguardia de las nuevas ideas, allí su gloria política y literaria.
En “Los perros hambrientos” en cambio. Alegría trasladó la parábola cósmica a una manada de perros pastores que como los hombres sufren, aman, odian, luchan, sobreviven y mueren y al final se humanizan tanto que terminan por ser representantes de todas las especies de la humanidad imbuida de Dios. “Gueso” fue capturado… Efectivamente, se bajó el Blas y desamarró un látigo de domar ganado que colgaba del razón trasera de su silla- anda ¡camina! dijo, acercándose a Gueso agitando el látigo; el perro continuó tirado entre las piedras, atracado allí, no lo sacarían ni a buenas ni a malas. Deseaba tan solo que le soltaran, el lazo. Por lo demás, la vista no le impresionó mayormente. Es que ignoraba Los riendazos que había sufrido hasta este rato no le habían dado una idea del ardiente dolor del chicotazo. Bueno, entonces suénale, dijo el Julián. El Blas alzó el látigo, que tenía el mando de palo y lo dejó caer sobre Gueso, zumbó estalló, aunque con ruido opaco debido a la abundantepelambre. La culebra de cuero se ciñó a su cuerpo en un surco ardoroso y candente, punzándole al mismo tiempo con una vibración que le llegó hasta el cerebro como si fueran mil espinas. Repitióse el golpe una y otra vez, en tanto que el Julián jalaba de la soga. Gueso se agitó un poco y el Blas fue en su ayuda. Sacándole de entre las piedras. Lo dejaron reposar un rato y luego el de la cuerda comenzó a templar otra vez. Gueso intentó resistir nuevamente; no se paró. – Dale, dale mas, ordenó el Julián y el Blas preguntó: ¿Lo marco? Márcalo, el látigo se levanto y cayó sobre el cuerpo tembloroso, zumbando y estallando rítmicamente.