ALAMOR : El bosque encantado

SUCEDIO EN ALAMOR
EL BOSQUE ENCANTADO

Juan Sabian, leñador de no más de veinte años, traía locas a las chicas de Alamor. Diariamente salía de casa a cortar leña por los contornos, con notables rendimientos, pues era fuerte como un toro. Una vecina suya llamada Sabina, no sabía qué truco utilizar para ganar sus atenciones, hasta que una tarde, luego de cavilar sobre su problema romántico, decidió esperar a que llegara Juan del trabajo: Oye, le dijo, yo conozco una madera tan dura de cortar que ni con tu mejor hacha le harías mella… Juan se quedó pensativo, creyendo que todas las maderas de la zona eran perecibles a sus golpes. El jamás hubiera imaginado esa madera incorruptible y durísima, de la que estaban hablándole, así es que picado por la curiosidad preguntó ¿I dónde está esa madera? Sólo yo conozco el sitio, que no es cerca y está situado por la quebrada de las Chirimoyas en el río Puyango, allí existen muchos árboles de esos, unos en el suelo y otros en pie. 

Así las cosas, quedaron comprometidos para ir juntos a tan hermoso como difícil paraje y muy por la madrugada emprendieron el camino, al principio suave y recto, luego tortuoso y empinado, donde Juan tuvo que darle varias veces la mano a Sabina para que no se haga daño. Ella le obsequiaba con dulces que sabía preparar en su cocina y se fueron haciendo cada vez más amigos, pues aunque habían sido vecinos por muchos años, nunca pasaban palabra. 

Como a las diez y media de la mañana y con el Sol en las cabezas llegaron a la quebrada y comenzaron a aparecer en el suelo enormes troncos petrificados, moluscos del terciario, huellas de líquenes posiblemente del mezosoico y todo lo demás que se puede encontrar en un campo preservado por la naturaleza y formado por algún cataclismo ocurrido hace cosa de setenta millones de años.

Juan, que era algo ordinario, intentó cortar una corteza petrificada – una piedra – aunque realmente era el tronco de un árbol, bien a las claras se veían aun sus vetas y las estrías en su corteza, quiso atacar a otro y sufrió el mismo desengaño. Al fin, rendido de cansancio y ante la imposibilidad de destruir esas rocas, se contentó con meterse unas pequeñitas en las alforjas e intentar el regreso con Sabina, pero ésta no había ido por los árboles sino por Juan y le pidió que se quedara contemplando el paisaje serraniego que era maravilloso y así pasaron un buen rato, pensando en cosas bonitas, hasta que dando las dos de la tarde y amenazando lluvia emprendieron el regreso los tres, porque ella venía embarazada, aunque sin saberlo. 

Juan era un hombre de bien y Sabina una hermosa chica, se casaron con el gusto de los parientes dos meses después, en medio de una sencilla ceremonia, poniendo fin a una aventura romántica que se inició en el misterioso bosque petrificado de Puyango, maravilla geológica de nuestro país aún no explotada por el turismo.