ALA-VEDRA Y TAMA JOSE MARIA

MEDICO Y POLITICO. Nació en Guayaquil el 21 de marzo de 1890. Hijo legítimo de Ángel Miguel Alavedra y Moreira que primero fue pobre, luego tuvo una hacienda en Duran y a los cuarenta años de edad contrajo matrimonio con Ángela Tama Rendón, hija de José María Tama y Ponce, próspero comerciante, dueño de varias propiedades urbanas, de acciones de Banco, de los anillos solitarios de brillantes más grandes de la ciudad – heredados por sus nietos Alavedra – y de una hacienda cacaotera en Colimes.

Creció feliz con sus padres, hermanos y su tía Rosa Alavedra de Varela en un ambiente puritano, conservador, lleno de recuerdos coloniales, y desde sus primeros años dio muestras de poseer un bondadoso e ingenuo corazón, libre de toda malicia.

En su casa eran propietarios de dos carruajes adquiridos en Londres: un Milord para uso familiar tirado por dos yeguas y un Calesín pequeño con ruedas altas y ligeras, que junto a la carroza de los Guzmán Aspiazu fueron los últimos coches de tiro que se vieron en Guayaquil, pues desde 1907 habían comenzado a llegar los primeros vehículos motorizados conocidos en la ciudad, fabricados en los Estados Unidos.

En ese hogar anacrónico, de personas mayores y costumbres severas, la religión dominaba la escena a través de un ingenuo tradicionalismo que añoraba pasadas épocas.

Su bisabuelo Gerónimo Alavedra de Corominas combatiente realista en Ayacucho, y su tatarabuelo el Dr. Isidro Ignacio de Figuerola y Calisto (1) habían sido despojados de sus bienes durante las guerras de la independencia, acusados de realistas y monárquicos, por tal razón se vieron forzados a salir del país. Por eso su abuelo Isidro Alavedra y Figuerola creció en Lambayeque en el norte peruano, pasando apurada situación económica en casa de unos parientes, uno de ellos, el Dr. Justo Figuerola y Estrada ocuparía en 1853 provisionalmente, la presidencia del Perú. A su regreso a Guayaquil Don Isidro Alavedra y Figuerola contrajo matrimonio con Mercedes Moreira y Vergara, señorita de sociedad también pobre y tuvieron descendencia (familia Alavedra Moreira) pero su padre Ángel Miguel Alavedra y Moreira casó con Ángela Tama Rendón, como ya se ha dicho, hija de uno de los más ricos caballeros de Guayaquil.

Desde los cinco años acostumbraba curar a sus animalitos domésticos y hasta llegó a practicarles suturas. Recibió la primaria en el Colegio Mercantil con el pedagogo Marco A. Reinoso y estudió Humanidades Clásicas en el Vicente Rocafuerte hasta graduarse de Bachiller en Filosofía en 1908.

Era un joven de pequeña estatura y buen ver, musculado, nervioso, blanquísimo, el pelo castaño tirando a rubio, fino bigote y ojos glaucos. Buen deportista, amaba la equitación y en esgrima llegó a sobresalir como uno de los mejores de la ciudad. Sentía pasión por todo lo aristocrático hasta en los deportes, rendía culto a las buenas costumbres, respetaba a sus mayores,
admiraba el arte y al escoger una profesión prefirió la medicina, pero ya empezaba a sufrir de delirios de grandeza y a hacerse notar por ciertos rasgos de dudosa genialidad.

Para unos Carnavales salió la tarde del martes disfrazado de Centurión Romano montado sobre fino alazán. El público aplaudió y vitoreó al caballero durante varios minutos por diversas calles del centro, pero no faltaron mozalbetes bromistas que le cayeron a naranjazos y piedras. Entonces, lo que todo había sido simple farsa y burla al Dios Momo casi se convirtió en tragedia porque el Centurión volvió grupas y atacó a lanzadas a la plebe que huyó despavorida y el asunto fue largamente comentado, aunque para felicidad de todos no dejó heridos. I no faltaron personas que le dieran la razón por aquello de que “un caballero no debe permitir burlas a nadie.”

En 1910 abandonó sus estudios y se alistó en las filas de los defensores de la integridad nacional. Viajó por mar hasta Puerto Bolívar, siguió a caballo hasta encontrar al ejército. El Presidente Alfaro le entregó una de las banderas en Machala, gesto que el romántico joven jamás olvidaría. A su regreso incruento viajó con varios compañeros a Quito “a recibir el justiciero aplauso de la ciudadanía,” conoció y trató al Arzobispo González Suárez y nuevamente en el puerto se reintegró a sus estudios de medicina.

En 1912 fue Ayudante de la Cruz Roja del Cuerpo de Bomberos, colaboró en la revista “Ciencias y Letras” bajo los pseudónimos de “Lavadero” y “Joseph de Lavariat” y entre el 12 y el 23 fue médico ad -honorem de la Compañía de Bomberos 9 de octubre.

En 1914, tras la masacre de los médicos de la Cruz Roja en la revolución de Esmeraldas, se alistó como cirujano con el grado de Teniente de Sanidad Militar del batallón Manabí y viajó por tierra desde Chone hasta Jama, donde embarcó en el vapor “Constitución” con rumbo a Esmeraldas, llegando a tiempo para la toma militar de esa población, luego asistió a los sangrientos combates de La Propicia y Lagarto destacando por su temeridad, pues jamás midió al peligro ni le tuvo miedo a la muerte. Al término de las operaciones bélicas regresó licenciado con honores a Guayaquil y a finales de ese año publicó “Neoplasias cutáneas y Rayos X” para el 1er. Congreso Médico clebrado en Guayaquil en abril de 1915. La Junta de Beneficencia le nombró director del Gabinete de Fisioterapia y Radiología del Hospital General donde trabajó cuatro años gratuitamente. El 16 se Licenció en Medicina, el 17 se graduó de Doctor en la Universidad de Quito y al año siguiente se incorporó al cuerpo médico de su ciudad. Ese año obtuvo Mención de Honor en un certamen universitario de literatura con su novela corta titulada “¿Sería?

En 1919 importó de Francia un equipo electro – radiológico que instaló en su consultorio de la calle Colón entre Pichincha y Pedro Carbo, casa de madera de un piso, de su propiedad, que pronto se llenó de clientela. Esa fue su mejor época, pues escribía para diferentes diarios del país sobre temas científicos, preferentemente de Medicina Tropical.

El 15 de noviembre de 1922 organizó con otros facultativos la atención de los heridos en el Hospital General, también estuvo en la recolección de muertos en las calles, con peligro para su vida. En premio a su generosidad y por servicios prestados a la institución en 1924 fue designado Vocal vitalicio de la Cruz Roja Ecuatoriana.

Ese año registró el primer indicio de un disturbio conductual pues aprovechando la visita del pintor Nicolás Delgado a Guayaquil mandó a confeccionar ocho enormes retratos al óleo de parientes, algunos de ellos con rostros ficticios, como se puede apreciar a simple vista por la repetición de los parecidos. Ejemplo, el del “conquistador” Fernando Ponce de León, Corregidor de Guayaquil en 1686, ascendiente suyo.

Al finalizar los años veinte había cimentado una fortuna personal a través de su numerosa clientela, trabajando desde las diez de la mañana incansablemente hasta las diez de la noche, dando préstamos a favor de terceros con interés sobre prendas y con la compra y administración de varias casas antiguas ubicadas en el centro de la urbe. Atendía en lo que él llamaba la clínica, situada en su casa, donde mantenía sus dos equipos de radiología (rayos X para radiografías, y ultravioletas para aplicaciones de sol) y se especializaba en Otorrinolaringología; también era cirujano, realizaba operaciones de amígdalas, adenoides, cornetes, tabiques y otras intervenciones menores.

Era tanta su clientela que a veces pugnaban por ganar turnos para entrar, en cierta ocasión hasta rompieron uno de los vidrios de la mampara de acceso como él mismo lo indica en su Anecdotario, y si se hubiera casado joven todo le habría ido perfecto; pero era un romántico a tiempo completo, infatigable perseguidor de damitas hermosas, que las tenía incontables, porque siempre fue muy viril y quizá por eso desperdició las décadas deDlos años veinte y treinta.

En 1929 era poseedor de los más finos caballos de raza de la ciudad y cedió el día 9 de octubre a la Madrina Criolla del Litoral, la bella manabita Eva María Acuña, un brioso corcel de su propiedad llamado Black Prince para que la reina desfilara desde la calle Chimborazo hasta los terrenos del American Park acompañada de numerosas jinetes y entre el aplauso de una abigarrada multitud que lanzaban incesantes vítores por el Día de la Raza y la Fiesta del Montubio.

En 1930, preocupado por la gravísima crisis económica del país dictó una conferencia sobre las “Causas de la degeneración social.” El 33 descubrió por carta del genealogista quiteño Cristóbal de Gangotena y Jijón que por la rama de Chiriboga tenía antepasados comunes con su ídolo, el líder conservador Jacinto Jijón y Caamaño, a quien siempre admiró, al punto que quiso emularlo con un Castillo igual o mejor que La Circasiana propiedad de Jijón en Quito.

Ese mismo año y en protesta contra el fraude electoral liberal pretendió levantarse en armas contra el presidente Juan de Dios Martínez Mera, fracasó y fue apresado, saliendo en triunfo cuando cayó el gobierno semanas más tarde. Enseguida declaró “cuando las causas son grandes, las prisiones son honores” entonces intervino activamente en la campaña presidencial del Dr. José María Velasco Ibarra, a quien creía conservador como él y en eso estaba en lo cierto, Velasco Ibarra era un consumado arielista que deseaba la redención del país a través de lo que entonces se llamaba conciencia y hoy se denomina cultura, pues admiraba a los enciclopedistas franceses del siglo XVIII.

Como las elecciones duraban en ese entonces tres días, para evitar que le hicieran fraude a su candidato se presentó en el recinto electoral a animar a los partidarios velasquistas. La boxeadora Flora Guzmán – campeona nacional en los Juegos Olímpicos celebrados en 1926 en Riobamba – acompañada de un grupo de mujeres del pueblo se le enfrentó, hubo gritos y hasta se iba armando una trifulca, que Ala – Vedra muy caballerosamente evitó pues no sabiendo a qué atenerse por tratarse de miembros del sexo femenino, dio media vuelta y salió precipitadamente del lugar. La noticia apareció al siguiente día en el diario El Universo y causó la hilaridad que esta clase de chascos políticos provoca.

A fines del 35, calificado de “líder peligroso” porque gustaba alborotar a las multitudes con fogosos discursos, fue enviado al exilio por la dictadura oprobiosa del Ing. Federico Páez. Primero estuvo en Lima, ciudad que le encantó por sus palacios de piedra y mármol, con esa sociedad tan sedeña que siempre la ha distinguido y hecha tan de acuerdo a su temperamento y gusto, asistió a las corridas de toros en la plaza de Acho y a las carreras de caballos en el Hipódromo, a las riñas de gallos, frecuentó el ambiente fastuoso del Hotel Bolívar, los paseos vespertinos por el elegante Jirón de la Unión con damitas de sociedad enjoyadas y cubiertas de pieles. En fin, halló todo un mundo novedoso para su fina sensibilidad que siempre fue más europea que americana, se presentó a la prensa como perseguido político, dictó conferencias y finalmente, quizá para no cansar, empezó a recorrer en plan trashumante las altas sierras y finalmente arribó al lejano y alto Collao. Estuvo en Huaitara, Ayacucho y Cusco, fue recibido con honores de exilado por el cuerpo de catedráticos de esa Universidad de San Antonio Abad, visitó las ruinas de Sacsahuamán, admiró los museos, tuvo en sus manos la histórica Cruz que trajo de España el Obispo fray Vicente Valverde en su segundo viaje. En Sacsahuamán se admiró de las construcciones ciclópeas, en el valle sagrado de los Incas se extasió del verdor y la feracidad de esas tierras regadas por el río Urubamba, y cuando por primera ocasión vio la inmensa plaza central del Cusco comprendió el poder y el señorío del antiguo imperio andino. Todo ello sirvió para exaltarle en demasía y no se cansaba de extasiarse de tanta grandeza.

En Ayacucho entregó una Corona de flores a la Municipalidad en homenaje a la memoria de su tío abuelo el Coronel José Alavedra de Figuerola, combatiente en tan célebre batalla que perdieran los monárquicos – realistas sudamericanos – y ganaron los insurgentes. I como las dictaduras ecuatorianas no se resolvían favorablemente, pues tras la aparatosa caída de Páez siguió el ascenso del General Alberto Enríquez Gallo, tuvo tiempo para incorporarse de Médico en la Universidad de San Marcos de Lima y visitar vestido de chaqué porque se presentó antes del medidodia, al Nuncio Apostólico Fernando Cento, representante personal del Papa Pio XI para Ecuador y Perú, quien le impartió su bendición apostólica.

El 37 trabajó en la empresa “Cerro de Pasco Cooper Co.” a más de tres mil metros de altura, como médico estudió los males endémicos en la zona y viajó acompañado únicamente de un guía, desde el Cusco hasta Iquitos, capital cauchera del Perú, en plan de aventuras que no estuvo excento de riesgos y peligros porque parte se realizó en vapor por las aguas del extenso río Huallaga y parte a través de trochas y caminos al interior de la selva. De nuevo en Lima, con casi cincuenta años de edad, aunque aparentaba mucho menos por su notoria delgadez y fina estampa, siempre representó menos edad hasta en su vejez, enamoró y contrajo matrimonio con la dama de sociedad doña Nelly Dapelo y Pintado, a quien conoció en una recepción de postín. Ella era hija legítima de un inmigrante italiano de apellido Dapelo Durante que logró una excelente posición económica en esa capital y allí casó con una de las señoritas Pintado y Elcorobarrutia, miembros de la alta sociedad peruana. Finalmente, en 1939, después de concluir la dictadura del General Enríquez Gallo y el interinazgo del Dr. Manuel María Borrero González, durante gobierno constitucional del Dr. Aurelio Mosquera Narváez, volvió a Guayaquil con la aureola del desterrado, después de tres años de ausencia y como bien lo anotara el columnista Adolfo Simmonds, del diario “El Telégrafo”, habiendo bebido hasta las heces la copa del martirio.

En Lima había visto a los ricos vivir bien, con el boato y la pompa usual en toda gran capital, pero también aprendió ciertas minucias que empezó a practicar en el puerto. Efectivamente, desde entonces le nació la manía de firmar su primer apellido dividido en dos y con un guion en la mitad Ala -Vedra separado del segundo por la conjunción copulativa y, de suerte que quedó transformado en “José Ala – Vedra y Tama”, fórmula nueva y más aristocrática. I con el tiempo, tanto insistió ante sus hermanos que todos terminaron por firmar igual. El apellido Alavedra es de origen catalán y significa “A la vera o a un lado del camino” aunque hay autores que indican que se compone de dos voces Ala y Vedra y por eso en su escudo consta el Ala heráldica que simboliza el vuelo hacia el infinito, o sea los altos ideales de la familia.

En 1940, al conocer el fraude electoral realizado contra su amigo el Dr. Velasco Ibarra, se unió a la revolución de los aviadores insurrectos en Quito; mas, como el asunto fracasó, volvió a ser lanzado al exilio. Regresó el 41 y desde entonces “solo se dedicó al cuidado de su hogar, su profesión médica y la felicidad de la Patria.”

Ese año quiso instaurar en el país, a medias con el Obispo José Félix Heredia Zurita que siempre fue su gran amigo, el modelo falangista de los Sindicatos Verticales, pero encontró franca y abierta oposición en los obreros del puerto, que no se tragaron el cuento.

El 42 fue apresado y llevado al panóptico en Quito por orden del atrabiliario presidente Arroyo del Río, quien lo mantuvo setenta y cinco días en rigurosa incomunicación en el Panóptico, al punto que enfermó gravemente y hasta hubiera muerto de no haber sido por la intervención de la prensa nacional que obtuvo su liberación y pudo recuperarse a través de un largo tratamiento.

Incansablemente el 43 quiso construir con Heredia el Seminario Mayor de Guayaquil. Hicieron los planos, mandaron a construir la maqueta, reunieron dinero, convocaron a la prensa y finalmente cayeron en manos de un estafador chileno que los engañó con una seudo importación de varillas de hierro. Ala- Vedra salió perjudicado con miles y para reponerse económicamente se sometió a un sistema de espartana economía que duró muchos meses, durante el cual se privó con su familia de todo lo superfluo y hasta de casi todo lo esencial. Fue una etapa muy dura que sus deudos aún recuerdan.

El mismo año intentó fundar con varios amigos y conocidos la Orden de beneficencia de Caballeros de Santiago de Guayaquil, redactó los Estatutos, planificó un desfile con uniformes, convenció a varios y cuando todo estaba listo para la reunión inicial, su pariente por Tama, Genaro Cucalón Jiménez, alegó que con el tiempo los Caballeros reducirían sus títulos y quedarían convertidos en flamantes Caballeros de Santiago, confundiéndose con los de España, y por algo tan nimio se malogró otra de sus iniciativas.

A principios del 44 el conservadorísimo guayaquileño lo delegó con Efraín Camacho Santos para conformar el directorio de “Acción Democrática Ecuatoriana ADE”, agrupación política antiarroyista que aglutinó a la oposición nacional. Como tal fue gestor y combatiente armado en las calles de Guayaquil la noche del 28 de mayo, mantuvo varios menfrentamientos con los miembros de la pesquisa y se mantuvo haciendo guardias hasta bien entrado el siguiente día, en que al sabese el triunfo nacional de la revolución, se retiró a la tranquilidad de su hogar, con la satisfacción íntima del deber cumplido. En premio a su heroicidad recibió la Medalla de Oro Municipal en la sesión solemne que celebró nuestro Cabildo en la tarde del 9 de octubre de ese año. Ese fue su momento de mayor gloria cívica, pues finalmente su ciudad le reconocía tantos y tantos anhelos y desvelos en pro de las libertades ciudadanas.

El 45 fomentó económicamente al naciente partido “Acción Revolucionaria           Nacionalista

Ecuatoriana ARNE” de claro ideario falangista, escribió el artículo científico “El botón de oro en el oriente” sobre la úlcera tropical leishmaniosis americana y designó padrino de bautizo de su hija Isabel a su amigo personal el presidente Velasco Ibarra.

El 46 fue condecorado con la Orden Nacional al Mérito en el grado de Caballero y recibió un Homenaje del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil. El 47 ingresó al Instituto Hispanoamericano de Relaciones Culturales.

Al producirse la dictadura del Coronel Carlos Mancheno Cajas rodeó el cuartel Quinto Guayas situado en Antepara y Clemente Ballén con más de mil paisanos desarmados, tal golpe de audacia y valentía rindió los beneficios apetecidos porque los militares del puerto se amilanaron y terminaron retirando su apoyo al flamante dictador, que se cayó aparatosamente del poder al saber en Quito que ya la plaza de Guayaquil no le obedecía, y el país empezó su retorno al orden constitucional. Esta página heroica de su vida no ha sido debidamente valorada pues tuvo trascendencia nacional.

El 47 vendió la lancha lechera “Churute” de su propiedad, que hacía el recorrido desde Los Tintos hasta Guayaquil. El comprador Tomás Antonio Chávez Hidalgo le hizo colocar un motor Caterpilar nuevo para darle mayor andar y la dedicó a recoger la producción lechera de las haciendas ubicadas entre Los Tintos y Boca e’ Caña, pero solo la gozó un año pues a las diez de la noche del domingo 27 de Junio del 48 zozobró frente a la hacienda Isla de Guare con pérdida de vidas humanas y cuando fue reflotada le pusieron “Santa Mariana”, le quitaron las tres toldillas que la hacían balumosa, también le llamaban La Celosa y terminó su vida como “Rosa Mercedes” años más tarde.

En 1950 envió un saludo de felicitación al Arzobispo Carlos María de la Torre con motivo de su elección de Cardenal.

Ese año publicó una notable operación practicada a un herido de bala a quien curó en su clínica particular y salvó de una parálisis general. La bala le había entrado por la boca donde se habrá alojado y tuvo que sacarla por la nuca, lo milagroso del caso es que no había causado mayores estragos a no ser unos cuantos dientes fracturados y el paciente se recuperó casi enseguida.

El 51 recibió la Orden Militar y Constantiniana de San Jorge que le fuera concedida por Su Alteza Serenísima el pretendiente del antiguo reino de Nápoles y las dos Sicilias. El 52 solicito a la Municipalidad el correspondiente permiso de construcción de un Castillo de dos torres secundarias y una principal, todas almenadas. El edificio tendría dos pisos altos y una planta baja, en cemento armado, pero como le exigieron dinero los concejales cefepistas, se enfadó mucho y les sacó una hoja volante titulada: “El Caballero de las espuelas doradas a sus nobles brutos.”

El proyecto original era muy ambicioso, contemplaba la instalación de un gran reloj de uso público en la torre central, la erección del monumento a Isabel La Católica de pie en el instante en que entregaba sus joyas a Cristóbal Colón hincado de rodillas, en una plazoleta ubicada al frente del Castillo. Incluso llegó a tener hasta las maquetas del monumento y del castillo.

Ese año dio a conocer a través de El Universo, La Prensa y La Nación el “genial descubrimiento” de una fórmula magistral o sustancia compuesta que bautizó como “Litolisina”, cuya ingestión producía el ablandamiento y expulsión en un lapso no mayor de dieciséis horas, de los molestosos cálculos biliares contenidos en la vesícula y en el tracto hepático, sin ocasionar la menor molestia al paciente, pues al salir en forma de minúsculas arenillas, se deslizaban sin ningún dolor. El asunto causó el revuelo que es de esperar en esta
clase de descubrimientos puramente medicamentosos y no quirúrgicos y pronto se llenó nuevamente su consultorio con pacientes ansiosos de salvarse de una segura y delicada intervención; aunque no faltaron facultativos, sobre todo, dentro del gremio de cirujanos, que protestaron airadamente contra tan original invento.

En 1955 asistió a un Te Deum celebrado en la Catedral a las once de la mañana vestido de frac y condecoraciones y se mantuvo de pie y en el Coro para que todos lo vieran. Luego regresó a su casa deteniendo el tránsito en el trayecto.

En 1956 participó personalmente y con dinero en la campaña presidencial del candidato conservador Camilo Ponce Enríquez con quien se decía lejano pariente por su abuelo Tama Ponce, y cada vez que el Presidente venía al puerto, lo iba a visitar.

El 59 trató de impulsar su candidatura a la Vicepresidencia de la República en binomio con el conservador Gonzalo Cordero Crespo, reuniendo a varios amigos y coidearios en el Club de La Unión, del que era socio desde los años treinta. El asunto fue comentado, recibió muchísimas adhesiones y hasta le pidieron declaraciones, pero su candidatura no prosperó porque Cordero hizo alianza con un miembro de otro partido.

Entonces lejos de despecharse comenzó la construcción del Castillo con frente a la amplia avenida Olmedo, en la esquina de Colón y Noguchi (las cinco esquinas) sobre un solar de 400 m2 de su propiedad. El proyecto fue calculado inicialmente en cinco millones de sucres, suma elevada para entonces, pero costó más (2)

En 1962 fue agraciado con la condecoración de Caballero Gran Oficial de la Orden Equestre y Pontificia del Santo Sepulcro de Jerusalem y programó una solemne ceremonia de imposición de la espada,
muy a la antigua usanza como a él le encantaba, que se realizó en el Palacio Episcopal el domingo 16 de Junio a las nueve de la noche. Después vendría la bendición e inauguración del Castillo a las diez. En ambas ceremonias participó el bonísimo Arzobispo César Antonio Mosquera Corral, hombre verdaderamente apostólico que comprendió la alegría que deparaba a su amigo Ala-Vedra y no pudo negarse a ello; pero de todas maneras y a pesar de su presencia, el asunto trajo cola porque fue publicitado en El Universo y se congregó una multitud de personas conocidas de la ciudad en los bajos del Palacio y del Castillo, que daban vivas.

En efecto, días antes, el Doctor Ala- Vedra me había mandado a llamar para que escriba una crónica sobre tan importantes acontecimientos y así lo hice, pero mi escueto borrador no fue de su entero agrado, por lo cual me ordenó agregarle una serie de detalles de dudoso gusto y por eso salió sin mi firma.

Esa noche, a las nueve en punto, los bajos y las inmediaciones del vetusto Palacio de madera se vieron colmados de personas del mundo social que sin ser invitadas se habían dado cita para aplaudir al flamante caballero. Su número fue tan grande que triplicaba al de los invitados, que pasaban de los doscientos. Por mera precaución a alguien se le había ocurrido la brillante idea de apuntalar el edificio con cañitas, pues dada la vetustez se temía que no pudiera resistir el enorme peso de la concurrencia.

Pocos minutos después se oyeron gritos de saludo y apareció el cortejo que había salido del Castillo y avanzaba a pie por la avenida Olmedo. Primero venía el Dr. Ala-Vedra de frac, atrás los Caballeros Dr. Vicente Norero de Lucca y Giulio Ricci con sus respectivas capas y espadines al cinto. Finalmente Bolívar Pauta Ubilla, que como secretario Ad-Hoc portaba un almohadón con el título y la espada

que se impondría. Los aplausos, vítores y otras muestras de admiración se sucedían interminablemente en los bajos y el Dr. Ala-Vedra aprovechó la ocasión para disparar en el rellano de la escalera uno de sus mejores discursos, brillantísima improvisación que volvió a ser vitoreada. Los de arriba comenzaron a comprender, aunque tardíamente, que el asunto se tornaba peligroso. Las damas se quitaban de sus brazos y cuelloslas joyas, pero ya no podían escapar.

La ceremonia fue brillante, toda en latín, con el ceremonial de la Corte Pontificia donde esta clase de actos son cosa normal de todos los días y a nadie llama la atención. El Arzobispo se vistió de pontifical, monseñor Rogelio Bauger sirvió de Secretario, la fórmula de imposición se leyó de un antiguo breviario especialmente venido de Europa. Música sacra de fondo, incienso, el paternal abrazo del Arzobispo, aplausos de la concurrencia y lágrimas de emoción en el Dr. Ala- Vedra pues era su noche de noches, quizá la más importante de su vida. “Por un momento se sintió feliz, sin rencores. Quedaban atrás sus persecuciones políticas, dos destierros, su encarcelamiento; la mezquindad de sus coidearios que luego de ofrecerle la candidatura a la vicepresidencia se la retiraron al entrar otros intereses en juego.” Entonces ya no supo más de sí y comenzó a vivir como entre sueños, según me lo confesó días después tratando de recordar todos los detalles. Bajó acompañado por sus hermanos en la Orden, otro discurso en el rellano de la escalera, más vivas eufóricas, tomó un lujoso automóvil que alguien providencialmente le ofreció para evitarle el regreso a pie y se dirigió al Castillo que estaba totalmente iluminado a solo cuatro cuadras, subiendo triunfalmente por la gran escalera de mármol y pisando la bellísima alfombra roja, digna de un Castillo europeo. Arriba esperaban los mozos con burbujeantes copas servidas en bandejas de plata esterlina.

Se colocó junto a la armadura igualmente de plata y totalmente bruñida, que le obsequiara años atrás su amigo Juan X. Marcos Aguirre y que su padre Juan Francisco Marcos Aguirre había importado de Europa a principios de siglo, y bajo un hermosísimo óleo de grandes dimensiones, de la escuela quiteña del siglo XIX, que representa a Cristo saliendo en gloria y majestad de su Sepulcro de piedra, enmarcado en fina madera dorada con láminas de pan de oro, recibió las felicitaciones de estilo, mientras en los bajos rugía una multitud de más de cinco mil personas que había formado una peligrosa calle de honor a las puertas del Castillo.

Entre los asistentes había algunos venidos de Quito, el Embajador de España, Ignacio de Urquijo y Olano, Conde de Urquijo y copropietario del todopoderoso Banco de Bilbao. Carmen de la Torre Centofanti, sobrina del Cardenal de la Torre y viuda del Marqués Carlos de Andía – Irarrázabal Larrain Peyremale Vivero y García – Moreno. El Conde Manuel Jijón – Caamaño y Flores se excusó, en cambio asistieron por Guayaquil el Coronel Jaime de Veintemilla Moran, Jefe de la II Zona Militar y sobrino bisnieto del General Ignacio de Veintemilla, que lo hizo de estricto uniforme y condecoraciones. Pepe Baquerizo Maldonado que acababa de regresar de la embajada en España también asistió condecorado, madame Juliet Hardy du Rumain, Condesa de Rumain y consumada concertista de piano; los padrinos y madrinas de la bendición y los invitados en general.

Padrinos del bautizo del Castillo y testigos de Honor de la imposición de Caballero fueron: El Conde Urquijo Embajador de España, la Condesa de Rumain, la Marquesa de Andía, Dr. Julio Aguirre Overweg, Dr. Leonidas Ortega Moreira. Miguel Ala-Vedra y Tama, Graciela Noboa Illingworth de Marques de la Plata, Dr. Raúl Gómez Lince, José de Venegas Ramos, Isidro de Ycaza Plaza, Miguel Toral Malo, Ernesto Baquerizo Roca, mi padre Rodolfo Pérez Concha, Luis Baquerizo Amador, Rosa Victoria Amador de Baquerizo, Guillermo Wrigth Ycaza, Mercedes Carolina Orrantia Wright, Armando Baquerizo Gómez, Esperanza Carmigniani Carlier, Dr. José Baquerizo Maldonado, Dr. Ricardo Márquez Tapia, Juan X. Marcos Aguirre, mi suegro Dr. Rodrigo Puig – Mir y Bonin, Hernán de Ycaza Gómez, Eduardo Seminario Ponce de León, Dr. José A. de Rubira Ramos y sus respectivas cónyuges.

El Arzobispo bendijo momentos después los salones, especialmente la sala oval con muebles estilo Luis XVI en pan de plata forrados en un finísimo tapiz celeste cielo y el Comedor con su gran mesa de madera de roble charolado en su color y capacidad para veinticuatro personas. El quinteto de Cuerdas del Núcleo del Guayas de la CCE tocó piezas semi clásicas y abundó el champagne servido en antiguas copas francesas de cristal San Luís y el pavo hasta las cuatro de la madrugada, hora en que bajó el último de los asistentes. Demás está indicar que el despliegue de bellísimas bandejas de plata adquiridas en Camuso fue imponente, pues las hubo de todos los tamaños y en número mayor a las tres docenas. I como dato especial contaré que solo se bebió champagne y se sirvió pavo bellamente adornado con gajos de lechuga. Todo de muy buen gusto.

De allí en adelante, convertido en personaje nacional por su Castillo y habiendo “superado” exitosamente a su ídolo Jijón y Caamaño, transcurrieron sus horas en paz consigo mismo y en relativa soledad, pues su esposa moraba con una hija casada. Sus hijos, aunque vivían con él, eran independientes; pero su hermana Teresa, casi ciega, que tenía su departamento contiguo al consultorio, le acompañaba solo por horas.

Entre el 64 y el 67 le traté más porque era vecino de la familia de mi novia. En enero de ese último año cumplió sus bodas de oro profesionales y encargó al Dr. Ricardo Márquez Tapia, de Cuenca, que le preparara un libro de homenaje con numerosas anécdotas y genealogías, que tituló “Gloriosos fastos históricos guayaquileños y el sagrado símbolo de la bandera ecuatoriana” en 361 páginas, obra que por su curiosidad se ha convertido en una verdadera joya bibliográfica.

Salía poco a la calle y más bien se le veía leyendo de continuo en su consultorio, con las chazas abiertas por el calor y hasta altas horas de la noche en que se retiraba al Castillo a pie y en pijamas largas, con el pasito rápido y menudo que le singularizaba. Era todo un espectáculo cuando iba a cobrar sus arriendos. Pocas veces paseaba en un automóvil Ford Lincoln de gran lujo, color azul marino, con sistema eléctrico para las ventanas, grande, antiguo y de fabricación norteamericana, porque según decía, su motor de ocho cilindros consumía mucha gasolina.

Al finalizar los sesenta fue lanzado al suelo por un carro en la esquina de Colón y Pichincha, sufrió la rotura de una pierna y lo enyesaron en la clínica Alcívar donde permaneció algunos días hospitalizado. Después ya no salió, se recluyó en su Castillo y murió de más de ochenta años.

Dejó fortuna en solares, covachas y joyas y un copioso anecdotario pues su vida fue una constante tensión entre sus cándidos ideales decimonónicos (conservadorísimo a ultranza vivido a través de la tradición, la realeza, la etiqueta, la hispanidad, la Lima de los Virreyes, los deportes nobles como la equitación y la esgrima, Ordenes militares europeas. condecoraciones y uniformes) y un fervoroso deseo de notoriedad que le impulsaba a realizar obras útiles y patrióticas (sus continuas aventuras revolucionarias, prisiones, exilios, trabajos y luchas cívicas) que con el tiempo se fue agudizando hasta convertirse en algo patológico por el constante choque con la realidad trivial y anodina de una ciudad que había crecido desmesuradamente y que ya no era suya y para colmos, en la que imperaba un medio mercantilista, populachero y vulgar, tan alejado de sus gustos. Por eso se sentía un europeo nacido por equivocación en Guayaquil, considerada ya desde entonces como el último puerto al sur del mar Caribe.

Tuvo una esposa bellísima y una familia maravillosa que sin embargo no aprovechó enteramente por vivir de sueños. Leales amigos que le querían bien, hermanos que lo cuidaron. Tal su vida, reseñada porque fue un personaje folklórico y controversial y por qué no decirlo también, por su hermoso cuanto raro castillo que nuestra intonsa Municipalidad no ha querido agradecer debidamente, a pesar que constituye uno de los sitios emblemáticos del puerto y no existe turista nacional o extranjero que al visitar Guayaquil se libre de admirarlo y conocerlo, pero no está lejano el día en que transformado en Museo o en sede de alguna fundación internacional, sirva para realzar su prestigio y su memoria. Por lo pronto una importante calle de Guayaquil tiene su ilustre nombre.