FEMINISTA- Nació en Guayaquil el 2 de abril de 1889, hija de Miguel Ángel Alavedra Moreira y de Ángela Tama Rendón, guayaquileños, rentistas, propietarios de una hacienda cacaotera en la zona de Colimes.
Aprendió las primeras letras en la escuela de la señorita Julia García Noé, después fue alumna de las pedagogas Isabel Hidalgo y Victoria Pérez Rivera, finalmente el Dr. Manuel Gómez Abad la graduó de profesora de primera clase. Así mismo recibió lecciones de piano de su madre y de Ana Villamil Icaza, llegando por su propia cuenta a convertirse en una consumada intérprete de música clásica.
En 1906, de apenas diecisiete años de edad, siendo una joven alta, bella y bien proporcionada, que gustaba leere y cultivarse, escribía y componía música, formaba parte de un valioso grupo de mujeres que dirigían las hermanas Rosaura Emelia y Celina María Galarza y entre las tres sacaron la revista literaria “La Ondina del Guayas” que circuló entre 1907 y el 10, compitiendo con “El Hogar Cristiano” de Ángela Carbo de Maldonado.
Como antecedente de esta publicación cabe indicar que en 1905 había aparecido en Quito “La Mujer” revista mensual de literatura y variedades con poesías, cuentos, artículos y ensayos escritos por mujeres ansiosas de expresarse publicamente. Alma de esa primera revista fue Zoila Ugarte de Landívar, más conocida en las bellas letras nacionales por su seudónimo modernista “Zarelia” pero los apuros económicos propios de este género de impresiones terminaron con “La Mujer” al poco tiempo de su aparición. En Guayaquil tuvimos más suerte porque “La Ondina del Guayas” donde aparecieron varios dibujos a plumilla obras de Teresita, sobrevivió cuatro años en un medio indiferente, estrecho y hasta abiertamente hostil, proeza sin nombre para su época. “Cada número incluía poesías y artículos escritos por mujeres, artículos especiales sobre las heroínas ecuatorianas y las más destacadas intelectuales del país, así como también sugerencias sobre las últimas modas de vestirse y cuidarse el cutis”.
En cuanto a actividades literarias propiamente dichas, en La Ondina se aspiraba a que la mujer ecuatoriana sea una “fiel intérprete de los bellos y tiernos sentimientos que se anidan en su alma. La mujer, en nuestra Patria, siempre se ha distinguido por su privilegiada inteligencia y su afición a las letras, pero las preocupaciones de la época o la excesiva timidez de su carácter, le ha impedido con frecuencia hacer conocer al público las delicadas flores de su ingenio, resultando de aquí que hay verdaderas joyas literarias casi desconocidas de nuestra ilustrada sociedad …” esfuerzos que no fueron aceptados pues el medio imponía a las mujeres de entonces la sujeción irrestricta a los mandatos de sus padres y esposo, una dedicación constante y sacrificada al hogar y a los hijos y un recato pudoroso que le impedía salir libremente a las calles como lo hacían los hombres. Aún más, el trabajo, de por sí honroso y más aún si es realizado por una mujer, se consideraba como sumamente peligroso para el buen nombre y fama de las llamadas señoritas bien de sociedad, pues era oportunidad de rozarse con hombres malos y con toda clase de gentes.
En 1910 Teresita, que también era compositora, publicó en “La Ondina del Guayas” su pasodoble “El defensor” dedicado a Honorato Vásquez con motivo de su regreso a la Patria. La letra y música de “El defensor” aparecieron impresas tiempo después en un folleto editado por la Sociedad Filantrópica del Guayas.
Por entonces las hermanas Galarza se ausentaron definitivamente a Quito donde publicaron entre 1917 y el 20 la revista ilustrada de literatura, artes y variedades “Flora”, considerada la mejor del género feminista ecuatoriano de esos primeros tiempos.
Teresita Alavedra se quedó en Guayaquil y llevada por sus ansias de cultura dedicaba gran parte de su tiempo a la pintura, sobresaliendo en el género de la acuarela que como bien se sabe es uno de los más difíciles, siendo sus copias muy hermosas, lo que me consta por haber admirado dos de ellas, de buenas dimensiones, con bellas escenas interiores de personajes y ambientes versallescos del siglo XVIII ¿Qué se habrán hecho? eran obras de innegable paciencia y labor.
Entre 1912 y el 26 dictó cursos libres y enseñó pintura en el colegio de monjas de la Inmaculada.
Para 1918 tuvo un pretendiente irlandés que poco después falleció en su patria combatiendo contra los ingleses. A él dedicó algunas sentidas composiciones que por allí deben estar guardadas. Eran versos de un romanticismo decimonónico como su formación intelectual anterior a la Gran Guerra del 14 al 18. Posteriormente, el 7 de octubre de 1933 – a los cuarenta y cuatro años de edad – contrajo matrimonio con el ciudadano español Calixto Vallejo Ramírez, propietario de una conocida fundición de metales situada al sur de la ciudad, de quién divorció al poco tiempo, sin sucesión.
En los 50 salía a la calle con su sobrina Isabel Ala-Vedra Dapelo y cuando no había el chofer en la casa se iban en tranvía o a pie si era cerca. Por los años 60 la conocí un día que me la presentó su hermano el Dr. José María. Era una señora entrada en años, alta y más bien rolliza, de rostro pálido y pelo cano, que hablaba muy bajito y con gran discreción. Todo su continente era anacrónico, desde sus largas faldas de zaraza blanca hasta los zapatos de fino tacón. Entonces casi no veía, pero me enseñó algunos de sus versos que leyó con pausada y débil voz, como si estuviera evocando escenas del pasado y en verdad contenían mucha autobiografía. También me hizo participar de su secreto a voces. Había compuesto una obra teatral para niños titulada “En el jardín de los enanos”, obra en tres actos y en verso, que pensaba estrenar algún día en el Teatro Olmedo y hasta puso un aviso en el periódico pidiendo enanos para que actuaran. Ignoro si habrán respondido a su llamado. En “Artes Gráficas Senefelder” se la llegaron a imprimir con un hermoso dibujo art nouveau suyo en la portada.
También tenía otra obra, drama en tres actos y en verso, con la vida de un caballero que en el primer acto románticamente violaba a una hermosa muchacha bajo palabra de matrimonio. Veinte años después se sucedía el segundo acto, explicándose tan tremendo salto cronológico con un ligero parlamento y él abusaba de otra ingenua jovencita. Por último, al tercer acto, veinte años más tarde, a cuarenta del primero, el mismo don Juan deshonraba a otra, pero allí le salía el muerto porque descubría que había vivido con su amante, su hija y su nieta y desgarrándose las ropas muy a la griega recitaba un soliloquio de los tiempos del romántico Espronceda más o menos así: // Furias mi pecho morded / mi corazón desgarrad / toda mi sangre bebed … ¡El suicidio ponía fin a tanta violación familiar!
Teresita fue una dama educada y amable que cultivó sus bellas letras en paz con el mundo y dentro del marco feminista y mariano de la Iglesia Católica, sin romper lanzas contra las injusticias ni sentir las urgencias sociales de los convulsionados años veinte al cuarenta que le correspondió vivir a plenitud. Aspiró a renovar a la mujer por el cultivo de las letras, pintó para consumo familiar y sus papeles deben andar por allí en espera de una mano amiga que los recoja y dé a la imprenta para salvarlos como testimonio de una primera época feminista ecuatoriana de la que se conoce muy poco.
Después de mucho indagar al fin encontré “En el Jardín de los enanos” Guayaquil, 1956. Cuento teatralizado en 29 páginas. La obra es constituyó por entonces en algo realmente anacrónico, debido a que tendría más de cuarenta años de escrita, también causó asombro por ser notoriamente aberrante, pues la acción se realiza en un jardín imaginario dentro de un bosque poblado de flores, mariposas, libélulas, abejas. Satán, monos, lechuzas, el viento, la ninfa, la maga, el hombre de la montaña y por supuesto los enanos, fantasía en una noche primaveral, en una época que no interesa.
El paisaje se describe morosamente, igual el vestuario de los personajes, que se presentan cada uno de ellos, en verso:
Guardián: El guardián soy, mas desgraciado; / Ay, débil siempre y … mal tratado. / El viento: Yo soy el viento; de cielo y tierra . . . / yo sé de paz, yo sé de guerra . . . / Ninfa: Yo soy la ninfa que ondea sus velos / entre boscajes, lagos y cielos …/ Jefe: Rámbolo soy, así me llamo / de criminales yo soy … el amo / Enanos: Aquí ladrones, aquí los ruines / que, entre las sombras, hacen festines. / La Maga: Yo soy Severa, yo me presento / a cada cual, según lo siento / El hombre: Este habitante de las riberas / tiene doseles de enredaderas / La Rosa: Yo soy la rosa, reina de flores /y a quien las aves cantan amores / Las Flores: Somos las flores, de amor emblemas, / gratos recuerdos, bellos poemas / Monos: Somos los monos, también actores / como hay bimanos imitadores / Cupido: Eros me llaman, ágil Cupido; / en corazones tejo mi nido. / Satán: En fiera fragua forja malvados / y en barro inmundo son modelados . . . / Mariposas: Del aire somos lindos colores. / tal, en el árbol, pintadas flores / Abejas: I aquí abejitas, trabajadoras / que despertamos con las auroras / Sonidos: Las sensaciones no ocultamos, / tenues o duras a vos llegamos.
Luego de esta introducción el relato se desliza de la siguiente manera: El Guardián duerme y sueña con el viento que llega y danza en torno a él. El Jefe de los enanos entra y los convoca a robar. En la siguiente escena la Maga lanza maldiciones porque le han sustraído sus joyas, todo esto en penumbra. El Guardián y el hombre de la montaña huelen a Satán, se asustan y duermen. El hombre pasea, habla a la luna y con el Guardián, en largos parlamentos. Mientras tanto los enanos han vuelto con sus robos a cuesta y Satán los sigue saltando de gusto; mas el Hombre de la montaña toma al Jefe de los enanos y le increpa su mal proceder. Llega la Maga, el búho y todos se descubre. La escena final es un largo diálogo entre las flores, los monos, los enanos y la Maga, acerca del triunfo del bien sobre el mal. La Reina dice // Y yo la reina, de este oculto y florido jardín de los enanos, ordeno gozosa a la rubia Ninfa, mi secretaria, que alegre, aún más, nuestros corazones, con rítmica danza; pues yo, la reina, me siento feliz cuando los tules flotan -como las gracias- prendidos a su cinturón de oro bruñido; mientras oigo el gorjeo de los canoros pajarillos despertando a la mañana . . . // Luego baila la Ninfa, juego de luces, música grandiosa. Las flores se balancean y todas bailarán en grupos de cinco o seis.
Para ser una obra de teatro infantil, sus parlamentos contienen términos que escapan al conocimiento de los pequeños auditorios, que indudablemente se habrían quedado perplejos de asombro si los hubieran escuchado, también anotamos un ambiente irreal por excelencia, posiblemente tomado de los ricos y sugestivos decorados art nouveau de los ballet rusos de Montecarlos de 1913, por que la obra debió ser escrita por aquellos años; pero dado el débil ambiente cultural del Guayaquil de inicios del siglo XX, nunca llegó a las tablas.
Pasó sus últimos años en el Hospicio del Corazón de Jesús regentado por la Junta de Beneficencia, donde vivían numerosas señoras y señoritas de la sociedad de Guayaquil.
Falleció centenaria y aunque la fui a visitar con mi esposa en varias ocasiones, ya no reconocía por su avanzada arterio esclerosis, ni siquiera a sus antiguas amistades.