AGUIRRE CARBO JUAN BAUTISTA

SABIO.  Nació en una casa de hacienda en la región de Daule el 11 de abril de 1725 y fue bautizado con los nombres de Tomás Carlos en la Iglesia Matriz de Guayaquil el 2 de Julio siguiente. Hijo legítimo del Capitán Carlos de Aguirre y Ponce de Solís propietario agrícola en Daule y de Teresa Carbo y Cerezo, viuda del Capitán Alonso Fernández – Caballero, todos ellos guayaquileños de la primera distinción social. No se tiene mayores noticias de su infancia que debió transcurrir entre Daule y Guayaquil donde fue alumno del Colegio San Ignacio de los jesuitas.

Desde niño había sentido una vehemente inclinación a versificar y componía fácilmente. Muy joven viajó a Quito a fin de estudiar en el Seminario de San Luis y el 11 de abril de 1740, al cumplir quince años, ingresó al noviciado que mantenía la Compañía de Jesús en Latacunga, estudiando en la Universidad de San Gregorio Magno de Quito y siendo discípulo del padre Pedro Tovar, S. J. descolló por su fino humor e inteligencia abstracta.

En 1756 dedicó una Elegía a la muerte del Rey Felipe V y otra fue motivada por el terremoto de Lima. Su “Caída de Luzbel” y “La Concepción de María” son consideradas obras felices de su estro, pero la mayor de todas es la “Carta a Lizardo” de alta grandeza y acabado despliegue técnico para persuadir que todo lo nacido muere dos veces. Todo ser creado muere dos veces, empezar a vivir es empezar a morir. Idea que satura a su obra de la tristeza metafísica de vivir muriendo. Angustia universal que el poeta incrusta dramáticamente en la galería ascendente de siete criaturas dulces, en otros tantos símiles que con igual angustia bajan al mismo sepulcro, según criterio de Hernán Rodríguez Castelo.

También puede considerarse a ésta muerte doble, tomada posiblemente de la filosofía hermética de los antiguos alquimistas, como una comparación del experimento que mata al mercurio licuándole en un matraz y luego se vuelve a matar con la piedra filosofal para que renazca a la nueva vida trasmutado o convertido en oro ¿Conocería Aguirre las ideas de esta filosofía ya para esos años totalmente desfasada?

Su poesía no solamente fue triste y desesperanzada, también cantó a los hermosos ojos de las niñas bellas y a una dama imaginaria solo por diversión. Requiebros inocentes de don Quijote a la inalcanzable Dulcinea, que no poesía erótica propiamente dicha y en un certamen convocado por la Academia pichinchense, por el nacimiento del niño Jesús, triunfó cantando el arrepentimiento de la especie humana, idea muy acorde con los preceptos de la contra reforma del Concilio de Trento, que los jesuitas mantenían vigente en sus conventos y Colegios a pesar del paso de los años y de que en Europa ya no estaba vigente.

En materia de burlas abundó varias veces dado su carácter abierto y juguetón, al tratar de un tonto que al ver sus poesías – las de Aguirre – creyó que eran de otro y así nació el epigrama “Carta a Zoilo” y luego “A un Zoilo” y una “Carta Humorística” dirigida desde Quito a su cuñado Jerónimo de Mendiola y Obregón que vivía en Daule, y se conoce como “Breves diseños de las ciudades de Guayaquil y Quito”.

Eugenio Espejo – que le conoció y trató mucho – escribiría que su maestro Aguirre tentó un poema heroico sobre San Ignacio de Loyola, sinembargo le había faltado deseos de concluirlo y quedó como simple fragmento con el título de “Monserrate”.

I a la par que nacía el poeta, se formaba el sabio en la Universidad jesuita donde tuvo la oportunidad de usar aparatos tan modernos como el microscopio de Luff, modelo fabricado en Londres por Pyefinch en 1750 y recién adquirido en Europa, con el que realizó importantes experimentos científicos que le probaron hasta la saciedad que la Filosofía nada tenía que hacer con el mundo experimental de las ciencias naturales. Por eso fue el primero en afirmar en la Audiencia de Quito que las enfermedades eran producidas por animalitos y hasta llegó a dibujar bacilos, estreptococos y espiroquetas, siendo el introductor de la anatomía microscópica en nuestra Patria y en sus clases negó la creación o generación espontánea que se venía sosteniendo como teoría desde los tiempos de Aristóteles, indicando que la reproducción se producía únicamente a base de huevos y semillas; así como también negó la tesis de los factores hereditarios (alcoholismo, malnutrición, etc.) que podían provocar degeneración y de este modo negó las diferencias entre indios y españoles.

En 1754 su condiscípulo en el Colegio de San Luis de Quito, Juan Nieto y Polo del Águila, nombrado obispo de Quito, le confirió el orden sacerdotal.

Desde 1756 hasta el 58 desempeñó con singular esmero la cátedra de filosofía en la mencionada Universidad – San Luís – dando a conocer a sus discípulos los trabajos científicos de autores modernos, especialmente en física, matemática, astronomía, botánica, muchos de ellos eran contemporáneos. También defendió otras proposiciones pues sostuvo que “el conocimiento no es una calidad absoluta y de reciente creación del entendimiento como lo planteaban Suárez y los frailes dominicanos, si no solamente la comprensión intelectual del objeto,” quizá por eso sus superiores le creyeron peligrosamente reformista y le ordenaron dictar unicamente la absurda materia de teología moral.

“Su fantasía estática y elegante, talento perspicaz y memoria admirable” le sirvieron para aficionarse a toda novedad científica y a toda experimentación, intentando una renovación en los métodos empleados para instruir y enseñar, aceptando el valor de la razón, el espíritu científico, la intención crítica y las ciencias experimentales como únicas vías lógicas para llegar a la verdad, desechando por falsas y anticuadas el peripatetismo aristotélico y la escolástica medioeval y por ello decadente en un mundo cambiante como era el de la Ilustración quiteña del siglo XVIII; sin embargo, ésta posición no era enteramente nueva, pues obedecía a un cambio de dinastía en España, con la llegada de los Borbones en 1715 que abrió las fronteras con Francia y permitió el libre ingreso de las novedades de la Ilustración, cuyo fin máximo era alcanzar la libertad y felicidad del hombre y el progreso científico y material de la sociedad.

Desde las épocas del inglés Sir Francis Bacon, quien había recomendado la observación, la experiencia y la inducción como instrumentos válidos y únicos para la investigación y del francés René Descartes que preconizó la duda metódica y el análisis que favorece la independencia del dogma y el libre análisis, el pensamiento europeo y luego el americano habían comenzado a cambiar.

Por ello Aguirre no trepidó en desechar las sutilezas que solo conducía a la confusión de los ingenios y expuso temas tan novedosos como los principios intrínsecos del ser natural, temas en que se habían visto envueltos grandes pensadores como Descartes, Maignan, Gassendi, y el padre Benito Feijoó en España. Otros asuntos trató de manera singular, los sistemas astronómicos de Ptolomeo, Ticho Brahe y Nicolás Copérnico, escogiendo el segundo porque no iba contra las observaciones astronómicas como el de Ptolomeo ni contra las escrituras como el de Copérnico y esto sucedía veinte años después de la llegada de los sabios franceses a la Audiencia, solución adoptada no por convicción si no por conveniencia y que no debe llamar la atención si se considera el medio atrasado en que vivía, la falta de apoyo de sus compañeros los demás profesores y sobre todo de sus superiores jerárquicos en la Compañía de Jesús, por eso su concepción sobre la ciencia empírica moderna no se emancipó de la autoridad de la iglesia y nunca fue perseguido ni molestado como ocurrió con Galileo Galilei en Italia; mas, su esfuerzo por modernizar los métodos de enseñanza y las realidades universales y filosóficas fueron válidos y se debieron primordialmente a “su natural impaciencia, gusto por toda novedad, imaginación fogosa, ingenio pronto y sutil y temperamento – propio de sus paisanos – los guayaquileño”. Sin embargo, con los años, Aguirre terminó por aceptar los experimentos y mediciones de los Geodésicos franceses, cuando ya los sabios habían partido del país siendo Aguirre el único profesor universitario que cita esos trabajos en sus Cursos de Filosofías dictados entre 1756 y el 59.

Por eso se ha dicho que Aguirre llegó a ser un ecléctico pues junto a su ortodoxia, le caracterizaba el eros profesional de compartir a sus alumnos conocimientos útiles y cultura de alto nivel. Era un personaje que en todo momento podía sorprender con inusuales novedades sobre la naturaleza y el mundo. Prueba de ello fue su Informe sobre las plantas tropicales y carnívoras en Guayaquil y Panamá. No negaba la posibilidad de vida en otros mundos, en la luna por ejemplo, porque en el pasado se había postulado la imposibilidad de vida en zonas cercanas a la línea ecuatorial por su extrema cercanía al sol, peo esta tesis quedó desechada con el experimento que demostró que el rudo, húmedo y fuerte aire de la provincia ecuatorial de Quito la hace habitable de manera moderada y por supuesto cómoda. Al igual que el sabio Benito Feijoo en España, Aguirre invitaba en las Universidades de Quito, a la experimentación. Pretendía haber encontrado la prueba de la existencia del infinitum en su piel, asl observar la inmensa cantidad de poros bajo el microscopio y decía que cualquiera era capaz de comprobar fácilmente la existencia de las manchas solares descubiertas por el alemán Scheiner, S. J. en 1612. Correspondió a su inmediato sucesor en la cátedra de Filosofía, padre Juan Hospital, S. J. en 1759 y el 62, introducir abiertamente los planteamientos de la astronomía de Isaac Newton y Nicolás Copérnico, como años después en 1774 José Celestino Mutis defendió el sistema Copernicano en la Universidad de Bogotá, aunque en 1761 el alumno Manuel Carbajal natural de Ibarra, para optar su título doctoral, ya lo había aceptado en Quito.

En cuanto a la difusión del sistema Cartesiano en Quito, le antecedieron a Aguirre los padres Juan Magnin y luego Tomás Larraín y Francisco Javier Aguilar, quienes trataron en lo posible de conciliar lo nuevo con lo antiguo, dándose el triste caso de oposición de la fe a la ciencia. Efectivamente, la posición irreductible de la Iglesia hizo que España se quedara rezagada en los siglos XVI y XVII, en relación a las naciones protestantes de Europa.

De sus cursos han quedado tres tratados de Lógica, Física y Matemática en latín que conociera Pablo Herrera en el siglo XIX, pero hoy solo existe el de Física traducido al español por el Lic. Federico Yépes y publicado en 632 págs. en 1982 por la Universidad Católica de Quito, cuyo original manuscrito se conserva en la Biblioteca de los jesuitas de Cotocollao, donde se aprecia sus dibujos explicativos, el tratamiento de novedosas cuestiones científicas como las manchas solares, los cometas, el fuego, la gravedad y ligereza de los elementos, la elasticidad del aire, la distancia entre la tierra y la luna…lo cual pone de manifiesto la erudición y el nivel alcanzado por la Universidad, donde posiblemente se conservaban copias de los experimentos realizados por los geodésicos franceses.

Otros tópicos importantes que Aguirre trató en sus clases fueron las tesis de Gassendi y Descartes quienes rechazaron la definición cristiana de materia prima y por tanto la transustanciación o conversión del vino en la sangre de Jesucristo, cuyo significado para el dogma de la eucaristía es fundamental, pero como la Compañía de Jesús jamás aceptó estas teorías, el asunto permaneció en el simple plano de la discusión filosófica; sin embargo, fue acérrimo partidario del método experimental e investigativo aunque al principio sin desligarlo de las nociones abstractas, luego terminó por independizarlo confirmando que la Lógica realmente es una ciencia. También aceptó la existencia del vacío en el infinito del universo.

Por eso se ha dicho que fue Aguirre quien más cosas nuevas divulgó en la Audiencia y que sus cursos eran verdaderas enciclopedias abiertas a los alumnos desde lo fundamental de su postura católica tratando de dar razón del mundo de la naturaleza, donde el hombre se ha encontrado finalmente a sí mismo. En los cursos dictados entre 1756 hasta el 59 citó los trabajos de los Geodésicos franceses realizados a partir de 1735 en Quito, rompiendo el velo del silencio que sobre dichos trabajos realizaba la Compañía de Jesús en la Universidad, por ser contrarios a lo expuesto en las Sagradas Escrituras y lo manifestado por Ptolomeo sobre la rotación del sol y los planetas, pero nunca rompió con la ciencia oficial romana y solo aceptaba el sistema ecléctico expuesto por Ticho Brane.

Mas no todo eran triunfos del espíritu, porque muchas personas pacatas, la mayor parte religiosos antiguos, no emancipados de la Biblia en materia científica, se asustaban y aturdían al oír tales desenfados y hasta se divertían, constituyendo sus clases verdaderas fiestas del espíritu, pues aplicaba la regla de oro de la divina eutrapelia griega, que consiste en enseñar y divertir al mismo tiempo.

En marzo de 1757 un terremoto asoló Latacunga y remeció Quito y con tal motivo compuso por mandato de su amigo el Obispo Juan Nieto y Polo del Águila, la Carta Pastoral que se leyó en todas las Iglesia.

El 15 de agosto de 1758, de solamente treinta y tres años de edad, hizo profesión del Cuarto Voto jesuita y adoptó los nombres de Juan Bautista, que él mismo escogió. Desde entonces pasó a ser considerado entre los padres superiores con derecho a dirigir las fundaciones, colegios, universidades y misiones de la Compañía de Jesús pues solo los jesuitas de Cuarto Voto están facultados a ello, que no cualquiera puede hacerlo. El 59 se editó en Quito su texto de Física en latín y el 60 su Oración Fúnebre en las exequias del Obispo Juan Nieto Polo del Águila celebradas en la Catedral de Quito.

En 1763 fue electo Prefecto de la Congregación de San Javier y desde el 65 Socio consultor del padre Miguel Manosalvas, Provincial en Quito, “brillando en todos esos puestos por su ciencia tanto por su virtud”.

En 1765 calmó los ánimos del populacho quiteño amotinado contra las nuevas modalidades de aduana y el precio del aguardiente que subía constantemente por el monopolio ejercido por la Audiencia. Para el 20 de agosto de 1767 hallábase accidentalmente en Ambato cuando fue notificado con la orden de extrañamiento y junto a sesenta y siete jesuitas más fue conducido a Guayaquil donde debió entregar a su cuñado Jerónimo de Mendiola y Obregón el cuadernillo de poesías titulado “Versos castellanos, obras juveniles, miscelánea” que ha llegado hasta nosotros. Aquí valdría la pena preguntar ¿Qué se hicieron sus versos en latín?

El cuadernillo en castellano fue prestado en 1851 por el joven José María Avilés Giraud al crítico argentino Juan María Gutiérrez, exiliado en Guayaquil de la dictadura del General Juan Manuel de Rosas. Años después, en 1865, Gutiérrez lo publicó en Buenos Aires en “Estudios Biográficos y Críticos,” con un elogioso prólogo. Así se inició la fama de Aguirre como poeta que antes de esto era completamente desconocida.

La expulsión de los jesuitas se originó en el reino de Portugal gobernado por José I (1750 – 1773) Su Ministro el Marqués de Pombal quiso aplicar las nuevas ideas de la Enciclopedia con las medidas necesarias para modernizar tan atrasado país evitando la continuación de la decadencia. Los jesuitas detentaban casi todo el poder político y se opusieron a cualquier cambio, como mantenían a cinco confesores en la familia real intrigaron a través de ellos ante el monarca. Pombal eliminó a los jesuitas de la lista de predicadores en las Catedrales dejándoles sin esas tribunas públicas. Al poco tiempo estalló una revuelta campesina en el alto Duero y los jesuitas tomaron partido a favor de los campesinos para debilitar al gobierno, pero estos fueron derrotados. Otro asunto fue la llamada rebelión de los guaraníes, pues por el Tratado de 1754 entre España y Portugal, algunos de los territorios ocupados por las Misiones jesuitas en el Paraguay pasarían a poder de los portugueses pero los indios fueron azuzados por los jesuitas que veían disminuir sus Misiones y se rebelaron practicando la política de tierra quemada. Pombal recurrió al Pontífice Benedicto XIV, quien designó al Cardenal Saldanha, Patriarca de Lisboa, para que realice una investigación de la que resultaron pruebas muy graves contra el comportamiento de los miembros de la Compañía de Jesús, que más que una Orden religiosa era una empresa comercial de descomunales proporciones pues hasta competía con el Estado. El 19 de Enero de 1759 el Rey firmó el decreto de incautación de sus cuantiosos bienes y el arresto de todos los individuos de la Orden, aduciendo para el efecto, el haber participado en la conjura del Paraguay contra los intereses del monarca. El 1 de diciembre de 1764 el rey Luis XV de Francia – siguiendo el ejemplo de Pombal en Portugal – disolvía a la Compañía de Jesús en su reino, permitiendo que sus miembros permanezcan en sus territorios como simples sacerdotes seglares, pero la mayor parte de ellos prefirió marchar al destierro. En España también existía un clima contrario a la Compañía de Jesús, sobre todo de parte de los agustinos. El Conde de Campomanes consiguió el 29 de febrero de 1767 el decreto de expulsión de los jesuitas de todos los dominios españoles y la incautación de sus inmensos bienes representados por haciendas, colegios, telares, tiendas de comercio, etc. El Rey Carlos III confió la ejecución del decreto a su Ministro el Conde de Aranda. La orden llegó a Quito y fue cumplida por José Diguja que presidía la Audiencia. Los jesuitas tenían una marcada personalidad científica y cultural, así como misionera, pero se habían convertido en el poder mayor de estos territorios, saliéndose de sus labores específicas que eran netamente religiosas y compitiendo en asuntos mercantiles, agrícolas y hacendarios hasta con las autoridades, de suerte que su expulsión fue una medida de corte político más que religioso y constituyó un abuso de poder.

De Guayaquil siguió Aguirre a Panamá casi enseguida, allí falleció el Padre Manosalvas y como no le quisieron tocar a muerte, Aguirre escribió al Gobernador una carta muy discreta. Entonces los jesuitas de Quito eligieron nuevo provincial al Padre Tomás Nieto Polo del Águila y siguieron por Cartagena de Indias a Jamaica, donde soportaron un recio temporal que los arrojó a Batavanó en la isla de Cuba. Aguirre iba enfermo y se alojó en el palacio del Marqués de San Felipe hasta que pudo seguir a la Habana.

A fines de abril de 1768 y luego de una larga espera iniciaron la travesía del Atlántico con rumbo a Cádiz y a Faenza en los Estados Pontificios, donde finalmente pudieron encontrar atenciones. Allí quedaron algunos y entre ellos el padre Juan de Velasco, pero Aguirre prefirió seguir a Ravena y a Ferrara, ciudad en la que el padre Ricci le nombró Superior del convento jesuita y el Arzobispo le llamó a Examinador Sinodal y como sol luciente se manifestó a todos en su incomparable doctrina pues diariamente era buscado por las personas doctas, así eclesiásticas como seculares, para oír su dictamen sobre las dudas que existían en materias filosóficas, dogmáticas y morales, hasta cuando el Papa Clemente XIV con la Bula “Dominus ac Redentor” extinguió la Compañía de Jesús en 1773, entonces continuó su peregrinaje por varias ciudades italianas hasta fijar su residencia en 1776 en Roma bajo el Pontificado de Pío VI.

En la ciudad eterna era buscado por los Cardenales que se servían de sus opiniones teológicas en las Congregaciones del Santo Oficio y de Propaganda Fide y para satisfacer a todos jamás salía de su casa por las mañanas.

Cinco años después enfermó y le aconsejaron cambiar de aires, viajando al Castillo de San Gregorio cercano a Tívoli. El Obispo de esa localidad Julián Mateu Natali lo tuvo por consultor afirmando que más aprendía discurriendo una hora con Aguirre que estudiando un mes.

Los jesuitas de otras naciones le miraban como a uno de los más doctos miembros de la Compañía de Jesús y en las disputas cedían a su parecer, pues resolvía los casos morales tan fácilmente que todos quedaban sorprendidos y maravillados.

Muerto el Obispo de Tivoli fue sucedido por Gregorio Barnaba Chiaramonti que luego reinó como Pío VII, quien le nombró su teólogo Consultor, reteniéndole a menudo en su estancia y conversando ambos largamente, admirándole tanto que cuando hablaba Aguirre se dedicada a escucharlo. Años después, cuando ascendió a Cardenal, su sucesor en Tívoli monseñor Manny le concedió a Aguirre la cátedra de Moral en el Colegio Público, de suerte que en su vejez volvió a enseñar y para uso de sus nuevos alumnos compuso un “Tratado Polémico Dogmático” hoy perdido.

Nuevamente famoso por su abierta conversación dispensadora de conocimientos, se le veía rodeado de alumnos, hermanos de Comunidad y hasta de gente curiosa que le llevaba consultas e inquietudes y solicitaba sus sabias orientaciones.

Cuando cumplió sesenta años comenzó a aquejarle una dolencia que lo mantuvo seis meses en estado de postración y falleció en la Octava de Corpus Cristi, víspera de la fiesta del Corazón de Jesús, el 15 de Junio de 1786; y aunque había expresado su deseo de ser enterrado sin pompa alguna, fue llevado por sus alumnos a la iglesia de los jesuitas. “Un tenaz cilicio se le encontró metido en su carne anciana”.

No fue un genio anticipador ni tampoco un creador, pero viviendo permanentemente en ambigua tensión entre lo barroco y la ilustración, trató de llegar a la verdad.

Gonzalo Zaldumbide le ha calificado de desenfadado y ameno, audaz, feliz y brillante, que desplegaba con sagacidad el tesoro de su erudición y conquistaba con su abundante facilidad a sus ilustres interlocutores, por la briosa naturaleza de aquella personal irradiación de convencimiento y simpatía, que en todas partes le hizo de los primeros.

Sus poesías aparecieron como ya se dijo en Buenos Aires, pero correspondió a Zaldumbide la gloria de haberle restaurado su fama de poeta continental en hermoso y completo estudio que publicó en 1917 en París, reproducido en 1942 en el volumen segundo de la Colección Clásicos Ecuatorianos del Ministerio de Educación. Posteriormente el padre Julián Bravo S.J. descubrió en la Biblioteca de los padres Carmelitas de Cuenca cinco poemas más de Aguirre que como sus anteriores revelan la inspiración gloriosa, el genio metafísico, el nervio saltante e imprevisto de la imagen de su poesía, así como en prosa escribiera piezas de singular estilo y aliento.

En cuanto a su aspecto pedagógico el padre Aurelio Espinosa Pólit S.J. ha dicho que más inclinado se hallaba Aguirre al estudio de las cuestiones de Física que para la especulación, habiendo estudiado tan solo por simple curiosidad y gusto algo de Medicina, aunque llegó a saber tanto en esa materia, que el médico de Clemente XIV le consultaba a menudo. En Quito solo mencionó en clase el arte de usar enemas o clisteres de manera descriptiva pero mucho más debió saber porque argumentando ante sus alumnos “aludió con criterio científico a la auténtica medicina, no a la seudo medicina que por lo general practican nuestros médicos.”

A ZOILO

Que, viendo una poesía del autor, dijo que eran ajenas Liras.

Miraste mis poesías,

Y tu envidia mortal de ardores llena dijo que no eran mías, si no parto feliz de pluma ajena; así lo dijo, pero no me admira que la envidia dé cuerpo a la mentira.

Con ocultos esfuerzos a algunos simples persuadir previenes que han tenido mis versos catorce padres como tú los tienes; mas sabe que es, aunque tu poesía ladre,

mas honrada mi musa que tu madre.

¿Acaso no has sabido

de mis instrumentos la dulzura? Acaso

ignoras que yo he sido

de los aires dulcísimo embarazo,

adorando mis sienes oficiosa

de bella Dama la esquivez frondosa?