AGUIRRE ANZOATEGUI JOSE TOMAS

OBISPO DE GUAYAQUIL. Nadó en Guayaquil el 22 de diciembre de 1803 y fue bautizado en la iglesia Matriz al día siguiente. Fueron sus padres legítimos Manuel Ignacio de Aguirre, de profesión mercader y comerciante, uno de los firmantes del Acta de la independencia del 9 de octubre y Francisca de Anzoategui y Barragán, naturales de Guayaquil.

Recibió las primeras letras de su madre, de quien heredó un magnífico oído musical y facilidad para el aprendizaje de este arte, pues llegó a tocar casi todos los instrumentos entonces conocidos, solía cantar con una hermosa voz de barítono, y concurrió a la escuela de los padres Mercedarios en el barrio del Bajo donde terminó la primera etapa de su educación.

El 16 ingresó al Seminario Conciliar de Guayaquil fundado por el Obispo de Cuenca, Dr. José Ignacio de Cortázar y Lavayen, siendo el primer alumno que se inscribió en dicho establecimiento. Sobresalía por su hermosa apostura física y por la suavidad de su carácter. Pronto fue uno de los más rumbosos y populares jóvenes de la ciudad, todo parecía sonreírle; pues, aparte de su distinción, poseía dinero y posición social, y resultó que por entonces mantuvo castos amores con una prima que falleció al poco tiempo de fiebre tifoidea. La tragedia le provocó una crisis y decepcionado de las galas del mundo, creyéndose con vocación religiosa viajó a Lima y consultó su caso con el célebre franciscano Francisco de Sales Arrieta, quien ocuparía el Arzobispado de esa capital en 1840.

De regreso a Guayaquil continuó los estudios de Teología y por mandato de sus profesores en el Colegio Seminario, comenzó a dictar la cátedra de Filosofía hasta 1830 que obtuvo el Doctorado en Quito. Entonces volvió al Perú, recibió el sacerdocio en la Iglesia de Lurín -cercana a Lima- el 23 de Diciembre del 31, volvió a Guayaquil al año siguiente y obtuvo el cargo de Sacristán Mayor de la Iglesia Matriz, desempeñando dichas funciones hasta que al crearse la Diócesis fue designado el 39 por el Obispo Francisco Javier de Garaycoa, para ejercer las funciones de Canónigo Prebendado Mayor de la Catedral pues era un sacerdote servicial y muy caritativo con los desposeídos de la fortuna, por eso solía ganar simpatías, amistades y afectos con gran facilidad.

En 1840 el antiguo Seminario, transformado en Colegio durante la República, pasó a manos de la Curia y Monseñor Garaycoa lo entregó poco tiempo después – el 41 – a Aguirre, quien lo reorganizó dando preferencia a los estudios religiosos. Como ya era un sujeto conocido en la ciudad, al saber su designación el Dr. José Joaquín de Olmedo escribió contrariadísimo al Presidente Flores: “El rector será el Clérigo Aguirre que es el fanatismo personificado y que llama a las matemáticas ciencia profana, inútil y herética.” Por esta carta se ve a las claras que Aguirre no comprendía la modernidad y se mantenía en la línea clásica de la iglesia, institución que tras la revolución francesa había permanecido a la zaga del progreso de los pueblos y lo que era peor, luchando contra todo aquello que significara cambio, mejora y progreso.

Aguirre era de amable carácter y se dedicó por entero al alumnado, viviendo encerrado en el Seminario. El 42 asignó una renta mensual a la madre del joven Sixto Juan Bernal, quien acababa de quedar huérfano, para que éste pudiera continuar sus estudios sin preocupaciones y también le tomó a cargo por ser un excelente estudiante.

El 43 editó “Principios elementales de Música”, texto del que se conoce una segunda edición, para uso de sus estudiantes.

El 45 falleció su padre y le heredó. El 48 ganó por Concurso la Canonjía Teologal. El 49 apoyó con sus parientes la Jefatura Política de Diego Noboa Arteta y el 50 su hermano Marco de Aguirre Anzoátegui fue designado Oficial Mayor encargado de la Secretaría General del Gobierno del Presidente Noboa. El 51 concurrió como Diputado por la provincia de Guayaquil a la Asamblea Nacional Constituyente que eligió Presidente al

General José María Urbina y votó por la manumisión de los esclavos.

Era considerado uno de los más dignos sacerdotes de la República por la sencillez de sus costumbres. En el Colegio Seminario mantenía un horario estricto para alumnos externos e internos. Comenzaba el día con la Misa de las cinco de la mañana. A las seis el desayuno en el refectorio. A las siete clases. A las nueve, recreo con lecturas. A las diez clases. A las once, almuerzo. A las doce lecturas y juegos. A la una, clases. A las tres, rezos. A las cuatro, salida de los externos. Los internos debían realizar sus tareas, y otros servicios religiosos, la cena a las cinco y finalmente se retiraban a sus dormitorios a las siete de la noche. Tenían libres los domingos para visitar a sus familias. La figura del Rector, delgada y ascética, siempre de negro, se deslizaba por los corredores en las sombras de la noche cuando hacía la última visita para controlar que todo marchara bien, pero los tiempos no eran fáciles pues en 1859, durante el bloqueo naval de Guayaquil, se suspendieron temporalmente las clases.

El 60 atendió espiritualmente a Narcisa de Jesús Martillo, durante la ausencia de su director el padre Luís de Tola y Avilés. Nuevamente se interrumpieron las clases en septiembre a causa del enfrentamiento armado del ejército guayaquileño del General Guillermo Franco Herrera con las tropas de García Moreno y de Flores.

En Julio del 61, tras veinte años al frente del Colegio Seminario, recibió de Pío IX las Bulas de Obispo de la Diócesis de Guayaquil y se consagró en noviembre de manos del Arzobispo de Lima, Sebastián de Goyeneche y con motivo de su salida del Seminario se sucedió una tierna despedida, sus numerosos alumnos derramaron lágrimas de emoción y a él también se le salieron, pues dicho plantel había sido su hogar durante veinte años.

Uno de sus primeros actos fue dar comienzo a las obras de restauración de la fachada de la Iglesia Catedral, visitaba a diario los trabajos y en cierta ocasión se situó tan cerca de los andamios, que de no haber sido por el pronto aviso recibido de parte de uno de los maestrante que le hizo retirar del sitio, hubiera muerto con el peso de un enorme madero que estaba siendo elevado y que se desprendió de las sogas de amarre, cayendo estrepitosamente al suelo.

El 62 tuvo la simpleza de autorizar la circulación con su firma el opúsculo titulado “El señor Pedro Carbo desmentido por sí mismo” en 80 págs. escrito por su secretario particular el Canónigo Carlos Alberto Marriott Saavedra, pero los lectores se dieron cuenta inmediatamente que las escasas luces del Prelado no le hubieran permitido ser el autor.

Ese año realizó la Visita Ad limina Apostolorum a Roma y tuvo la oportunidad de hacer amistad con el diplomático Fernando Lorenzana García, de origen guayaquileño por su madre, quien ostentaba la representación de varios gobiernos americanos ante la Santa Sede. Durante su ausencia quedó de Vicario Capitular del obispado su amigo Luís de Tola, a quien solicitó para Obispo Auxiliar durante el primer Concilio provincial Quitensi.

Ese año, llevado por un celo anacrónico solicitó a la viuda del Almirante Juan Illingworth, que hiciere retirar el cadáver de la Iglesia de Daule, donde permanecía enterrado desde su fallecimiento ocurrido diez años antes, debido a que nunca había querido hacerse católico. Los restos fueron llevados a la hacienda Chonada hasta que muchos años más tarde monseñor Tola, antiguo discípulo de Illingworth en la Escuela Náutica, dispuso que fueran trasladados al Cementerio General de Guayaquil, entonces administrado por la Curia, donde reposaron hasta que durante uno de los gobiernos dictatoriales la Marina los reclamó y hoy se encuentran en un mausoleo que se levanta en el parque de la armada, al pié de su estatua de bronce. Este manoseo de sus restos revela el espíritu pueblerino de los marinos del Ecuador.

El 64 volvió Aguirre a Roma y fue designado Prelado Asistente del Solio Pontificio. De regreso a Guayaquil trajo una hermosísima litografía con su retrato, teniendo al fondo la catedral de Guayaquil. Poco después prohibió al padre Amadeo Millán y de la Cuadra que confesara, pues se encontraba tan enfermo de tuberculosis que podía contagiar.

Durante la invasión del General Urbina al golfo de Guayaquil recibió una nota del presidente García Moreno pidiéndole que declare a Tola cesante en sus funciones de Obispo Auxiliar, pues era sospechoso a los ojos del gobierno debido a su amistad con los antiguos Guardiamarinas, pero como Aguirre no hizo caso, el Presidente volvió a las andadas y amenazó con fusilar a Tola; quien, para evitar mayores ultrajes, se asiló en una sede consular y pidió pasaporte para salir al exilio en Lima, donde ya estaban dos de sus sobrinos: Jorge Tola Dávalos y Nicolás Augusto González Navarrete esposo de Guadalupe Tola Dávalos, también acusados de revolucionarios.

Mientras tanto se había sentenciado a muerte al notable abogado argentino Santiago Navarro Viola, quien permanecía en Capilla por el delito de haber escrito cartas a Urbina. La ciudad entera se movilizó pidiendo la suspensión de la pena. Como Obispo y amigo personal del condenado, Aguirre visitó a García Moreno en la Gobernación y tanto suplicó que finalmente el tirano, dirigiéndose al sitio donde permanecía impasible un jesuita español apellidado Franco, le consultó el caso, recibiendo como respuesta “Salus Populi” dando a entender que todo era preferible incluso el crimen, para mantener la salud del pueblo y por ende, que no cabía conceder el perdón a un opositor político. Tal indignidad, salida de la boca de un sacerdote, llenó de dolor y pena al Prelado, quien tras mirar con horror al pérfido, se retiró en silencio de la habitación. Poco después Navarro Viola era pasado por las armas en un solar vacío situado atrás del Cuartel de Artillería, situado en la esquina de las actuales calles 9 de octubre y Boyacá, casi en los extramuros de Guayaquil pues allí comenzaba una sabana deshabitada y como no murió de contado, agonizó varios minutos sobre un hormiguero hasta que le dieron el tiro de gracia.

El horror causado por este crimen conmocionó por muchos años a la opinión pública sudamericana y Aguirre retiró su amistad al tirano, bien es verdad que como Obispo y sacerdote no podía hacer nada más y adolorido por los abusos del gobierno, se recluyó en su casa varias semanas.

El 66 volvió a Roma, donde el Papa se enteró de su difícil situación a través de Fernando Lorenzana, diplomático sudamericano al servicio de estos nuevos países. En la ciudad eterna se hospedó en el antiguo hotel de la Minerva, con fama de ser el Obispo más distinguido que se había visto en Roma en muchos años y hasta allí lo fue a visitar Pío IX, quien le dijo: “Esta es la primera vez que yo vengo aquí, porque es la primera vez que Ud. viene a Roma – lo que no era verdad – y levantando a Aguirre que estaba de rodillas, le abrazó emocionadamente.

Nuestro Obispo agradeció el gesto, que constituía un desagravio a las groserías y abusos de autoridad recibidos del tirano García Moreno. I cuando se conoció en Guayaquil la noticia del simpático gesto del Sumo Pontífice se prestó a numerosos comentarios (1)

Nuevamente en trajo una lámina impresa en blanco y negro donde se aprecia su retrato teniendo al fondo la hermosa fachada de la nueva Catedral donde consagró al Obispo de Pasto, Juan Manuel García. El 67 llevó a efecto el primer Sínodo Diocesano. A principios del 68 apoyó abiertamente la candidatura presidencial del liberal Francisco Javier Aguirre Abad y el 11 de Mayo, sintiéndose en su casa súbitamente enfermo a causa de una fiebre alta que degeneró en pulmonía, delegó a Tola las facultades extraordinarias, autorizando que si llegaba el caso de su fallecimiento le subrogue en el cargo, se acostó con altas fiebres para morir tres días después, el 14 de Mayo, a las 7 y 45 de la noche del 14 de Mayo de 1868, de sesenta y cuatro años de edad y casi ocho de ocupar el obispado.

Los diarios se hicieron eco de su partida, la sociedad le lloró como a excelente prelado. Las honras revistieron gran magnificencia pues su cadáver fue conducido a la Catedral al día siguiente y debidamente embalsamado permaneció expuesto por ocho días, tras lo cual fue depositado en el sepulcro que le habían preparado en el presbiterio, a los pies del mismo solio que ocupó tan dignamente, y hoy reposa en la cripta destinada a los Obispos en la Catedral. El traslado fue aparatoso por la cantidad de concurrentes. El Cabildo eclesiástico, las autoridades civiles y militares, sus numerosos discípulos y público en general, no faltando quienes se disputaban el honor de conducir el féretro. Uno de sus alumnos – Francisco Campos Coello, en su obra “Viaje por la provincia de Guayaquil” ha indicado que durante veinte años en el Seminario su voz fue dulce y paternal y se escuchaban sus consejos, dirigidos siempre al bien. Una generación entera es testigo de sus
virtudes, más de quinientos alumnos que han figurado y figuran en nuestra sociedad, han crecido y formado su corazón al lado de este hombre que fue padre para todos, maestro ilustrado, consejero prudente.

Parco en todo, para comer, hablar y caminar, pues era amigo de la parsimonia que pone majestad y brillo a los actos de los dómines. Cantaba y tocaba guitarra a la perfección y en las horas sociales con sus alumnos solía poner la nota de alegría y humor, tan necesarias en todo Colegio para la salud del espíritu. Alto, delgado, blanquísimo, ojos y pelo lacio y negro, que siempre llevaba bien peinado; tuvo perseverancia, paciencia y humildad y un halo de majestuosa elegancia y dignidad le rodeaba como nimbo de gloria permanente. Afable en el trato diario, caritativo con los pobres a quienes repartió generosamente casi toda su fortuna, reconstruyó algunas iglesias y manejó a la Diócesis con gran tino, sorteando los momentos álgidos del primer gobierno garciano, sobre todo entre 1864 y el 65, cuando ocurrieron la mayor parte de sus persecuciones y crímenes. Por eso se ha dicho que fue culto y virtuoso, pero no creativo ni tampoco intelectual. El canónigo José María Navarro Jijón le ha calificado de varón apostólico y la crítica moderna de sacerdote ortodoxo que no comprendió los cambios científicos de su época y sólo fue en la cultura nacional una leve sombra de los tiempos idos del coloniaje, donde todo era repetición, religión y dogma, aunque nada se renovaba, ni existía la curiosidad como base del método experimental y guía certera para lograr la investigación, único fundamento de la ciencia.