POETA Y ESCRITOR. Nació en Ambato el 29 de junio de 1926. Hijo legítimo de Jorge Elías Francisco Adoum, inmigrante libanés venido al Ecuador donde hizo traducciones del árabe, pintó, esculpió, compuso música, practicó la medicina naturista, escribió más de treinta volúmenes sobre ciencias ocultas y masonería bajo el pseudónimo anagramático de Mago Jefa, puso consultorio privado de hipnotismo, magnetismo y sugestión, realizó numerosas curaciones consideradas en su tiempo como milagrosas, en 1945 viajó a Chile, Argentina y Brasil, falleció en Río de Janeiro en 1958, su biografía
puede verse en este Diccionario y de Juana Auad Barciona nacida en Alepo, hija legítima de Simón Auad y Emilia Barciona quienes arribaron al Ecuador con ésta, su hija única, fallecida en 1953 (1)
Su mamá era católica y le enseñó los principios de la doctrina. Inició sus estudios en el pensionado Juan León Mera de Ambato; era una familia personas pobres pero tenían lo necesario porque su madre trabajaba en la tienda de venta de telas cerca del mercado. Su padre, en cambio, era una persona muy peculiar y tan poseída en sus estudios esotéricos que solo vivía para ellos, descuidando las relaciones interpersonales con sus hijos. En 1935 se trasladaron a vivir en Quito. A Jorge Enrique y a una de sus hermanitas les hacía participar en su consultorio, de ciertas sesiones nocturnas dedicadas a lecturas herméticas, a las que asistían algunos caballeros iniciados. Ambos niños vestían túnicas blancas con el distintivo de la Orden Rosacruciana al pecho.
Se suponía que la niña representaba a la diosa Isis, lo malo es que dichas sesiones eran a la luz mortecina de unas velas, comenzaban a las ocho de la noche y terminaban a las once, hora en que el último autobús les regresaba al hogar, todo esto lo hacía el Mago Jefa a sabiendas que sus pequeños hijos debían levantarse al siguiente día a las seis de la mañana para concurrir a clases. Estas aburridísimas y absurdas “veladas” eran un martirio para los niños, que no entendían nada. Jorge Enrique nunca se llevó bien con su padre pues eran totalmente diferentes y cuando creció, queriéndole halagar, le prestaba ciertas obras de literatura que a su opinión eran obras hermosas e instructivas, el Mago Jefa las tomaba y al poco tiempo las devolvía con algún agrio comentario, signo inequívoco de que no le habían agradado. Por ello la brecha generacional se fue tornando cada vez mayor entre padre e hijo.
Al terminar la primaria con el profesor privado Víctor Félix Toscano fueron a vivir en su casa doña Encarnación Morales y su hijo Aníbal Villacis ahijado de la mamá de Jorge Enrique. Ambos niños tenían la misma edad. Doña Encarnita perseguía todo el día a su hijo porque era indócil y le gritaba “Taura” – en recuerdo a los soldados negros del General Urbina que casi
un siglo antes habían ganado una muy mala fama por los abusos cometidos en Quito – pero habiendo enfermado la doña pasó al hospital donde se puso muy grave. Jorge Enrique había sido monaguillo ocasional en el colegio de los jesuitas y formaba parte del coro de la vecina iglesia de la Compañía, de suerte que hacía de acólito y rezaba incesantemente por la salud de la enferma, hasta que se enteró que había muerto.
Compungido fue a confesarse y el anciano sacerdote – un jesuita español que pasaba por sabio pues de continuo adoptaba un aire de solemnidad, tenía el rostro serio y hablaba poco – le manifestó que Dios siempre hacía el bien a sus hijos, pero que sus caminos eran insondables. “Alcé la voz y fui castigado por expresar a gritos mi burla del amor de Dios, de su manera de hacer el bien a un muchacho al que privaba de su madre tras haber permitido, también con su voluntad, que le faltara su padre. I así me quedé de la noche a la mañana sin Dios. No lo maté, se me acabó.”
Poco después de este episodio tan decidor en su vida “el director de la escuela fiscal donde estudiaban mis hermanas menores me prestó Cumandá cuando yo tenía unos doce años. La leí en dos días y cuando se lo dije no lo creyó, por lo que jamás volvió a prestarme libros.”
Mi hermano materno Carlos Olmedo Villamar, mayor que yo algunos años, compraba “Para Ti” y “Vanidades” para mi madre, para nosotros los chicos la revista “El Peneca” (que yo nunca leía por contener meras historietas) y para él “Leoplán”, que traía una novela en cada número y que y que yo prefería a “El Peneca”. Durante el año escolar leía una novela por semana y en vacaciones una por día en un hermoso desorden: Crimen y Castigo antes que Los Tres Mosqueteros, Baslzac sin haber conocido antes a Salgari.
“Por haber entrado a la escuela directamente al segundo grado, puesto que sabía leer, escribir y las operaciones fundamentales, al terminarla sólo tenía once y no fui admitido en ningún colegio, debiendo pasar tres años como oyente en el San Gabriel. Eran los tiempos de la guerra civil española y allí nos obligaban a comprar y a leer relatos falangistas, pero los amigos viejos del barrio – mecánicos, carpinteros, herreros – me
explicaron lo que estaba en juego en ese conflicto.”
“De nuestra casa a mi Colegio habrá habido tal vez cuatro o cinco kilómetros. Regresaba a pie dos veces al día, con lo cual ahorraba diariamente treinta centavos y a la vuelta de diez o quince días, podía comprar un volumen de la Biblioteca Sopena.”
“En el colegio había concursos anuales de literatura en poesía y prosa. Mi primera poesía tituló Canto a la Dolorosa del Colegio, la segunda Canto al río Amazonas, pues eran temas establecidos. Por lo general yo ganaba esos concursos. Allí empezó la maldición”.
“Fue una etapa de escritura instintiva, más sentimental que intelectual, comencé a escribir ensayos sobre los temas más diversos y que conocía poco. Un domingo, mi padre invitó a almorzar a varios amigos libaneses, sirios y palestinos todos ellos comerciantes y como él creía que yo era inteligente me llamó a que leyera algunas cosas que había escrito. Tras haber leído uno de esos ensayos, uno de esos turcos le dijo a mi padre con todo respeto por su cultura, que no se explicaba cómo permitía que su hijo, a esa edad, escribiera esas porquerías. Fui a mi habitación y rompí cuanto tenía. Mi padre, que entró en la habitación ese momento, me dijo: ¡Bravo! ¡Te felicito! pretendes ser escritor y reaccionas así ante la crítica… Jamás volvió a importarme la crítica, sea favorable o negativa. Me interesa, si, la opinión del lector.”
“Tras los jesuitas fui alumno de Humberto Salvador en el Instituto Nacional Mejía, quien me aconsejaba, prestaba libros y llegó a ser mi amigo, al punto que me empujó a dictar en el teatro Sucre dos conferencias: una sobre Stefan Zweig que acababa de suicidarse en Brasil en 1942 por temor a la victoria del nazismo y otra sobre Dostoievsky. Hacia esa época descubrí con admiración y para siempre la literatura, el marxismo y el psicoanálisis; quise afiliarme al Partido Comunista pero no se me aceptó entonces por ser demasiado joven”
“Mi padre dirigía la revista “Oasis”, fundada en 1940, allí comencé con trabajos de crítica y muy rara vez con poemas, encontrando numerosos amigos como César Dávila Andrade y Efraín Jara Idrovo. Nos reconocíamos como parientes tal si fuésemos miembros de una familia intelectual y lo éramos efectivamente, por el sentido generacional que nos unía, y al descubrir un poema era necesario convocar a los amigos del grupo que después se denominó “Madrugada,” por el título de una antología donde aparecimos, para comunicarles ese descubrimiento y entre todos leíamos y discutíamos la novedad.”
“Al mismo tiempo la vida en familia se me había vuelto intolerable, particularmente por la severidad de la disciplina impuesta por mi padre: éramos cinco hermanos y no se nos permitía hablar en la mesa. Mi padre insistía que el título de abogado iba a abrirme muchas puertas pero yo aspiraba a otro título. No me entendió nunca y creo que se sintió defraudado de mí. En lugar de seguir su orientación esotérica me fui sin querer al otro extremo. No creo que haya sido la consabida rebelión contra el padre, pero siendo él un místico adopté al materialismo dialéctico como única manera de comprender y explicar el mundo.”
“Un día de 1945 me enteré que un amigo íntimo preparaba viaje a Chile y me fui con él, con mi maleta llena de libros de poesía ecuatoriana, creo que jamás saqué uno solo de ellos, pero causé la debacle de mi casa pues mis padres pusieron el grito al cielo por esta inconsulta decisión mía. Una aventura riesgosa sin lugar a dudas. En Santiago hice de todo: desde mozo de restaurante hasta periodismo con Crítica de cine” y el 46 me reencontré con mi padre que también había arriba a Santiago, hicimos las paces y desde entonces fuimos buenos y cordiales amigos”.
“Conocí a Neruda en una cena de despedida que los intelectuales chilenos ofrecían al poeta y embajador argentino Raúl González Tuñón. Meses después, al salir de una conferencia suya “Viaje al norte de Chile” me pidió que le hiciera de secretario. Aquella fue una experiencia enriquecedora: aprendí que un poeta, inclusive uno de los mayores, también debía trabajar sus textos (aunque él corregía relativamente poco) conocí a autores del mundo entero, las ediciones raras e inencontrables, pero en 1947 Gabriel González Videla puso fuera de la ley a los partidos de izquierda con cuyo apoyo fue elegido Presidente y persiguió a Neruda, entonces Senador de la República, que le había acompañado por todo el país durante la campaña electoral.”
“Aprovechando esa coyuntura interna, el embajador ecuatoriano Dr. Carlos Guevara Moreno pidió a las autoridades chilenas que expulsen del país a algunos estudiantes ecuatorianos de ideología comunista, vengándose así – cobardemente – de discrepancias políticas tenidas antes en Ecuador. Estuve tres meses escondido, durante los cuales Neruda me obtuvo un pasaporte y dinero para el viaje. El 8 de enero de 1948 desembarqué en Guayaquil, frustrado, pobre, desocupado: Pedro Jorge Vera y Alfredo Palacio me dieron de comer y de beber. En mayo de ese año fui nombrado prosecretario del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y en octubre vine, con el mismo puesto, a la matriz de Quito”.
En noviembre del 47 había fallecido en Guayaquil el gran escritor comunista Joaquín Gallegos Lara y el Partido le comisionó para que viaje a Guayaquil a entrevistar a doña Enma Lara de Gallegos, madre del fallecido, a fin de recabar datos y documentos para escribir una biografía. Lamentablemente Jorge Enrique nunca ha sido biógrafo sino poeta y por eso jamás cumplió con el encargo, pero tampoco lo olvidó del todo y con el paso de los años dio a la luz “Entre Marx y una mujer desnuda” novela de innegable valor literario, donde el personaje principal llamado José Gálvez se asimila en algo a Gallegos Lara aunque conservando caracteres propios, quizá por eso su autor la ha llamado, texto con personajes. En 1996 fue llevada al cine por el director ecuatoriano Camilo Luzuriaga.
En 1948 había contraído matrimonio con Magdalena Jaramillo Cabezas con quien tuvo dos hijas. En 1949 apareció su primer poemario bajo el título de “Ecuador amargo”, escrito en su mayor parte en Chile, que significó su revelación como gran poeta reflexivo y maduro a los veintitrés años y le granjeó instantáneamente una gran fama, como niño prodigio de la poesía nacional. Hernán Rodríguez Castelo ha opinado: “rompió el verso, radicalizó la metáfora y acercó la palabra poética a la voz del habitante de la tierra. Su poemario es un canto inicial a la Patria, y desgarrada y honda confesión personal. Visión poética de una realidad hecha de sombras y de gritos, de aconteceres grises, quedando solamente la protesta como vehículo de redención”. Neruda le escribió de Chile: “Tienes que librarte de un nerudismo que no te hace falta” y Alejandro Camón, en el Diccionario de la Literatura Latinoamericana – Ecuador, insistió: “Adoum continuó fiel al partido comunista no obstante su sensualidad, su sibaritismo y su innata actitud aristocrática que le hace reacio a toda transacción gregaria”.
En 1950 ocupó la dirección de la Editorial de la CCE donde se publicaba la revista “Letras del Ecuador”, hizo derroche de exquisito gusto editorial, desenvolvió su poderosa actitud lírica y tradujo del inglés la poesía difícil pero hermosa de T.S. Elliot, a quien siguió por algún tiempo.
Con César Dávila Andrade, Rafael Díaz Icaza, Cristóbal Garcés Larrea, Miguel Augusto Egas Orellana, Tomás Pantaleón, Eduardo Ledesma y otros poetas más continuó en el ya célebre grupo “Madrugada”, nombre de una antología en la cual publicó bajo el seudónimo de Ricardo Ariel.
A principios del 51 editó otro poemario “Notas del hijo pródigo”, ya había iniciado su serie poético – histórica que anunció escrita en verso en ocho libros con la historia colectiva de su Patria el Ecuador, titulada “Los cuadernos de la tierra”. Los dos primeros tomos llamaron “Los orígenes” – que tratan sobre la confederación de tribus anteriores a la conquista de los Incas y “El enemigo y la mañana”, sobre los tiempos del incario. Ambos textos surgieron para aprender de ellos patria y escritura, los presentó en noviembre al Concurso convocado por el Núcleo del Guayas de la CCE y obtuvo los primeros premios.
La primera edición apareció en marzo del 52, la crítica saludó unánime a esta nueva voz metálica por épica y obtuvo el primer premio nacional de poesía. Rodríguez Castelo ha escrito que se anuncia decisivo en su lenguaje lírico, con algo de influencia de Carrera Andrade aunque con la novedad de la fuerza de sus expresiones, con sorda y apasionada cólera. El tema es el hombre emergiendo de la tierra como héroe de esos cantos que por eso están poblados de elementos telúricos.
Ese año también publicó “Carta para Alejandra” y en 1953 el poemario “Relato del extranjero”. El 54 Neruda le invitó a Chile junto con numerosos escritores de todo el mundo a celebrar sus cincuenta años, pero al arribar al aeropuerto de Santiago fue detenido e interrogado por la policía durante siete horas al cabo de las cuales fue deportado, pues aun pesaba en su contra el decreto de expulsión pedido por Guevara Moreno. En 1955 tradujo del inglés el libro de la periodista norteamericana Lilo Linke “Viaje por una revolución”, sobre la Bolivia de Víctor Paz Estensoro.
En 1957 dio a luz “Poesía del siglo XX”, recopilación de ensayos sobre diez poetas de este siglo que han influido en la poesía latinoamericana. El 59 trabajó su tercer Cuaderno llamado “Dios trajo la sombra”, que trata sobre la conquista española. Allí “se liberó de toda influencia anterior para llevar hasta límites estupendos la transmutación lírica anti lírica, épica y anti épica de la crónica y el mito” y esa partecita donde habla de la distribución del tesoro de Atahualpa en libras, marcos y dólares, su autor está seguro que no le hubiera gustado a Neruda.
El 60 obtuvo el premio de poesía del primer Concurso latinoamericano de literatura de la Casa de las Américas, de Cuba, con “Dios trajo a la sombra” que corresponde en su serie Los Cuadernos de la Tierra a su tercer cuaderno. Inicialmente el jurado estuvo integrado por Nicolás Guillén, Benjamín Carrión y Pablo Neruda que a última hora se excusó y fue reemplazado por Virgilio Piñeira. El Premio le dio fama a nivel latinoamericano y desde entonces se volvió un escritor reconocido.
“Cuando gané me pidieron que enviara las especificaciones tipográficas porque es un texto en que se juega con las cursivas, las mayúsculas, signos monetarios, en fin. El libro se estaba imprimiendo en la Casa de la Cultura y en cuanto envié el texto al concurso suspendí la edición. Guillén le escribió indicando que solo podían concursar textos inéditos, a lo cual Adoum le envió el valor del premio y pidió que consulte en el diccionario el significado de la palabra “inédito”. Guillén se informó mejor llamando a la CCE en Quito y escribió un artículo titulado “Vuelve el acero a su vaina” indicando que no había pasado nada y el valor volvió a manos de Adoum.
Mientras tanto había salido de la Casa de la Cultura y trabajaba como editor de literatura médica y de una revista de los Laboratorios Life, luego pasó a distribuidor de películas de la Columbia Pictures en Quito; sin embargo, por haber viajado a La Habana en 1961 a recibir su premio, fue cancelado; ese año salió su cuarto Cuaderno “El dorado y las ocupaciones nocturnas”, sobre el descubrimiento del Amazonas y la colonia, en aliento y tono sostenido, contando esa aventura hacia la muerte presidida por un sino fatal y luego los días largos, grises y amargos, pictóricos de viejas humillaciones y dolores, que fue el coloniaje.
Ese año fue designado Director del Departamento de Cultura del Ministerio de Educación siendo ministro Gonzalo Abad Grijalva, el 63 aparecieron sus cuatro Cuadernos recopilados en un solo volumen y merced a una beca del Programa Principal de conocimiento de los valores culturales de Oriente y Occidente de la UNESCO pudo recorrer durante tres meses en misión cultural varios países, entre ellos Egipto, India y Japón e Israel pero al arribar a Jerusalén se enteró de la caída del presidente Carlos Julio Arosemena Monroy ocurrida el día 11 de Julio.
El presidente de la Junta Militar, Ramón Castro Jijón, que había sido amigo suyo, le hizo saber que si regresaba al Ecuador “no podría garantizar su integridad física” dada su condición de comunista activo. Entonces vivió varias semanas en casa de una de sus hermanas en París y comenzó a escribir un texto con personajes, aunque varias veces abandonaría el proyecto por culpa de viajes y compromisos; sin embargo, entre el 73 y 76 pudo terminarlo. También el 63 tentó su primer cuento aparecido en el periódico “Surcos” de la FEUE, el protagonista se llama Fosforita.
En 1964 salió en Quito su poemario “Yo me fui con tu nombre por la tierra”, que mostró a un Adoum en plena transición a otros lenguajes y formas porque a pesar que el libro se abre con un lirismo ya antiguo como el de su composición Lamento y madrigal sobre Palmira de “Ecuador Amargo”, luego adopta un lenguaje de radical ironía, libre y hasta caprichoso, de recursos a lo popular, apto para desmitificar radical y libremente, para denunciar todo lo alienante, desde el patriotismo mentiroso y seudo nacionalista hasta las prohibiciones que se repiten en el poema “Prohibido fijar carteles”, de diez años después.
I cuando intentó escribir el Quinto Cuaderno de la tierra que correspondía a la etapa de la independencia, al Libertador, a Manuelita y hasta tenía listo un verso de amor, se dio cuenta que el intento ya no podía ir más allá de donde lo había llevado. Posiblemente la dictadura que sufría la Patria comprendida desde el exilio en todo su horror, hizo que nuestro poeta se diera cuenta que ya no podía seguir escribiendo sus Cuadernos de la Tierra, es decir, una poesía épica para una sociedad como la ecuatoriana que no es heroica sino bucólica y pacifista con un enorme trasfondo agrario. Además, un plan tan ambicioso como el que se proponía completar – el mayor esfuerzo lírico e intelectual de su época – adolecía de demasiada historicidad, mientras la realidad gritaba diariamente las enormes desigualdades e injusticias sociales que se cometían. Por ello decidió no continuar, pues como él mismo ha expresado, cantar las glorias pasadas era una especie de evasión; había que cambiar de idealización del pasado a la asunción del presente.
Desde 1964 al 66 residió en China Popular con su esposa Magdalena y sus dos hijas, como traductor del inglés al castellano y enriqueciéndose con la poesía oriental, tan bella y diferente a la nuestra. Fue una apertura a otro mundo. De regreso a Europa, trabajó de asistente de la cátedra de español en un liceo cercano a El Havre, luego fue lector de literatura en español, portugués y catalán de la Editorial Gallimard de París y periodista de Radio France International.
En mayo del 68, viviendo en un estudio a solo dos cuadras de Montparnasse, le tocó presenciar los encuentros de la policía con los estudiantes universitarios, que finalmente triunfaron y enviaron a sus casas a los viejos políticos degaullistas, cambiando radicalmente la mentalidad del país.
En agosto visitó Ecuador después de cinco años de ausencia. Los dictadores habían pasado al olvido y la ignominia, de suerte que recibió varios homenajes públicos. Era el gran poeta, ya no tan joven, que regresaba cansado, solo y cosmopolita pues se estancia en París le permitió tratar a las principales figuras literarias del momento.
El 69 fue contratado como traductor con rango de funcionario por la ONU con sede en Ginebra. En el interim había producido casi sin querer un mayúsculo escándalo literario pues en La Habana, a donde había concurrido en 1968 como jurado del Premio Casa de las Américas, afirmó que nuestra literatura, una vez salida del realismo de los años 30, atravesaba por un período de crisis. Entonces se alzaron las más encontradas opiniones que el tiempo se ha encargado de disipar, pero sus declaraciones sirvieron para remecer las conciencias y para resaltar una dolorosa realidad.
El 14 de julio de 1970 se estrenó en Ginebra su obra teatral escrita en francés “El sol bajo las patas de los caballos”, drama simbolista sobre la conquista española tomada como enfrentamiento de dos culturas y como prototipo de todas las conquistas del mundo. Esta obra ha sido traducida a seis idiomas y representada en numerosos teatros de Europa y América.
El 71 pasó a la sede en Paris como miembro del comité de redacción de la revista “El Correo de la UNESCO”. El 73 sacó en Madrid “Informe personal sobre la situación”, antología con varios de sus textos inéditos de denuncias sobre dictadores y dictaduras. Una segunda edición apareció en La Habana dos años después. El 74 editó “Los 37 poemas de Mayo de Mao Tse Tung”, traducidos del inglés y el francés, librito que pasó inadvertido por la sencilla razón de que Mao, sin ser poeta, le agradaba escribir en prosa poética.
El 76 volvió nuevamente a colocarse en la picota por “Entre Marx y una mujer desnuda” que denominó texto con personajes, con muchos episodios referenciales de la vida de Joaquín Gallegos Lara. Es obra antiburguesa, antimilitarista y antiliteraria y tuvo enorme éxito de librería pues ha conocido varias ediciones, logrando ese mismo año el Premio Xavier Villaurrutia de México, concedido por primera ocasión a un escritor no mexicano.
Esta novela marcó un hito en la nueva narrativa ecuatoriana por su audacia renovadora pues cambió por completo la forma de narrar que se venía usando en el pais, considerando al lector como coautor responsable (en la obra impresa figuran tachaduras, borrones, dudas – construcción de la que aún no se habían retirado los andamios) pues es una teoria de la novela en la novela, por eso fue materia de acaloradas disputas y aún hoy sigue siendo discutida, aunque solo por estudiosos eruditos. El argumento es simple y relata situaciones que le acaecen a un escritor de la pequeña burguesía comprometido con el marxismo y que al mismo tiempo siente una fuerte pasión amorosa que le distrae de su misión revolucionaria. En este sentido el José Gálvez de Adoum es un antihéroe por sus dudas y derrotas y no se parece en nada a Gallegos Lara, quien – a pesar de sus limitaciones físicas pues nunca pudo caminar – está considerado el único militante comunismo ecuatoriano
que por su acendrado fanatismo jamás tuvo dudas revolucionarias, ni tampoco realizó concesiones doctrinarias, por eso “Entre Marx y una mujer desnuda” no pasó desapercibida y por el contrario despertó los más encontrados sentimientos, vituperada y aplaudida, sin términos medios, finalmente con el paso del tiempo que todo lo aclara se ha llegado a considerarla una fantasía más que histórica literaria y un recuerdo a la vida de Joaquín, atrapado en el amor a Nella Martínez, lo cual, a mi modo de ver, constituye una exageración tomada como licencia literaria y una forma de homenajear a quien en vida fue un héroe y a la vez una víctima de su furibundo marxismo extremista y ecuatoriano.
El 77 contrajo segundas nupcias con la dama suiza Lisette Warren, matrimonio estable aunque sin hijos.
En 1979 editó su poemario “No son todos los que están” con poemas escritos desde 1949 y se publicó en idioma alemán su drama “La subida a los infiernos”. La acción se desarrolla en un cabaret de mala muerte. Los personajes sentados a diferentes mesas representan los pecados capitales de la sociedad occidental contemporánea: la conspiración contra los regímenes democráticos, la tortura, la explotación de las compañías transnacionales, el chantage conyugal.
El 80 apareció en Caracas “Narradores Ecuatorianos del 30” en el tomo No. 85 de la Biblioteca Ayacucho, selección y cronología de Pedro Jorge Vera, con un notable prólogo suyo que en 1984 se publicó en Quito bajo el título de “La gran literatura ecuatoriana del 30”. El 81 escribió sobre la fotografía como arte y como testimonio de la realidad estética del país, en Ecuador: imágenes de un pretérito presente, con fotografías de César Álvarez.
En julio de 1986 terminó su contrato con la UNESCO, preparó el regreso al Ecuador y tras diecisiete años de ausencia arribó a Quito el 5 de marzo de 1987, una hora antes del terremoto. La impresión recibida fue grande y le avisó que nuevamente estaba en su Patria.
En 1988 la Editorial Universitaria de Quito dio a la luz Jorge Enrique Adoum: entrevista en dos tiempos de Carlos Calderón Chico. En 1989 su ensayo “Sin ambages” textos y contextos y le fue entregado por el Presidente Rodrigo Borja el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo, debido a su vasta obra poética y literaria.
Su obra lírica – conceptual y ríspida – se mueve a través de la angustia, el tiempo, la presencia de la muerte, constantes permanentes en la angustia existencia, actual y social.
Su madurez, que lindaba con el abstraccionismo por sus figuras sintéticas y cargadas de obscuridad y de lectura difícil e intelectualizada, le había situado en la primera línea de la lírica contemporánea del Ecuador y siendo el mayor poeta de su generación y el heredero de la primacía que dejó a su muerte Jorge Carrera Andrade, se le tenía por el gran poeta nacional cuyo mayor mérito radicaba en la sutileza, la verdad y el amor con que contaba el dolor de los pueblos oprimidos, en versos libres, en prosa ideal, siendo el mismo que hasta un ayer no muy lejano cantara los orígenes ecuatorianos y después se dedicó a revelar la difícil problemática social. Además de su poesía y de su novela, se le conocía numerosos ensayos.
En 1995 editó “Ciudad sin ángel”, su segunda novela, que quedó finalista del Premio Rómulo Gallegos, y trata sobre un tema histórico sudamericano – el exilio y la tortura – vistos con intensidad. Es, pues, novela de exploración de la precaria estructura del tiempo circular que vuelve y se detiene impiadoso, ahondando el infierno de los hombres.
El 96 Camilo Luzuriaga realizó un film de noventa minutos de duración titulado “Entre Marx y una mujer desnuda” a un subido costo de cuatrocientos mil dólares y dimensiones colosales. En una lánguida historia cuenta las derrotas de un grupo de jóvenes izquierdistas frente a un comunismo ortodoxo y cerril y frente a la sociedad autoritaria de los años sesenta, buscando reconstruir el desgarramiento de una generación marcada por la utopía.
El 98 sacó una obra crítica y biográfica sobre Oswaldo Guayasamín titulada “Guayasamín, el hombre, la obra, la crítica” en edición de lujo que editó en Nurenberg y unas memorias imaginarias tituladas “Los amores fugaces”. El 99 “Ni están todos los que son” antología suya con poesía de cincuenta años de vida y un bolsilibro “Ecuador, señas particulares” ensayo corto de carácter sociológico sobre nuestra Patria. Del 2000 es una autobiografía “De cerca y de memoria” recuerdos de lecturas, autores y lugares, recogiendo anécdotas sobre diversos escritores, artistas, políticos y otras figuras latinoamericanas, donde agotó la introspección y dejó para los más jóvenes un testimonio “de la gente a la que conocimos, de lo que vivimos, de lo que fuimos aprendiendo, testimonio de sesenta años de escritura, unas cinco mil páginas que reflejan lo que uno ha trabajado.” Una segunda edición apareció el 2003, libro ameno y por demás ilustrativo.
Del 2001 es “El amor desenterrado” con lectura fácil y fluyente, cuya trama, tejida a los dos lados del espejo, yuxtapone los testimonios y nos presenta una historia, la de los amantes de Sumpa (nombre autóctono de la actual península de Santa Elena) que aceptaron la muerte para disolver el espacio del presente, que les era una verdadera pesadilla
Viajaba constantemente como Jurado Internacional de literatura y poesía. El 2004 fue nominado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana para el Premio Cervantes de España, el Vicepresidente Lenín Moreno lo postuló oficialmente, pero no se lo concedieron.
En Julio del 2005 se trasladó a Caracas como Jurado del Premio de novela Rómulo Gallegos y al regresar a Quito inició la corrección del texto de sus “Obras Incompletas” lanzadas el 7 de abril del 2006 por la Casa de la Cultura Ecuatoriana en seis volúmenes. Cada una de las carátulas contiene un segmento o parte del retrato al óleo que le pintó Guayasamín. Está su poesía, ensayos, periodismo, teatro y narrativa con exclusión de aquellos trabajos cuyos temas o planteamientos esenciales han sido retomados en otros textos.
A finales de junio del 2009, de tanto fumar, se le complicaron los bronquios, llevado a una clínica se agravó con una pulmonía doble y falleció de un paro cardio respiratorio en la madrugada del viernes 3 de Julio, a la edad de ochenta y tres años, tenido y considerado como el gran poeta nacional.
Hombre tranquilo, bueno y excelente amigo que nunca había traicionado a nadie, tuvo por política ser un autor solidario con su Patria y con los demás pueblos hispanoamericanos, dejó cerca de treinta libros y sus dos novelas demuestran que tuvo recursos muy personales como narrador y que su escritura es una evasión de la propia realidad mezclada con elementos históricos y otros de ficción, vistos por un narrador omnisciente que hace ostensible su presencia en el tiempo sin perspectiva, estancado y sin respuestas.
Habitaba un departamento propio en el séptimo piso de un edificio del centro – norte de Quito, achacado por sus dolencias físicas, bastante delgado y aún con su lucidez habitual y su ánimo incólume, salía poco a la calle porque se había caído a causa de su debilidad en las piernas, se encontraba cómodo en un ambiente donde primaba el buen gusto, la música, la pintura y la literatura, llenandose de sana emoción cuando alguien lo visita.
Congeniabamos mucho a pesar que nos veíamos poco, me recibía con su invariable terno azul de tela blue yean muy a la moda de Paris, el cigarro en los labios y la taza de café en la mano, de vez en cuando bebía una copita de vodka helado. Sin ser un sibarita era un sensualista que gustaba del buen vivir, vestía y tenía costumbres europeas, un tono sapiencial morigeraba sus juicios y elevaba sus conversaciones. En cierta ocasión me indicó que el día de su muerte quería ser enterrado en una vasija de barro, no solo por el poema de ese nombre compuesto entre amigos farristas en noche de tragos y popularizado en canción, sino también por sus cuatro hermosos Cuadernos de la Tierra y se cumplió ese deseo más bien romántico pues no tenía ancestros ecuatorianos ya que era de ascendencia libanesa por los cuatro costados, de manera que ninguno de sus antepasados había sido enterrado a la usanza indígena como dice la canción.
I tras la cremación sus cenizas fueron depositadas en una vasija al lado de la tumba de su amigote Guayasamín con quien acostumbraba compartir vinos, quesos y bromas, bajo un frondoso árbol que crece en el jardín de la Capilla del Hombre en Quito.