a) EL MAGO J.E.F.A.
ESCRITOR HERMETICO Y MEDICO NATURISTA. Nació el 10 de marzo de 1897 en la propiedad agrícola de su padre Francisco Adum, en Kafr-Shbeil, muy cerca de Biblos, Líbano, en el seno de una familia católico – maronita. Aunque fue un prolífico escritor no se conoce ningún curriculum vitae suyo, ni siquiera para la contratapa de alguno de sus numerosos libros. Toda la información de la que se dispone proviene de las referencias de sus hijos, pues habiendo fallecido en 1958 a la edad de sesenta y un años, treinta años más tarde, en 1988, que escribo estas líneas, la mayoría de sus contemporáneos que pudieran informar sobre sus primeros tiempos han dejado también de existir. Se sabe que tuvo un hermano menor, el último, Salím, y tres hermanas; Celinda fallecida en Guayaquil, Nazza y Rebicimia, fallecidas en Brasil, país a donde emigraron casadas durante la Primera Guerra Mundial.
Fue una persona hermética en lo que concernía a su vida. Dos de las novelas que escribió “Adonay” y “El Bautismo del Dolor, lo que aconteció a Adonay” (la primera publicada en español y portugués y la segunda sólo en portugués), aparentemente son relatos autobiográficos de su vida en Líbano, el cercano Oriente y viaje a Francia; no obstante, cada vez que se le preguntó si realmente podrían considerarse como acontecimientos de su vida, eludía sistemáticamente una respuesta objetiva, diciendo que la pregunta carecía de importancia, actitud que mantenía, según explicó a uno de sus hijos, por temor a que se cultive una reverencia a su persona, a causa de la admiración que le tenían y aún tienen sus numerosos discípulos.
La ortografía con que escribía su
apellido incluyendo una “o” entre la “d” y la “u”, proviene de su pasaporte emitido por autoridades francesas, en cuyo idioma es indispensable escribir “Adoum” para que suene igual que “Adum” en español.
Su infancia debe haber sido difícil, al igual que la de todos los cristianos en Europa Oriental y Cercano Oriente, la ocupación turca revistió extrema crueldad como lo testimonian hechos muy conocidos, provocados por el fanatismo otomano en los países árabes y en Europa.
Las restricciones impuestas por los turcos fueron draconianas, al extremo que les estaba prohibido el acercarse al mar y el que lo hiciera recibía disparos de alguno de los gendarmes que vigilaban las playas, durante la guerra no podían siquiera salar los alimentos ya que la sal escaseaba particularmente entre los cristianos.
Sin embargo, los turcos, no tenían óbice para que sus súbditos emigraran, razón por la cual concedían pasaportes o salvoconductos para salir del Imperio. Así, cuando las cosas se pusieron difíciles entre 1900 y 1918, se produjo la avalancha de cristianos libaneses, sirios y palestinos a América y ésa es la razón por la que se les dio equivocadamente el gentilicio de “turcos” a todos los inmigrantes que se identificaban con tales documentos.
Nada se sabe de los estudios que hizo, pero en su novela “Adonay” hay evidencias de que inició su investigación sobre las religiones antes de salir del Líbano, país al que jamás regresó, porque se refiere con gran conocimiento a la religión de los drusos, secta y etnia circunscrita al Cercano Oriente, de la cual hay escasísima información en Occidente.
Alguna vez contó a sus hijos que durante la guerra del 14 se unió al emir Faisal de Siria como su secretario, luchando por la independencia de su país, y cuando le preguntaron por qué no continúo a su lado, él explicó que una frase inoportuna suya había cambiado su vida y tal vez la de su país, agregando: “El emir me invitó a volver con él cuando me ubicó aquí, pero ya era demasiado tarde”.
Hacia 1916 llegó a su casa la noticia de que había muerto en el frente, su padre y su hermano decidieron hipotecar a un usurero las tierras de la familia y venir a América; sin embargo,
no había muerto y al fin de la guerra regresó a su casa en busca de refugio, perseguido, sin la protección del emir Faisal y con la cabeza puesta a precio por ser nacionalista, y encontró que la heredad ya no les pertenecía y que los suyos habían venido a Ecuador. Enseguida abandonó Líbano y ningún conocido volvió a saber de él hasta 1924, cuando llegó a nuestro país, proveniente de Francia, donde debió estudiar medicina naturista durante esos seis años, ya que desde su infancia tenía gran facilidad para provocar sanaciones milagrosas con la simple imposición de manos.
Este período francés debió ponerle en contacto con ciertas escuelas esotéricas y/o herméticas pues como una búsqueda dramática de su destino, llegó a ser Gran Maestro Rosacruz y ocupó el grado treinta y tres dentro de la Masonería Universal.
Cuando llegó a Ecuador hablaba y escribía correctamente el francés, lengua que no se enseñaba en colegios ni universidades de Líbano sino a partir de 1918, que finalizó la primera Guerra Mundial con la derrota del Imperio turco y la ocupación de sus posesiones de parte de los franceses e ingleses. El Líbano pasó a ser por entonces un protectorado francés.
Sabía Medicina Naturista, Hipnotismo y Sugestión, que no eran materias de las escuelas de Medicina de la Europa de esa época, lo cual pone una interrogante adicional en la investigación de lo que pudo haber hecho en ese lapso. Lo más probable es que tempranamente se decepcionó de la Medicina Clásica y orientó sus estudios hacia la especialidad que después cultivó.
Llegó al Ecuador con la salud quebrantada, en busca de los suyos, pero tuvo la sorpresa de no encontrarlos porque padre y hermano, uno después de otro, habían viajado a Brasil, donde residieron hasta su muerte.
Los médicos le recomendaron que radicara en la Sierra porque el clima de Guayaquil sería fatal para él. El Dr. Abel Gilbert le diagnosticó tuberculosis y pronosticó tres meses de vida. Fue así como decidió viajar a Ambato, donde, superados sus males, que estaban lejos de ser la terrible enfermedad de esos tiempos, conoció por un amigo que en Machala acababa de enviudar de Luís Villamar Fierro (X) quien sería su
esposa Juana Auad Barciona, libanesa, hija única, que vino con sus padres cuando tenía cinco años de edad. Casaron por poder y con ella procreó sus cinco vástagos: Violeta, Jorge Enrique, Handel, Wagner y Nancy.
Ambato en 1924 era una ciudad poco apta para poner de manifiesto su talento. Sin poder ejercer la Medicina que él conocía ¿Quién querría o podría tomarme exámenes? explicaba años más tarde a sus hijos, por esa razón trató de sobrevivir con el comercio, mas descubrió que no tenía aptitud para esa rama. En la tienda de venta de géneros solía pasarse leyendo, pintando y tocando el violín y cuando en los días de feria los indios entraban a comprar, hasta se disgustaba con ellos porque le interrumpían. Su esposa comprendió que así no podía seguir el negocio y se hizo cargo de la tienda, dejandole en libertad de hacer lo que a bien tuviere. Desde entonces empezó a curar con las manos.
I de hecho el resto de su vida mostró un total desinterés por el dinero, lo que justificaba su fracaso como comerciante. Cuando algún amigo acudía a él en busca de salud, era incapaz de cobrar por el tratamiento. Aun, posteriormente, cuando tuvo autorización para ejercer, consideraba indigno recibir honorarios por curar enfermos, causando la natural irritación de su esposa, quien tenía que enfrentar las estrecheces económicas de un hogar de numerosos hijos; por eso y mientras ejerció la medicina, siempre se atuvo a la generosidad de sus pacientes sin pedirles jamás un centavo.
En el aislamiento cultural que mantuvo en Ambato se dedicó a la pintura con razonables resultados en lo formal y artístico y deplorables en lo económico pues nadie acostumbraba adquirir obras de arte, pero en el campo intelectual se ahogaba. Para combatir el tedio aprendió a tocar música clásica en violín, tradujo y publicó “Las Alas Rotas” de Khalil Gibrán, dando a conocer probablemente por primera vez en Ecuador a este renombrado poeta y “La Moderna Eva” de Nicolás Haddad, otro notable escritor libanés.
Con respecto a su ejercicio de la Medicina se deben señalar algunos hechos sorprendentes, de los cuales informan sus hijos con suficiente conocimiento porque fueron testigos presenciales.
Para el cuerpo médico de Ecuador en la década de 1930, cerrado a innovaciones o investigación de nuevas técnicas, Adoum no pasaba de ser más que un brujo irresponsable, a pesar de que, quienes acudían a él, lo hacían sólo cuando los médicos académicos los habían desahuciado.
En 1935 buscó horizontes más amplios en Quito, se mudó con su familia a la capital y adquirió una pequeña casa en la Diez de Agosto y Dieciocho de Septiembre.
Allí, con mejores elementos culturales pudo desarrollar su capacidad aunque siempre dentro de extremadas limitaciones. Publicó una revista teosófica llamada “Yo Soy”, cuya circulación se producía en el exterior, siendo muy limitada su venta en el país. El 36 atendió al Jefe Supremo Ing. Federico Páez de la grave dolencia que éste sufría (asma) y éste le preguntó ¿Qué desea Doctor? Pídame lo que quiera. Deme Ud. La autorización para ejercer libremente en Quito… y así pudo trabajar libremente e instaló un pequeño consultorio en el pasaje Miranda.
Entre las curaciones importantes que realizó está la de una señora llamada María de León, quien sufrió terribles ataques de asma durante muchos años, habiendo visitado a cuantos médicos conocía, sin resultado alguno. Adoum le dio un tratamiento de hipnosis y prescribió que a las cinco de la mañana camine sin zapatos sobre el césped del parque El Ejido de Quito. María de León, al cabo de pocos meses, dejó de tener sus ataques.
Como dato curioso cabe mencionar que hacia 1978 (cuarenta y tres años después) una revista médica de La Unión Soviética publicó que los médicos rusos estaban experimentando el tratamiento del asma, mediante marchas sobre el césped, en la madrugada, pues durante la noche los rayos cósmicos, beneficiosos para los asmáticos, se acumulan en las hojas y pueden ser aprovechados por los pacientes antes de que el sol y el tránsito reduzcan su potencia. Adoum jamás reveló cual era la fuente donde aprendió ese tratamiento y tampoco vivió lo suficiente para poder leer el artículo mencionado.
A su hijo Wagner le curó la tiña, temido mal porque aún no se había descubierto los antibióticos. A su hijo Handel, cuando tuvo terribles dolores de cabeza que desconcertaron a los médicos; desde Buenos Aires, por carta, sólo en base a los síntomas, le diagnosticó acertadamente envenenamiento tabacal.
Adoum jamás ejerció la medicina en otro país que no fuera Ecuador; sin embargo, cuando algún amigo le pedía consejo, se lo daba, aparentemente con éxito, porque siempre acudía algún amigo de su amigo, también en busca de consejo. De esta manera se fue propagando su renombre como médico acertado.
Mucha gente, sobre todo los más humildes, cuando le veían en la calle se le arrodillaban, otros le besaban las manos en señal de agradecimiento. Sus curaciones debieron ser notables y bastante conocidas no sólo en Ecuador sino en Sudamérica, si se juzga con el incidente que le contrarió en un hotel de Buenos Aires, que ya se explicará.
Su hijo Jorge Enrique recuerda. Su soledad era dolorosa y terrible. Nunca estuvo muy cerca de sus hijos. Nos obligaba a ir a mi hermana mayor y a mí, a veces también a mi medio hermano, a unas reuniones o sesiones semanales en su consultorio. Había unos pupitres triangulares con una vela pequeña para cada uno, vestíamos túnicas blancas con una cruz de bronce y en ella la rosa crucificada, al cuello. Se suponía que mi hermana era la representación de Isis y mi padre leía textos en un castellano pedregoso y dificultoso, sin que entendieramos nada de lo que leía, lo cual, unido a la penumbra de las velas, nos daba sueño. Eso terminaba a las once y media de la noche y había que esperar con el frío de Quito el último autobús que nos llevara de regreso a casa y yo debía levantarme a las seis de la mañana para ir al colegio.
Hacia 1940 frecuentaba la amistad del poeta Alfredo Gangotena, ingeniero, matemático que no daba confianza fácilmente a cualquiera, de manera que la relación con Adoum debió darse porque ambos admiraban la cultura de Francia, hablaban y escribían perfectamente ese idioma, habían vivido en Europa. Eran, pues, dos espíritus afines.
Ese año publicó en Quito su primer libro: “Poderes”, empleando el seudónimo de “Mago JEFA” o “JEFA EL VENERABLE”, con el que identificó su producción literaria posterior, formado por la palabra mago que significa sabio y por las iniciales de su nombre, más la del nombre de pila de su padre según la usanza de los pueblos árabes. J por José, E por Elías, F por Francisco y A por su apellido Adoum JEFA. Este libro despertó gran interés en toda Latinoamérica y escasa atención en el país. Escribía mucho a mano y sus hijos le pasaban en limpio. A éste siguieron “Las Llaves del Reino Interno” (1941) “Adonay” (1942) “La Zarza de Horeb” (1943) y “Revivir lo Vivido”, editada éste en 1945 como la última obra suya cuya primera impresión se hizo en Ecuador. Por todas ellas se empezó a hacer conocido en Latinoamérica, donde tuvo discípulos y seguidores que le llamaban “Jefa el Venerable.”
En 1943 se independizó el Líbano y una tarde a principios de ese año Gabriel Kuri se divertía con sus amigos en casa y decidieron fundar el Centro Cultural Árabe” de Quito, cuya administración asumió voluntariamente Antonio Chediack. A poco editaron un órgano de publicidad: la erudita revista “Oasis,” a fin de compartir sus ideas y propuestas orientadas a la profundización del estudio del Oriente próximo, fortalecer la identidad libanesa y lograr el reconocimiento y aceptación de los grupos sociales ecuatorianos. Esta actividad incidió en el esfuerzo de sus compatriotas para crear una identidad fortalecida en la riqueza histórico cultural del Líbano.
Adoum dirigió y colaboró con muchos de sus artículos en “Oasis,” publicación que se distribuía gratuitamente y arribó al número diez y seis en tres años. En ella se publicaron artículos de notables escritores de Quito y del país, al convertirse en uno de los poquísimos medios de comunicación que existían en la capital. La ceremonia de inauguración del Centro Cultural Árabe tuvo lugar en la casa de Saadin Dassum que fue electo Vicepresidente y Antonio Chediack administrador.
Para 1945, Adoum era una figura conocida en el continente sudamericano en el campo esotérico dado que sus intereses principales eran la filosofía religiosa y la fracmasonería. Recibió una invitación de Chile para dictar algunas conferencias y allí aprovechó para publicar su nuevo libro. “El Pueblo de las Mil y Una Noches” (1946) en un lugar donde su demanda era mucho mayor que en Ecuador. Por eso su intención fue permanecer en Santiago por tres o cuatro meses solamente, pero sus compromisos jamás le dejaron regresar en otra condición que de visita a su familia. En Santiago encontró a su hijo Jorge Enrique, salido del hogar en Quito unos cuantos meses antes, que vivía en forma funambulesca, mitad de trabajos de poca monta y mitad con artículos para revistas y periódicos.
Como las relaciones estaban rotas, el encuentro sirvió para acercarlos y desde entonces fueron buenos amigos. A Quito volvería el Mago Jefa algunas veces hasta 1953, año en que murió su esposa.
Desde que viajó a Chile su existencia cambió totalmente pues fue el primer paso para viajar a la Argentina donde encontró amplísimos horizontes, y fue llena de satisfacciones personales en el campo espiritual y la admiración que sus discípulos tenían por él rebasaba toda ponderación. La generosidad de éstos hizo que las estrecheces económicas que sufrió en Ecuador se superaran sin esfuerzo.
El 46 vivió en Argentina y luego indistintamente haciendo giras entre Argentina y Brasil. Finalmente, en 1950, decidió establecerse en Río de Janeiro, desde donde visitaba otros países. La venta de sus libros se multiplicó y continúan siendo éxitos de librerías en América Latina pues la Editorial Kier de Buenos Aires publicó una colección de cuarenta y un títulos, traducidos al portugués y a otros idiomas.
En los años cincuenta, en vida suya se constituyó en Brasil la “Camissáo Divulgadora das Obras do Dr. Adoum”, cuya sede está aún en Santos Dumont, estado de Minas Gerais y se ocupa principalmente de la difusión de las enseñanzas y escritos de quien ha sido considerado un maestro en ese tipo de investigaciones.
En 1955 volvió a Buenos Aires y alguien cometió la indiscreción de dejar saber en qué hotel se alojaría. Se hospedó tranquilamente la noche de su llegada y a la mañana siguiente la policía acudió a su habitación a pedirle que deje la ciudad a la brevedad posible. Le resultó totalmente incomprensible esa descortés actitud porque aun no se había enterado que el hall del hotel estaba lleno de gente en sillas de ruedas, con muletas y caras demacradas, que querían visitar al Dr. Adoum por razones médicas; hecho que obligó a la administración a llamar a la policía.
El 4 de mayo de 1958 falleció en Río de Janeiro a causa de un derrame cerebral y cumpliendo su voluntad está enterrado en la ciudad de Petrópolis, Brasil, donde le recuerdan como “JEFA EL VENERABLE”.
De sus discípulos ecuatorianos más conocidos cabe destacar la enorme admiración que por él tuvo el poeta
César Dávila Andrade, para quien las enseñanzas de Jorge Adoum tuvo mucho significado.
En cuanto a sus características personales, era alto, grueso, muy esbelto, de caminar imponente y cuidadoso en el vestir. Su mirada, jamás inexpresiva, era penetrante e inspiraba temor o ternura, según quien fuera el interlocutor. Tenía los ojos negros y profundos y se comentaba que hasta gozaba de poderes magnéticos.
Hablaba muy claramente, en voz nunca alta pero siempre audible, de tono firme y seguro. Aparte de su lengua materna hablaba el español como el francés que dominaba casi sin acento, con mucha propiedad. En sus conferencias, como siempre sucede, se hacían presentes sus detractores; pero Adoum sabía emplear el humorismo con mucha agilidad para desviar la controversia hacia la carcajada. Nadie recuerda haber presenciado un altercado suyo con otra persona, lo que conduce a creer que tenía un gran poder de convicción o habilidad para encontrar soluciones de armonía. Gustaba polemizar con quienes no pensaban como él, mas no intentaba imponer sus creencias. Al discutir con Adoum se tenía la impresión de que sólo trataba de conocer cómo eran los puntos de vista ajenos por mera curiosidad y aunque bautizó a todos sus hijos en la religión católica, jamás practicó credo alguno, aunque en su tierra natal había sido cristiano maronita (perteneciente al credo ortodoxo) como todos los de su raza.
Su pasatiempo en los últimos años de su vida fue el cine, al que acudía con un estricto sentido de distracción, sin mayor análisis artístico de la película que iría a es pectar. En Quito, los domingos, solía reunir en casa, a almorzar a sus pocos amigos, casi todos compatriotas, tocaban laúd y cantaban música árabe, eran reuniones alegres y fraternales.
Era un hombre extraño. Como padre fue cariñoso y se hacía querer pero tenía la disciplina rígida y no le gustaba que se hablara en la mesa, también era severo y exigente, predominando ante sus ojos el cumplimiento del deber como principio fundamental de vida. De hecho, él fue exigente por igual consigo mismo y se auto concedía muy poco margen para distracciones, en un perenne estudiar desde la hora de levantarse hasta la de acostarse. Solía madrugar y comenzaba el día con sus ejercicios respiratorios, de los cuales formaban parte ciertos sonidos de las cuerdas bucales, muchos de ellos con la boca cerrada, tenuemente emitidos, muy prolongados, que variaban de tonalidad.
Su vida fue una desgarrada búsqueda permanente por lograr su vocación que al final encontró y abrazó totalmente. Sus libros tratan de las fuerzas interiores que, sin conocer de poseerlas, tiene el hombre. Varias de sus obras descubren significados ocultos en las escrituras sagradas de todas las religiones, particularmente del cristianismo. Según sus propias palabras el objetivo de las religiones es acelerar la evolución del hombre, pero es inútil revelar a todos, las mismas enseñanzas, porque lo que puede ser ayuda para unos es incomprensible y perjudicial para otros; no obstante, mientras no consiga transformarse cada uno en su propia religión, el hombre continuará sintiendo la necesidad de un culto institucionalizado. Las religiones, dice, fueron dadas a los pueblos y deberían satisfacer las necesidades de cada uno de ellos porque, en caso contrario, no servirán a su evolución. Decía que todas las religiones tienen un origen común y que las divergencias entre ellas se deben a la diferencia de nivel del desenvolvimiento mental de sus adeptos.
En “Esta es la Masonería” analiza el contenido esotérico de la masonería y los pasos que deben darse para lograr la superación y la maestría. Intentó escribir sobre los treinta y tres grados pero la muerte lo sorprendió al concluir el noveno. “Del Sexo a la Divinidad” estudia la historia de los misterios de las religiones, el poder creador, la llave de los misterios y el principio puro de las religiones. “Yo Soy” es una colección de afirmaciones para lograr la auto superación. “Poderes”, dentro de la misma línea, habla de las llaves del saber, del querer y del nuevo nacimiento. “Cosmogénesis” analiza la relación del espíritu con la naturaleza. “La Magia del Verbo” se ocupa del poder espiritual y científico de las palabras. “La Zarza de Horeb” es una introducción a los grandes misterios del cuerpo humano. “El Génesis Reconstruido” trata de la relación del hombre con las fuerzas cósmicas. “El Pueblo de las Mil y Una Noches” dice que es libro iniciático, donde cada cuento expresa un mensaje a través de símbolos, y todos cuentan la superación de cada sujeto de conformidad con las religiones de Oriente, con un profundo conocimiento de la historia de esos pueblos pues Adoum, por encima de cualquier apreciación personal, fue un hombre culto y conocía la situación del Medio Oriente.
Los libros que publicó son los que siguen. Junto al título se indica el número de ediciones que se han hecho hasta 1988, en español (E) y en portugués (P); así, (3P) significa tres ediciones en portugués:
Poderes (5E) (3P)
Las Llaves del Reino Interno (8E) (2P) Adonay (4E) (2P)
Yo soy (11 E) (3P)
El Pueblo de las 1001 Noches (2E) Revivir lo Vivido (3E)
El Reino (4E)
Rasgando Velos (4E)
Cosmogénesis (4E)
La Magia del Verbo (6E)
El Génesis Reconstruido (2E)
La Zarza de Horeb (4E)
Esta es la Masonería: 9 libros, 7 tomos:
Grado de Aprendiz y sus Misterios (8P)
- Del Compañero y sus Misterios (6P)
- Del Maestro Masón y sus Misterios (5P)
- Del Maestro Secreto y sus Misterios (7P)
- Del Maestro Perfecto sus Misterios (4P)
- 6.Secretario Intimo, Maestro Inglés. (6o. tomo) (3P)
- 7.Preboste y Juez o Maestro Irlandés (6o. tomo) (3P)
- 8.Intendente de los edificios o Maestro en Israel (6o. tomo)
- 9.Grado del Maestro Elegido de los Nueve (4P)
Del Sexo a la Divinidad 2P)
Veinte Días en el Mundo de los Muertos (2P)
El Bautismo del Dolor (1P)
El Libro sin título de un Autor sin Nombre (1E) (1P)
Como Sentir y Disfrutar la Felicidad
(1P)
Quedaron inéditos algunos: “El Evangelio de la Paz”, “Los Ejércitos de la Miel”, “Rumbo a los Misterios” y “El Germen de la Vida”, el paradero de otros es ignorado. Sus obras se agotaban en la primera edición y son difíciles de encontrar, ni tan solo un ejemplar para reproducirla pero de ello se ocupa actualmente la “Comissáo Divulgadora das Obras de Jorge Adoum”.
En “Adonay”, publicado en 1942, aun no nacía siquiera el Estado de Israel y la Segunda Guerra Mundial estaba en todo su furor, presagia los terribles tiempos que iban a venir para Líbano, Siria y Palestina, por la forma con que se conducía la política de esos países liberados de los turcos.
Podía magnetizar e hipnotizar a voluntad. Su hijo Jorge Enrique recuerda que a él lo hipnotizaba muy fácilmente, haciendo que saboree gustoso una manzana cuando en realidad era una cebolla. Durante un carnaval invitó a dar un paseo a su esposa y cuando alguien se acercaba a mojarlos, simplemente le miraba y hacía que perdiera toda fuerza el sujeto, que quedaba estático. Como inocente pasatiempo solía practicar la lectura de la suerte a través de la ceniza de los cigarros y los conchos de las tazas de café, técnicas muy antiguas en el Oriente.
En cuanto a lecturas, jamás le interesaron las meramente literarias. Su hijo Jorge Enrique ha escrito “creyendo que coincidiríamos en algunos puntos le escogió Canto a mi mismo de Walt Whitman y La Montaña mágica de Thomas Mann pero me las devolvió luego de quince minutos con algún comentario despectivo e injusto por tratarse de tales autores. En cuanto a novelas, exceptuando las de Alejandro Dumas con las que daba descanso a su pensamiento y El Lirio Rojo de Anatole France, solo leía voluminosas obras de ciencias ocultas e iniciáticas como las de Krishnamurti, Annie Besant o Elena Petrona Blavatsky aunque nunca las dejaba en casa, cuidando así que la doctrina esotérica por definición, no sea poseída sino por muy pocos.” I en una entrevista a Rodrigo Villacís Molina publicada en “Palabras cruzadas” por el B.C.E. en 1988 aclaró: Mi padre no sé en realidad qué era. Fue, eso sí, un estudioso de las ciencias ocultas, escribió algunos libros sobre la doctrina Rosacruz y cuando yo estaba en la escuela se me estigmatizaba llamándome masón; una palabra que nos asustaba, como ahora asusta a ciertas gentes la palabra comunista.